Israel y Birmania, la extraña pareja

Myanmar ejército

La República de la Unión de Myanmar comparte con el Estado de Israel una serie de rasgos históricos que pasamos por alto habitualmente, sin duda a causa de la distancia existente entre ambos países y del imaginario cultural que de ellos tenemos. No obstante, los dos países lograron la independencia del Imperio Británico en el mismo año de 1948, y tanto Myanmar como Israel nacieron con graves divisiones sociales y enfrentamientos violentos consecuencia de los desplazamientos étnicos sobrevenidos por el nuevo estatus quo. Más allá de estas coincidencias, Myanmar votó en 1949 a favor del reconocimiento del nuevo Estado de Israel por las Naciones Unidas, y ambas naciones entablaron unas relaciones diplomáticas de cierta fluidez, y tanto Ben-Gurion como Golda Meir visitaron oficialmente Myanmar en los años 60.

El líder independentista birmano y presiente del Gobierno durante varios mandatos, comprendidos entre 1942 y 1962, U Nu, tomó Israel como modelo e inspiración para sus propias políticas sociales y económicas. Los líderes israelíes, no sobrados al tiempo de aliados en aquel mundo bipolar de la Guerra Fría, facilitaron a los birmanos ayuda militar y formación técnica, y la pequeña comunidad judía en Myanmar disfrutó de prosperidad y tolerancia. 

Mucho ha llovido desde entonces; ambos países han sufrido cruentos conflictos bélicos, y ninguno de ellos ha logrado reconciliarse con sus respectivas heterogeneidades étnicas. La política de Myanmar  en relación a la minoría musulmana rohingya es bien conocida. No lo es tanto la venta de armas y tecnología bélica israelíes a las fuerzas militares birmanas -acusadas de crímenes de lesa humanidad ante la Corte Penal Internacional- ni los equilibrismos que las autoridades de Israel han llevado a cabo para evitar llamar rohingya a una minoría que ellos denominan bengalí, en claro alineamiento con la terminología oficial birmana, que no reconoce la ciudadanía de esta minoría musulmana.

Sin embargo, la acumulación de evidencias de genocidio contra los militares birmanos, las acciones de embargo de armas llevadas a cabo por aliados de Israel como EEUU y la UE, así como las iniciativas legislativas del Gobierno de Modi para gestionar la crisis que los desplazamientos forzosos de refugiados rohingya está causando en la India, están obligando a Israel a modificar, al menos de cara a la galería, su relación diplomática y comercial con Myanmar a pasos acelerados. A pesar de ello, este mismo año, miembros de una delegación militar birmana asistieron a una feria de armas en Tel Aviv, lo que se suma a un desliz verbal del embajador birmano en Israel, quien en 2017 reconoció, causando cierto embarazo a Israel, la continuidad del suministro de armas israelíes a Myanmar, a pesar de la interposición de una demanda ante el Tribunal Supremo israelí, cuyo dictamen fue mantenido en secreto a petición del ejecutivo de Netanyahu. 

Grupos de defensa de los derechos humanos sospechan que algunas empresas de Israel continúan facilitando asistencia técnica al ejército birmano, además de formación, la tecnología de vigilancia y cooperación en el terreno de la inteligencia, lo que habría sido avalado parcialmente por un informe de la ONU hecho público recientemente. En cualquier caso,  los vínculos entre ambos países están lejos de ser transparentes, y no están exentos de una ambigüedad calculada que en ocasiones deriva en una cierta esquizofrenia, como la manifestada cuando el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí condenaba formalmente la atrocidades cometidas contra la minoría musulmana birmana, y al tiempo el embajador israelí en Myanmar deseaba buena suerte a los funcionarios del Gobierno birmano encausados por genocidio en la Corte Internacional de Justicia. El caso ha sido promovido por Gambia en representación de la Organización de Cooperación Islámica, con sede en Yeda, Arabia Saudí. La vista ha tenido lugar esta misma semana en La Haya.

Estas incongruencias sacan una vez más a la palestra las dificultades que el Gobierno de Israel encuentra a la hora de evitar el mantenimiento de lazos con gobiernos reprobables, como los de Hungría, Ruanda, Chad, Sudán, Azerbaiyán y el propio Myanmar, en una política diplomática en la que parece primar el pragmatismo sobre las consideraciones éticas. Esto ha hecho perder a Israel buena parte del capital de simpatía que en su día había conseguido acumular, lo que ha situado al país entre el grupo de países que causan mayor animadversión entre la opinión pública mundial.
 

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