Ciudadanía o comunitarismo

Paco Soto

Pie de foto: Un grupo de musulmanes manifiesta en las calles de Madrid contra el terrorismo.

El terrorismo yihadista está haciendo un daño enorme en Occidente y en el mundo islámico. La mayoría de las víctimas de Daesh, Al Qaeda y otros grupos de asesinos y delincuentes que matan, secuestran y saquean en nombre del islam son musulmanas. Conviene no olvidarlo. Europa -y España- se enfrenta al grave problema del yihadismo, como en el pasado muchos países del Viejo Continente sufrieron la violencia de otros grupos criminales que decían defender objetivos políticos: extrema derecha terrorista, ETA, IRA, Brigadas Rojas, Acción Directa, FLNC, Fracción del Ejército Rojo (banda Baader-Meinhof)… Pero resulta que en España, donde viven casi dos millones de musulmanes, algunos tertulianos familiarizados con los gritos y los insultos y acostumbrados a no utilizar el cerebro para pensar, no sea que acaben siendo inteligentes, han convertido al islam en el mal absoluto y exigen a los musulmanes que se pronuncien públicamente cada vez que los asesinos de Daesh cometan un atentado.

En un artículo de opinión publicado hace unos días en Atalayar, ‘Carta contra la islamofobia’, la periodista Alexandra Dumitrascu analiza con rigor el auge de la islamofobia en Europa y España. Los datos que da son alarmantes: según una encuesta, más del 40% de los alemanes están a favor de que se prohíba la entrada de musulmanes en Alemania. En el caso de España, según la Plataforma Ciudadana contra la Islamofobia, en 2015, los incidentes de naturaleza islamófoba se incrementaron casi 570%. Además, en el conjunto de España y en muchos otros países europeos, como señala Dumitrascu en su artículo, se han multiplicado los ataques vandálicos contra mezquitas y centros de refugiados musulmanes, y las redes sociales difunden basura antimusulmana sin parar.

Mensajes simplistas y canallescos

Los mensajes son simplistas, canallescos y xenófobos: los musulmanes nos están invadiendo y nos imponen sus costumbres arcaicas y su religión violenta. La extrema derecha política, social y mediática se frota las manos, porque ha encontrado en la estrategia contra los musulmanes, así, en bloque, sin matices, un filón para reclutar adeptos y ganar votos. El número de imbéciles que se dejan arrastrar por esa gentuza cargada de odio es considerable. Algunos, incluso, imbuidos de ardor guerrero de pacotilla, creen que están en guerra contra el islam en nombre de la Europa blanca y cristiana. Olvidan que en nombre del cristianismo y del bueno de Jesús de Nazaret se han cometido muchos crímenes. Sin hurgar demasiado en nuestro pasado, cabe recordar que el dictador Franco y sus secuaces impusieron a los españoles durante cerca de 40 años el horror del nacionalcatolicismo. Pero a mí no se me ocurriría decir que los católicos en general son criminales.

El mismo ejercicio hago con los musulmanes. Las religiones en sí no son buenas o malas, todo depende de cómo se utilicen, como dimensión espiritual profunda y placentera o ideología totalitaria, y se apliquen. ¿Es el padre Ángel responsable de los crímenes de la Santa Inquisición? Por supuesto que no. ¿Son culpables los misioneros españoles y de otras nacionalidades que se dejan la piel en África de las monstruosidades ideológicas que defendió el papa Juan Pablo II sobe el preservativo en la lucha contra el SIDA en el continente africano? Claro que no. ¿Podemos equiparar el espléndido trabajo social que hace Cáritas en España con el lujo en el que viven obispos y arzobispos viejos y decadentes? La respuesta es obvia. Entonces, pregunto: ¿Si las personas inteligentes y abiertas al diálogo son capaces de apartar el trigo de la paja en el caso del cristianismo y el catolicismo romano, ¿por qué no hacen el mismo ejercicio con los musulmanes y el terrorismo yihadista?

Una comunidad fruto de la fantasía

Ni en España ni en Europa los musulmanes son una comunidad homogénea y sin fisuras. Es más, hablar de comunidad musulmana es pura fantasía. Salvo que queramos, consciente o inconscientemente, que los musulmanes se cuezan en su propia salsa y no consigan ser ciudadanos de pleno derecho. En las sociedades modernas, complejas y democráticas europeas del siglo XXI la única comunidad política deseable y viable es la comunidad de ciudadanos con igualdad de derechos y deberes. Todos tenemos que ser ciudadanos iguales ante la ley, con los mismos deberes y derechos. Ni más ni menos. Y el que vulnere la ley se tendrá que atener a las consecuencias, ya sea esta persona musulmana, judía, cristiana, atea, agnóstica, deísta, de derecha, izquierda, centro, y viva en Cuenca, Madrid, París, Roma, Bruselas o Dusseldorf.

El multiculturalismo tan apreciado por la izquierda boba crear guetos y no resuelve los problemas de convivencia; y en el caso de los musulmanes, los infantiliza, los trata con paternalismo, y en lugar de ayudarlos con paciencia y perseverancia a adaptarse e integrarse en la sociedad de acogida, los mantiene al margen en nombre de no sé qué cultura y otras sandeces progres. En un artículo que publiqué el pasado 11 de julio en Atalayar, ‘El buenismo progre hace un daño enorme a los musulmanes’, intenté demostrar que tratar a los musulmanes que tienen dificultades para integrarse con paternalismo les hace un daño enorme. La sociedad de acogida tiene que ser comprensiva y paciente con personas que tienen culturas y religiones que en algunos aspectos chocan con la realidad secular y democrática europea; pero también hay que ser firme en los principios laicos y fomentar mecanismos económicos, sociales, culturales e institucionales que faciliten la integración.

Pie de foto: Paquistaníes musulmanes rechazan en Barcelona el terrorismo.

Procesos complejos

Los procesos de integración social suelen ser complejos y difíciles. Generan a veces problemas serios, es inevitable, y creo que nadie en este momento tiene soluciones mágicas para facilitar la integración a los musulmanes que viven en Europa y por distintos motivos no lo han conseguido. Ahora bien, hay una cosa de la que no dudo: la islamofobia y el paternalismo progre son las dos caras de la misma moneda. Islamófobos y paternalistas progres son enemigos de la democracia y de la nación de ciudadanos. Sus ideas y comportamientos alejan a los musulmanes que lo desean, que son muchos, la mayoría, de vivir tranquilamente en los países europeos de acogida y convertirse en ciudadanos. La lucha en el terreno de las ideas y en la práctica social contra unos y otros debe ser incansable.

No nos queda otra en España, si queremos que nuestro país sea una verdadera nación de ciudadanos donde todos sus habitantes, o al menos la inmensa mayoría, sean seres humanos pensantes y política y socialmente responsables, personas que coincidan en deberes y derechos; y luego, en el ámbito de lo privado, puedan tener la lengua materna que les haya tocado, ir a la iglesia, al templo o a la mezquita, o bien a la playa, la montaña o al bar de la esquina a tomarse una  cerveza fría y una ración de calamares a la romana. Culturas, lenguas y religiones deben estar vinculadas a la nación de ciudadanos y no al revés.

El ejemplo francés

Soy consciente, porque ni nací ayer ni vivo en el planeta rosa, que lo que planteo es difícil. Mucha gente no comparte mi tesis y sueña con vivir en una España –y Europa- ahistórica y sin musulmanes. Pienso que estas personas se equivocan, porque se dejan guiar por las emociones y bajas pasiones, ahuyentaron hace tiempo la reflexión, se llevan mal con la inteligencia y ven el árbol del terrorismo yihadista y de prácticas sociales arcaicas y que lesionan los intereses y la libertad de las mujeres, pero son incapaces de divisar la complejidad y diversidad de la mal llamada comunidad musulmana. Francia es el país europeo que atraviesa mayores dificultades en la labor de integrar razonablemente a millones de musulmanes que viven en el territorio de la V República. Pero, todo hay que decirlo, es también el país con mayor número de musulmanes plenamente integrados en la sociedad. Existe una clase media francesa de ciudadanos de origen musulmán que son y se sienten tan franceses como el parisino de toda la vida o los actores Jean Gabin y Bourvil en su época. Es una de las grandezas de Francia que admiro.

El país vecino ha cometido graves errores en sus políticas de integración de los musulmanes, pero también ha logrado aciertos importantes. Sería injusto no tenerlo en cuenta en España, donde, en materia de integración de muchas personas de origen islámico, nos enfrentamos a problemas similares a los franceses, alemanes, belgas o italianos. Francia es el país europeo más golpeado por el terrorismo yihadista. La sociedad francesa está preocupada. Incluso atemorizada. Es lógico. Los franceses no se han convertido en seres despreciables y xenófobos antimusulmanes. Cualquiera cosa desestabiliza el país vecino en estos momentos: el burka en la calle o el burkini en las playas, una prenda especialmente diseñada para mujeres musulmanas que solo deja al descubierto la cara, las manos y los pies.

Pie de foto: Mujeres marroquíes en una playa de su país.

El Consejo de Estado galo suspendió la prohibición del burkini que había decretado un ayuntamiento de los Alpes-Marítimos. La sociedad está dividida sobre esta cuestión. El Gobierno de Manuel Valls también. ¿Es lícito prohibir el uso del burkini en las playas? No lo sé, francamente. ¿Tiene algún sentido ver a unos pobres policías que cumplen órdenes obligar a una mujer musulmana a quitarse el burkini en una playa de Niza? Tengo mis dudas. Parece un poco absurdo. El diario El País recuerda en uno de sus editoriales del pasado 27 de agosto que, como reza el titular, ‘Burkini no es terrorismo’.

Reto democrático

El diario madrileño señala con acierto: “El gran reto de las sociedades democráticas es mantener su régimen de libertades en buen estado de salud frente a las presiones restrictivas derivadas de la lucha contra el terrorismo… El burkini, como el burka y el niqab, no pueden ser bienvenidos en una sociedad igualitaria, pues suponen una imposición que subordina a la mujer, pero su prohibición en la playa supone alinearse con un recorte de libertades que nada añade a la seguridad pública”. “El desafío terrorista, en suma, debe encontrar de frente Gobiernos que garanticen seguridad y libertad sin entretenerse en divisiones sobre un bañador”, recalca El País.

Los únicos que saldrían beneficiados de las divisiones sociales y la polarización política serían los terroristas de Daesh y otros grupos yihadistas. En Europa, lo que buscan estos criminales y delincuentes es, además de hacer daño y sembrar el miedo, el desconcierto y el odio, empujar a los Estados democráticos hacia derivas autoritarias y dividir a las sociedades del Viejo Continente entre musulmanes y no musulmanes. Los islamófobos, como buenos idiotas políticos, hacen un flaco favor a la estrategia terrorista. La insensatez progre también. ¿Qué nos queda a los demás en España? Tener la cabeza fría, unos sólidos principios democráticos y laicos y ganas de construir un país de ciudadanos donde no sobre nadie. Tampoco los musulmanes. No sé si lo conseguiremos, pero hay que intentarlo.

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