Presidente y primer ministro

Boris Johnson

José María Peredo Pombo. Catedrático de Comunicación y Política Internacional de la Universidad Europea de Madrid.

Desde que Wilson sentara a Estados Unidos en la mesa de las grandes potencias tras su decisiva intervención en la Primera Guerra Mundial, los ingleses han establecido una sólida alianza con los americanos en distintos momentos del siglo XX, para afrontar crisis y conflictos trascendentales y para mitigar los efectos de la caída de su imperio y el debilitamiento de su poder internacional.

Churchill y Roosevelt fueron el máximo exponente de esa histórica y compleja relación entre ambos países, en medio de la mayor tragedia de la edad moderna, que culminó en 1945 con un mundo bipolar donde el Reino Unido poco tenía que decir sobre las tensiones políticas y los planteamientos militares de soviéticos y americanos. Los ingleses ganaron la guerra y se sentaron por derecho en las negociaciones de Teherán, Yalta y Postdam. Pero los mares dejaron de estar custodiados por los británicos y su influencia fue sustituida por la americana que se extendió por el medio y el lejano Oriente. Alemania y Japón pasaron de enemigos a ser aliados y la Europa occidental se reconstruyó como un espacio atlántico de desarrollo y seguridad protegido por los Estados Unidos.

Tiempo después, al finalizar la crisis económica de los años 70, Ronald Reagan y Margaret Thatcher se convirtieron en un simbólico eje conservador que sirvió como acelerador del final de la Guerra Fría. La sintonía de los dos líderes en cuestiones como la reducción de las cargas fiscales o en la actitud desafiante frente a las posiciones de la izquierda, les granjeó una imagen ultraliberal y de firmeza ideológica.

La Europa de Mitterrand y Kohl solo pudo recuperarse de su ostracismo ante el carisma de la pareja anglosajona, cuando la caída del muro situó a la Unión Europea en el foco de los objetivos estratégicos occidentales. Los ingleses entonces vieron en los mercados abiertos y la globalización una oportunidad para crecer y liderar el nuevo escenario europeo sin perder su personalidad y su moneda.

Bill Clinton y Tony Blair encabezaron después la llamada tercera vía liberal y progresista, que puso el foco en la globalización y la democracia. Las inconsistentes figuras de Chirac y Schröder potenciaron al laborista en la escena internacional, pero la victoria de Bush en el año 2000 y los atentados de las Torres Gemelas transformaron aquella alianza de centro izquierda en una alianza militar neoconservadora que terminó con la intervención en Irak. Nuevamente la entente anglo - norteamericana perdió fuerza tras una crisis global, en un mundo que se encaminaba entonces hacia una etapa donde las nuevas y renovadas potencias harían valer sus intereses antes que sus principios.

Boris Johnson y Donald Trump se han convertido en los políticos de moda. Una previsible e imprevisible asociación de primer ministro y presidente que ha generado ríos de tinta por lo extravagante de sus formas y por la magnitud de los retos que les aguardan. Cuál es el recorrido que va a tener la peculiar pareja en este periodo es difícil de predecir. Aparentemente comparten ideas populistas y rupturistas con el orden liberal. Pero no niegan las alianzas que lo sostiene, ni el crecimiento económico que produce, ni la democracia que los identifica dentro de aquel.

Aparentemente promueven visiones duras y nacionalistas para negociar el Brexit y los tratados bilaterales. Pero el pragmatismo es un invento anglosajón. Parecen mirar por encima del hombro a Europa, pero Francia y Alemania se hacen cada día más fuertes y sus políticos lideran un mercado solvente y regulado. Manejan los medios con descaro y a la opinión pública con audacia. Pero generan también rechazo y una gran oposición que les puede desbancar en unas elecciones. Son a día de hoy el producto político de una crisis, cuyo final los ciudadanos no quieren prolongar.

 

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