Aunque destacó como retratista, sustento financiero de su carrera, lo ensalzaron igualmente su acercamiento casi sensual a los paisajes y su dominio del color

Cien años sin la sensualidad impresionista de Renoir

photo_camera AFP/FRANCOIS GUILLOT - Un visitante observa el cuadro "El esquife (La yole)" (1875) del pintor francés Pierre-Auguste Renoir.

Pierre-Auguste Renoir dijo en su lecho de muerte que justo entonces empezaba a entender "algo", una frase de la que se cumplen ahora cien años y que refleja la modestia de un artista que cuestionó su arte, cumbre del impresionismo, hasta sus últimos días.

Tenía 78 años, más de 4.000 obras, neumonía y una poliartritis reumatoide que en 1903, 16 años antes de ese momento fatídico, le había llevado a instalarse en Cagnes sur Mer por recomendación de su médico, convencido de que las bondades del clima mediterráneo, en plena Costa Azul francesa, aliviarían sus males.

Entre los olivos que rodeaban su casa, reconvertida posteriormente en museo, pintó entre otras sus célebres "Bañistas" y dedicó parte de su tiempo a la escultura ayudado por Richard Guino, que materializó sus ideas cuando a él le empezaron a fallar las manos.

ORÍGENES HUMILDES

Renoir nació el 25 de febrero de 1841 en Limoges, hijo de un sastre de esa ciudad del centro de Francia y de una costurera. La familia se trasladó al cabo de poco tiempo a París y allí dio sus primeros pasos artísticos pintando piezas en una fábrica de porcelanas.

La decoración de abanicos, de pantallas de lámparas y de otros objetos de diseño completó una formación que se amplió en 1862 con su ingreso en la Academia de Bellas Artes y también en el taller del suizo Charles Gleyre, donde coincidió con otro futuro fundador del impresionismo, Claude Monet.

"Lo que caracteriza verdaderamente su obra fue su interés por la figura humana, con personas de entornos muy diversos, desde aristócratas y grandes burgueses a gente de pueblo", explica a EFE la directora de las colecciones del parisino Museo de Orsay, Sylvie Patry.

Aunque destacó como retratista, sustento financiero de su carrera, lo ensalzaron igualmente su acercamiento casi sensual a los paisajes y su dominio del color.

"Me gustan los cuadros que me dan ganas de pasearme dentro", había afirmado el artista, de quien la crítica coincide en destacar como obra maestra su "Bal du Moulin de la Galette", realizada en 1876 y conservada en el Orsay.

"Concentra todo lo que hace su impresionismo: el gusto por los otros, por pintar a sus contemporáneos; el movimiento, la luz un poco sensual, el baile, esa cierta manera de vivir y estar juntos, de comunión de un grupo, y también es valiente en su composición, con algunos trazos que son casi bocetos", añade Patry.

EL GERMEN DEL IMPRESIONISMO

El impresionismo como tal, que dio la espalda al arte tradicional oficial con su voluntad de captar la realidad según la impresión que la luz del momento les produjera, nació con él y con contemporáneos como Monet o Berthe Morisot.

Tras sucesivos rechazos en el Salón de París, crearon en 1874 su propia exposición alternativa, en la que él aportó "La loge".

"Al principio rompió con el academicismo, con la pintura de su tiempo, y luego se volvió más refinado, buscó inspiración en los grandes clásicos con ganas de inscribirse en la gran historia del arte", sostiene el conservador del Museo Renoir en Cagnes sur Mer, Emeric Pinkowicz.

El cambio tomó forma con el viaje que hizo en 1881 a Italia, donde quedó conquistado por Rafael y la antigüedad clásica: "Ese reencuentro con la gran pintura le dio ganas de explorar", recalca en declaraciones a Efe el experto.

Supo reinventarse a lo largo de su trayectoria, pero mantuvo como protagonistas de muchos de sus lienzos a su círculo más cercano: su mujer, Aline, sus hijos, entre quienes estaba el futuro cineasta Jean Renoir, y Gabrielle Renard, niñera de los pequeños y ayudanta puntual en su taller.

¿Por qué sigue fascinando un siglo después? "La gente ve una imagen de armonía entre todas esas parejas y gente que se deja llevar por la música y el baile. Quiso pintar la vida moderna, según decía Baudelaire, pero haciéndola más bella. No fue un cronista, no documentó su época, pero sí la reflejó", concluye Patry.
 

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