Opinión

Memorias de África en Sochi

photo_camera Putin y África

Según anunciábamos en una columna anterior, ‘Dinámicas neocoloniales en el África del siglo XXI’, se ha celebrado durante dos días en la costera ciudad rusa de Sochi la primera cumbre económica entre Rusia y África, siguiendo la estela del Foro de Cooperación China-África que tuvo lugar en  Beijing, en 2018. Las primeras noticias anuncian la firma de cientos de acuerdos comerciales que alcanzarían en total la cifra de 10.000 millones de euros, fruto de dos intensos días de encuentros en los que han tomado parte representantes de 40 estados africanos, entre los que se encontraban líderes de primera línea y altos funcionarios. Rusia, que no quiere perder el tren del desarrollo africano, desplegó un abanico de mercadería estratégica que abarcó desde equipamiento militar hasta reactores nucleares, y llevó a cabo la donación incondicional de un número indeterminado de stocks armamentísticos a 30 de los países participantes, así como la firma de un acuerdo marco para habilitar la financiación del comercio ruso-africano y un memorando para los derechos de extracción de crudo en Guinea Ecuatorial y Nigeria.

La competencia directa de china en el continente africano ha llevado a Rusia a tomar la iniciativa para recuperar en un quinquenio parte de la influencia diplomática y de los lucrativos flujos comerciales de los que gozó el Kremlin durante la Guerra Fría. A día de hoy, la presencia militar rusa sobre terreno sigue siendo mínima, en relación a la que tienen Francia y Estados Unidos, aunque las dinámicas geopolíticas en curso parecen sugerir que el foco de atracción africano se está reorientando hacia el este y es más dinámica de lo que quisieran los actores occidentales. A su vez, tanto China como Rusia tienen en África una oportunidad única para apalancar su propio desarrollo económico favoreciendo el crecimiento de un mercado de 1.300 millones de habitantes, en el que todo está por hacer, y en el que el peso de las antiguas potencias coloniales va a la baja. Es, sin embargo, interesante señalar que el anfitrión Putin telefoneó inmediatamente después de la cumbre de Sochi al presidente francés Emmanuel Macron, para ponerle al corriente de los resultados del encuentro, sin que haya constancia de que una llamada similar a la Casa Blanca se haya producido. 

A diferencia de EEUU, Francia puede ser un aliado más o menos explícito de Rusia en África, actuando como fulcro cultural para contrarrestar la profunda incursión de China en África en los últimos 20 años, ofreciendo así a Francia la oportunidad de jugar un papel relevante en el reequilibrio global del poder que le permitiría reforzar su liderazgo en el seno de la Unión Europea, aprovechando las dinámicas introspectivas en las que ha entrado su antiguo rival colonial británico. Esta es una oferta que difícilmente puede rechazar el Eliseo, después de que fiasco reputacional de la Opération Sangaris en 2016 haya obligado a Francia a poner todas sus manzanas estratégicas en la cesta de la región occidental del Sahel, una zona con la que, según las autoridades de Burkina Faso presentes en Sochi, Putin se ha comprometido a ayudar en su lucha contra el yihadismo.
El discurso de Putin se basa en un relato simple, que resuena bien en los marcos mentales africanos, y que es consistente con las motivaciones del Tratado Continental Africano de Libre Comercio que analizamos recientemente en estas mismas páginas: Putin engarza el tradicional apoyo ruso a la autodeterminación política de los pueblos africanos desde los días de la Guerra Fría,  con una oferta de respaldo a la autodeterminación económica en nuestros días; la retórica de una segunda lucha de liberación; la de la emancipación económica del neocolonialismo.

Un elemento clave en esta visión de independencia económica es la autosuficiencia energética, que en la hoja de ruta rusa se llama energía nuclear. El peso del continente africano en la ONU no es desdeñable, y esta organización supranacional ha apostado ostensiblemente por Objetivos de Desarrollo Sostenible, cuya consecución es más viable en los plazos impuestos apostando por las tecnologías nucleares, en detrimento de la energía fósil, tal y como defendió el subdirector general de la Agencia Internacional de Energía Atómica en Sochi. 

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, posa para una foto familiar con los jefes de los países que participan en la Cumbre Rusia-África 2019 en el Parque Sirius de Ciencia y Arte en Sochi, Rusia, el 24 de octubre de 2019

La meta de convertir a los estados africanos signatarios del Tratado Continental Africano de Libre Comercio  en países cuyo desarrollo económico les brinde un alto nivel de vida en los próximo 30 años sólo es viable mediante el impulso de la energía nuclear, la única capaz de producir de manera rápida, asequible y limpia la potencia eléctrica necesaria para que África se sume al uso y desarrollo de tecnologías modernas, tales como la digitalización, la inteligencia artificial y la automatización. Esta visión estratégica hace que La Corporación Estatal de Energía Atómica rusa, Rosatom, brinde a Rusia un protagonismo marcadamente ventajoso en los planes de desarrollo sostenible de África, lo que se ha traducido en la firma en Sochi de una serie de compromisos, protocolos y contratos para implementar una amplia cooperación científica y tecnológica con varios países africanos, como el que epitomiza el Centro de Ciencia y Tecnología Nuclear de Ruanda.

Otro elemento fundamental en los planes rusos es la Agencia Internacional para el Desarrollo Soberano, cuyo objeto sería ayudar a los gobiernos africanos a obtener financiación alternativa a la del Fondo Monetario Internacional, y que ya cuenta con el interés manifiesto de la República Democrática del Congo, Guinea y Níger. De nuevo, la narrativa de esta iniciativa rusa gira en torno a reducir la vulnerabilidad de áfrica frente a la intromisión occidental; “soluciones africanas para los problemas africanos”. 

Como era de esperar, esta retórica ha sido mejor recibida por los líderes africanos que los exabruptos escatológicos usados por Donald Trump para calificar a los países africanos en enero de 2018, y allanado así el camino propagandístico para que el Kremlin vuelva a ser un compañero preferente de viaje en el desafiante trayecto que el continente africano tiene por delante.