El gobierno Sánchez-Iglesias se situaría dentro del campo social-demócrata

Pablo Iglesias y Pedro Sánchez

El gobierno de coalición para el que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han firmado un pre-acuerdo, en caso de llegar a ser aprobado por el Parlamento, se situaría dentro del espacio de la social-democracia europea. 

En primer lugar, hay que tener en cuenta que ese hipotético gobierno de coalición entre el PSOE y Podemos, necesita, además de los apoyos positivos de los nacionalistas vascos y canarios, y los regionalistas cántabros y aragoneses, la abstención en la segunda presentación ante el Congreso, de los diputados de Ciudadanos o de Esquerra Republicana, y en el mejor caso de ambos.

Pero, de cualquier manera, en caso de ser investido Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, su Ejecutivo variopinto estará en el área social-demócrata. Los temas y actividades programáticas de Podemos que se sitúan fuera del sistema capitalista o que pretenden romper con él se quedarán fuera del marco gubernamental. 

La gran jugada maquiavélica de Sánchez ha sido la de ofrecer a Podemos las carteras estrictamente sociales, en las que los discípulos de Iglesias podrán llevar a cabo programas más o menos relevantes siempre que el Presupuesto que se les asigne lo permita. En ninguna de las carteras esenciales del Ejecutivo, ni las consideradas de soberanía (Asuntos Exteriores, Defensa, Interior y Justicia), ni tampoco las carteras determinantes para la macroeconomía y los compromisos de España con la Unión Europea y los organismos económicos y financieros internacionales, Podemos tendrá derecho a veto. Puede tener voz, y dar su opinión en los Consejos de ministros, e incluso voto que siempre será minoritario, pero de ningún modo tendrán veto.

Para los estrategas que acompañan a Pedro Sánchez, Podemos ya no es un partido revolucionario, y sus actuales dirigentes tampoco lo son. Es un partido reformista radical, que se sitúa en el área de los sectores más de izquierda de la socialdemocracia. No cabe duda que una política reformista más radical en cuestiones sociales, como la que Podemos ha prometido en sus programas y campañas electorales, creará dificultades al Ejecutivo en sus relaciones con la Banca, con la Patronal, con las empresas agrícolas, pero serán todas salvables. 

El giro inesperado y vituperado no solo por las formaciones políticas de derechas, sino por militantes y cuadros socialistas, dado por Pedro Sánchez en las negociaciones con Podemos, puede deberse perfectamente a la constatación de la debilidad de Pablo Iglesias y su formación, que se encuentran en sus peores momentos desde la irrupción del movimiento político Podemos en 2015. Es cierto que el Partido socialista ha perdido en estas Elecciones del 10-N, 728.000 votos, pero el de Iglesias ha sacado 636.000 votos menos que en los comicios de abril. Pedro Sánchez ha constatado que el PSOE se sigue desgastando en cada nueva elección, y que los partidos rivales de la izquierda española se han instalado definitivamente como competidores, aunque, como en el caso de Podemos, hayan pagado un duro precio su ambigüedad política, sus purgas internas y la mala imagen que dan a sus afiliados y votantes. 

La única posibilidad de que el PSOE vuelva a crecer es que recupere las decenas y cientos de miles de militantes y votantes que ha perdido por su izquierda y que han ido a parar a la nebulosa de Podemos. De la descomposición de Ciudadanos, el PSOE por el momento espera poco. En estas Elecciones el partido de Albert Rivera ha perdido dos millones y medio de votos, y el PSOE no sólo ha sido incapaz de atraerlos, sino que él mismo ha perdido 730.000 votos. Con esa perspectiva, el Partido socialista ha ideado una operación de atracción y fagocitación de Podemos y su nebulosa, que ha sido la de incorporarlos al gobierno bajo su control; una operación que no ha sido comprendida ni por los barones del partido, ni por muchos militantes y dirigentes. En la coalición acordada, quien tiene ahora la sartén por el mango es el PSOE.  

La rapidez con la que Sánchez e Iglesias han llegado a un acuerdo se debe también al intento de querer tapar la necesaria reflexión interna en ambas formaciones.  

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