Estabilizar el país supone por tanto crear una nueva tierra de oportunidades que atraiga a millones de personas a las nuevas ciudades de la costa

Egipto, del Nilo al mar Rojo

AP/VASILY FEDOSENKO - El presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi

En 2016, el presidente egipcio, Al Sisi, anunció el traspaso de soberanía de los estratégicos islotes de Tirán (en el sur de la península del Sinaí) a Arabia Saudí. Para entonces, el nuevo régimen egipcio llevaba recibidos 12 mil millones de dólares del reino del desierto desde 2013, además de créditos y avales para reactivar su maltrecha economía y dejar atrás una crisis que (revolución y contrarrevolución mediante) se había llevado por delante al Rais Mubarak, y al efímero y sectario gobierno de Morsi. Dinero wahabita para eliminar a sus rivales (y también islamistas) Hermanos Musulmanes y (con el beneplácito israelí) apuntalar a un nuevo hombre fuerte de tendencia laica en El Cairo. 

Históricamente, la fragilidad de los equilibrios internos de Egipto ha dependido en gran medida de un solo factor: el Nilo. Un país con una población de casi cien millones de habitantes concentrada linealmente a lo largo de este río, que intenta, al menos desde los tiempos de Nasser (con la nacionalización del Canal de Suez y la construcción de la presa de Assuán), dejar de depender de unas aguas que cada vez controla menos, y trascender así a su propia geografía. 

La crisis económica aceleró el estallido social de 2011 y mostró descarnadamente (pero a tiempo) la bomba de relojería que venía fraguándose desde hacía décadas: una economía que no despega, corrupción galopante, y un aumento desbocado de la población, que vive en ciudades caóticas y empobrecidas y que, ante la falta de oportunidades abrazan el islamismo provocando enfrentamientos sectarios con otras minorías como la copta.

La presa de Asuán, necesaria para domar el río y crear una enorme reserva de agua, impide también que los limos, que históricamente fertilizaban el valle del Nilo en épocas de crecida, hagan su trabajo. La sobreexplotación de los cultivos, y el uso de fertilizantes químicos está contaminando poco a poco un suelo que no se regenera y que se seca debido al calentamiento global y las grandes presas que construye Etiopía en el Nilo Azul.

Si los desastres de sus vecinos, Siria y Libia (con veinte y con seis millones de habitantes respectivamente), y la consiguiente crisis de los refugiados han desestabilizado la región e incluso han trastocado la política europea, pensemos por un momento que supondría una situación similar de anarquía y violencia en Egipto.

Frente a la carta fluvial, diversificarse es su única garantía de futuro y la respuesta está en Suez y el Mar Rojo. Arabia Saudí, Israel, la Unión Europea, China y EEUU están ayudando política, militar y económicamente al gobierno egipcio a crear otro eje norte-sur donde desarrollar el país que, a diferencia del Nilo, se sitúa en un punto estratégico para el comercio internacional y puede proyectar la influencia egipcia hasta el estrecho de Bab el Mandeb. 

Valle de Abu Sour, cerca de la ciudad costera de Abu Zenima, en la gobernación del sur del Sinaí, el 30 de marzo de 2019

El reto estratégico de Al Sisi pasa por consolidar su poder y dar un salto definitivo en el desarrollo del país, convirtiendo lo que hasta ahora era un desierto junto a una de las rutas marítimas más transitadas del mundo, en una costa próspera, con ciudades modernas, puertos de carga y zonas industriales y turísticas. 

En definitiva, dinamizar la región costera y conectarla a través de aeropuertos y autopistas con el Valle del Nilo para potenciar definitivamente la economía del país más poblado del mundo árabe. 

A diferencia de las nuevas ciudades estado del Golfo Pérsico que, a base de petrodólares se han desarrollado como modernos hubs globales, independientes y multiculturales, en el este de Egipto lo que se quiere construir es un nuevo país, más próspero y estable, y con el suficiente peso demográfico como para contener otra eventual “primavera árabe” en el Nilo. Y lo están haciendo a base de un keynesianismo clientelar, financiado principalmente por los saudíes. Enfrascados estos últimos en su propia guerra (cada vez menos fría) con Irán y necesitados de un aliado fuerte que cubra su retaguardia occidental y no de otro estado fallido como Yemen frente a sus costas.

Aunque la corte suprema egipcia paralizó la cesión de los islotes, el maná de millones lleva casi un lustro regando el país. Y con ello un enorme paquete de infraestructuras en la zona oriental se ha puesto en marcha. Se ha desdoblado el Canal de Suez y se han construido y proyectado canales de irrigación en la costa norte de la conflictiva península del Sinaí, parques industriales, ampliaciones de puertos como Safaga y Ain Sokhna (cercano a El Cairo y Suez y que construye China). También se han inaugurado grandes aeropuertos como el de Hurghada, así como una moderna red de carreteras y autopistas vertebrando la costa y conectándola, a diferentes latitudes, con las ciudades del Nilo. Pero sobre todo se ha fomentado un desarrollo urbanístico sin precedentes. 

Y es que además de hoteles y casas de veraneo para las élites cairotas y para los saudíes, como siempre, donde hay dinero, hay trabajo. Cientos de miles de egipcios abandonan el histórico y deprimido valle y se trasladan a estas nuevas ciudades costeras en busca de oportunidades laborales (principalmente en el sector de la construcción). Ciudades modernas, prósperas y ordenadas.

Estabilizar el país supone por tanto crear una nueva tierra de oportunidades que atraiga a millones de personas a las nuevas ciudades de la costa, introduciéndolas en la clase media y liberando el Valle del Nilo de una presión demográfica insostenible.

Una cartel que representa al presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi se ve durante la ceremonia de inauguración de las nuevas casas de la ciudad ejecutadas cerca del Canal de Suez en Ismailia, Egipto, el 5 de mayo de 2019.
La Nueva Capital Administrativa

A medio camino entre El Cairo y Suez, se está levantando en pleno desierto un proyecto mastodóntico. Una capital de nueva planta que, como piedra angular de toda esta nueva estrategia, acercará a parte de la actividad política, económica y educativa, así como a millones de personas de la clase media y la élite egipcia hacia el Mar Rojo.

El proyecto busca aliviar la congestión del Gran Cairo (24 millones de habitantes, una quinta parte de la población egipcia) y concentrar el poder político en un entorno urbano separado y fácilmente controlable. Huir de una ciudad superpoblada, contaminada y anárquica que se ha demostrado como fuente de desestabilización política. Aprendida la lección de la plaza Tahrir, el Ejército (un auténtico Estado dentro del Estado) no puede permitir volver a perder el control ante las masas en pleno centro de la capital. Y por ello construye, en sus antiguos campos de maniobras, un nuevo distrito gubernamental separado 35 kilómetros del centro de El Cairo.

La primera fase del proyecto, comenzada en 2015 y que finalizará en 2024, tiene como objetivo blindar el poder del gobierno, rodeándolo de acólitos: 700 km² que rodean al nuevo distrito ministerial, en los que se preveé que vivan seis millones y medio de habitantes de clase media y acomodada, así como la generación de 1.750.000 empleos, muchos de ellos funcionarios dependientes de la administración.  

La empresa pública ACUD, participada en un 51% por el Ejército (propietario de los terrenos) y en un 39% por el Ministerio de la Vivienda, administra la planificación y construcción de la nueva capital y gestionará la explotación de los edificios vacantes de El Cairo después del traslado de la administración.

Maqueta de la nueva capital egipcia se exhibe en el salón de congresos de la estación de Sharm el-Sheikh, en el Mar Rojo, el 14 de marzo de 2015. Egipto planea construir una nueva capital administrativa y de negocios al este de El Cairo.
¿Rentabilidad económica o política?

El reto económico que supone este proyecto (45.000 millones de dólares) es enorme para un país que aún creciendo al 3,9% acumula un déficit presupuestario de casi un 11% del PIB y que por el momento parece fiar más su crecimiento en la inversión continua en grandes obras públicas que en el retorno económico de las mismas.

Este problema empieza a aparecer en el horizonte con el primero de los grandes proyectos faraónicos, el desdoblamiento del Canal de Suez, llevado a cabo por el Ejército en 2015, cuyas previsiones de ampliar los ingresos por el aumento del volumen de tráfico siguen lejos de cumplirse, pese a los 8.500 millones de euros que costó.

Pero el presidente Al Sisi sabe que, debido al Canal y al peso demográfico, la estabilidad egipcia interesa por el momento a todos los grandes actores globales. Por ello, además del dinero saudí, el FMI concedió a Egipto en 2016 un crédito por otros 12 mil millones de dólares. Y por si esto fuera poco, según informaba Bloomberg, desde finales de 2018 se negocia una inversión de 20 mil millones de dólares de la estatal China Fortune Land Development Co. Ltd destinados al desarrollo de casi cinco millones de metros cuadrados de suelo en las siguientes fases de la nueva capital.

Además, el Gobierno ha recibido este año 3.000 millones de dólares de la mayor constructora del mundo, la también pública China State Construction Engineering Corp. destinados a la construcción del distrito financiero de la ciudad. A cambio, la agencia oficial de noticias de China anunciaba que Egipto acuerda “promover una cooperación pragmática en todos los campos” con el gigante asiático, especialmente como colaborador de la nueva Ruta de la Seda, en el proyecto de influencia política y comercial china “One Belt, One Road”.

Sin embargo, queda por ver cómo podrá Egipto garantizar la sostenibilidad energética e hídrica de todos estos proyectos urbanísticos en un país tan falto de agua y tan vulnerable a la desertificación.

Como decíamos al principio, trasladar parte del peso económico y demográfico desde el Nilo al Mar Rojo proyecta la influencia egipcia sobre todo este mar y lo convierte en un nuevo frente en la “guerra del agua” que mantiene con Etiopía.

El Gobierno egipcio compró dos portahelicópteros franceses, destinados originalmente a Rusia (cuya venta a este país se canceló tras la invasión de Crimea), aumentando considerablemente la capacidad ofensiva de una de las principales flotas de la región. Flota modernizada a base de fragatas y corbetas multipropósito francesas y submarinos alemanes. Y es que la estabilidad del actual Gobierno interesa tanto a los vecinos saudíes e israelíes, como a los europeos, los norteamericanos y los chinos.

Apoyado por buena parte de las minorías y de las clases acomodadas, el nuevo Rais pretende sacar al país de la decadencia a la vez que asegura su poder político. Para ello, hace uso de la obra civil y el desarrollo urbanístico como herramienta para potenciar el acceso a puestos de trabajo. Empleos que, acompañados de una oferta masiva de viviendas en la costa, son la estrategia para consolidar una demanda agregada en esas nuevas ciudades, generando así una clase media dócil y estable.

Una nueva sociedad de propietarios, que viva en casas, calles y ciudades seguras, modernas y bien dotadas. Algo que es de suma importancia en un país superpoblado donde más de la mitad de la población es menor de 30 años. Gente necesitada de esperanzas de un futuro próspero en su propio país, pero fuera de las ciudades desestructuradas, inseguras y contaminadas del valle del Nilo, donde la frustración social desemboca en integrismo y violencia. 

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