Amira avergüenza al mundo

Mercedes Gallego /Colpisa

La ONU difunde la foto de la diminuta bebé para denunciar la situación del campo sirio de Yarmouk. Tiene dos meses y apenas pesa un kilo. Para aquellos padres que sujetan con miedo la cabeza regordeta de sus bebés, la de Amira mide menos de un dedo. Algunos la llaman ‘la niña milagro’, porque ciertamente es un milagro que aún se abra paso la vida en el infierno de Yarmouk.

El campamento de refugiados palestinos asediado desde hace más de dos años es el frente más disputado de la guerra civil siria. Primero entre los rebeldes y las tropas de Bashar el-Asad, que lo bombardean sin contemplaciones. Ahora, entre las todavía más crueles del Estado Islámico por los abusos inhumanos que perpetran. Y en medio, entre el fuego cruzado de balas, bombas y aberraciones, entre 15.000 y 18.000 palestinos a los que ya no les queda ni una brizna de hierba que hervir entre las piedras.

Antes de la triste ‘primavera árabe’ vivían en él 180.000 palestinos. Nadie sabe con exactitud cuántos han quedado atrapados dentro, porque ni la ayuda humanitaria de la ONU llega al interior del campamento. Cuando los combates lo permiten, no necesariamente todos los meses, la Unrwa, la agencia de la ONU encargada de los refugiados palestinos, distribuye alimentos básicos en la entrada norte del campamento, a la que llegan los que no están enfermos para recoger lo que puedan llevarse con las manos.

En esa cola de desesperados encontró el fotógrafo Rami al-Sayed a la madre de Amira, reclinada sobre un cochecito de bebé del que salía un llanto inconsolable. «¿Diminuta?», se ofendió la mujer. «¡Pues claro, es una niña del asedio!».

Esta palestina tiene otros tres hijos de los que cuidar, además de un marido enfermo. El 20% de los niños que desde que entraron las fuerzas del Estado Islámico lograron escapar de Yarmouk hasta los barrios vecinos de Yalda, Babila y Beit Saham sufren malnutrición severa, según Chris Gunnes, portavoz de la Unrwa. La organización dice haber encontrado en ellos niveles «estremecedores» de desnutrición, como el que demuestra la foto de Amira, que probablemente morirá, a menos que llegue hasta ella la ayuda humanitaria, vaticinó contrito el doctor Akira Seita, director de Salud de la organización. «Sirva esto para avergonzar al mundo», deseó el portavoz cuando la lanzó ayer en Twitter.

Pero el mundo prefiere ignorar a los niños como Amira ante la frustración de no saber qué hacer para ayudarlos. La guerra de Siria ha dejado en cuatro años números dantescos: 220.000 muertos, más de once millones de desplazados, a razón de tres millones por año, in crescendo, y una oleada de violaciones masiva que ya en septiembre de 2012 el ministro de Exteriores noruego Espen Barth Eide comparaba con la violación de decenas de miles de mujeres en la guerra de Bosnia. Un estudio de Women Media Center y la Universidad de Columbia arrojó un 85% de mujeres violadas entre los 7 y los 45 años, de entre el muestreo de casos investigados.

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