La lacra esclavista revive en el siglo XXI

AFP/JUNIOR KANNAH - En esta foto de archivo tomada el 23 de mayo de 2016 un niño y una mujer rompen rocas extraídas de una mina de cobalto en una cantera de cobre y un pozo de cobalto en Lubumbashi.

La esclavitud es un lastre que revive en el siglo XXI y es posible que todos estemos más o menos salpicados por ella; en los teléfonos móviles que usamos o en el tomate que nos llevamos a la boca, mientras que los muros contra la inmigración, unas tradiciones cuestionables y una economía de consumo que saca provecho de los más vulnerables son lo que más la incentivan.

"Estamos ante una explosión del discurso de los derechos humanos y de la igualdad, pero no creo que haya habido en la historia una época en la que las formas de esclavitud hayan estado tan diversificadas como ahora", explica a Efe el sociólogo marfileño y profesor de la Universidad Alassane Ouattara Fahiraman Rodrigue Kone.

Una paradoja que inconsciente o conscientemente habla de hipocresía; mientras se condena el negocio de esclavos en las plantaciones de algodón hasta hace menos de dos siglos, pocos quieren pararse a reflexionar sobre los niños que trabajan en la recogida del cacao en Costa de Marfil, en las minas del Congo o en las fábricas textiles de Bangladesh.

Si los esclavos del mundo formasen un país, allí vivirían más personas que en Canadá. El Indice de Esclavitud Global, un compendio de datos producidos por la Free Walk Foundation y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), indica que en el mundo hay al menos 40,3 millones de personas en condiciones de esclavitud, aunque los investigadores coinciden en que probablemente sean muchos más.

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De esas cifra quedan excluidos aquellos que están en condiciones de esclavitud en zonas de conflicto, en las rutas migratorias y en lugares remotos de difícil acceso. Lo confirma el especialista de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Luiz Antonio Machado, quien confirma que es una "estimación conservadora", ya que se basa en los datos que arrojan inspecciones laborales, casos ante la justicia y encuestas a hogares en algunos países, lo que irremediablemente deja a muchos fuera de las estadísticas.

"ESCLAVOS" DEL SIGLO XXI

Dos grandes grupos forman parte de los 40,3 millones de personas en esa condición: 25,3 millones que sufren explotación equiparable al trabajo forzoso y 15 millones de víctimas de matrimonio forzado (casi todas mujeres y niñas) que viven en servidumbre por deudas heredadas.

Al primer grupo pertenecen los “esclavos" del siglo XXI: mujeres y hombres obligados a prostituirse, que trabajan sin salario en tareas domésticas o en las primeras etapas (más difícilmente detectables) de las cadenas de producción globales, además de los las niñas y niños en trabajo infantil (4,3 millones).

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Decía la activista mozambiqueña Graça Machel en un artículo reciente en African Arguments que la explotación sexual infantil es "una emergencia silenciosa", un fenómeno exacerbado por la tecnología y el aumento del turismo en general y del sexual, en particular.

"África está convirtiéndose en la nueva frontera para el abuso sexual infantil online", explicaba la viuda de Nelson Mandela.

A estas formas de explotación, se les ha unido en los últimos años otras menos convencionales, como las "fábricas de niños" en varias partes de Nigeria, donde mujeres son secuestradas y forzadas a quedarse embarazadas para vender a sus hijos y sus órganos, como apunta la investigadora keniana Agnes Odhiambo.

¿UN FENÓMENO GLOBAL?

En el libro "¿Por qué necesitamos una alianza global para terminar con la esclavitud moderna?", editado por la Universidad de Naciones Unidas y The Freedom Fund, se afirma que "donde quiera que estemos hay esclavos porque hay esclavos en cada país", una afirmación de la que Machado se desmarca: "en cada región del mundo hay esclavitud con características propias" y concentrada en áreas económicas específicas.

En Asia-Pacífico, donde el problema es más crítico con 16 millones de esclavos, esa opresión se concentra en la agricultura y la pesca. La esclavitud en el sentido más tradicional persiste en África, donde siguen existiendo "situaciones de propiedad de una persona sobre otra y este estatus se transmite de generación en generación" y con una alta concentración en tareas agrícolas, precisa el experto de la OIT; lo que Odhiambo denomina "servidumbre por defunción".

La explotación sexual es la forma de esclavitud más común en Europa y Asia Central, mientras que en Latinoamérica se da sobre todo en la agricultura y en Oriente Medio, predomina en el servicio doméstico y en la construcción.

UNA ECONOMÍA QUE LLAMA A LA ESCLAVITUD

"Creo que el sistema de esclavitud actual está directamente ligado a las formas de producción que tenemos, al sistema capital-liberal que de forma determinista crea lugares de persistencia y resistencia de esclavos", considera el sociólogo Kone, que lo ejemplifica en los sectores del cacao y el café, que se sustentan en la fuerza de trabajo local y donde la explotación "nunca ha sido tan floreciente y fuerte como ahora".

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Los investigadores estiman que cuanto más abajo está un trabajador en una cadena de suministro global y cuanto más sofisticada es esta, más difícil es identificar el problema, como ocurre con la industria de la electrónica.

Los esclavos "contemporáneos" están en las minas de las que se extraen los minerales esenciales para el funcionamiento de ordenadores, teléfonos móviles o tabletas.

"Así que seguimos en el camino clásico de una economía imperialista que nació en el siglo XVII y que ha llevado de forma sistemática a la esclavitud", confluye este profesor del Centro de Investigación y Acción por la Paz (CERAP).

El profesor de la Universidad de Witwatersrand (Johannesburgo, Sudáfrica) y coautor del libro Esclavitud Contemporánea (2017), Joel Quirk, sostiene que la ausencia o la débil protección de los inmigrantes y trabajadores en general, particularmente en los países en desarrollo, generan las condiciones que hacen posible explotarlos y ganar dinero con ello.

"La fuerza de trabajo mundial nunca ha tenido tanta movilidad como hoy, pero los trabajadores inmigrantes están expuestos a un riesgo desproporcionado de explotación y abuso cuando buscan oportunidades de empleo lejos de sus casas", opina el experto de la OIM, Mathieu Luciano.

Según los cálculos de esta organización, casi una cuarta parte de todos los trabajadores forzosos son explotados fuera de sus países de residencia.

JÓVENES EN ESTADO DE ESPERA

En un momento en el que la juventud en muchas partes del mundo vive "en estado de espera", con un desempleo sangrante y expuestos a la exclusión socioeconómica, muchos están dispuestos a hacer lo que sea para salir de esa situación.

"Hay muchos caminos al empleo precario, la explotación, el tráfico de personas, el trabajo esclavo o el trabajo forzoso", explica la investigadora del Centro Africano para la Migración y la Sociedad de la Universidad de Witwatersrand, Zaheera Jinnah.

"A menos que no haya suficientes trabajos, vivienda asequible, educación y seguridad, la gente seguirá arriesgándose, incluso si viven malas experiencias, porque siempre queda la esperanza de que a alguien le va a ir bien", considera la investigadora sudafricana.

Detrás de la esclavitud moderna hay un gran negocio -sólo por detrás del contrabando de armas y el narcotráfico- que la OIT valora en 150.000 millones de dólares al año.

Con este panorama parece complicado que se cumpla el Objetivo de Desarrollo Sostenible que plantea la erradicación de la esclavitud contemporánea para 2030. "Debe haber un cambio de actitud y de cultura. Mientras los seres humanos sigamos explotando al prójimo será muy difícil", plantea Machado, de la OIT.
 

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