Opinión

El precio de los huracanes en el Atlántico y el Caribe

photo_camera Vista aérea muestra la devastación después de que el huracán Dorian golpeara las Islas Abaco en las Bahamas, el 4 de septiembre de 2019

Han pasado ya varios días desde que el monstruo meteorológico Dorian arrasara las islas Bahamas durante casi 40 horas, y pocos mensajes se han lanzado para canalizar ayuda alguna hacia este país. El extraño mecanismo internacional de la cooperación se activa de forma selectiva, da la impresión de que solo lo hace si la cifra de víctimas mortales en la catástrofe es tremebunda. Los 20 muertos en Bahamas, según cifras actualizadas de esta misma jornada, no han sido suficientes para que la comunidad internacional se interese por los daños causados en una zona del mundo en la que hay cientos de diminutas islas desperdigadas por un océano que de vez en cuando se traga la tierra. El primer ministro de Bahamas, Hubert Minnis, ha dicho que es "una tragedia histórica que habrá que superar con mucho tiempo". Probablemente, los europeos sólo nos percatemos de su alcance si, allá por la próxima navidad o la primavera de 2020, nos acercamos a la agencia de viajes a contratar nuestra semana en un resort de lujo en zonas cálidas del planeta, y retiremos rápidamente la mirada de las páginas de los folletos turísticos de Bahamas cuando nos digan que todo ha quedado destruido por el huracán de septiembre de 2019.  Ese será nuestro grado de solidaridad relativizado por la escasa o nula atención que las televisiones han prestado a la destrucción de una tormenta como Dorian. Las tragedias personales de miles de familias que viven en este archipiélago han quedado en el anonimato. Sólo en la isla de Great Abaco, que está situada junto a la más conocida Grand Bahama, el 80% de las 17.000 personas que viven en ella ha perdido todas sus pertenencias. 

Bahamas es un enclave paradisíaco que debe su nombre a una expresión española, “bajamar”, por la escasa profundidad que rodea la poca tierra firme que compone este pequeño país. Son 700 islotes y 2.400 cayos los que conforman su fisonomía, lo que les hace especialmente vulnerables cuando llega el fin de la temporada hidrológica y la atmósfera se calienta dando pie a huracanes y tormentas tropicales. Quedaron despobladas durante casi un siglo al trasladar los conquistadores españoles miles de indígenas a La Española, por lo que las Bahamas se convirtieron en refugio de piratas hasta que la Corona británica se hizo con el control de sus posesiones. Pasada la Segunda Guerra Mundial, las islas se convirtieron en el destino turístico que hoy las hace célebres en todo el planeta.

Dorian Bahamas

¿Y cómo afrontan este fenómeno amenazante en Estados Unidos? La imagen de una mujer sentada tranquilamente leyendo en la playa de Amelia Island, mientras un cielo negro se cierne sobre su cabeza, es sintomática respecto al carácter de los norteamericanos del sureste ante los desvaríos de la naturaleza. No digo que ignoren sus posibles consecuencias, pero sí han aprendido a vivir con la amenaza y saben cómo comportarse y cómo hacer frente a sus obligaciones, algo parecido a lo que les pasa en la costa oeste con la posible cercanía del Big One, el terremoto destructor que se espera desde hace un siglo. Desde Cabo Cañaveral hasta la frontera de Carolina del Norte con Virginia, toda esa franja de costa que prácticamente en su totalidad está formada por playas kilométricas está en alerta, y sus habitantes han tomado ya las medidas que consideran oportunas para enfrentar al desafío natural que supone Dorian. Cuando alquilas una casa cerca del mar en algún lugar de esa interminable costa americana, lo primero que el propietario o el agente inmobiliario te indica es la obligación de leer un libro de unas 300 páginas con los procedimientos de evacuación de la residencia y la manera en que como morador de esa vivienda concreta debes actuar en las horas en que se activa la alerta por huracán. Lo primero, garantizar los suministros y el perfecto estado del vehículo en el que se realizará la evacuación. En el garaje de todas las casas de la coste oeste de Estados Unidos hay grandes cajas de plástico, del tamaño exacto para ser colocadas en el maletero del modelo que sea tu automóvil, preparadas con todo lo necesario para la escapada: bidones de agua potable, mantas, pistolas de bengalas, extintores, baterías de móviles cargadas y alimentos en conserva para subsistir varios días cuatro personas. Una vez cargado el coche con esos contenedores milimétricamente calculados para no perder ni un minuto en su carga en el maletero, sabremos gracias al manual por qué autovía desalojar la zona costera, carretera que será distinta a la que utilizarán nuestros vecinos para garantizar en lo posible que no habrá grandes colapsos de tráfico. Todo está pensado para la seguridad de las personas. Puede parecer de película, pero es real. En los Cayos de Florida, el huracán Irma destruyó cientos de miles de viviendas, pero la mayoría de sus moradores no estaban en casa. Todos ellos han rehabilitado sus propiedades desde que esa catástrofe ocurriera en septiembre de 2017. Con su devastación material pero escasos daños personales en Key West, Islamorada, Marathon o Key Largo, se demostró una vez más la forma con la que los norteamericanos se defienden de las catástrofes naturales y el precio que pagan por vivir donde viven, muy cerca por cierto de las Bahamas.