Mozambique, un conflicto sahelizado

Mozambique, un país poco conocido situado en la costa sureste de África, ha sufrido un drástico deterioro en su situación de seguridad desde 2017

La semana pasada dedicamos este espacio a un tema tan poco habitual en otros medios como lo es la persecución de los cristianos en el mundo. Y, cosas del azar, o como ejemplo de la realidad que reflejamos en el anterior trabajo, hace poco más de una semana se produjo otra matanza de católicos a manos de yihadistas, en esta ocasión en Mozambique, lo cual nos lleva, por lo significativo de la localización geográfica, a fijarnos en la situación de este país africano. 

El epicentro de esta crisis podemos situarlo en el norte de país, y más concretamente en la provincia de Cabo Delgado. En sus inicios, grupos de musulmanes radicalizados que llevaron a cabo acciones violentas aisladas, propiciaron la inestabilidad. Pero la situación fue evolucionando a peor hasta desembocar en una insurgencia a gran escala liderada por el grupo Ahlu Sunna Wal Jama´a (ASWJ), y más arde por el conocido como ISCAP (Estado Islámico de la provincia de África Central) o Estado islámico de Mozambique (ISIS-M). 

Un combatiente del Marco Estratégico Permanente para la Defensa del Pueblo de Azawad (CSP-DPA) asegura el perímetro durante una reunión de líderes del ejército rebelde tuareg en Tinzaouaten, norte de Mali, el 27 de noviembre de 2024 - REUTERS/ABDOLAH AG MOHAMED

Esta implacable evolución ha resultado más de un millón de desplazados y cerca de 7.000 víctimas mortales, en una de las crisis humanitarias más graves del continente. 

En los orígenes de esta realidad encontramos los factores comunes que facilitan la implantación de estos grupos allá donde volvamos la mirada: estados de pobreza endémica, tasas de desempleo desbocadas, especialmente entre los más jóvenes, corrupción endémica en la administración estatal… En definitiva, situaciones de desamparo y desesperanza. Y como también suele ser habitual, la disputa por los recursos naturales, así como luchas históricas de raíz étnica y tribal, sirven como catalizadores de esa violencia. 

La tácticas y técnicas empleadas por estos grupos yihadistas no distan en absoluto de lo que hemos visto en otros lares. Los secuestros, decapitaciones, mutilaciones, violencia sexual han sido el sello de la actividad insurgente. 

Y todo ello con consecuencias no sólo para la población local, sino con una gran afectación económica, pues numerosas empresas, especialmente energéticas, han retirado sus inversiones del país. 

Los cuerpos de personas asesinadas por presuntos yihadistas yacen en una zanja que estaban cavando alrededor de una ciudad para protegerla de los ataques, como dijeron los familiares de las víctimas y una fuente que habló con los sobrevivientes heridos, en las afueras de la ciudad de Barsalogho, Burkina Faso, el 24 de agosto de 2024, en esta imagen obtenida de un video de las redes sociales - PHOTO/REDES SOCIALES via REUTERS

El gobierno de Mozambique, falto de recursos y débil políticamente, inicialmente buscó en contratistas militares privados, lo que hoy conocemos como PMC (Private Milatary Company) la solución al problema, Sin embargo, no se tuvo el éxito esperado. Por ello, su actuación ha ido evolucionando hacia un despliegue militar conjunto de fuerzas de la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC) apoyado al mismo tiempo por tropas procedentes de Ruanda. 

El compuesto de acciones ha logrado éxitos tácticos, pero el problema persiste y la situación humanitaria es crítica, pues no se han abordado adecuadamente las raíces del problema. 

En nuestra exposición inicial hemos mencionado la provincia de Cabo Delgado como epicentro de la crisis que atraviesa Mozambique. 

En el extremo norte del país, durante las últimas décadas su situación se ha ido deteriorando de tal manera que, sin temor a equivocarnos, es el punto más violento, crítico e inestable del sur del continente africano. Con una extensión de casi ochenta mil kilómetros cuadrados y una población cercana a los dos millones y medio de habitantes, de los cuales más del 40% son analfabetos, y con una esperanza de vida media de 50 años, los pobladores de la región han estado tradicionalmente fuertemente vinculados al mundo suajili predominante en esa región. Además, su ubicación geográfica ha permitido históricamente un intenso intercambio comercial y cultural con el Golfo Pérsico y el sudeste asiático. 

Un rebelde del M23 sostiene un arma en la frontera de la Gran Barrera en medio de enfrentamientos con las Fuerzas Armadas de la República Democrática del Congo (FARDC), en el paso fronterizo de Gisenyi, en el distrito de Rubavu, Ruanda, el 29 de enero de 2025 - REUTERS/JEAN BIZIMANA

Sin embargo, a pesar de su enorme riqueza cultural, sus posibilidades, debido a su privilegiada situación geográfica y a la abundancia de recursos naturales, especialmente gas, Cabo Delgado ha sido conocida tradicionalmente como el “Cabo Olvidado” (Cabo Esquecido), lo cual nos aporta ya una idea del estadio  de la región, caracterizada por un desarrollo limitado y una carencia endémica de todo tipo de infraestructuras, lo cual crea el caldo de cultivo ideal para la expansión de movimientos radicales de cualquier ideología que sepan explotar esas deficiencias, algo que ya hemos visto en otros escenarios africanos.  

Las reservas de gas de Cabo Delgado son las terceras más grandes de África, pero al mismo tiempo, junto con el gas, la provincia es rica en rubies, maderas preciosas, carbón, fosfatos y zafiros, lo cual ha atraído una considerable inversión extranjera para explotar todos esos recursos. 

Y precisamente esa riqueza autóctona y las inversiones para su explotación han sido los principales acelerantes de la inestabilidad, pues las expectativas de empleo, ingresos y progreso que crearon pronto se desvanecieron, manteniendo a la población en la misma precaria condición mientras contemplaban como otros se beneficiaban de las riquezas de sus tierras, lo que derivó en el nacimiento del movimiento insurgente que con el tiempo ha sido aprovechado, como en tantas otras ocasiones, por el yihadismo. 

Si bien la violencia armada no es un fenómeno nuevo en Cabo Delgado, pues la provincia ha estado marcada por conflictos recurrentes a lo largo de su historia, incluso desde la época precolonial, la insurgencia actual, aunque con raíces históricas, comenzó en 2017. 

Su evolución ha sido compleja, y ha estado marcada por la radicalización de grupos locales y su posterior afiliación a redes yihadistas internacionales. 

Fotografía de archive de soldados del Ejército de Burkina Faso en la carretera de Gorgadji, en el área del Sahel - Luc Gnago/REUTERS

El conflicto en Cabo Delgado tiene como protagonista al grupo conocido localmente como Ahlu Sunna Wal Jama'a (ASWJ), también denominado al-Shabab en Mozambique, aunque sin vínculos con el grupo somalí del mismo nombre. ASWJ fue fundado en 2007 por estudiantes salafistas descontentos con las autoridades islámicas establecidas en Mozambique. Sus predicadores fundamentalistas locales prometían que la sharía, o ley islámica, traería igualdad y un reparto justo de la riqueza, un patrón que hemos visto en regiones como el Sahel y que inevitablemente caló en una población marcada por la exclusión. 

Las motivaciones que impulsaron la formación de ASWJ y el apoyo a la insurgencia son tan diversas como familiares, disputas por la tierra y desplazamiento a causa de la expansión de empresas dedicadas a la extracción de minerales, una corrupción endémica, que derivó en la congelación de fondos por parte de donantes y la cancelación de programas del FMI, lo que afectó directamente a las condiciones de vida de la población, la  falta de expectativas y pobreza, el desempleo juvenil, que alcanza el 88% según UNICEF, los tráficos ilícitos con todo lo que ello lleva aparejado…Todos los elementos que tantas veces hemos visto converger y que facilitan la captación y reclutamiento de jóvenes que a la postre sólo buscan una referencia y algo de esperanza. Y en este caso fue el ASWJ el que se presentó como una alternativa que prometía justicia y equidad a través de la ley islámica. 

La actual escalada de la violencia comenzó en octubre de 2017, cuando jóvenes musulmanes radicalizados, identificados como ASWJ, lanzaron su primer ataque exitoso contra una estación de policía local y un puesto del ejército en Mocímboa da Praia, una ciudad portuaria en Cabo Delgado.  

Durante los primeros años, los ataques se extendieron a los distritos costeros de Macomia y Palma, habitados principalmente por grupos étnicos Kimwani o Makua. Las emboscadas a vehículos y las decapitaciones se convirtieron rápidamente en una parte integral de sus tácticas, ampliando su alcance territorial y atacando nuevas ciudades. 

Armas confiscadas a células leales al Daesh  en el Sahel, según la agencia antiterrorista de Marruecos, se exhiben en la sede de la Oficina Central de Investigaciones Judiciales (BCIJ) en Sale, Marruecos, el 24 de febrero de 2025 - REUTERS/AHMED ELJECHTIMI 

El bienio 2020-2021 es considerado el período de mayor intensidad de la actividad terrorista. Pero a partir de junio de 2020, apareció un factor diferencial, los ataques de ASWJ comenzaron a ser reivindicados por la franquicia del Estado Islámico, ISCAP (Provincia del Estado Islámico de África Central), la misma franquicia regional que reivindicaba atentados en el noreste de la República Democrática del Congo. Un informe de la ONU de enero de 2020 ya señalaba que la rama somalí del Estado Islámico dirigía operaciones tanto en la RDC como en Mozambique. 

Aunque la relación operativa y el apoyo material directo del "Estado Islámico central" a los insurgentes mozambiqueños no están completamente probados, existe un claro vínculo ideológico y declarativo, con los ataques de ASWJ apareciendo regularmente en el boletín de propaganda del Estado Islámico, Al Naba. Alrededor de mayo de 2022, los yihadistas en Cabo Delgado comenzaron a referirse a sí mismos como Estado Islámico de Mozambique, diferenciando nominalmente su actividad de la de ISCAP y buscando establecerse como una provincia propia dentro de la estructura del Estado Islámico. Desde entonces, la brutalidad de las acciones no ha hecho más que incrementarse, siendo un claro ejemplo la campaña desarrollada entre 2023 y 2024, denominada por los propios yihadistas, “mátalos donde los encuentres”, superando el número de ataques llevados a cabo en los primeros meses de 2024 a todos los documentados en 2023. 

Desde principios de julio de este año, una nueva ola de violencia ha desplazado a casi 60.000 personas en dos semanas, principalmente en el distrito de Chiúre, el más afectado. 

Esta fotografía sin fecha entregada por el ejército francés muestra a tres mercenarios rusos, a la derecha, en el norte de Mali - PHOTO/EJÉRCITO FRANCÉS via AP

La violencia en Cabo Delgado ha desencadenado una de las crisis de refugiados más severas de África. Desde 2017, más de un millón de personas han sido obligadas a huir de sus hogares. Hasta junio de 2022, se habían desplazado 946.508 personas a la región sur de la provincia y a otras zonas del país. Las oleadas recurrentes de violencia han forzado a algunas familias a huir varias veces, buscando refugio en zonas más seguras como Pemba, Metuge y Montepuez. Recientemente, entre el 20 y el 28 de julio de 2025, los ataques de grupos armados desplazaron al menos 46.667 personas en los distritos de Chiúre, Ancuabe y Muidumbe, siendo Chiúre el más afectado con más de 42.000 personas desarraigadas, más de la mitad de ellos niños. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) reportó que casi 60.000 personas huyeron de Cabo Delgado en solo dos semanas en julio de 2025. 

Como señalábamos al comienzo de estas líneas, esta violencia tiene como blanco principal a las comunidades católicas en un claro intento de limpieza étnica/religiosa. Sin embargo, la evolución de la situación y la sucesión de hechos debería hacer saltar todas las alarmas, pues también en el sur de África se está produciendo lo que podríamos llamar la “sahelización” de los conflictos, tanto en las causas como en los actores y las tácticas empleadas. Si no encontramos la forma de frenar esta evolución, mucho antes de lo que pensamos, la situación en África será insostenible y tendremos a un actor principal cuya máxima aspiración es la desaparición de Europa tal y como la conocemos hoy con control sobre un continente clave para nuestro futuro. El tiempo no deja de correr.