El fenómeno terrorista ha ido evolucionando a lo largo de la historia adaptándose tanto a la evolución política, como a las diversas circunstancias que han ido conformando el mundo tal y como lo conocemos hoy día

Orígenes y evolución del fenómeno terrorista

PHOTO/OFICINA DE PRENSA DEL GOBIERNO ISRAELÍ - Fotografía de archivo, el líder del Likud, Menahem Begin, se dirige a la Knesset, el 10 de marzo de 1974

Un repaso histórico a la evolución del fenómeno terrorista.

Si convenimos en situar el origen del terrorismo en su forma actual en la segunda mitad del siglo XIX, podemos observar cómo tanto las razones que han servido de base para el terrorismo como los métodos empleados han evolucionado del mismo modo en que lo ha hecho la política, la forma de hacer la guerra, las relaciones internacionales o cualquier otro aspecto de la condición social y humana. Y en cada etapa se puede identificar un tipo de terrorismo predominante.

Del mismo modo y cuando nos referimos a la forma de actuar, los diversos grupos terroristas han ido adaptándola a los tiempos. No solo condicionados por los cambios mencionados, sino por los avances técnicos e, incluso, por los condicionantes morales predominantes en la sociedad en cada momento.

Evolución del fenómeno

El terrorismo es por encima de todo una herramienta o, si se quiere expresar de otra forma, una técnica. Esta técnica es tan antigua como la guerra en sí misma, si bien es cierto que comienza a tomar la forma actual entre mediados y finales del siglo XIX.

Como fenómeno político, el terrorismo es definido por la dualidad entre la ideología propia y su implementación. Y por el mismo motivo, es un fenómeno existente solo dentro de un contexto histórico y cultural.

Durante más de tres décadas, las actividades de los movimientos o grupos terroristas estaban íntimamente ligadas a la ideología marxista. Por el contrario, los grupos terroristas de dicha ideología son una minoría hoy día. Y lo mismo puede aplicarse a la historia de los movimientos terroristas desde su inicio: todos han estado condicionados por el contexto político y social en el que surgieron, actuaron y desaparecieron.

A pesar de que el terrorismo es un fenómeno que está en un proceso continuo de evolución o reinvención, la falta de continuidad entre cada generación de terroristas con frecuencia implica una brecha ideológica o de fundamentos y de forma de actuar con el pasado.

En la actualidad, la importancia del componente cultural es más claro en movimientos terroristas de inspiración religiosa que en aquellos de tendencia puramente ideológica o nacionalista.

Una organización terrorista es, por definición, una organización que se enfrenta al aparato del Estado. La naturaleza de esa oposición es la que marca el carácter del movimiento.

Si el aparato del Estado es en esencia racional, el movimiento terrorista apela principalmente a la parte emocional. Pero cuando la máquina del Estado actúa basándose en políticas realistas y teniendo en cuenta la correlación de fuerzas, los movimientos terroristas tienden a imbuir sus motivaciones de un fuerte tono moral, siempre acorde a la ideología en juego, y a vender la baza del fuerte contra el débil, confiando en el impacto sicológico de esta en su adversario.

Al terrorismo actual, algunos especialistas lo denominan bottom-up terrorism —terrorismo de abajo hacia arriba es la traducción literal—, pero el opuesto, el top-down terrorism, que es lo que llamamos terrorismo de Estado, ha sido sin lugar a dudas el más prevalente a lo largo de la historia. Este tuvo su época de esplendor durante el siglo pasado con la irrupción de los regímenes totalitarios. Y en términos de víctimas, es este último el que ha causado un mayor número de ellas.

No obstante, en no pocas ocasiones, la frontera entre ambas formas de terrorismo es muy difusa, y como ejemplo tenemos la forma de actuar de Lenin antes de 1917 y después de hacerse con el poder. No es infrecuente hoy día ver como personajes, que en el momento actual son considerados terroristas, se convierten al tiempo en jefes de Estado con los cuales los gobiernos que antes les otorgaban tal consideración ahora han de relacionarse con ellos en el plano.

Desde sus comienzos, los movimientos terroristas estuvieron sujetos a una permanente evolución o adaptación a la situación y a los tiempos.

Para este somero análisis de la evolución del fenómeno será la teoría de las “olas del terrorismo” la que utilicemos.

La revolución ha sido el objetivo primordial en cada una de las olas; la diferencia estriba en el modo diferente de entender dicha revolución. La mayor parte de los grupos terroristas entienden por revolución la secesión de un territorio o la autodeterminación. Ese principio, en base al cual cualquier pueblo debe poder gobernarse a sí mismo, fue afianzado por la Revolución Francesa y la americana. Las tres primeras olas tuvieron una duración aproximada de entre 40 y 45 años, pero la tercera fue en cierto modo acortada. El patrón seguido es asimilable al patrón del ciclo de la vida, en el cual los sueños o aspiraciones que inspiran a una generación pierden su atractivo para la inmediatamente posterior. Pero es más que evidente que el ciclo de vida de las diferentes olas terroristas no tiene una correspondencia directa con el de las organizaciones que en cada una de ellas actuaron.

Por lo general, los grupos terroristas han ido desapareciendo antes de que lo hiciera la ola en sí misma; aunque hay casos en los que ciertas organizaciones han sobrevivido a la ola con la que nacieron y a la que estaban asociados, adaptando en ocasiones sus procedimientos al nuevo momento que enfrentaban. Un caso claro es el IRA, que comenzó con la ola anticolonial en los años veinte y que ha estado operando hasta entrado el siglo XXI. Para poder tener una referencia, la media de vida de los grupos terroristas de la ola de la Nueva Izquierda fue de dos años.

Atalayar_Miembros del grupo terrorista Ejército Republicano Irlandés Provisional
Las olas del terrorismo

La ola anarquista, aparecida a finales del siglo XIX y que se extendió durante aproximadamente cuarenta años, tuvo su punto de inflexión a comienzos de 1880, cuando el movimiento anarquista italiano se dividió en dos facciones (división que afectó a dicho movimiento en mayor o menor medida allí donde se había implantado). Una de ellas fue la rama revolucionaria y anarco-comunista, mientras que la otra estaba más próxima al socialismo de la época. La ruptura se hizo definitiva en 1892. A partir de ese momento, el anarquismo italiano, tan influyente en España, se partió en dos modelos diferentes basados en cómo llevar a cabo la acción de difundir su doctrina.

Por un lado, estaban aquellos que preconizaban la violencia y las acciones contra individuos concretos, lo que se denominó “propaganda por el hecho”, que no fueron especialmente satisfactorias a la hora de lograr el impacto y los resultados que buscaban.

Al contrario de lo sucedido en el resto de Europa, donde esa tendencia terrorista del anarquismo fue en cierto modo limitada y de corta duración, en España los ataques continuaron ya entrado el siglo XIX. Los actos individuales de violencia continuaron incluso después del establecimiento de un movimiento anarco-sindicalista legal y pacífico. 

Los objetivos, como hemos visto en apartados anteriores fueron altos representantes de la política y el sistema, llegando incluso a atentarse contra el rey. Pero el objetivo no era necesariamente desestabilizar la sociedad como sucedía, por ejemplo, en el caso de Rusia, cuya intención era provocar la respuesta del Estado para de ese modo poder denunciar las medidas desmesuradas que se tomaran. La intención en el caso español era que se relacionara claramente el ataque con su  autor y con la doctrina en nombre de la cual había llevado a cabo tal acción para, de ese modo, forzar a la sociedad a conocer la fuerza e intensidad de la rabia y sentimientos revolucionarios que le habían servido de motivación.

En Francia sucedió algo totalmente diferente. El anarquismo pasó de atacar a esos personajes significados que simbolizaban el sistema que consideraban opresor, a llevar a cabo acciones indiscriminadas contra lo que ellos consideraban la burguesía. Hicieron extensivo el origen de todos los males de la sociedad a una parte de la misma, y por lo tanto la convirtieron en objetivo, llevando a cabo diversos ataques indiscriminados.

Atalayar_Emile Henry atento en el popular Café Terminus

El representante de esta corriente se llamaba Emile Henry, y para justificar sus acciones afirmó que la burguesía no distinguía entre anarquistas fuera cual fuera su tendencia. Esta los perseguía en masa haciendo responsables a todos de las acciones de unos cuantos, actuando indiscriminadamente, y que por ese mismo motivo ellos actuaban igual.

Tenemos, por tanto, una ideología que en sus comienzos avala la violencia, pero de forma individual. Son acciones llevadas a cabo por personajes concretos, en nombre de un ideal, pero sin formar parte de una campaña organizada ni dirigida con unos objetivos definidos. Solo se busca mediante la ejecución de la violencia contra los que consideran sus oponentes crear conciencia revolucionaria, y como hemos visto en el caso español, en su última etapa ni eso. Solo exteriorizar rabia e indignación.

La ola anticolonial se inicia en la segunda década del siglo XX y, para la década de los sesenta, ya había desaparecido casi en su totalidad.

La firma del Tratado de Versalles al finalizar la Primera Guerra Mundial desató la chispa para esta segunda ola terrorista. Los imperios que habían sido derrotados fueron desmembrados aplicando el derecho de autodeterminación de los pueblos. En aquellos lugares donde la independencia no era algo inmediatamente viable, se entendió que su situación era algo transitorio y que tenían un mandato cuyo destino final era la independencia. Pero las potencias vencedoras no pudieron poner en marcha el proceso y la aplicación de ese principio sin suscitar preguntas e inquietudes sobre la legitimidad de sus propios imperios coloniales.

Atalayar_Firma del Tratado de Versalles al finalizar la Primera Guerra Mundial

Las campañas terroristas de la ola anticolonial se llevaron a cabo en territorios donde coexistían diferentes puntos entre la población local sobre la forma de gobierno a que aspiraban. La situación final deseada fue diferente entre los grupos de esta ola. El final de la colonización era el objetivo común, pero la mayor parte de las organizaciones nacidas a consecuencia de este nuevo conflicto territorial solo obtuvo parte de lo que buscaban.

Las tácticas empleadas por los grupos surgidos durante esta segunda ola difieren en varios aspectos con respecto a las que se usaron en la primera. El ataque a entidades representativas del poder económico o acciones como el robo de bancos fueron mucho menos frecuente, entre otros motivos porque la diáspora de aquellos pueblos que pretendían la independencia fue quien llevó el peso de la financiación de los movimientos terroristas.

Atalayar_Miembros de la organización terrorista Lehi

Muy relevante fue la lección aprendida de las acciones llevadas a cabo con la finalidad de asesinar a prominentes figuras políticas. Este tipo de acciones, en la mayoría de las ocasiones, era contraproducente. Una organización que se salió, podemos decir del patrón adoptado y continuó con esta vieja práctica, fue el grupo Lehi. Un grupo sionista revisionista al que los británicos llamaron la Stern Gang. El tiempo demostró que fueron mucho menos eficaces que sus contemporáneos en la lucha por la independencia. La nueva estrategia se centró inicialmente en cometer asesinatos sistemáticos de miembros de las fuerzas de seguridad, que no eran sino los ojos y los oídos del gobierno de la metrópoli. El razonamiento de los terroristas era forzar que la metrópoli sustituyera las fuerzas policiales por las militares, lo cual —a su entender— llevaría a un aumento de la violencia hacia la población en general cometiendo atrocidades que desatarían una ola de apoyo a sus intereses.

Estos grupos usaron tácticas de guerra de guerrillas contra las fuerzas militares, golpeando y huyendo y confundiéndose entre la población civil para ocultar sus armas e identidades.

Las organizaciones anticoloniales buscaron una nueva forma de describirse a sí mismas. El término “terrorista” arrastraba demasiadas malas connotaciones por lo sucedido en décadas pasadas durante la fase álgida del movimiento anarquista.

Atalayar_Declaración de Lehi como organización terrorista, 20 de septiembre de 1948

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, con la desaparición de los últimos imperios europeos, los motivos que hicieron surgir a los grupos anticoloniales habían disminuido sensiblemente. Algunos grupos permanecieron activos, como fue el caso del IRA, pero el objetivo general de acabar con las potencias coloniales se había logrado.

En la que se conoce como tercera ola, la ola de la Nueva Izquierda, el radicalismo se combina frecuentemente con el nacionalismo, como sucedió en el caso de España y la banda terrorista ETA, con el Ejército Secreto para la Liberación de Armenia, El Frente Corso de Liberación Nacional o el IRA.

La Guerra de Vietnam puede considerarse en cierto modo como el evento internacional que provocó esta tercera ola. Durante la década de los sesenta los grupos terroristas pusieron el foco en asumir una ideología alineada con las de la revolución marxista, tratando de derribar el vigente sistema capitalista

La eficacia del Viet Cong contra las tropas de EEUU creó una esperanza radical de que el sistema opresor occidental era vulnerable a los cambios. Nacieron bajo esa ideología grupos como las Brigadas Rojas en Italia o la Facción Armada del Ejército Rojo en Alemania.

El ethos revolucionario de la ola de la Nueva Izquierda trascendió las fronteras nacionales y creó puntos de unión y colaboración entre grupos terroristas que habían nacido de manera independiente.

Un panorama internacional dominado por la Guerra Fría y el creciente conflicto de Palestina sirvió para inflamar el mundo terrorista; y una organización como la OLP institucionalizó el entrenamiento de terroristas de diferentes grupos, estableciendo campos de entrenamiento en el Líbano con el apoyo de algunos países árabes y de la Unión Soviética.

Algunos de estos nuevos grupos llevaron a cabo sus acciones solo dentro de las fronteras de sus respectivos países, buscando objetivos de relevancia internacional principalmente asociados a EEUU. Otros, en cambio, saltaron esas fronteras y operaron fuera de ellas en cooperación con terroristas de otros países. Podemos poner como ejemplo los atentados de Munich en 1972 durante las olimpiadas o el secuestro de los ministros de la OPEP en Viena en 1975. Esta puesta en común de recursos hizo renacer el concepto de “terrorismo internacional”, que se usó para describir la nueva forma de operar y distinguir a los grupos que cooperaban entre sí desde comienzos del siglo XX.

Raptos, secuestros y toma de rehenes se convirtieron en las técnicas distintivas de este periodo. Como en la ola anarquista, los terroristas de la Nueva Izquierda eligieron objetivos de alto nivel. El secuestro de aviones fue frecuentemente usado para obtener un gran número de rehenes para negociar. Como dato significativo, hay que señalar que en solo tres décadas se produjeron más de 700 secuestros.

El secuestro comenzó siendo usado como una manera de ganar relevancia política y mediática, pero pronto se convirtió en una lucrativa forma de financiación, sobre todo cuando comprobaron como las grandes compañías comenzaron a asegurar a sus altos ejecutivos.

También la táctica de asesinar a jefes de Estado o figuras relevantes propias de la primera ola fue asumida en este periodo. El incidente más relevante fue el secuestro y asesinato del primer ministro italiano Aldo Moro en 1979 a manos de las Brigadas Rojas, después de que su Gobierno se negara a negociar las condiciones impuestas para su liberación. Otros objetivos relevantes fueron el embajador británico en Irlanda, la primera ministra Margareth Thatcher y el rey Husein de Jordania.

Atalayar_político italiano Aldo Moro

La diferencia con la ola anarquista la encontramos en los motivos. Si en la primera esas figuras relevantes eran tomadas como objetivo simplemente por el cargo que ocupaban, en la segunda el motivo era el castigo o venganza por las acciones o políticas llevadas a cabo en contra de la ideología o intereses del grupo.

En la evolución ideológica que fueron sufriendo estos grupos, el patrón, en cierto modo, recuerda a los anarquistas de la primera ola, cuando asumían como propias ciertas aspiraciones nacionalistas. A pesar de ciertos fracasos iniciales, esa alianza o asunción de nuevos postulados salió adelante por la razón de que la autodeterminación siempre es un reclamo a más largo plazo que el radicalismo ideológico revolucionario. No obstante, la mayor parte de estos grupos cosecharon un gran fracaso pronto. Y los que siguieron adelante no llegaron muy lejos, entre otros motivos, porque los países afectados, Turquía, España y Francia, no se consideraban en esos casos potencias coloniales (tampoco los consideró así la comunidad internacional) lo cual no les proporcionó a los separatistas la ambivalencia necesaria para ganar su lucha.

La tercera ola comenzó a decaer a finales de la década de los ochenta con el final de la Guerra Fría. La eficacia de los grupos terroristas decreció por su incapacidad de negociar las demandas impuestas por diferentes actores internacionales. Tratar de operar compitiendo con las necesidades de otros grupos los llevó a descuidar sus bases domésticas, y eso unido a la resistencia de la comunidad internacional a las demandas de los grupos terroristas y la reticencia cada vez mayor a llevar a cabo negociaciones de cualquier tipo con estos grupos, llevaron a la progresiva disipación de los movimientos de la Nueva Izquierda.

La aparición de la cuarta ola,  ola religiosa, se solapa con el final de la tercera, pues aparece en la década de los setenta. Esta ola tiene grandes diferencias con sus predecesoras y se caracteriza —y es de donde toma su nombre— porque, por primera vez, el elemento inspirador y motivador de los grupos terroristas se basa en las creencias religiosas y no en alcanzar objetivos políticos, aunque como veremos ese hecho también ha evolucionado y tiene sus matices donde lo político y lo religioso se entremezclan.

El modelo de Rapoport otorga a las tres primeras olas un ciclo de vida de aproximadamente 40 años, pero ese dato por sí solo no aporta pruebas de que esto vaya a ser el patrón de la ola religiosa. Es más, la aparición de Al Qaeda y con posterioridad del fenómeno del DAESH, hacen pensar que la violencia motivada por el fundamentalismo religioso no está en retroceso y podría continuar siendo la fuerza dominante en el terrorismo internacional durante mucho tiempo

Atalayar_Osama Bin Laden

En las tres fases previas la identidad religiosa, o la ausencia de esta, era en cierto modo importante; la identidad étnica o religiosa con frecuencia se superponen, como es el caso de Armenia, Macedonia, Chipre, Israel, Palestina, etc. Pero el objetivo anterior era crear estados soberanos seculares, en principio no muy diferentes a los ya presentes en el concierto internacional.

La religión sin embargo presenta un enorme elemento diferenciador en esta fase, sustituyendo justificaciones para tomar el camino del terrorismo y organizando los principios del nuevo mundo que se pretende establecer. El hecho religioso otorga a esta ola una fuerza sin precedentes y unas propiedades y características únicas.

La ola religiosa fue consecuencia de tres eventos principales en el mundo islámico: la revolución de los ayatolás en Irán, el comienzo de un nuevo siglo en el calendario islámico y la invasión Soviética de Afganistán. Esos tres elementos allanaron el camino para que el fundamentalismo religioso se abriera paso eclipsando ideologías políticas y seculares que habían sido el motor de las olas previas.

Los grupos de esta cuarta ola han recurrido, mucho más que sus predecesores de la Nueva Izquierda, a ataques masivos e indiscriminados contra instalaciones gubernamentales y militares. Instalaciones pertenecientes a EEUU en particular han sido objetivos frecuentes. Una emboscada en Somalia, que derivó en la conocida como Batalla de Mogadiscio, forzó a las fuerzas norteamericanas a abandonar el país, después de haber abandonado ya el Líbano. Ataques suicidas contra puestos militares en Yemen, Arabia Saudí e incluso contra un destructor de la Navy fueron acciones que quedaron sin respuesta. De un modo similar, las embajadas americanas en Kenia y Tanzania fueron atacadas causando un gran número de bajas entre la población civil.

En 1993 tuvo lugar el primer ataque exitoso de terroristas extranjeros en suelo americano, su objetivo fue el World Trade Center. Después de estos diversos intentos infructuosos buscaron de nuevo atacar en EEUU, hasta que el 11 de septiembre de 2001, y tras el ataque que derribó las torres gemelas, se inició lo que se denominó “la guerra contra el terrorismo”.

Atalayar_World Trade Center

Esta cuarta ola ha visto surgir una organización con un propósito y un patrón de reclutamiento únicos en la historia del terrorismo: Al Qaeda, liderada y financiada por el saudí Osama Bin Laden. Su objetivo, crear un solo Estado para todos los musulmanes, un Estado que ya existió siglos atrás y que fuera gobernado por la Sharia o ley islámica.

Su llamada caló en las comunidades suníes de Oriente Medio, África y Asia. Hasta el momento, cada organización terrorista reclutaba a sus militantes en su propio país, en cambio Al Qaeda reclutó miembros de todas las comunidades suníes, incluyendo aquellos que se habían establecido en occidente.

Los grupos islamistas violentos son el corazón de la ola religiosa, y han sido los responsables de los ataques más significativos a nivel mundial desde la década de los noventa. Eso sí, no han sido las únicas organizaciones terroristas religiosas que han recurrido a la violencia para lograr sus objetivos. Grupos como Boko Haram, Al Qaeda, Hizbulá y más recientemente el Daesh han recibido casi toda la atención desde el comienzo de esta etapa, pero otras organizaciones terroristas también han usado la fe para justificar sus acciones violentas. Terroristas judíos han usado la violencia en Israel, atacando objetivos musulmanes y llegando a asesinar al primer ministro Isaac Rabin en 1995. Otros grupos notables integrantes de la cuarta ola son el Ejército de Resistencia del Señor, grupo rebelde de religión cristiana que opera en África y tristemente conocido por arrasar aldeas enteras y secuestrar niños para usarlos como combatientes, y el grupo Aum Shinrikyo, de culto budista-hinduista, responsable de un atentado con gas nervioso en el metro de Tokio en 1995.

Atalayar_Cartel de búsqueda del líder de Boko Haram

En lo que se refiere a las tácticas empleadas, la cuarta ola ha dejado de lado las más usadas en la tercera, tales como secuestros y toma de rehenes, empleando los ataques suicidas como la forma más habitual de actuación. Esta innovación táctica es extremadamente letal; puede emplearse en cualquier medio y circunstancia, y sus consecuencias son mucho más terribles, causando por lo general gran número de víctimas. El empleo de terroristas suicidas retoma el recurso del martirio empleado por los anarquistas de la primera ola. La propaganda anarquista resaltaba que la muerte de un revolucionario durante una acción en pos de la causa era algo noble, y que ese último sacrificio era la mejor manera de demostrar su total entrega a la misma.

A pesar de que la tradicional visión que tenemos de estas acciones nos lleva a pensar que solo una aspiración tan alta como la recompensa del Paraíso puede inspirar tales actos, los ataques suicidas también han sido empleados por grupos seculares, incluyendo, por ejemplo, a los Tigres Tamiles de Liberación en Sri Lanka. Durante un periodo de trece años recurrieron a esa técnica en 171 ocasiones, incluyendo la que acabó con la vida del primer ministro indio, Rajiv Gandhi, en 1991 y con el presidente de Sri Lanka, Ranasinghe Premadasa, en 1993. A este grupo se le atribuye la “invención” de los cinturones explosivos y también se le considera pionero en el empleo de mujeres para cometer ataques suicidas.

Atalayar_Velupillai Prabhakaran

Otro elemento característico de esta ola es la significativa disminución del número de organizaciones terroristas. De los aproximadamente 200 grupos activos en la década de los ochenta en poco más de una década el número se ha reducido a unos cuarenta, algo que puede atribuirse al cambio en base del terrorismo, que como hemos visto ha pasado de ser de corte nacionalista a religioso.

Las principales comunidades religiosas tienen una masa crítica de seguidores mucho mayor que cualquier organización nacionalista, proporcionando a las facciones extremistas muchas más opciones de reclutamiento. Los movimientos terroristas seculares provienen principalmente de países de religión cristiana, pero esta religión tiene más divisiones y diferentes escisiones que la mayoría, lo cual da como resultado una base algo más débil y fracturada.

Si exceptuamos el ataque en Oklahoma, la violencia de base cristiana ha sido mínima durante la ola religiosa. Un dato incontestable es que las actividades terroristas de inspiración religiosa, con excepción del extremismo islámico han desaparecido virtualmente del escenario internacional desde los ataques del 11 de septiembre.

Otro apunte muy interesante es que, durante las dos primeras décadas de esta etapa, los Estados con población de mayoría musulmana fueron los que sufrieron el mayor número de ataques terroristas. Por el contrario, en la segunda parte de este periodo han sido los Estados no musulmanes u occidentales lo que han experimentado un repunte significativo de ataques dentro de sus fronteras.

Todas las organizaciones terroristas tienen en su historial hechos de muerte y destrucción, pero los grupos religiosos de la cuarta ola han sido, de lejos, los más letales. El extremismo religioso ha causado más bajas que cualquier grupo terrorista movido por otra motivación, exhibiendo, además, un denodado interés por violar todas las normas sociales, apartarse de ellas y mantenerse al margen de los sistemas sociales actuales y de las leyes que rigen en los Estados laicos. De hecho, el objetivo último de los principales grupos radicales islamistas es destruir y reemplazar el modelo de Estado surgido tras la paz de Westfalia por un Califato libre de cualquier influencia occidental.

Los terroristas que actúan por una motivación religiosa creen que están inmersos en una lucha por el poder entre el bien y el mal, lo cual implica la necesidad de eliminar lo que ellos consideran objetivos legítimos, por ser encarnación del mal en una guerra sin cuartel y sin final. Esto los lleva a deshumanizar a sus víctimas, lo cual hace mucho más fácil llevar a cabo cualquier tipo de ataque.

La desconexión emocional que se produce entre sus acciones y sus víctimas permite a los extremistas religiosos violentos tener menos reparos en su forma de actuar ya que no tienen en consideración cualquier reacción humana y están convencidos de estar llevando a cabo los designios de su divinidad.

Tienen la firme creencia de que la religión les proporciona la superioridad moral necesaria para ejercer la violencia, y al equiparar sus acciones a la lucha entre su dios y el diablo, ciertos actores políticos llegan a avalar esa forma de pensar que justifica el empleo de cualquier medio por violento que sea.

La realidad actual es que estamos inmersos en la que hasta ahora ha sido la etapa más violenta de la historia del terrorismo. Esta ola religiosa ha convertido el movimiento terrorista en un fenómeno global, o mejor dicho, transnacional, que por primera vez afecta a todos por igual, que no duda en emplear todos los medios a su alcance y que, muy probablemente, romperá el patrón temporal seguido por la olas anteriores.

Tácticas, técnicas y procedimientos

Tomando como referencia de nuevo la teoría de las olas de Rapoport vemos como en cada etapa del movimiento terrorista los métodos empleados por estos han ido cambiando, y han utilizado unos u otros según la ideología de los grupos y la finalidad de su lucha; y aunque pueda parecer incongruente e incluso hipócrita, los han adaptado a los condicionantes sociales y morales de cada época. Se da incluso la circunstancia de que formas de actuar empleadas en una etapa y dejadas de lado en la siguiente han sido retomadas casi un siglo después. Evidentemente, los avances tecnológicos también han contribuido a la evolución tanto de las tácticas como de las técnicas empleadas, así como la progresiva globalización. Este hecho, tan positivo para el desarrollo tiene su cara b, y es que, igual que facilita relaciones e intercambios comerciales y de información o servicios casi sin trabas y a una velocidad hasta hace poco impensable, permite lo mismo para la comisión de todo tipo de actividades ilegales, y el terrorismo no es una excepción.

Especialmente interesante es el caso de los ataques suicidas. Durante la ola anarquista morir por la causa era una demostración de entrega a la misma y una manera de remover conciencias para lograr adeptos. El objetivo no era inmolarse sin más; hemos de verlo como la determinación de llevar a cabo el ataque aun a sabiendas de que el atacante no tenía opción de escapar, lo cual lo convertiría en un mártir en cierto modo. Esta manera de actuar desapareció en la segunda y tercera ola, entre otros motivos por una razón pragmática. El reclutamiento de miembros era mucho menor y perder a un elemento en una acción no era rentable para las organizaciones terroristas. 

Pero en la ola religiosa que estamos viviendo esa técnica se ha recuperado, aunque no en el sentido en el que era empleada por los anarquistas; ahora el atacante, si pretende morir, busca conscientemente inmolarse por el convencimiento de que, de esa forma, alcanzará la gloria del Paraíso. El punto en común con la primera ola lo encontramos en la parte propagandística o martirial del hecho, que sirve de ejemplo para otros y ayuda a reclutar nuevos miembros. Y otro factor determinante es la gran masa crítica que tienen los movimientos religiosos extremistas, que les permite no considerar a esos “combatientes de a pie” un recurso crítico, por lo que perderlos durante el transcurso de una acción les compensa por el número de bajas que causan y el impacto mediático que suponen este tipo de ataques.

Al contrario de la visión del terrorismo que se difunde a través de los medios de comunicación, la mayor parte de los ataques depende de la facilidad con que estos grupos puede acceder al equipamiento y armamento adecuados. Como es obvio, los medios más profusamente empleados son los explosivos y las armas de fuego. El 80% de los ataques emplea unas u otros. Los explosivos más usados son aquellos de más fácil acceso, especialmente la dinamita (relativamente accesible mediante robos en explotaciones mineras), granadas de mano (procedentes del mercado negro; pequeñas, poco pesadas y fáciles de transportar y ocultar), granadas de mortero (procedentes de cualquiera de las decenas de zonas de conflicto) y algo muy característico de la cuarta ola, los artefactos explosivos improvisados (IED), construidos con explosivos caseros que son fabricados por los propios terroristas (tenemos dos ejemplos muy claros, el famoso amonal, usado en España por la banda terrorista ETA, y el TATP, característico de los atentados de radicalistas islámicos).

La evolución de las tácticas empleadas ha estado condicionada por dos elementos principales. Uno, el fundamental, el objetivo de los grupos terroristas —no el objetivo concreto a batir, sino el final de su lucha—, y otro, la disponibilidad o accesibilidad al equipo adecuado.

Cuando, en el periodo anarquista, se buscaba la eliminación de figuras concretas y prominentes, los ataques con arma de fuego o incluso con arma blanca eran la tónica habitual, requiriendo ello además un contacto casi directo con la víctima y provocando casi de facto la captura o muerte del atacante (buscando ese martirio del que ya hemos hablado). Incluso los ataques con artefactos explosivos eran con dispositivos de pequeña potencia (uno de los más comunes fue la bomba Orsini). Solo cuando se produjo el cambio en el seno del movimiento y se tomó a toda la burguesía como objetivo, se emplearon artefactos de más potencia con la finalidad de causar más víctimas de manera indiscriminada.

Durante la segunda ola, las tácticas evolucionaron hacia lo más parecido a una guerra de guerrillas, empleando principalmente armas de fuego y dándose, en no pocas ocasiones, enfrentamientos casi de corte militar. No hay que olvidar que gran parte de los componentes de los movimientos terroristas eran excombatientes de la Primera Guerra Mundial con formación militar y experiencia en combate.

La tercera ola, en su primera parte, retomó en cierto modo las tácticas de la primera, buscando atentados más selectivos y de gran impacto mediático. Los grupos trataron de medir muy bien las consecuencias de sus acciones para que estas no resultaran contraproducentes; pero la manipulación de los grupos terroristas por las potencias en litigio durante la Guerra Fría, que los usaron como lo que hoy conocemos como proxies para combatir a su oponente desestabilizando al bloque opuesto o tratando de derrocar o instaurar gobiernos de un signo u otro, llevó consigo la realización de acciones cada vez más violentas e indiscriminadas. En esta etapa, el acceso a armas y explosivos lo garantizaba el bloque que les apoyaba, así como el necesario apoyo financiero. Durante la segunda mitad de la ola de la Nueva Izquierda, y con la internacionalización del terrorismo, la cooperación entre algunos movimientos y la aparición del fenómeno religioso como catalizador, se produjo un salto cualitativo, y comenzaron a ser habituales técnicas como el coche bomba, sistema del todo indiscriminado que buscaba causar cuantas más víctimas mejor. La violencia se hizo más extrema, especialmente en los grupos de corte nacionalista y en los nuevos de motivación religiosa que comenzaban a surgir. 

Atalayar_estación de metro de Tsukiji en Tokio

Con la aparición de la ola religiosa, las técnicas y tácticas empleadas sufrieron una nueva y compleja evolución. Los ataques aumentaron en violencia. La mayoría de los integrantes de estos grupos poseen experiencia militar previa por la participación en conflictos armados en sus zonas de origen. El empleo de armas de guerra, tales como fusiles de asalto o granadas de mano, se convierte en algo común, y  la aparición de terroristas suicidas es otro cambio significativo de esta fase, en cuanto a los modos de actuación se refiere. Pero el avance más significativo lo representa la ejecución de ataques complejos e indiscriminados contra la población civil, donde se combina el empleo de explosivos, por lo general por terroristas suicidas, con ataques con armas de guerra. Un ejemplo lo tenemos en los atentados de París en noviembre de 2015.

El empleo de otros recursos, tales como armas químicas, biológicas o radiactivas, ha sido esporádico y poco significativo, siendo la acción más conocida el atentado contra el metro de Tokio en 1995. No obstante, es una opción que no se puede descartar. De hecho, han sido varios los intentos por parte de estos grupos de hacerse con el material necesario para la confección de dispositivos con dichas características. La complejidad a la hora de manipular los componentes necesarios y la necesidad de personal muy experto y cualificado han sido hasta el momento los mayores frenos a su uso, el cual no es descartable en cualquier momento dado la idiosincrasia del terrorismo típico de esta cuarta ola.

Bibliografía
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