Trump remodela la diplomacia en Oriente Medio con comercio y alianzas estratégicas
- Los acuerdos por encima de la ideología
- El caso de Israel
- Legitimación indirecta de las nuevas autoridades sirias
- Relación con Irán
- Una política eficaz, pero con riesgos
Durante su reciente gira por Oriente Medio, el presidente estadounidense Donald Trump sorprendió al mundo con un giro significativo en la política exterior de Washington. En un estilo muy distinto al de sus predecesores, especialmente los demócratas como Joe Biden o Barack Obama, Trump evitó los discursos morales sobre democracia y derechos humanos y, en su lugar, se presentó como un socio económico pragmático. El mensaje fue claro: Estados Unidos no dictará cómo deben actuar sus aliados en la región, sino que construirá relaciones basadas en intereses mutuos, beneficios compartidos y respeto soberano.
En encuentros con líderes de Arabia Saudí, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, Trump enfatizó una política de “no interferencia”, elogiando el desarrollo económico de la región y describiendo el Golfo como un “milagro moderno al estilo árabe”. Esta visión contrasta radicalmente con la de gobiernos anteriores, que utilizaron la influencia estadounidense para moldear los sistemas políticos y sociales de sus aliados, frecuentemente bajo el pretexto de promover los derechos humanos o luchar contra el terrorismo.
El presidente estadounidense no dudó en distanciarse de la línea neoconservadora de George W. Bush —con sus intervenciones en Irak y Afganistán— y criticó directamente la doctrina de "nation building". “En última instancia, los llamados constructores de naciones han destruido muchos más países de los que han construido”, dijo Trump en un foro de inversiones en Riad, haciendo una crítica implícita tanto a republicanos como demócratas que apostaron por intervenciones militares en Oriente Medio.
Los acuerdos por encima de la ideología
Durante su gira, Trump firmó multimillonarios contratos de inversión y defensa con los países del Golfo. Arabia Saudí, por ejemplo, anunció un paquete de inversiones que superan los 100.000 millones de dólares en sectores que van desde la inteligencia artificial hasta la energía renovable. Este enfoque pragmático ha sido bien recibido por los líderes regionales, que durante años han buscado mayor autonomía frente a las políticas intervencionistas de Washington.
Sina Toossi, analista del Center for International Policy, explicó en declaraciones a Al Jazeera que “el discurso de Trump en Riad marcó un cambio claro y fundamental en la política estadounidense hacia Oriente Medio”. Según Toossi, este viraje busca consolidar alianzas estratégicas basadas en la estabilidad y los beneficios económicos, y no en ideologías importadas.
Este nuevo paradigma ha generado una percepción positiva tanto hacia Trump como hacia Estados Unidos, sobre todo porque muchos ciudadanos de la región interpretan este tipo de acuerdos como un trato entre iguales, más que como imposiciones externas.
El caso de Israel
Uno de los gestos más simbólicos de esta gira fue la exclusión de Israel del itinerario. Aunque no se emitieron declaraciones oficiales al respecto, la ausencia ha sido interpretada por analistas como una señal de distanciamiento respecto a Jerusalén, en un momento especialmente delicado por la guerra en Gaza, las tensiones con Irán y los conflictos en Yemen.
Trump evitó pronunciamientos explícitos sobre el conflicto palestino-israelí durante su viaje regional y, en cambio, optó por promover una política que prioriza el interés directo de Estados Unidos. Esto ha generado tensión con el gobierno israelí, especialmente con el primer ministro Benjamin Netanyahu, a quien Washington ha excluido en las recientes conversaciones multilaterales sobre Irán.
No obstante, Trump sí que expresó su deseo de que Arabia Saudí se uniese a los Acuerdos de Abraham. En su discurso inaugural ante un foro de inversión, el presidente calificó a Riad como el "socio más fuerte" de Estados Unidos y expresó su "ferviente deseo" de que el Reino se sume a los Acuerdos de Abraham, aunque reconoció que esto dependerá del avance hacia un Estado palestino y el fin del conflicto en Gaza.
En medio de esta situación, y con la intensificación de los combates en Gaza, la administración Trump habría lanzado un duro ultimátum a Israel, amenazando con retirarle un apoyo crucial si Netanyahu no logra poner fin al conflicto, según señaló una fuente confidencial a The Washington Post.
El embajador de Estados Unidos en Israel, Mike Huckabee, ha negado estas informaciones, subrayando al medio israelí Ynet que es necesario “escuchar lo que dice el presidente, no lo que alguna 'fuente' desinformada finge saber”.
Legitimación indirecta de las nuevas autoridades sirias
Quizás uno de los momentos más controvertidos de la gira fue cuando Trump habló positivamente al presidente sirio Ahmed al-Sharaa, anteriormente designado por Washington como terrorista buscado por sus vínculos con Al-Qaeda. Tras anunciar que levantaría las sanciones impuestas a Damasco, Trump describió al nuevo mandatario como “un joven carismático con un rico pasado”, lanzado un guiño de legitimación hacia el país, lo que representa una ruptura con la política anterior de aislamiento.
Este gesto puede ser interpretado como parte de su estrategia para minimizar frentes de conflicto abiertos y centrarse en establecer zonas de estabilidad donde Estados Unidos pueda operar en beneficio propio. Para muchos observadores, legitimar a líderes anteriormente demonizados es parte del pragmatismo brutal que define el estilo de Trump.
Relación con Irán
Pese al enfoque conciliador con los países del Golfo, la relación con la República Islámica de Irán sigue marcada por la ambivalencia. Aunque Trump expresó su deseo de lograr un acuerdo nuclear —una postura que lo distancia de una parte de los republicanos—, simultáneamente lanzó duras amenazas militares si Teherán no accedía a sus términos.
A bordo del Air Force One, Trump declaró a periodistas que “Irán debe actuar rápidamente sobre la propuesta estadounidense de un acuerdo nuclear o algo malo sucederá”. No obstante, desde Teherán, tanto el líder supremo Ali Jamenei como el presidente Masoud Pezeshkian criticaron el enfoque contradictorio de Trump. “¿A cuál debemos creer?”, preguntó retóricamente Pezeshkian, refiriéndose al contraste entre los mensajes de paz y las amenazas de acción militar.
Las declaraciones del líder supremo Jamenei, acusando a Trump de “mentir” al hablar de paz mientras apoya el suministro de armamento a Israel, ponen en evidencia las tensiones que esta política de doble filo puede generar. En paralelo, el régimen iraní ha negado haber recibido ninguna propuesta formal por parte de Washington, complicando aún más el panorama diplomático.
Una política eficaz, pero con riesgos
La nueva política exterior de Trump en Oriente Medio se basa en gran medida en su personalidad empresarial: cerrar acuerdos y generar ganancias.
Su reciente gira por la región ha marcado un antes y un después en la política exterior estadounidense. Al alejarse del moralismo intervencionista y optar por un enfoque económico-pragmático, el presidente ha logrado tejer nuevas alianzas y restablecer la confianza con socios clave del Golfo. Esta estrategia ha sido especialmente bien recibida en una región históricamente recelosa de las imposiciones externas.
Sin embargo, esta política también conlleva riesgos importantes. El distanciamiento de Israel —tradicional aliado incondicional de Washington— y la ambigüedad hacia Irán podrían generar tensiones diplomáticas. Además, al relegar los derechos humanos a un plano secundario, Estados Unidos corre el riesgo de legitimar gobiernos autoritarios, debilitando su credibilidad global como defensor de valores universales.
Trump ha apostado por una diplomacia transaccional en la que los intereses económicos y la estabilidad regional priman sobre las doctrinas ideológicas. El éxito de esta estrategia dependerá no solo de su consistencia a largo plazo, sino también de su capacidad para adaptarse a una región volátil y en constante transformación, en un contexto marcado por la creciente influencia de potencias como China y Rusia.