Opinión

Brexit convulso

Carlos Miranda. Embajador de España/Merca2

David Camerón (¿quién le recuerda?) convocó en 2016 (ayer) un referéndum nacional sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea pensando zanjar con ello favorablemente la opción europea del debate interno de su partido, el Conservador, donde el sentimiento antieuropeo siempre fue muy fuerte.

Su cálculo, equivocado, respondió a la trampa en la que caen los políticos que anteponen los intereses partidistas a los de su país. Esta es una lección que debe asimilarse también en otros países, entre ellos el nuestro, donde más de un político convierte en nacionales lo que en realidad son cuestiones partidistas.

Los británicos siempre han sido reticentes a formar parte del continente europeo. Inglaterra fue invadida en 1066 por Guillermo el Conquistador y sus normandos. Nunca más, a pesar de serios intentos de españoles, franceses y alemanes. Sus intervenciones en Europa siempre han sido para impedir o contrarrestar la emergencia de un poder hegemónico continental que pudiese amenazarles.

Esta es una lección que debe asimilarse también en otros países, entre ellos el nuestro

Así se explica su ingreso en la UE. No siendo posible pelear contra sus aliados de la OTAN no les quedaba otro remedio que acordarse del Caballo de Troya. Charles De Gaulle, que les conocía bien tras cinco años de exilio en el Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial, con Francia ocupada por los nazis y ninguneado por Winston Churchill, no picó, pero su sucesor en la Presidencia francesa, Georges Pompidou, cedió.

Sin embargo, estar en la UE sigue siendo algo contra la propia naturaleza británica. Una pena, porque el RU es un gran país y ha aportado mucho a la Unión a pesar de arrastrar los pies en su integración. Veremos ahora cuanto avanza una Europa libre de las ataduras de Albión sí es que estas llegan a romperse verdaderamente….

NINGUNA OPCIÓN DEL BREXIT GUSTA

No debió sorprender, pues, el resultado negativo del referéndum de Camerón a pesar de que se acogiese con incredulidad, sobre todo si añadimos que los partidarios de dejar la UE mintieron descaradamente sin que el gobierno en Londres pudiera realizar un relato suficientemente convincente para favorecer la permanencia en la UE, una dificultad que Madrid conoce cuando debe ofrecer un relato serio frente al facilón y demagógico de los separatistas catalanes.

Pero, he aquí que el acuerdo firmado por Theresa May no gusta a los parlamentarios británicos. Menos les gusta quedarse en la UE, la segunda opción, o marcharse sin paracaídas, la tercera. Los laboristas acechan con posibles mociones de reprobación a May o de censura a su gobierno y no se pueden descartar unas elecciones adelantadas de las que el laborista Jeremy Corbyn cree que saldría ganador.

Como la UE se niega a retocar el acuerdo y a May no le bastan unas precisiones anejas confirmando que a partir de la entrada en vigor de este acuerdo la vinculación británica a la UE solo será transitoria, pocas opciones le quedan a la “Premier” en Londres. Una, a la que es reacia, es otro referéndum para que los británicos reafirmen su partida (¿con el acuerdo de May? ¿con otra fórmula como la noruega?) o rectifiquen.                              .

Esto último sería lo mejor para la Unión y para el RU a pesar de que dañaría gravemente su orgullo. Fuera de la UE hace mucho frío, como decía Francisco Fernández Ordoñez, y marcharse no es tan sencillo. Queda poco tiempo para preparar y celebrar ese eventual referéndum antes de finales de marzo de 2019, fecha de la salida británica. Ahora muchos apuestan por parar los relojes, una tradición europea, para dar tiempo a esa nueva consulta. Mientras, la Comisión prepara sus medidas de contingencia ante el peor escenario. “Veremos”, como dice un gran periodista español.