Opinión

Huelga por los privilegios en Francia

photo_camera Emmanuel Macron

Emmanuel Macron no sale de una preocupación cuando ya tiene la siguiente encima. La tormentosa cumbre de la OTAN en el hotel Grove de Watford le ha enfrentado directamente y sin escudos protectores al presidente de la primera potencia mundial. Ni Donald Trump ni el jefe del Estado francés han escondido sus diferencias, y todos nos tememos que esa falta de entendimiento vaya a tener reflejo en nuestras vidas rutinarias en forma de enfrentamientos comerciales y barreras a la libertad de movimiento de bienes y servicios a ambos lados del Atlántico. Lo único en lo que han coincidido ambos es en volver a sus países y afrontar situaciones muy complicadas, como la que tendrá Trump con el impeachment que avanza contra él una vez terminado el trabajo de la comisión previa con indicios para abordar el juicio político que podría hacerle abandonar la Casa Blanca. O como la que tendrá que hacer frente Macron en su Francia acomodada y vetusta, por las huelgas convocadas desde hoy en el sistema de transportes del país, en la educación y la sanidad, en las compañías de suministros, los controladores y las fábricas de automóviles como Renault. Sin servicios mínimos, ya que los tribunales dictaminaron hace quince años que obligar a trabajar a los empleados de cualquier servicio (incluidos los esenciales) en días de paro sería una vulneración del derecho de huelga, sin decir nada respecto al derecho del resto de ciudadanos a moverse libremente. Aunque no parece que a muchos les importe. YouGov ha testado a través de sus sondeos que el 60 por ciento de los franceses está a favor de esta huelga contra la reforma de las pensiones. Siendo el dato muy elevado, hay por tanto un 40 por ciento que no apoya las movilizaciones radicales y una parte importante de ese porcentaje defenderá a buen seguro la reforma. 

¿Quienes son los beneficiarios de estas medidas de Macron? Aquellos que no gozan del privilegio de una pensión pública blindada, encomiable y envidiable, un sistema que plantea la eterna duda de cómo se puede pagar semejante fiesta con cargo a los presupuestos públicos, en épocas de cinturón apretado y con la exigencia de cumplir la estabilidad presupuestara que marca que club europeo que lidera, junto a la locomotora alemana, una Francia desnortada. Los más optimistas creen que los efectos de esta parálisis que va a sufrir el país vecino desde este jueves serán comparables a los de la harán huelga de 1995, cuando Alain Juppé trató de reformar la Seguridad Social por decreto urgente. Lo intentó, hasta que claudicó asustado por las consecuencias de las manifestaciones y huelgas que paralizaron Francia. 

El proyecto del presidente, entre otras cosas, supondrá el fin del régimen de jubilaciones que existe en la Sociedad Nacional de Ferrocarriles (SNCF) o la compañía del transporte metropolitano de París (RATP), cuyos trabajadores tienen la gran fortuna de poder solicitar su retiro entre los 52 y los 57 años.  No sólo les permite una jubilación dorada estando aún en una edad ideal para rendir en el trabajo, sino que además cobran más dinero que el resto. Es sólo uno de los más de cuarenta regímenes especiales de jubilación, que Macron quiere fusionar para crear un único sistema de pensiones por puntos que hará tabla rasa entre los distintos sectores y romperá el privilegio de muchos. La reforma quiere además implantar todo el conjunto de la vida laboral, y no sólo los mejores 25 años, para el cálculo de la prestación, y establece en 64 años la edad de jubilación con derecho a percibir el cien por cien de la pensión. Se trata de crear un sistema universal frente a los múltiples sistemas existentes basados en los privilegios que defienden los sindicatos tan poderosos en Francia. 

Recorre el mundo una ola de protestas en muy diferentes ámbitos y países. “Invierno del descontento”, tal y como titulaba The Sunday Times desde un Reino Unido que también ha vivido situaciones de conflictividad social enconada como la huelga de los mineros en los años ochenta, con un final muy distinto a la respuesta que han dado dirigentes como Juppé o el mismo Sebastián Piñera en Chile, retirando la subida del precio del transporte al comprobar la dureza de las movilizaciones y el estallido social en las calles. La duda razonable es si Macron, con el caudal de apoyo que recibió hace más de dos años en las presidenciales, mantendrá su reforma o hará lo mismo que su antecesor en El Elíseo.