Opinión

John Carlin tiene razón

Paco Soto

Pie de foto: El presidente del Gobierno español en funciones, Mariano Rajoy.

‘Y si habla mal de España es español’, es el título de un libro que escribió hace unos años Fernando Sánchez Dragó. Cansado de España y de los españoles, Sánchez Dragó no deja títere con cabeza en el libro, no oculta su enfado y arremete contra todo bicho viviente residente en la piel de toro. No estoy del todo seguro, pero me parece que Joaquín María Bartrina, un poeta español bilingüe en castellano y catalán y autor dramático vinculado al realismo de finales del siglo XIX, escribió: “Oyendo hablar a un hombre, fácil es acertar dónde vio la luz del sol: si os alaba Inglaterra, será inglés; si os habla mal de Prusia, es un francés, y si habla mal de España, es español”. En cualquier caso, fuera o no Bartrina el autor de esta frase, hay una cosa de la que no tengo duda: en España, es política y socialmente correcto pasarse la vida criticando de manera abrupta, e incluso insultar, al país.

No sé lo que ocurre en otros lugares, pero sí que sé que en España uno puede ser sospechoso si se atreve, aunque sea tímidamente, a hablar bien del funcionamiento de los servicios públicos, las instituciones democráticas o la denostada clase política. Para caer simpático al común de los mortales, para ser aceptado y valorado por amplios sectores sociales, para tener el visto bueno de la tribu, vale más decir que “España es un desastre”, que desde que estalló la crisis “hemos vuelto al Tercer Mundo” y que “somos el peor país de Europa” por culpa de “unos políticos corruptos y sinvergüenzas que se han dedicado durante años a saquear el país”. Algunos intelectuales envejecidos y con el colesterol alto dedican gran parte de su actividad a tratar de convencernos de que ser español es una desgracia, una especie de plaga bíblica. Y miles de bobos aplauden con la boca abierta las aburridas monsergas de estos predicadores posmodernos que escriben libros y artículos en la prensa, pronuncian conferencias, dirigen películas u obras de teatro o dan clase en la universidad.

Un país que no va tan mal

Si todo esto fuera cierto y la situación de España fuera tan terrible, sería como para autoinmolarnos. Pero el problema es que no lo es. Las personas que suelen hablar en términos destructivos y despectivos de su país, que desgraciadamente son legión en España, no tienen dos dedos de frente, y por eso se dejan arrastrar por emociones y bajas pasiones. O simplemente han abrazado una dinámica que les conviene política y socialmente. Muchos españoles llevan años participando en una carrera desenfrenada por decir el mayor número de despropósitos sin pensar antes ni un segundo lo que han dicho. Es una lástima pero así son las cosas. Oír en la vida diaria que por culpa de la política de austeridad llevada a cabo por la derecha en España ya no existe un sistema sanitario público de calidad y que estudiar ahora en la universidad está reservado a los hijos de ricos, se ha convertido en un dogma intocable. Y ojito con quien se atreva a cuestionarlo.

Lo mejor que le puede pasar a esa persona es que la traten de “facha” o de “pepero”, aunque nunca en su vida haya votado al PP. En fin, la vida es cruel en todas partes, y las crisis que ha vivido el mundo occidental desde 2008 han sido duras, han provocado mucho dolor, han sacado de las entrañas de nuestras sociedades lo mejor, pero también lo peor. Y entre lo peor se encuentran los nacionalismos identitarios reaccionarios e insolidarios y los movimientos populistas de extrema derecha y extrema izquierda, de donde han salido demagogos sin escrúpulos y vendedores de humo que mienten descaradamente, manipulan vergonzosamente el sufrimiento de las capas populares humildes, la clase media empobrecida y la juventud desnortada, sin trabajo o subempleada, y ofrecen soluciones simples y milagrosas a problemas complejos y difíciles de resolver.

Pie de foto: El periodista británico John Carlin.

Mantener la cabeza fría

En tiempos de tristeza, angustia e inquietud como los que vivimos en España y Europa es difícil mantener la cabeza fría y no hundirse en las aguas pantanosas de la mediocridad intelectual y la estupidez política. Lo más fácil es dejarse arrastrar por la muchedumbre, sucumbir a la dictadura de la mayoría. Intentar conservar el sentido común, dudar razonablemente y reflexionar antes de hablar para soltar frases lapidarias no está de moda. En España, el exabrupto, la soflama y la consigna han ganado la batalla a la inteligencia y el sentido común. ¿Sólo ocurre en España? Por supuesto que no. La situación en muchos otros países europeos es peor que en España en algunos aspectos. Y nosotros aquí, lamiéndonos las heridas y sin enterarnos de la misa la mitad. Claro que para enterarse un poco más de lo que ocurre en el mundo hay que dedicar tiempo a la lectura y la reflexión y mirar menos las numerosas televisiones privadas que inundan con su basura nuestra martirizada sociedad española y reducen la inteligencia del ciudadano a su mínima expresión.

Pues sí, señor, no vivimos en el peor país del planeta ni somos una sociedad de 47 millones de corruptos y desgraciados ni nuestros políticos son todos una pandilla de delincuentes descendientes de Al Capone. España tiene muchos problemas y necesita urgentemente de profundas reformas estructurales para ser un país más moderno, próspero, justo y democrático. Sin lugar a duda. Nuestro país podría ser mejor de lo que es hoy en día si la sociedad se lo propusiera seriamente y los poderes públicos se dedicaran al bien común y no a otras cosas menos dignas. Ahora bien, ser crítico con todas las cosas que no funcionan y exigir a los políticos lo que es de justicia no significa abrir la boca para soltar una sandez detrás de otra. A ver si nos enteramos de que en otros países cercanos al nuestro hay políticos y partidos bastante más repugnantes que en España. Es lo que recuerda el agudo periodista británico John Carlin en un artículo publicado hace unos días en el diario El País. El titular del artículo es ilustrativo y provocativo: “España: isla de decencia y sensatez”.

Españoles vanidosos

Escribe Carlin: “¿Quiénes se creen los españoles? Tan vanidosos ellos, jactándose de lo malos que son sus políticos, creyéndose los dueños de la mediocridad. ¿No se dan cuenta de que en el deporte del populismo barato, la irresponsabilidad, y la estupidez sencillamente no compiten a nivel internacional? ¿Que los viejos complejos respecto no solo a Estados Unidos e Inglaterra sino al resto de Europa ya no tienen razón de ser?” El periodista británico agrega: “Ha llegado la hora de cambiar el chip. Desde el plebiscidio británico, como también es conocido, el referéndum, sobre la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea, he viajado tres veces de Londres a España. Siempre tengo la misma conversación. ‘Qué pena el resultado del referéndum, qué locura, pero, claro, aquí somos peores, aquí nuestros políticos…, ya sabes’, me dicen los nativos. ‘¿Qué?’, les respondo. ‘¿No se dan cuenta de que comparado con lo que vemos hoy en la campaña electoral estadounidense, con lo que vimos en la campaña por el Brexit, con la demagogia que tanto cala en las poblaciones de Francia, Alemania, Holanda, Austria, el clima político que se vive en España respira tolerancia, respeto, civilización, seriedad? ¡Por favor!”.

Pie de foto: Ciudadanos paseando por la Plaza Mayor de Madrid.

Madurez y sobriedad

John Carlin apunta que “las campañas electorales en España han exhibido un nivel de madurez y sobriedad que la mayoría de los países del mundo, pero especialmente Estados Unidos, deberían envidiar”. Y destaca el periodista británico: “Ninguno de los cuatro partidos políticos más importantes de España ha apelado al racismo o la xenofobia para conquistar votos. Las condiciones han existido para que tal partido surgiera. Ha habido mucha rabia, mucha inmigración y mucho desempleo. Pero, a diferencia de lo que vemos en el resto del mundo rico occidental, nada de eso hay en España, una isla de decencia rodeada de un mar de mezquindad”. John Carlin tiene razón, aunque quizá exagere, o simplemente provoque, en su diagnóstico tan positivo de España. El jurista y catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) Francesc de Carreras se refiere al artículo de Carlin en la edición catalana de El País en términos elogiosos. “Hago mío su contenido, tanto la letra como, sobre todo, el espíritu. Es decir, también pienso que España no funcionan tan mal como decimos los españoles”, señala De Carreras. “Los españoles estamos sumidos en un exceso de pesimismo, no todo está bien, pero tampoco todo, ni mucho menos, va tan mal”, recalca el jurista catalán.

¡Sacrilegio! ¡Cómo se atreven Carlin y De Carreras a decir que el país no va tan mal!, pensarán los defensores de la España agónica y al borde del abismo. ¡Aliados de la derecha cavernícola! y ¡submarinos del PP en el mundo periodístico y universitario!, gritarán otros al unísono. Los policías del pensamiento al servicio del progresismo de pacotilla y políticamente correcto, toda una pléyade de agoreros, cantamañanas y jetas pseudo intelectuales que dicen amar a España y sufrir por sus problemas, no van a permitir que nadie les haga sombra. Toda esta pandilla de sufridores profesionales de cartón piedra que tanto se preocupan por el país, necesitan que sus discursos apolillados sobre lo mal que va España sean dogmas incuestionables. Viven de eso, de anunciar desgracias que después no se cumplen y de asustar a gente de buena fe. Los partidarios del auto odio necesitan seguir impartiendo su doctrina nauseabunda para seguir chupando del bote. La mayoría de estos pobres desgraciados estuvieron callados durante los años de burbuja inmobiliaria, orgia financiera y derroche presupuestario. Una vez que acabó la fiesta, se subieron al carro de los indignados, que en toda España salieron de debajo de las piedras e inundaron plazas y calles. Ahora nos siguen amargando la vida con sus soporíferos sermones trufados de moralina barata, medias verdades y mentiras globales.

Muchos problemas

Que quede claro: no me burlo de la gente que lo pasa mal en nuestro país ni niego los graves problemas que tiene España. Problemas económicos que nos hacen menos productivos y competitivos de lo que sería deseable. Problemas sociales que generan pobreza, desigualdad y legítimo descontento popular. Problemas políticos e institucionales que merman la calidad de la democracia. Problemas de corrupción que avergüenzan a muchos, pero que durante años fueron tolerados por millones de españoles de a pie que ahora se rasgan las vestiduras y piden justicia. Problemas de desempleo inaceptables. Tenemos un sistema tributario injusto, una Justicia que es lenta y no es igual para todos, un sistema educativo mediocre y que no está adaptado a las necesidades del siglo XXI, una clase política manifiestamente mejorable, compuesta por viejos y nuevos partido, pero no tenemos que soportar a gentuza como Silvio Berlusconi, Donald Trump, Nigel Farage o Marine Le Pen; una parte de la sociedad es deficiente en cuanto a civismo democrático… ¿Sigo? Creo que no hace falta.

Ni el mejor ni el peor lugar del mundo

Sé que no vivimos, en España, en el mejor país del mundo, pero tampoco en el peor. Ahora bien, cabe recordar que pocos países en el mundo han cambiado tanto y tan profundamente en las últimas décadas. No es una afirmación gratuita y frívola del autor de este artículo. Lo dicen estudios internacionales de la ONU y otros organismos. En los últimos 40 años, la sociedad española ha sido capaz de transformar su país. Nos deberíamos sentir legítimamente orgullosos de los muchos logros que ha conseguido España. A pesar de los problemas, España es un gran país y un buen país para vivir. El problema es la falta de autoestima de muchos españoles, lo que no tiene nada que ver con el nacionalismo, siempre cutre e insoportable. Sería deseable que los españoles que aspiran a que su país sea una verdadera nación de ciudadanos iguales en derechos y deberes, más democrática, rica, justa y equilibrada, plantasen cara a los predicadores del apocalipsis español del siglo XXI. A ver si hay suerte y cuando dentro de unos años alguien hable mal de España sea portugués o francés.