Marruecos comienza su Ramadán más íntimo y difícil
“El Ramadán va a ser extraordinario este año en todos los sentidos”, afirma tajante Rachid Rhmani, empresario de 40 años que atiende a Atalayar desde su domicilio de Temara, a las afueras de Rabat, donde vive con su mujer y tres hijas pequeñas. Los 36 millones de marroquíes se preparan para vivir el Ramadán más atípico y duro. Tras la prolongación hace casi una semana del estado de emergencia sanitaria por culpa del coronavirus –y, con él una serie de duras restricciones como el confinamiento general- hasta el 20 de mayo, el mes sagrado de los musulmanes se solapará casi por entero con aquel. Pocos creen, no obstante, que las duras medidas adoptadas para tratar de contener la epidemia de la COVID-19 no vayan a volver a prolongarse al menos hasta finales de mayo.
Para evitar que el ambiente festivo contribuya a una relajación de las medidas de confinamiento, las autoridades marroquíes han decretado este año un toque de queda desde las siete de la tarde hasta las cinco de la mañana cada día. Es decir, prácticamente durante el período comprendido entre la puesta de sol y la salida del mismo al día siguiente –en el que los fieles pueden, al fin, romper el ayuno- no se podrá salir de casa, ni en coche ni a pie. “El ambiente familiar especial, de reencuentro, que tiene el Ramadán va a ser completamente diferente este año por culpa de la crisis sanitaria”, explica Rhmani.
La crisis sanitaria por el coronavirus volverá aún más introspectivo un mes de por sí ya tendente a la espiritualidad y la reflexión. “Hemos perdido mucho este año, al quedarnos sin la oración colectiva y con las mezquitas cerradas. Yo voy a rezar en casa y cocinar para la familia estos días; no tengo trabajo y me voy a emplear ayudando en casa”, lamenta la joven rabatí Karima Fasiki desde el barrio de El Manal de la capital marroquí. “Yo tengo un buen número de lecturas preparadas, muchas de ellas de contenido religioso, empezando por el Corán, para estos días. Me he quedado sin trabajo, me acabo de inscribir en un doctorado, además, y voy a aprovechar para leer”, relata a esta publicación Khalid Louadj, natural de la ciudad sureña de Demnate y residente en Rabat. “La situación favorecerá la oración y la caridad, aunque faltarán muchas cosas”, admite Rhmani. La tristeza está en el ambiente.
Habitualmente el Ramadán no es precisamente el mes económicamente más productivo del año en Marruecos. En cambio, sí un mes de elevados gastos para los hogares (muchos de los cuales se endeudaban con microcréditos para hacer frente a las compras de este mes). Los rigores del ayuno dejan negocios y oficinas a medio gas. El mes sagrado llega en este 2020 en medio de una inesperada crisis que no está sino comenzando a causa de la pandemia vírica. Las predicciones hablan de una caída del PIB algo menor al 4% para este año. La gravedad es tanto macro como micro. La incertidumbre y la preocupación son el telón de fondo del mes sagrado.
Habitualmente, las noches de Ramadán son una fiesta de vida y un espectáculo en las cocinas en Marruecos. Cada tarde, al caer el sol, los marroquíes celebran en familia el ftor, donde nunca faltan la leche, los dátiles, la harira –sopa de legumbres típicamente marroquí-, los batidos y zumos, los huevos duros o las empanadillas rellenas de pollo. Posteriormente se cena a lo grande, con tayines de pescado y carne u otras especialidades de estas tierras magrebíes. De ahí que las vísperas del inicio del mes sagrado suelen ser jornadas frenéticas de compras de productos alimenticios, con los dulces recién hechos presidiendo los expositores de los comercios.
Pero este año las medidas restrictivas y los rigores económicos la situación es distinta. “Vamos a cocinar todo nosotros en casa, cuando habitualmente los dulces, por ejemplo, la shebakía [una especie de pestiño], los comprábamos en la calle. Ahora tenemos miedo de estar cerca de otras personas en las colas de los comercios por los contagios, así que solo una persona en casa, en este caso mi abuelo, sale a comprar todo de una vez. A las seis de la tarde ya están los comercios cerrados”, explica a Atalayar Soukaina Benmouma, que vive con su madre y abuelos, además de con un tío y una tía, en la ciudad costera de Kenitra. Su abuelo no podrá, cuenta con tristeza Benmouna -que ha vuelto a casa tras el fin de las clases presenciales en la universidad-, asistir como habitualmente a los rezos en la mezquita cada tarde al ponerse el sol.
Las autoridades temen, con todo, que la situación de confinamiento se relaje en barrios populares y las antiguas medinas. “Aquí en la medina de Fez vive gente de medios más desfavorecidos y quizás menos conscientes de la gravedad de la situación sanitaria, además viven cerca de otros familiares y es posible que salgan de casa antes de la ruptura del ayuno para compartir la comida. Está por ver cómo se cumple el confinamiento de noche. Hay chicos jóvenes habitualmente por la calle de noche estos días. Veremos si habrá policía”, advierte a Atalayar una española residente en la parte vieja de la ciudad marroquí.
Especialmente mal lo están pasando en Marruecos estas semanas, y así va a ser durante todo este Ramadán, las familias cuyo soporte material procedía de actividades enmarcadas en la economía informal. Varios millones de personas que vivían prácticamente al día han dejado de percibir ingresos. El Estado ayuda con una aportación mensual por hogar que ronda los 100 euros con los que cientos de miles de familias tratarán de capear el temporal. En estos días se multiplican en las redes sociales las iniciativas benéficas para recaudar fondos destinados a los colectivos más vulnerables.
El cierre de fronteras decretado en Marruecos el pasado 13 de marzo para tratar de evitar que la pandemia quede fuera de control está haciendo que muchas personas en el país vecino vayan a vivir un Ramadán inopinado. En torno a 20.000 marroquíes varados en distintos países –sobre todo europeos- tendrán que vivir confinados este mes sagrado lejos de los suyos. Asimismo, varios centenares de binacionales marroquíes -que comparten nacionalidad con otros países de la UE principalmente- que contaban con regresar a sus países de residencia han visto cómo la pandemia cambiaba sensiblemente sus planes. Es el caso de Imane Ibourk, binacional franco-marroquí, y una de las cientos de personas damnificadas por la medida. La joven, madre de un niño, debía haber regresado a París hace más de un mes, pero el confinamiento general le pilló en Rabat, adonde había viajado con su madre para visitar a otros miembros de su familia. “Estamos divididos. Mi madre, mi hijo y yo aquí en Marruecos y una hermana en otra ciudad de Marruecos y mi otro hermano en París”, precisa a esta revista Ibourk, ausente de su trabajo en Francia desde hace más de un mes.
“El Ramadán va a ser muy complicado este año. Bloqueados y confinados, nos sentimos tristes y deprimidos. Va a ser un Ramadán quizás más espiritual, pero sin sabor”, confiesa Ibourk. Pero el pueblo marroquí no pierde su optimismo. “Hay mucha gente que lo va a pasar mal estos días, pero espero que, coincidiendo con el final de Ramadán las cosas mejoren, la situación sanitaria se controle del todo, aquí y en todo el mundo, y recuperemos poco a poco la normalidad”, expresa esperanzado Khalid Louadj.