Tambores de guerra de Año Nuevo

Esmail Qaani, nuevo comandante Fuerza Quds de Irán

Esmail Qaani, nuevo comandante Fuerza Quds de Irán 

El nuevo año ha debutado con el estruendo de tambores de guerra. En el momento de escribir este análisis a vuela pluma,  hay aún demasiadas incógnitas en el aire, por lo que nos centraremos en señalar las presumibles dinámicas geopolíticas que se desencadenarán con la eliminación de la segunda persona más poderosa de Irán -sin autorización del Congreso norteamericano- así como las repercusiones para la política interna estadounidense. En cuanto a las posibles consecuencias, son estas tan imprevisibles y ramificadas, que es posible imaginar que algún funcionario sensato del Departamento de Estado le haya dicho a Trump,  a cuenta la liquidación de Soleimani,  lo mismo que el Conde Joseph Fouché le espetó a Napoleón, con motivo del asesinato de su rival, el Duque de Enghien: «sire; es peor que un crimen, es un error».
Para empezar, Donald Trump lo tendrá complicado para sortear suspicacias acerca de que ha actuado por intereses electoralistas, habida cuenta de que él mismo acusó pública e insistentemente a Barak Obama, entre 2011 y 2013,  de estar a punto de iniciar una guerra con Irán para sacar ventaja electoral. También las sospechas de que esta escalada con Teherán le ayuda a capear el proceso de impeachment, tal y como hizo Bill Clinton bombardeando Irak en 1998. Más allá de la lógica política washingtoniana, está por ver si este último episodio es parte del “juego del gallina” que Irán y EEUU han protagonizado contenidamente  durante los últimos 18 meses, o por el contrario lleva a que se  levante el telón de un nuevo escenario de conflagración abierta. 
Con todo, el acuerdo nuclear internacional de 2015 ha muerto al tiempo que Soleimani, y con ello, toda esperanza de apertura en Irán, donde las protestas contra el régimen han pasado a ser manifestaciones de apoyo al mismo.
En cualquier caso, lo que parece poco discutible es que Trump ha decidido dejar Irak a su suerte, convirtiéndolo en el potencial teatro de guerra entre EEUU e Irán. La retórica del primer ministro iraquí, Abdul-Mahdi, condenando la eliminación del jefe de la Fuerza Quds,  junto con el líder de  Kataib Hezbollah, al-Muhandis, y calificando el ataque norteamericano de acto de agresión contra su país, y una violación flagrante de las condiciones para la presencia de las fuerzas estadounidenses en el país, dejan poca duda de la amplitud de la brecha. 
Es más que cuestionable que la desaparición de Soleimani, responsable de buena parte de las bajas del ejército americano en Irak como arquitecto de la insurgencia, y  líder de la red terrorismo transnacional de Irán -desde el Líbano a Siria- ponga fin a las actividades de la Fuerza Quds. El régimen iraní no solo no padece tendencias suicidas, sino que es extremadamente calculador, por lo que no es plausible imaginar que vaya a entrar inmediatamente al trapo de un enemigo mucho más poderoso. Por el momento, Teherán no ha tardado en reemplazar al difunto  Soleimani con el general de brigada Esmail Qaani, menos carismático que Soleimani,  pero igualmente curtido en la guerra Irán-Irak, y con amplia experiencia en misiones de inteligencia militar contra los carteles de la droga que se infiltraban en la provincia de Khorasan desde Afganistán, y de apoyo a la Alianza del Norte afgana en los 90 (al alimón con los intereses americanos, como ocurriría después en Siria contra el ISIS), así como en la supervisión de operaciones en Afganistán, Pakistán y Asia central, amén de coordinar las redes de actividad iraní en África y Sudamérica.
Por consiguiente, Qaani está formado en la misma escuela que Soleimani, y lo esperable es que la Fuerza Quds continúe su línea de actividad internacional sin solución de continuidad,  ni cambios de rumbo. Su reto inmediato es organizar la respuesta iraní a la muerte de Soleimani. Lo que se sabe de Qaani,  lo presenta como alguien cuya personalidad encaja como un guante en la doctrina militar iraní, que prima el actuar sin precipitación y en sus propios términos; controlando los tiempos para obtener la mayor ganancia estratégica posible. Irán sabe -desde la crisis de los rehenes de 1980 que defenestró a Jimmy Carter-  que los medios de comunicación americanos son vulnerables a la manipulación sensacionalista, por lo que parece razonable vaticinar que la respuesta iraní será asimétrica, inesperada,  y diseñada para la CNN.
Tanto más cuanto que Donald Trump se juega un segundo mandato este año, ante un electorado que tiene grabado el recuerdo de las decenas de miles de bajas americanas en Vietnam, y de la carnicería en la que degeneró la Guerra de Irak. A día de hoy, el Congreso tiene la mayoría que tiene, así como la potestad de aprobar los fondos necesarios para entrar en guerra, por lo que Teherán carece de incentivo alguno para dar razones a los Demócratas para financiar una guerra a gran escala contra Irán.
En todo caso, tal vez la mayor incógnita sea si la administración Trump está estratégica y psicológicamente preparada para la  respuesta de Teherán, cuándo y cómo ésta se produzca, y si esto incluye planes para un realineamiento diplomático con los aliados tradicionales de EEUU, a los que Trump ha ninguneado ostensiblemente desde que llegó al poder. Sin esto, es difícil imaginar que los países europeos se sumen a una escalada militar cuya primera víctima será el suministro de crudo, seguida de la economía mundial, precisamente en un momento que coincide con el aumento de fricciones en el este del Mediterráneo, que pueden acabar perjudicando la extracción de hidrocarburos en torno a Chipre. 
Los inicios no has sido prometedores: Mike Pompeo,  secretario de Estado norteamericano, notificó el ataque del día 3 a su principal aliado, Reino Unido, sólo cuando ya había tenido lugar, efectivamente al mismo tiempo que se informaba a China, y antes de consultar la operación con Nancy Pelosi, presidenta del Congreso. Como decíamos al inicio de este análisis, es pronto para poder evaluar la motivación última y las derivaciones de la operación contra Soleimani. Pero si nos hemos de guiar por lo que Donald Trump publicó en Twitter,  poco después del ataque (“¡Irán nunca ganó una guerra, pero nunca perdió una negociación!”) es dudoso que la Casa Blanca tenga una visión a largo plazo del problema iraní, ni que sea consciente de todo lo que realmente está en juego.
 

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