Testimonios desde el epicentro de la devastación de la DANA en Catarroja y Masanasa
Caminar por las avenidas, calles y plazas de muchas de las poblaciones de la Huerta Sur de Valencia es contemplar domicilios, locales, comercios, negocios, empresas y fábricas arrasados y anegados por el agua y el barro de la descomunal barrancada del 29 de octubre.
Todavía el 3 de enero de 2025, transcurridos más de dos meses de la devastación provocada por la asoladora DANA que segó la vida de más de 220 personas, decenas de miles como Arturo, Gabriel, Eva, Juan, Julia, Pascual… intentan a duras penas pasar página y rehacer sus vidas. Han contado y cuentan con la ayuda de las Fuerzas Armadas, de voluntarios llegados de toda España y de terceros países, como es el caso de la flota de camiones de extracción de aguas residuales enviados por Marruecos.
En la zona cero de la devastación se encuentra Paiporta y, a escasa distancia de su centro urbano, están Alfafar, Benetuser, Sedaví, Catarroja y Masanasa, todas ellas en el epicentro del desastre, municipios donde sus vecinos todavía viven con la amargura del desastre pero con la vista puesta en el futuro.
Pero Masanasa, con cerca de 10.000 habitantes, y Catarroja, con una población superior a las 30.000 personas, tienen una singularidad. Es el tramo final del ahora tristemente conocido barranco del Poyo ‒que en ambas localidades se conoce como barranco de Chiva‒, que desemboca en el lago de la Albufera, a tan sólo 3 kilómetros más debajo. El propio barranco separa los dos municipios y su cauce está seco la inmensa mayoría del año. Pero la tarde del 29 de octubre asomó una devastadora tromba de agua, cañas y mobiliario flotante que arrollaba todo lo que encontraba a su paso.
El agua y el barro se adueñaron en minutos de las calles de Catarroja y Masanasa. Hay casas en plantas bajas que, por su ubicación, han sufrido una gran devastación y ha dejado a sus moradores sin nada de utilidad. En otros puntos de ambas poblaciones se han producido daños de menor intensidad… si se compara con quienes lo han perdido todo, todo, todo. Unos y otros siguen a la de las ayudas prometidas y quieren confíar en que el general Gan Pampols ultime los trabajos de organización para iniciar la reconstrucción de las zonas asoladas.
Nacer por segunda vez
Las oficinas de la empresa de Juan Hernández, en Catarroja, fueron totalmente anegadas por un torrente de agua que llegó prácticamente hasta el techo. “Escuché voces de alarma, salí a la calle y vi correr el agua. Me dio sólo tiempo a cerrar la persiana metálica y llegar a casa ya con el agua por los talones”. Confiesa que “toda la documentación en papel que guardaba en archivadores la he perdido y los ordenadores han quedado repletos de barro”.
Su hija Teresa, profesora en el colegio Larrodé, conocedora de lo que se venía encima, sacó su automóvil de un aparcamiento subterráneo y lo dejó en la calle. Volvió a su casa en un quinto piso y observó la evolución de la riada. Al día siguiente, cuando llegó al centro escolar, se llevó las manos a la cabeza. “Las aulas de infantil, mamparas, pupitres y sillas estaban destrozados y el comedor y las cocinas estaban hechos añicos”. Con el esfuerzo de todos, el Colegio Larrodé ya ha iniciado sus clases pero, a día de hoy, por más que ha buscado, Teresa aún no ha dado con el paradero de su coche que da por destrozado y perdido.
Arturo García estuvo a punto de perder la vida en Catarroja. Al ver el torrente, intentó sacar su automóvil del parking subterráneo de su finca en Catarroja, que acogía a un centenar de utilitarios. “Me salvé de milagro. Comprobé la enorme fuerza del agua y escapé escaleras arriba”. Luego se enteró que al menos dos de sus vecinos perecieron ahogados en el interior de un mismo vehículo.
Cuando Arturo pudo por fin entrar en su parking repleto de lodo, su coche lo encontró en posición vertical, apoyado en un pilar, con el morro incrustado sobre medio metro de fango compacto y con la parte posterior encajada en el techo. Cuenta que “tardaron más de dos semanas en sacarlo a la calle”. Destaca el esfuerzo de los bomberos de Dos Hermanas (Sevilla), de Zaragoza y de los Equipos de Infantería de Marina, de la Fuerza Aérea, de la UME, de la Guardia Real y del Mando de Ingenieros del Ejército con maquinaria pesada.
Gabriel Alfonso y María José Borrás estaban en su casa recién construida en la calle de los Remedios de Masanasa. Avisados por los vecinos, observaron como el agua comenzaba a superar el bordillo de la acera. “Atranqué con mantas la puerta de la casa y coloqué un par de sacos de yeso que me habían sobrado de la obra, para que absorbieran el agua”, recuerda Gabriel. “Fue mano de santo, porque conseguí que del medio metro de agua y fango que corría por la calle sólo me entrara un palmo, pero lo suficiente para echarme a perder varios muebles y penetrar en varios armarios empotrados”.
Peldaños a modo de parapetos
Rehabilitada y decorada con gusto, la vivienda de Eva y Vicente en Masanasa ha quedado muy afectada. Con puertas a dos calles, el agua entró a raudales, destrozó la cocina e hizo nadar todos los muebles de estilo de su planta baja: sillones, sofás, sillas... En la casa de Raúl Barberá y Cristina, medio metro de agua y lodo ha echado a perder cocina, equipos electrónicos, armarios empotrados, enseres, libros…
El matrimonio formado por Encarnita y Pascual fue alertado por unos vecinos de la gran tromba de agua desbordada del barranco. Al mirar por una ventana, vieron pasar por delante de su puerta un torrente que, por fortuna, no ascendió los cinco peldaños que dan acceso a su domicilio. Pero su garaje se inundó hasta arriba y sepultó de agua y barro los automóviles de uno y otro. A Julia Olmos, se le apagó de pronto la televisión, su móvil dejó de funcionar y al asomarse al balcón descubrió como el agua discurría por la calle. Los varios peldaños para acceder a su domicilio hicieron de parapeto, pero no así su garaje, que se inundó.
Alfafar está pegada a Masanasa y también ha sufrido la barrancada. Jose Vicente Bauxaulí ha visto como su planta baja se llenaba con 2,70 metros de agua. “Mi coche y el de mi mujer flotaban y casi tocaban el techo”. La farmacia de sus sobrinos, Rosendo e Inmaculada Baixaulí, “también quedó anegada, pero han trabajado duro para poder abrir una semana después del desastre y despachar medicinas a los vecinos”. “Por cierto, que en las inundaciones de Valencia de 1957, en Alfafar no entró ni gota de agua, y me consta que en Masanasa tampoco”, puntualiza.
La barrancada no respeto ni siquiera los panteones ni los nichos de los cementerios. El de Alfafar sigue cerrado a cal y canto porque, dada su ubicación, ha recibido toda la embestida del agua desbordada. En el de Masanasa, a unos 800 metros de la localidad, me cuentan que “la ola destructora ha llegado hasta los segundos nichos y ha ocasionado roturas de lápidas y otros desperfectos de consideración”.
Hoy, el barro seco junto a las aceras, las nubes de polvo que levantan los vehículos al transitar, los grandes contenedores metálicos repletos de enseres y objetos destrozados, restos de mobiliario arruinado y equipos electrónicos chorreando lodo son testimonio de la magnitud de lo ocurrido. Como lo acreditan los centenares de militares que continúan extrayendo automóviles de los garajes subterráneos.
Menos visible desde el punto de vista informativo nacional e internacional son los efectos complementarios que ocasionó la DANA del 29 de octubre en la comarca de la Ribera Alta: hasta ocho tornados. Alginet, a 20 kilómetros de Catarroja, sufrió algunos de ellos. Los hermanos Salvador y César Comes cuentan que uno destrozó el tejado, el corral y la terraza de la casa de su madre, doña Paquita. En fechas tan señaladas como el 24 de diciembre y el 31 de enero, seguían arreglando los enormes desperfectos.