La revivida incertidumbre de la amenaza nuclear
“Dios no quiera que yo tenga que tomar la decisión de utilizar estas armas, pero no tendré duda alguna si nos agreden”. Los discursos del presidente bielorruso, Alekshandr Lukashenko, suelen tener el tono alarmante galardón de ser el principal aliado del Kremlin en Europa, pero sus últimas declaraciones sobre el uso de las armas nucleares reviven las ascuas del viejo fantasma del siglo XX.
La fecha estaba totalmente encuadrada. El 8 de julio la Rusia de Putin comenzaría el traslado al país vecino de las tan mencionadas armas nucleares tácticas, con todo preparado para el discurso propagandístico del elemento disuasorio para Occidente. Así lo acordaron los dos mandatarios en una reunión en Sochi, la residencia de verano de Putin a orillas del mar Negro, en una imagen icónica para la imparable carrera armamentística: “Comenzaremos el despliegue en su territorio del armamento correspondiente”. Pero Lukashenko, una vez más, se adelantó en sacar la carta nuclear frente a la milimétrica agenda del Kremlin.
Cinco días tardó el presidente bielorruso de romper la fecha establecida a gusto de ser el centro mediático mundial. “Tenemos misiles y bombas que hemos recibido de Rusia”, declaró en una entrevista a la televisión estatal rusa. No sin advertir que son tres veces más poderosas que las bombas atómicas que Estados Unidos lanzó en Hiroshima y Nagasaki.
No es la primera contracción entre los socios, y menos respecto a las armas nucleares. La amenaza de Lukashenko sobre el uso de armas nucleares desbarató el propio objetivo de Rusia sobre el traslado del arsenal a Bielorrusia porque el Kremlin se adjudicó el control del uso de las ojivas. Fue el propio ministro de Defensa ruso, Sergeui Shoigu, quien se encargó de asegurar tales prerrogativas en una visita oficial a Minsk y en un memorándum firmado con su homólogo, Victor Jrenin.
No es sólo un adelanto. El complejo de actor secundario de Lukashenko desbarata el anuncio que tenía previsto coincidir con la cumbre de la OTAN prevista para el 11 y 12 de julio en Lituania, a escasos kilómetros del arsenal nuclear ruso colocado al otro lado de la frontera. Para Putin no es ninguna casualidad. El despliegue obedece tan solo a una maniobra de respuesta al suministro de uranio empobrecido de Reino Unido a Ucrania y, sobre todo, a una imitación a lo que “está haciendo Estados Unidos desde hace décadas”: desplegar sus armas nucleares tácticas en el territorio de sus países aliados. Algo que, según el líder ruso, no viola las obligaciones internacionales porque “aquí tampoco hay nada inusual”.
Unión frente a unión. Si la cumbre de la OTAN reforzará la cooperación militar de los aliados, Rusia planea algo parecido con las exrepúblicas soviéticas favorables al actual régimen. En la fructífera reunión en Sochi, Putin anunció también un plan de acción ante la “presión externa” al que recurrir en un futuro cada vez más próximo: “Necesitamos centrarnos en nuestras fortalezas y en nosotros mismos. Si desarrollamos un plan de acción de este tipo, entonces nuestros socios definitivamente se unirán, estoy seguro, tanto Kazajistán como Uzbekistán. Crearemos condiciones atractivas”. Lukashenko tuvo otro modo de vender la alianza: “armas nucleares para todos”.
Adiós al New START
Hace meses que Rusia dejó en el aire más de diez años de desarme nuclear. Al término del primer aniversario de la invasión rusa de Ucrania, Putin suspendió la participación de Rusia en el New Start, el acuerdo negociado por la administración de Barack Obama y Dmitri Medvédev en 2010 por el que se limitó los arsenales nucleares de las dos potencias a 1.550 el número de cabezas nucleares operativas y 700 lanzadores desplegados, incluidos los de misiles balísticos intercontinentales. Un sueño, ya efímero, de la no proliferación de las armas nucleares.
“Me veo obligado a anunciar hoy que Rusia suspenderá su participación en el tratado de armas estratégicas ofensivas”. Los motivos que llevaron a Putin a tomar una decisión de tal calado pueden guardar muchas aristas, pero la visita de Joe Biden a Kiev y el curso recesivo de las tropas rusas en el mapa militar ucraniano pudieron tener el peso suficiente para acabar de facto con el control bilateral de armamentos nucleares. Casi con toda seguridad, el New Start no tendrá ningún sucesor cuando expire a principios de 2026, y ni Washington ni Moscú tendrán un medio formal para gestionar su enfrentamiento nuclear.
Consciente de la gravedad, Estados Unidos ha reiterado desde febrero de 2023 la petición a Rusia de respetar el tratado New START, pero Putin sigue poniendo las mismas exigencias: que la Casa Blanca que ponga fin a su apoyo a Ucrania contra la invasión rusa y que incorpore a Francia y Reino Unido a las conversaciones sobre el control del armamento.
La tensión desatada por la invasión rusa de Ucrania hace una mediación imposible para las potencias que siguen teniendo el 90% de las armas nucleares en el mundo. Se abre la puerta a una nueva época de disuasión militar, carrera armamentística e inestabilidad. Queda ahora por contar con el nuevo actor en el tablero: la China de Xi Jinping.
Punto de no retorno
“El mundo está a la deriva en uno de los periodos más peligrosos de la historia de la humanidad”. Las conclusiones del último informe del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI) son las más desalentadoras hasta el momento.
El número de ojivas nucleares potenciales continúa creciendo y modernizándose en las nueve potencias nucleares – Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte - en la misma medida que lo hacen las tensiones geopolíticas mundiales. Un caldo de cultivo que, junto a la falta de mecanismos de diálogo entre estas potencias, “incrementa el riesgo de que las armas nucleares puedan ser usadas de forma agresiva por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial”. Esa es la advertencia del centro de Estocolmo después de publicar el número de armas nucleares en todo el mundo.
Cumplimiento a la amarga y aparente contradicción que publica. Si bien el número ojivas en el mundo ha disminuido, aparecen más cabezas nucleares potencialmente utilizables que el año anterior. De las 12.512 ojivas que se contaban en enero de 2023, cerca de 9.576 estaban listas para su uso potencial, un 1% más que en el año anterior. Sin embargo, el número del armamento nuclear total ha bajado respecto a 2022: Washington pasa de tener 5.428 cabezas nucleares el año pasado a 5.244; Rusia la cifra de 5.977 se reduce a 5.889 ojivas.
Pero de poco sirven las cifras. El propio informe de SIPRI reconoce que, tras la invasión rusa de Ucrania, la transparencia sobre las armas nucleares se ha reducido de forma drástica, incluida la de China, la tercera potencia nuclear más grande del mundo y la protagonista del único incremento reseñable de su armamento nuclear. “China ha comenzado una expansión significativa de su arsenal nuclear”, asegura la noticia.
Son 60 ojivas nucleares más que el año pasado, 410 la cifra total del armamento nuclear que dispone el gigante asiático, aunque son sólo unas aproximaciones. China nunca ha desvelado cualquier dato respecto a su arsenal nuclear. Los números que manejan estas organizaciones parten del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Pendientes quedan las cifras que el régimen de Xi Jinping no ha querido informar.
“Cada vez es más difícil conjugar esta tendencia con las declaraciones de China de que su objetivo es solo tener el mínimo de fuerzas nucleares necesario para su seguridad nacional”, admite Hans M.Kristensen, investigador asociado del instituto y director del Proyecto de Información Nuclear de la Federación de Científicos Americanos (FAS).
Las previsiones que puedan apuntar a las ojivas totales del régimen de Xi Jinping son estratosféricas. China es en la actualidad la segunda potencia que más partida gasta en Defensa, sólo por detrás de Estados Unidos.
Las otras siete potencias han anunciado públicamente su intención de invertir en nuevos programas nucleares y mejorar su arsenal. “Hay una necesidad urgente de restaurar la diplomacia nuclear y reforzar los controles internacionales de armas nucleares”, concluye, alarmante, el director de SIPRI Dan Smith.
“Las armas nucleares son contrarias al islam”
No entra dentro del informe del instituto sueco, pero es la preocupación angular que rige la geopolítica en Oriente Medio. Irán podría ser el miembro número 10 de ese club de potencias nucleares, aunque el propio régimen ayatolá titubea con ese deseo. “Las armas nucleares se usan para asesinatos en masa y nosotros estamos en contra de tales matanzas. Por nuestros principios islámicos, no tenemos intención de dirigirnos hacia tales armas. De lo contrario, si quisiéramos hacerlo, no podrían impedirlo”, defiende el líder de la República Islámica, Alí Jamenei.
Va en contra de la religión, pero necesitan un pequeño arsenal para garantizar su seguridad en la región, principalmente frente a Israel. Según los informes del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), Teherán se ha enriquecido de uranio hasta alrededor del 83,7%, muy cerca del 90% necesario para fabricar una bomba nuclear. De poder fabricarla, los ayatolás habrían cruzado todas las líneas rojas del programa nuclear iraní.
De nuevo, los esfuerzos diplomáticos se recrudecen a medida que se aceleran los acontecimientos. Después de la retirada de Estados Unidos del pacto nuclear, decisión de la Administración de Donald Trump en 2018, Irán se saltó todos los compromisos alcanzados con Occidente y redobló todos sus esfuerzos en su empeño nuclear. Según ese acuerdo, entablado de forma indirecta con la Casa Blanca, se limitaba el programa nuclear iraní a cambio del levantamiento de sanciones contra el régimen.
“No hay nada de malo en un acuerdo, pero las infraestructuras de la industria nuclear no se deben tocar”, matizó Alí Jamenei. Las condiciones ahora son mayores que antes, al igual que la posibilidad de encallar en un terreno perdido.
Los avances positivos
Del escenario de desolación que proyecta, SIPRI reconoce algunos avances significativos. El instituto señala que durante el pasado año “se alcanzaron varios hitos en la diplomacia nuclear”, aunque con un plural exagerado que contaba con buenas perspectivas el programa nuclear iraní. Fuera del caso, la institución reconoció un paso al frente la entrada en vigor del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN) en enero del corriente, tras la ratificación necesaria de 50 países.
El peso de la incertidumbre nuclear
Cunde el pánico en los medios prorrusos. Los mensajes alarmistas sobre el uso de las armas nucleares desplegadas en Bielorrusia se apoderan de la atención de los medios occidentales. La baza de la incertidumbre nuclear le funciona muy bien a un Putin que, sabedor, repite jugada.
Para Sergei Karaganov, un ex asesor del presidente ruso, el Kremlin debería intensificar más esa retórica nuclear - a estilo Lukashenko - para obligar a los países occidentales a “retroceder” en Ucrania. Paso cumplido, hasta el momento. Pero si esa opción falla y Occidente hace caso omiso a las advertencias rusas, a Moscú no le quedará más remedio que llevar ataques nucleares en las ciudades europeas.
En paralelo, el diario estadounidense The Wall Street Jorunal cuenta que la administración dirigida por Joe Biden se plantea aprobar el envío de uranio empobrecido a Ucrania. Decisiones que se toman a contrarreloj en una intrépida carrera armamentística que ve dar los primeros pasos en la toma de temperatura más inmediata: la contraofensiva ucraniana. Un paso clave de la invasión que pone entre las cuerdas a un angosto acorralado Vladimir Putin.