Un hombre y un camión

Paco Soto

Pie de foto: Permiso de residencia del terrorista Mohamed Lahouaiej Bouhlel.

“La historia del mundo es la suma de aquello que hubiera sido evitable”

Bertrand Russell

El grupo terrorista Daesh reivindicó el brutal atentado que cometió con un camión en la ciudad francesa de Niza Mohamed Lahouaiej Bouhlel, un joven de origen tunecino. Según Daesh, el terrorista era un soldado del califato que seguía instrucciones para atentar contra Occidente. 84 personas fueron asesinadas y un centenar resultaron heridas en la matanza de Niza. Probablemente tenga razón el experto francés en terrorismo yihadista Jean-Charles Brisard cuando dice al diario El Mundo que “a Francia le llevará generaciones erradicar el yihadismo”. Francia cometió errores de bulto en el pasado que después le impidieron frenar el auge del salafismo combatiente. Errores políticos, económicos, sociales, educativos y culturales en el ámbito nacional y geoestratégicos en el área internacional. Países europeos como España deben aprender de los errores de Francia, sacar conclusiones inteligentes para no tropezar con la misma piedra y entender que la lucha antiterrorista no puede ser únicamente una cuestión policial y militar. Pero más allá de los análisis sobre las causas del terrorismo yihadista y las vías adecuadas para acabar con este fenómeno criminal y cruel, me pregunto que puede empujar a un ser humano padre de tres hijos a cometer un acto tan monstruoso como el atentado de Niza.

El bien y el mal

Francamente, no tengo respuesta. El filósofo alemán de origen judío Theodor Adorno sentenció que “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Después de la tragedia de Auschwitz se siguió escribiendo poesía; fue una manera de rehabilitar y defender la belleza frente al horror, fue una lucha del bien contra el mal. El corazón humano se sobrepuso a la barbarie, la maldad y la fealdad. La lapidaria afirmación de Adorno fue en su momento, quizá, una manera de expresar su dolor por la tragedia del Holocausto y su incapacidad por conocer los secretos de la naturaleza humana.

Llevamos siglos preguntándonos cómo es posible que el mamífero humano albergue en sus entrañas la belleza más sublime y la fealdad más monstruosa. ¿Cómo puede convivir dentro de un mismo ser humano el afán por hacer el bien y las ganas por causar daño? Nunca nadie ha podido responder satisfactoriamente a esta pregunta. Frente a tanto horror, y el atentado de Niza no es más que un nuevo ejemplo de barbarie humana, me quedo con esta maravillosa frase de la filósofa política alemana de origen judío Hannah Arendt: “Nobleza, dignidad, constancia y cierto risueño coraje. Todo lo que constituye la grandeza sigue siendo esencialmente lo mismo a través de los siglos”.

¿Por qué tanto odio?

No sé si como dice el director del diario catalán La Vanguardia, Màrius Carol, “la violencia es la catarsis del individuo atrapado por sus problemas. Resulta difícil entenderla desde la razón, pero las emociones desencajadas pueden explicarla, aunque nunca justificarla”. En fin, ¿qué le pudo pasar a un hombre de 31 años para cometer un acto tan absurdo, cruel y miserable como el atentado de Niza? ¿Por qué tanto odio? ¿Por qué matar a seres inocentes y pacíficos que no habían hecho daño a nadie y estaban contemplando unos fuegos artificiales con motivo de la fiesta nacional francesa del 14 de julio? ¿Fue consciente Mohamed Lahouaiej Bouhlel de que atropellaba con el camión a niños de la edad de sus tres hijos? ¿Sabía que la Policía lo iba a matar? Para poder contestar a estas preguntas los sesudos análisis políticos, por muy interesantes que sean y por muchas claves que den, se quedan cortos. Muy cortos. El daño está hecho y ningún análisis podrá consolar a las familias de las víctimas, fueran estas cristianas, musulmanas, judías, agnósticas, ateas, de derecha, de centro, de izquierda, ajenas a la política… Eran simplemente seres humanos que no debieron morir en Niza la noche del 14 de julio de 2016.

Un hombre violento

Mohamed Lahouaiej Bouhlel utilizó un camión frigorífico de 19 toneladas para cometer el atentado, y convirtió el elegante Paseo de los Ingleses de Niza, una de las perlas de la Costa Azul francesa, en el Paseo de la Muerte. El terrorista atropelló viandantes durante dos quilómetros. Diez niños y adolescentes perdieron la vida y 50 resultaron heridos. La Policía informó de que Lahouaiej Bouhlel llevaba una pistola y disparó contra los agentes que intentaron detenerlo. No fue posible la detención y los policías tuvieron que abatirlo. El terrorista había sido condenado a seis meses de cárcel por un delito con violencia, estaba fichado por la Policía local, pero no figuraba en la lista de yihadistas potenciales vigilados por los servicios antiterroristas de las fuerzas de seguridad y los aparatos de inteligencia. Según informaciones publicadas por medios franceses y de otros países, el autor de la masacre de Niza no era un musulmán practicante.

Para los rigoristas, era un mal musulmán. Lahouaiej Bouhlel, que era transportista de profesión, se había divorciado de su mujer hace un poco más de un año; era un hombre posesivo que no asumía la separación matrimonial, le gustaba jugar al póker e ir al casino a gastarse los cuartos, bebía alcohol y tenía serios problemas mentales. No solía frecuentar demasiado la mezquita. Era una persona conflictiva que maltrató a su mujer hasta que se separó de ella y no era muy sociable con los vecinos. Recuerda una vecina que era un hombre guapo, no llevaba barba y era elegante e iba siempre bien vestido. Parecía un italiano. Su perfil no era el de un yihadista combatiente. Nada que ver con los responsables de los atentados de París y Bruselas. El atentado que cometió este joven de origen tunecino fue tan cruel como simple y artesanal.

Pie de foto: Los servicios de emergencia atienden a un herido del atentado de Niza.

Un país traumatizado

Francia es en estos momentos un país traumatizado, porque son muchos los atentados que ha tenido que sufrir en los últimos dos años. La población está asustada y angustiada, y es lógico, las fuerzas de seguridad están desbordadas, y creo que los gobernantes están descolocados en una situación muy complicada. El estado de emergencia decretado tras la matanza de París sigue vigente, a pesar de algunas voces críticas de izquierda. El presidente de la República, François Hollande, ha anunciado más vigilancia y represión contra el yihadismo y un aumento de la actividad militar en Siria. La izquierda radical condena el terrorismo pero teme que los posibles excesos en la lucha contra este fenómeno dañen seriamente al estado de derecho. La derecha conservadora pide a Hollande y al Gobierno de Manuel Valls más mano dura contra el terrorismo. La demagógica y xenófoba extrema derecha, que gracias a Marine Le Pen ha convertido al Frente Nacional (FN) en el primer partido obrero y popular del país, quiere que la V República declare una guerra a muerte al yihadismo y acusa a los musulmanes de ser la principal causa de los graves problemas que sufre la segunda potencia económica de la Unión Europea (UE).

Multinacional del crimen

Es realmente una situación muy difícil para Francia y Europa. Un grupo como Daesh se ha convertido en una especie de multinacional del crimen que da sentido a las vidas de muchos delincuentes, psicópatas, desequilibrados mentales y fanáticos ideológicos. La religión musulmana no es más que la coartada que utilizan los asesinos de Daesh para justificar sus crímenes y manipular conciencias. Francia, donde viven más de cinco millones de musulmanes, es el país más afectado por el terrorismo yihadista. Pero no es el único. No voy a decir a los dirigentes franceses lo que tienen que hacer para erradicar el yihadismo. No lo voy hacer porque no tengo a mano ninguna receta. Ahora bien, creo que ni Francia, ni España, ni Alemania, ni Reino Unido, ni ningún otro país europeo pueden caer en las trampas que tiende Daesh.

Pie de foto: El presidente François Hollande se dirige a la Nación tras la matanza de Niza.

La actividad policial es clave en la lucha antiterrorista. La colaboración internacional también. España, desgraciadamente, sabe mucho al respecto, tiene más experiencia que otros países europeos. No se tiene que descartar la intervención militar en países donde el yihadismo ha asentado su poder, pero se debe hacer con cabeza, con inteligencia. El analista francés Moussa Bourkba piensa que los dirigentes políticos tendrían que separar y abordar de manera diferente la opción militar y el terrorismo, y no olvidar que el yihadismo combatiente no una organización territorializada, porque, aunque ocupe parte de Siria e Irak, actúa en muchos otros lugares. Hay que reprimir y debilitar a Daesh desde el punto de vista policial y militar, pero también hay que entender que este combate también tiene que ser político, diplomático, social, educativo, cultural y económico.

Preguntas incómodas

¿Hasta cuándo vamos a seguir manteniendo excelentes relaciones y haciendo jugosos negocios con países que alientan el yihadismo como Arabia Saudí y Catar? ¿Por qué la UE ayuda al gobierno islamista de Turquía, un país escasamente democrático y políticamente inestable, en su labor de gendarme del mundo rico que tiene que frenar la avalancha de refugiados de países en guerra? ¿Quién se cree todavía que los tres señores de la guerra, George W.  Bush, Tony Blair y José María Aznar, invadieron Irak para acabar con el sátrapa Sadam Husein y establecer la democracia en este martirizado país y no para controlar un recurso estratégico como el petróleo? ¿Por qué Occidente ha dejado que se pudriera la situación en Siria y ha apoyado y sigue apoyando a dictadores criminales y sin escrúpulos en el mundo árabe?

¿Por qué el denominado mundo libre tolera que el Gobierno ultra de Benjamín Netanyahu viole las convenciones internacionales y no respete las legítimas aspiraciones de los palestinos a ser tratados como seres humanos y a disponer de un verdadero estado? ¿Por qué tantos conflictos siguen sin resolverse en el norte de África y en Próximo y Medio Oriente sin que ninguna cancillería europea se preocupe seriamente por ello? ¿Por qué motivos Irán, que hace cuatro días era el enemigo número uno de la democracia occidental, es ahora un aliado seguro de Estados Unidos y la UE en el combate contra el yihadismo? ¿Qué credibilidad política y autoridad moral tienen dirigentes democráticos que se aliaron en el pasado reciente con monstruos como el libio Muamar Gadafi? Son preguntas incómodas pero legítimas a las que deberían contestar los dirigentes occidentales y europeos.

Intereses y equilibrios

Sé perfectamente que las relaciones internacionales son complejas y se basan en intereses económicos y geoestratégicos y en frágiles equilibrios, y no ignoro que los gobiernos, aunque sean democráticos, no son organizaciones humanitarias. Gobernar en un mundo tan cruel e injusto es muy difícil. Ahora bien, ¿cuándo entenderemos que para combatir el terrorismo yihadista y deslegitimarlo socialmente, además de los necesarios golpes policiales y militares y de cortarle los recursos económicos, tendremos también que ir a la raíz del problema? Mientras nuestros mediocres y estúpidos dirigentes occidentales y europeos no sean capaces de ver más allá de la punta de la nariz y no entiendan que la única estabilidad deseable para el mundo árabe y musulmán es la que se construya sobre bases sólidas de desarrollo económico, bienestar social y democracia política, no saldremos del atolladero.

Podremos derrotar militarmente a Daesh y otros grupos terroristas, pero no habremos solucionado los problemas que alimentan a estos asesinos. Al terrorismo yihadista hay que combatirlo sin contemplaciones, pero también hay que cortarle las alas para que no pueda volver a volar. No basta con detener o matar a canallas como Mohamed Lahouaiej Bouhlel, hay que hacer todo lo posible para evitar que surjan individuos de esta naturaleza. Sé que es un reto muy difícil, a lo mejor es inalcanzable, pero no creo que la mejor solución sea simplemente recurrir a la fuerza bruta y a la defensa a ultranza del statu quo.

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