Opinión

Tras ochenta años a flote, volvemos a hundirnos

photo_camera Tras ochenta años a flote, volvemos a hundirnos

El pasado día 1 de septiembre se cumplieron ochenta años del comienzo de la II Guerra Mundial; un hecho que, a pesar de su gravedad, magnitud y consecuencias, ha pasado casi desapercibido a la atención mundial. Situación lamentable, y no por haber perdido la oportunidad de celebrar nada bueno, todo lo contrario; sino por tomar un respiro y comprobar lo que fuimos capaces de hacer tras tan horrible acontecimiento a fin de evitar su repetición y, de darnos cuenta que, posiblemente de nuevo, estemos pavimentando el camino hacia su repetición.

Mundialmente se toma el 1 de septiembre de 1939 como la fecha en la que dio comienzo el conflicto bélico más grande y catastrófico de la humanidad con la invasión de Polonia. Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Alemania y a sus aliados, dos días después de que Alemania lanzara dicha campaña militar. Simplificando, se podría decir que se llegó al conflicto como resultado y consecuencia del cierre en falso del -hasta entonces- mayor conflicto bélico internacional (la I Guerra Mundial) y ciertas ansias de revancha para acogotar a unos y resarcirse, los otros, de todo lo anterior. 

Aunque fue necesaria la concurrencia de otros factores como: un largo periodo de planificación política y militar; flagrantes engaños a todos los niveles y partes; la necesaria maduración del asunto; titubeos ante ciertos poco justificados movimientos militares y anexiones terrestres; soterradas alianzas o denigrantes pactos; muchas y cada vez más frecuentes persecuciones sobre ciertas razas o etnias y vergonzosas vacilaciones internacionales sobre si reaccionar duramente o no ante aquellos actos.

Así, hace tan solo 80 años dio comienzo el más grave conflicto mundial. Conflicto que -además de todos los desmanes y abusos factibles e inconcebibles, esperados o sin esperar- dejó a Europa y otros muchos países más o menos cercanos, desolados, y arrasados; produjo cientos de millones de desplazados y refugiados y lo que es aún peor, aportó la escalofriante cifra de unos 60 millones de muertos entre civiles y combatientes (49 millones por parte de los países Aliados y 12 millones de las conocidas como Potencias del Eje).

La campaña abarcó un extenso periodo de tiempo, concretamente desde el 1 de septiembre de 1939, al 8 de mayo de 1945; fecha en que tuvo lugar la firma de la capitulación incondicional alemana tras la muerte, al parecer por suicidio, del dictador Hitler y la consiguiente toma de Berlín por los Aliados con lo que se daba por finalizada la guerra en Europa. Realmente el conflicto global como tal, continuó fuera de los confines del viejo continente hasta la rendición del Japón que se produjo el 15 de agosto de 1945.

Forzada rendición a la que se llegó tras tomar la decisión de explosionar dos artefactos nucleares norteamericanos sobre Hiroshima (6 de agosto) y Nagasaki (tres días después) para cortar la resistencia imperial a acceder a ello y la inútil y abultada sangría por las islas del Pacífico. La capitulación definitiva se firmó el 2 de septiembre de 1945.

Dando fin a una guerra en la que aparte del ya mencionado actor principal en el reparto, contó con otras destacadas estrellas compartiendo protagonismo, responsabilidad y liderazgo en sus áreas de acción e interés; me refiero claro está a Mussolini en Italia, Stalin en Rusia, Churchill en el Reino Unido y el emperador Hirohito del Japón. Personajes todos ellos dotados de una personalidad y singularidad propias, arrastradas o derivadas de las condiciones de vida que les rodearon a cada uno de ellos desde su nacimiento e infancia o los propios genes heredados de sus ancestros. 

Tal y como se ha apuntado, la Segunda Gran Guerra supuso la catástrofe más grande creada por el ser humano contra sus congéneres; nacida de la ambición de un lunático visionario, Adolf Hitler por fundar el denominado Tercer Reich con la primigenia idea de resarcirse de los muchos agravios al pueblo alemán tras la I GM, recobrar pasadas glorias y ampliar su dominio sobre el mundo; otorgando prioridad a la existencia y necesidad de una raza superior a la que asignó una falaz supremacía y dominio sobre el resto y hasta preconizó la supresión de las “no tan puras”, que pudieran contaminar o disminuir la pureza de aquella. 

Todo empezó con el llamado “Día de la Infamia" con la invasión a traición de Polonia. Fue entonces, y solo entonces cuando el Reino Unido, buena parte de los países de la Commonwealth, Francia y la misma Polonia se vieron volcados a declarar la guerra a Hitler. Tan solo seis años más tarde, el desmedido conflicto había sido capaz de involucrar directa o indirectamente a muchos países del planeta; principalmente, en la toma de posición sobre las causas y razones del conflicto y la diatriba sobre la neutralidad y la directa intervención o no en el conflicto junto a los Aliados o con las llamadas Potencias del Eje. 

Solo la confluencia de todo tipo de esfuerzos y la cooperación entre los directa o indirectamente atacados; la denodada lucha sin cuartel de los combatientes en momentos de dificultad; la impagable y prolongada resistencia pasiva y la frenética actividad industrial de las sufridas poblaciones civiles; los grandes adelantos en las tácticas, técnicas, procedimientos militares; el uso masivo de: la aviación, los carros de combate, la Artillería y cohetes de grandes calibres, la lucha naval de superficie y submarina, las unidades especiales, paracaidistas e Infantería de Marina; así como la increíble mejora de los medios de comunicación y localización, y fundamentalmente, la aparición del arma nuclear, hicieron posible acabar con los descabellados impulsos  de unos “locos” que pretendieron someter al mundo por la fuerza.     

Por mucho que intentemos presumir de la necesidad y de la magnífica huella europea dejada en el mundo y sus civilizaciones en lo referente al descubrimiento de continentes; instauración de la democracia; importantes progresos en cultura, ciencia y medicina; la expansión de la religión cristiana y la aplicación de la ley y el orden justa a nivel mundial, también debemos reconocer que, durante cientos de años, Europa ha sido tierra de múltiples condados, reinados o imperios cuya historia se ha visto frecuentemente, incitada, infectada y asolada por todo tipo de conflictos desde los más perniciosos y desagradables a las cruentas y prolongadas guerras, la opresión política interna y sobre los vecinos y las llamadas colonias.

Consecuentemente, no es de extrañar que toda la barbarie de los grandes conflictos mundiales haya tenido su origen y la mayor parte de su aplicación sobre el Viejo Continente y aledaños. Si centramos el foco de atención, se aprecia que tan solo entre 1914 y 1945, alrededor de unos 50 millones de europeos se vieron desplazados de sus asentamientos habituales y otros 100 millones de personas perdieron la vida como resultado de: dichas Guerras Mundiales, millones de víctimas en diversos conflictos menores, persecuciones y variopintos modos de opresión –principalmente en Rusia-, millones de personas asesinadas en los campos de exterminio u otros lugares como consecuencia del genocidio de los judíos y otras “rarezas biológicas” en muchos países de Europa. 

Tampoco fue casualidad, que en el mismo año del fin de la Segunda Guerra, tras tanta barbarie y horror, se pensara y creara a nivel internacional la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como sustitución y un paso más eficiente al dado previamente con la Sociedad de las Naciones (SDN) o Liga de las Naciones, que fue un organismo internacional creado por el Tratado de Versalles, el 28 de junio de 1919 y se disolvió en abril de 1946.  La ONU, mucho más ambiciosa y potente, fue apoyada inicialmente por 51 países con el fin de mantener la paz y la seguridad en el mundo, promover la amistad entre las naciones, mejorar el nivel de vida general y defender los derechos humanos. 

Se puede afirmar que una guerra tan violenta y fratricida entre europeos, como su cercanía a la primera contienda mundial y los alarmantes movimientos expansivos rusos, aparte de crear en Europa una atmósfera proclive hacia la necesidad de encontrar la Paz entre vecinos, provocó que aumentara la preocupación por la seguridad, por lo que se procedió a la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (NATO, por sus siglas en inglés). Una alianza militar que se rige por lo estipulado en el Tratado del Atlántico Norte o Tratado de Washington, firmado allí el 4 de abril de 1949, que constituye un sistema de seguridad y defensa colectiva, por el que los Estados miembros acordaron defender a cualquiera de sus miembros si fueran atacados por una potencia externa. 

Así como tampoco fue casualidad, que algo más tarde, en marzo de 1957, naciera la Comunidad Económica Europea; asociación, que posteriormente pasaría a denominarse Unión Europea. Un Organismo que, tras un inicio bajo el “aparente único propósito” de crear un mercado común europeo, realmente, esconde el más importante y verdadero de ellos, y que básicamente consiste en traer, de una vez por todas, la paz duradera a Europa y entre sus Estados miembros tras centenares de años batallando entre ellos.

La necesidad de dar este paso tan crucial tampoco fue casual, ni cosa de unas pocas reuniones u ocurrencias de última hora; se veía venir por la constante y cada vez más latente preocupación por la seguridad a nivel regional y mundial. Preocupación que se vino plasmando en varios hechos, reuniones de líderes políticos y discursos; destacando de entre estos, el hecho nada fortuito, de que justo al año de finalizar la Segunda Guerra Mundial, el 19 de septiembre de 1946, Churchill pronunciara su famoso discurso en Zúrich, Suiza, en el que presentó a los europeos su personal forma de ver sobre cómo evitar las guerras en Europa y entre los europeos: "Tenemos que construir una especie de Estados Unidos de Europa, y solo de esta manera, cientos de millones de trabajadores serán capaces de recuperar las sencillas alegrías y esperanzas que hacen que la vida merezca la pena. El proceso es sencillo. Todo lo que se necesita es el propósito de cientos de millones de hombres y mujeres, de hacer el bien en lugar de hacer el mal y obtener como recompensa bendiciones en lugar de maldiciones” y que terminaba con un entusiasta ¡Levantemos Europa! 

Si bien es cierto que el sueño o receta vaticinada por Churchill no se cumplió en las mismas dimensiones y cometidos tal y como él las pensaba, la creación de la Comunidad o Unión europea fue el fulcro y la razón de ser para que haya existido el periodo más largo de paz en la historia de Europa y entre los europeos. De hecho, desde entonces no ha existido ningún conflicto bélico entre los Estados miembros de la UE y hasta hay que decir, que cuando la Unión fue merecedora del Premio Nobel de la Paz en 2012, muchos piensan que dicho galardón fue debido en parte a su contribución a la paz en el mundo entero pero, principalmente, por mantenerla en el caliente y agitado solar europeo. 

Tras este repaso a los eventos y consecuencias “positivas” de dicha barbarie, llegamos a un punto en el que deberíamos obligatoriamente reflexionar sobre un asunto que pienso, es muy importante. Todo apunta a que, a pesar de que casi todos compartiéramos que, finalmente, Europa y los europeos supieron tomar decisiones en la correcta dirección para evitar nuevas confrontaciones en su patio común; no obstante, algunos indicadores empiezan a anunciar que podría ser que de nuevo, comenzáramos a estar fuera de tal camino o recorriéndolo en el sentido contrario.

Lo primero que nos puede llevar a dicha reflexión es el Brexit. Comprobar, tal y como se ha visto, que uno de los propulsores de la UE -en boca del mismísimo Churchill- sea el primero en querer salirse de ella, resulta impactante y desalentador. Intentar hacerlo, además, malamente o por las bravas, es mucho más significativo y augura un descalabro y complicaciones a futuro en las buenas relaciones mantenidas con el Continente durante todos estos años de paz y armonía. Las tensiones internas actuales sobre el tema, ya se han llevado por delante a dos gobiernos y todo apunta a que habrá más dimisiones sonadas. En breve, veremos las consecuencias según cómo y cuando acabe este vodevil que, parece no tener fin.   

La OTAN lleva años, con mayor o menor disimulo, presentando graves problemas de cohesión, fuertes tiranteces y diferencias casi insalvables entre aliados sobre algunos puntos de vista y aportaciones. En concreto, ya desde la época de la Administración Obama –la Cumbre de Gales de 2014- se viene arrastrando un elevado déficit de confianza entre los miembros a ambos lados del Atlántico debido a: intereses sobre la producción y venta de armamentos; cuestiones de liderazgo en la misma; nueva orientación, organización y misiones  y sobre todo, en lo referente al porcentaje de la inversión en defensa de los miembros en relación a su PIB. 

Situación que se ha venido a agravar tras la aparición en escena de Trump. Un hombre que, además de poner en jaque la continuidad y el valor actual de la Organización, mantiene una marcada animadversión hacia la UE en temas como: la responsabilidad de la defensa de los territorios, diferencias del déficit en las balanzas comerciales y sobre los gravámenes arancelarios. Hombre muy peligroso para los intereses europeos por todo ello y también, por su por su posición de apoyo al Reino Unido al animarles a la ejecución de un rápido y duro Brexit.    

La cada vez mayor inoperancia e intrascendencia de la ONU en sus capacidades y posibilidades de limitar o poner fin a los conflictos de todo tipo; el papel irrelevante de muchos de sus organismo asociados y las graves consecuencias del derecho de veto en las decisiones por parte de los cinco miembros permanentes del CSNU hacen que Europa esté rodeada de conflictos que ponen en peligro su seguridad.  

El resurgimiento de los nefastos Nacionalismos y Separatismos clasistas y xenófobos de ultraderecha y ultraizquierda en muchos países de la UE y, sobre todo, en los de mayor importancia, traen de nuevo, corrientes y teorías de infaustos recuerdos al ser responsables de las grandes contiendas y persecuciones europeas, así como por su tendencia al alza y contagio a otros pueblos. 

Tendencias que se manifiestan y aglutinan en todo tipo de movimientos populistas, disfrazados de falsos pacifistas, naturistas, feministas, animalistas, verdes y veganos que ponen en grave peligro la convivencia entre las gentes por su creciente grado de intransigencia con el resto de personas y por su creciente presencia en órganos de gobierno locales, regionales, nacionales y supranacionales.  

La poca consistencia y escaso o nulo valor específico de los políticos que dirigen las principales naciones del mundo y las europeas en particular, y de los que maniobran las Organizaciones Internacionales, hace que en, muchos casos, estemos en manos de caprichosos, adanes o imberbes personajes que viven del marketing y la apariencia, con escasa idea de la historia o del pasado y nula visión de futuro. Absolutamente poco o nada preparados para afrontar tiempos convulsos, nuevas y graves crisis económicas como las que se aproximan e incapaces de vencer amenazas externas provenientes de “alocados dirigentes no europeos” que siempre están al acecho.   

Situación que se traduce en una patética y patente falta de cohesión en las políticas comunes. Por ello, aparecen y proliferan los políticos y partidos conocidos como Euroescépticos y OTAN-escépticos que solo son movimientos tendentes a menospreciar o empequeñecer las pasadas y grandes hazañas europeas y que, probablemente, harán lo imposible para evitar lograr los todavía muchos y tiernos sueños de Europa, sobre el papel a jugar en la política mundial y principalmente, en temas de seguridad y defensa. Sueños, que además, deberán ser factibles y eficientes. Por lo que sus factores, implicaciones y componentes deberían ser estudiados con mucho tiento y sopesar su conveniencia y viabilidad, ya que corren el riesgo de ser el fútil resultado de pasiones de acalorados visionarios que, con grandes ínfulas o intentos de fácil liderazgo, pretendan arrastrar al resto para alcanzar ellos y sus países, lugares o cotas de poder nunca logrados; lo que incluso, podría acabar en situaciones de cesarismo o chovinismo político entre pares de no muy buenos resultados y recuerdos anteriores. Incluso, ya hay alguno aspirando a dicho papel.   

Históricamente, Europa es productora de emigrantes y receptora de inmigrantes. La migración es, por tanto, un fenómeno habitual en el solar europeo, por causas que van desde la notoria diferencia con otras parte del mundo en el nivel de vida y grado de confort para el desarrollo familiar, el trabajo y la salud; hasta por haber sido cuna de muchas de las llamadas metrópolis, lo que, indudablemente, provoca fuertes deseos de conocerlas y hasta de establecerse en ellas.  

Por otro lado, es la zona del mundo donde proporcionalmente cuenta con la población más vieja del planeta y que necesita ser cuidada. Además, dado su elevado nivel cultural, sanitario o de vida y su todavía, importante industrialización, precisa mucha mano de obra de poca cualificación. Hechos que provocan que sea muy atractivo emigrar a Europa. 

En el lado negativo de la inmigración, aparecen ciertos desarraigos, principalmente entre los miembros de las segundas generaciones al no encontrarse integrados ni en sus países de nacimiento, por las diferencias obvias en usos y costumbres con los nativos regulares, ni tampoco en los países de origen de sus ancestros, por ser considerados allí como extranjeros. Factor nada baladí y que ha encontrado cierto grado de consuelo o compensación en el conocido como el terrorismo yihadista, que es una auténtica enfermedad contagiosa y que ha infectado a muchos europeos. Europa ha proporcionado cientos o miles de combatientes al autoproclamado Estado Islámico en Siria e Irak (ISIS, por sus siglas en inglés); combatientes, que ahora, cuando los conflictos parecen acallarse o ir peor, tienden a volver a sus países de origen como potenciales terroristas bien entrenados, frustrados por los malos resultados y enfadados con todo el mundo, principalmente con Europa por haber contribuido a que su sueño no fuera realidad. 

El cerramiento en falso y las secuelas de las guerras internas de índole diverso derivadas de las llamadas Primaveras Árabes, que comenzaron en 2011 en varios países ribereños del Norte de África, y a las cruentas guerras externas a Europa del ISIS –con comienzo en 2014- han provocado la aparición de millones de Refugiados llamando a las puertas del Continente por dichos conflictos o por otro tipo de persecuciones de carácter religioso, étnico, social, económico o moral. Refugiados, que se han unido en su peregrinaje a los tradicionales inmigrantes económicos. Lo que propicia auténticas oleadas de personas hacia las costas de los Estados sureños de la UE o entrando por Grecia desde la vecina Turquía.

No es la primera vez que la UE no ha sido capaz de lidiar este grave problema. En cualquier caso, la capacidad de absorción de personas foráneas siempre tiene límites económicos y sociales. Haberlos superado con creces, ha provocado movimientos y actitudes xenófobas en diversos países en boca de sus propios dirigentes, desconcierto legislativo, rehencillas, grandes discrepancias y un elevado gasto añadido para el necesario “pago de servicios” -cierre de fronteras- a Grecia y Marruecos principalmente, a cambio de fuertes sumas y el riesgo de potenciales situaciones de nuevas crisis o hasta enfrentamientos inter europeos, si aquellos abren la bolsa de los retenidos, de finalizar dichos pagos tal y como está a punto de pasar. 

Como problema añadido a esta deplorable situación, hay que denunciar que la UE no hace todo lo que puede para detectar y luchar contra las mafias que mueven, a precios de lujo, a estas pobres gentes hacia Europa. Desde el pasado marzo se ha quedado sin barcos la Operación Sophia; operación lanzada en 2015 para actuar por mar y aire en el Mediterráneo Central para luchar contra las mafias que trafican con emigrantes y refugiados lanzándolos y abandonándolos en la mar y para devolver a Libia los detectados en chalupas y balsas. Los países que debían hacerlo, no los aportan, lo que provoca una situación de desidia importante, contraria a los resultados obtenidos hasta la fecha.  

En cualquier caso y, por más de una de las razones expuestas, creo firmemente que conviene estar alerta y tener presente que la no o la mala memoria, la dejadez de funciones y el seguir por o hacia el mal camino a pesar de las luces de alarma, son actitudes que siempre se deben denunciar y despreciar. El hombre es un animal débil y por degeneración tiende a olvidarse pronto de los malos tragos. Además, al ser un tanto ocioso y cómodo, suele dejarse convencer por cualquiera que se ofrezca a resolverle sus problemas con facilidad. Es precisamente por todo esto por lo que no debemos bajar la guardia. El enemigo suele estar siempre muy atento al acecho, y en este caso, ya está dentro.