La reina Isabel II interviene para reconducir la situación generada tras el anuncio de los duques de Sussex de retirarse de la primera línea de sus obligaciones reales

‘Megxit’: La espantada real que ha causado (otra) crisis de Estado en Reino Unido

photo_camera AFP/TOLGA AKMEN - De izquierda derecha, el príncipe Carlos, la duquesa de Cornualles, la reina Isabel, la duquesa de Sussex, el príncipe Enrique y el príncipe Guillermo

Después del Brexit, el Megxit. Dos crisis de Estado con un mismo lenguaje: período de transición, negociación y salida. El Reino Unido, quinta economía del mundo, parece empeñado en fabricarse problemas: la unidad territorial -el diabólico referéndum escocés convocado por David Cameron-, la incertidumbre del Brexit y ahora la monarquía, con la decisión de los duques de Sussex, Enrique y Meghan Markle, de “dar un paso atrás” en sus obligaciones como miembros de la familia real y marcharse a vivir -con independencia financiera- a Canadá. El miércoles de la semana pasada la pareja emitía una nota pública: “Después de muchos meses de reflexiones y discusiones internas, hemos elegido hacer una transición este año y empezar a diseñar progresivamente un nuevo rol en el seno de la institución”. La prensa británica oscilaba en sus crónicas entre la sorpresa del resto de miembros de la familia y la “furia” de la reina Isabel II. En contraste con el lenguaje afilado y hasta faltón del primer ministro Johnson -especialmente el que emplea cuando del Brexit se trata-, sorprende la discreción del político del Partido Conservador respecto al Megxit, sobre el que ha pasado de puntillas. 

Duques de Cambridge

A diferencia de lo ocurrido durante el tortuoso proceso de ruptura de Londres con la Unión Europea, en esta real-crisis-real Isabel II, con sus 93 primaveras y 70 años en el trono, ha tomado las riendas del asunto de manera personal. Rápida y expeditiva. En un comunicado emitido este lunes -con raras concesiones al sentimentalismo- la jefa del Estado británica  aseguraba que “aunque habríamos preferido que siguieran siendo miembros de la Familia Real a tiempo completo, respetamos y entendemos su deseo de vivir una vida más independiente como una familia mientras continúan siendo una parte valiosa de mi familia”. 

“Se ha acordado que habrá un período de transición en el cual los Sussexes pasarán tiempo en Canadá y en el Reino Unido. Son materias complejas que tiene que resolver mi familia y hay más trabajo por hacer, pero he pedido que las decisiones finales se alcancen en los próximos días”, concluía la soberana en la nota emitida tras la reunión convocada en las dependencias de Sandringham House. La cumbre dio cita al núcleo duro de la corona: la reina, el príncipe Carlos y el príncipe Guillermo. Y el protagonista de la espantada, Enrique (su esposa y el pequeño Archie se encontraban en Canadá; ella participó por videoconferencia).  Los medios británicos contaban ayer que se había visto abandonar la residencia privada del condado de Norfolk al duque de Edimburgo, los 98 ya cumplidos: no le correspondía estar allí y le tocaba marcharse. Por si acaso. 

Horas antes Guillermo y Enrique habían emitido un comunicado saliendo al paso de una información del Times en la que se aseguraba que los duques de Cambridge habían hecho ‘bullying’ a los de Sussex. “A pesar de las claras negaciones, hoy se ha publicado una historia falsa en un periódico del Reino Unido que especulaba sobre la relación entre el duque de Sussex y duque de Cambridge. Para los hermanos, que se preocupan tanto por las enfermedades mentales, el uso de este lenguaje es ofensivo y potencialmente dañino”, rezaba la nota emitida por un portavoz real. Los hijos de Ladi Di y el príncipe Carlos niegan que haya distanciamiento. 

Línea de sucesión

La retirada progresiva de la pareja abre el debate sobre el proceder en casos como el que nos ocupa en que miembros de la familia real opten de manera voluntaria en el futuro por hacer lo propio y abandonar la primera línea de sus obligaciones. Los Windsor quieren establecer un protocolo. Y la reina, como cabeza de familia y con las condiciones mentales aparentemente intactas, ha querido fijarlo en vida. Lo que está ocurriendo con los duques de Sussex no es tampoco novedad en la familia real británica: el pasado mes de noviembre el príncipe Andrés, segundo hijo de la reina Isabel II, anunció que “daba un paso atrás en sus deberes públicos para el futuro próximo”. Ocurrió, sin duda forzadamente -a diferencia del caso de los duques de Sussex-, a raíz de la entrevista concedida a la BBC en la que se refería a su amistad con Jeffrey Epstein, acusado de haber abusado de decenas de menores. Tampoco es novedad en otras familias reales; en la española, sin ir más lejos, se delimitó a raíz del caso Noos la línea que separa la familia real de la familia del rey. 

Pero el diablo habita en los detalles. Detrás del cierre en falso de la crisis con el comunicado de la reina de este lunes muchos son los aspectos que quedan aún por dilucidar: quién pagará la seguridad de la pareja en Canadá, qué compromisos tendrán a partir de ahora, qué ocurrirá con el dinero público invertido en el acondicionamiento de la residencia de los Sussex en Londres, sus títulos, hasta qué punto podrán ser financieramente independientes y dónde trabajarán, etcétera. Muchos son los interrogantes? ¿Seguirá Enrique siendo sexto en la línea del trono? Los duques de Sussex pretenden ser financieramente independientes, pero el riesgo de que se les pueda acusar de monetizar la marca real está ahí. Al parecer la pareja seguirá teniendo como residencia Frogmore Cottage, en Londres, en la cual se han invertido 3 millones de libras recientemente a cuenta del contribuyente británico. Un contribuyente -a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes- que se toma muy en serio hasta el último céntimo público gastado.  

Duques de Sussex

Monárquicos, republicanos e indiferentes tienen claro en el Reino Unido que la institución es mucho más que la mera jefatura del Estado, que no es poco. Es un activo al servicio del país. Eso que en otras prosas se llama hoy marca país. En su tradicional pragmatismo y flema, la sociedad británica -con sus instituciones, su prensa, etcétera- sabe que el debate público de la vida y obras de los Windsor constituye una orgullosa muestra de buena salud democrática. Airear sus miserias, abordar sus cuitas y escándalos con la mordacidad propia de la prensa del Reino Unido y, en suma, evidenciar que la familia real tiene algunos de los problemas del resto de las familias del país es también lo mejor que le puede pasar a la institución. Lo mejor para su pervivencia. 

Y, así, de crisis en crisis hasta la victoria final. En problemas mucho peores se ha visto la institución monárquica en el Reino Unido y, felizmente para los Windsor, ha acabado solventándolos. De ‘annus horribilis’ están curados de espanto. Nada hace pensar que Buckhingham Palace no saldrá airoso del trance del ‘Meghxit’, sin duda menos pasional y existencial que otras crisis en las que se hayan enfrascadas las islas.   

Más en Sociedad