Túnez entre la espada y la pared: la incógnita Ennahda

Túnez entre la espada y la pared: la incógnita Ennahda

El organismo independiente que ha supervisado la celebración de las elecciones tunecinas ha proclamado oficialmente los resultados obtenidos en las urnas el pasado día 6 de octubre, en las que el partido del renacimiento, Ennahda, obtuvo 52 de los 217 escaños que conforman el parlamento tunecino, cuando necesita 109 escaños para poder gobernar.
Blandiendo una legitimidad derivada de estos resultados, el aparato de Ennahda aduce con firmeza que los principios constitucionales y democráticos le confieren el derecho a formar gobierno, bajo la dirección de Rachid Ghanuchi. Sin embargo, hasta el momento no han encontrado socios dispuestos a unirse en coalición salvo los radicales de Al Karama, que cuentan con 21 escaños parlamentarios. Tanto la Corriente Democrática de centroizquierda, como el Movimiento Popular nacionalista panárabe, con 22 y 16 escaños respectivamente, rechazaron por inaceptables las proposiciones de Ennahda. 
Por su parte, Ennahda descartó aliarse con Qalb Tounes, liderado por el empresario Nabil Karoui -quien fue arrestado a fines de agosto acusado de blanqueo  y evasión de impuestos- y que tiene 38 escaños en el parlamento, y rechazó asimismo al Partido Destourian Libre de Abir Moussi, que dispone de 17 escaños y persigue la ilegalización de Ennahda, mientras que el partido Tahya Tounes,  del ex-primer ministro Youssef Chahed, ofreció sus 14 escaños sin contrapartidas.
Así las cosas, Ennahda, que precisa del apoyo de al menos cinco grupos en el parlamento, ve como el reloj sigue avanzando hacía la fecha límite de diciembre, cuando el presidente tunecino Kais Saied estaría obligado a intervenir encargando la formación de gobierno a otro partido una vez transcurridos 60 días desde que Ennahda recibió el mandato de formar gobierno, y en última instancia, convocar nuevas elecciones si no es posible establecer un nuevo gobierno. Es probable que estos nuevos comicios estuviesen caracterizados por una alta abstención que podría jugar a favor de Ennahda, en detrimento de los partidos que no se han prestado a implicarse en una coalición de gobierno. 
Estas incertidumbres están despertando la inquietud de los agentes sociales tunecinos, y ha llevado tanto a la patronal de Industria, Comercio y Artesanía, como al Sindicato General de Trabajadores, a hacer una llamada por el entendimiento para que un nuevo gobierno se ponga a gestionar de una vez por todas la inquietud social que se deriva de la cataclísmica situación de la economía de Túnez, que padece un enorme nivel de desempleo juvenil,  y sufre una inflación que ha convertido la cesta de la compra en un lujo inasequible.
También está causando nerviosismo entre las filas Ennahda, donde están aflorando las posiciones encontradas de quienes defienden agarrarse a un clavo ardiente para formar gobierno, incluso al precio de asumir el riesgo de que Túnez caiga en las redes clientelares de Turquía, Qatar e Irán, o transitar hacia la normalización democrática de Túnez; todo ello al tiempo que el liderazgo del partido está en disputa dado que el mandato de  Ghanouchi concluye en 2020. Hasta ahora, Ennahda ha dado muestras de prudencia y pragmatismo, en buena medida como respuesta condicionada a la suerte que corrió su correligionario egipcio Mohammed Morsi al poco de convertirse en el primer presidente electo de Egipto, y por el lacerante recuerdo de la propia represión sufrida en tiempos no muy lejanos. 
Esto vendría a sugerir que el aparato de Ennahda tiene suficiente cintura para adaptarse líquidamente a la situación, como demostró en octubre dando su apoyo a Saied en la segunda vuelta de las elecciones.

El resultado del cálculo de riesgos y beneficios que Ennahda está llevando a cabo bien puede conducirle a decidir estar en sintonía directa con la voz de la calle, optando por un secularismo de facto, moderando su maximalismo sectario para consolidarse reluctantemente como un partido de corte post-islamista, que haga bandera del compromiso con las mejoras sociales, y el desarrollo económico de Túnez, haciendo buenas las tesis del exministro reformista Naoufel Jammali.  
 

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