El mar Mediterráneo: poder marítimo, conflictos y estrategias
El Mediterráneo es el mar «más antiguo». Vio el nacimiento del primer barco de guerra, el trirreme fenicio y fue el hogar de la primera flota permanente, la ateniense. Todo esto antes de convertirse en un eje vital para la expansión romana. Geográficamente, se puede dividir en dos mitades: una oriental y otra occidental. Esta división geográfica ha tenido un fuerte impacto en los procesos históricos alrededor de este mar. Sobre todo, la tradicional confrontación entre cristianismo e islam que se extiende por más de un milenio se dibujaba en términos este-oeste. Pero la división norte-sur es igualmente esencial para comprender las sinergias en el Mediterráneo. Los navegantes han preferido tradicionalmente las rutas norteñas, ya que las costas sureñas se percibían como más peligrosas y, generalmente, con peor infraestructura portuaria1, aunque con algunas excepciones. Incluso hoy en día, esta división norte-sur aún actúa como barrera entre un norte cristiano y un sur musulmán menos desarrollado.
Es un mar relativamente tranquilo, con mareas no excesivamente grandes y, por tanto, propicio para la navegación. Pero, probablemente, los elementos geofísicos más cruciales, sean su horizontalidad y su localización. Su localización, aproximadamente 30-45º Norte y 0-30º Este, ha dado lugar a climas templados y suelos fértiles, que han beneficiado a los habitantes de las costas. Su horizontalidad ha permitido que estas condiciones favorables se reproduzcan prácticamente a lo largo de todo el litoral y otras tierras cercanas.
El Mediterráneo es accesible por tres estrechas entradas: los estrechos de Gibraltar y los Dardanelos; y el canal de Suez. Posee dos mares adyacentes que son muy relevantes en términos geopolíticos. El mar Negro, que constituye la principal salida de Rusia al mar (aunque los puertos de Kaliningrado, San Petersburgo y Múrmansk son igualmente cruciales para Rusia, plantean algunos problemas que serán mencionados más adelante), y el mar Rojo, que es un punto crítico para el tránsito de petróleo y de comercio proveniente de Oriente Medio. Ambos se encuentran en el Mediterráneo, haciendo de este un mar donde una peligrosa mezcla de intereses procedentes de norte y este, se encuentra con aquellos intereses de los Estados autóctonos. Esta convergencia dada por la geografía se ve aumentada por la presencia motivada por razones políticas de la principal potencia mundial, Estados Unidos, y la creciente presencia económica de una potencia global emergente: China.
Lecciones históricas
El Mediterráneo es un mar repleto de islas y puntos estratégicos, cuya influencia en los procesos históricos ha de tenerse muy en cuenta. Sicilia y su situación clave sirvieron de premisa para la Primera Guerra Púnica, las fuerzas aliadas en el Mediterráneo establecieron sus bases en Malta durante la Segunda Guerra Mundial, e incluso hoy en día, el estatus de Chipre provoca tensas disputas entre Grecia y Turquía. Cada isla en la cuenca oriental u occidental (las Baleares, Sicilia, Cerdeña, Creta, Malta, y un largo etc.) ha conocido una historia de guerra, comercio y continuos cambios de dueño. Su control ha sido crucial para garantizar el comercio y la navegación. Incluso en 2019, el Reino Unido utilizó la posición estratégica de Gibraltar para detener a un petrolero iraní, avanzando así sus objetivos geopolíticos y también Turquía reclama derechos sobre las aguas adyacentes a Chipre.
Como su nombre indica, el Mediterráneo (Med-terra) es un mar entre tierras y esto no es simplemente una curiosidad semántica. Por su naturaleza, los eventos en tierra han influido sobre el poder naval de forma más directa que en mares abiertos. La derrota de Cartago (una potencia naval) a manos de Roma (una potencia terrestre) en la Primera Guerra Púnica, o la incapacidad de conseguir un prolongado control marítimo por parte de las ciudades italianas de la Edad Media a pesar de ser los comerciantes más importantes2, nos sirven como buenos ejemplos de cómo la falta de recursos y población en tierra, pueden impedir la consecución de dominio marítimo a pesar de poseer una flota poderosa. En consecuencia, algunos Behemots3, como la ya mencionada Roma, pero también los otomanos, han sido capaces de desempeñar un papel clave en el Mediterráneo. Esta es una condición que debe ser recordada por las potencias navales más tradicionales que dominen este mar: las potencias terrestres han sido capaces de extender su poder a estas aguas.
Esta importancia del litoral, enfatizada por el previamente mencionado difícil acceso al mar, ha llevado a las potencias extranjeras que buscan establecer presencia naval, a sentir la necesidad de controlar porciones de costa antes de proyectar su poder en el Mediterráneo. Los esfuerzos británicos por controlar Tánger a finales del siglo XVII y por controlar Gibraltar, Menorca y Malta a principios del siglo XVIII, muestran el conocimiento que tenían los británicos acerca del peso de conseguir suelo en la política mediterránea. El modelo actual de predominancia naval norteamericana en el Mediterráneo, aunque es diferente en su naturaleza, respeta y sigue este imperativo geohistórico. Se pueden encontrar bases de EE. UU. y de la OTAN en numerosos países del Mediterráneo (España, Italia, Egipto, etc.), y estas alianzas constituyen para Estados Unidos el principal trampolín para proyectar su poder en el Mediterráneo. Sin embargo, las alianzas no son un elemento nuevo para este mar. De hecho, las alianzas han desempeñado un rol tan decisivo que sería imposible plasmarlo en un documento. Desde la formación de la coalición panhelénica a múltiples alianzas cristianas o musulmanas, las amistades han alterado enormemente la balanza de poder.
Pero posiblemente, la diplomacia naval más efectiva llegó con los británicos. Es admirable ver cómo en los primeros 55 años del siglo XIX, los británicos consiguieron primero una coalición con Rusia y el Imperio otomano contra la Francia de Napoleón. Más tarde, una coalición con Francia y Rusia contra el Imperio otomano en la Guerra de Independencia griega; y después una coalición con Francia y los otomanos contra Rusia en la Guerra de Crimea. Esta flexibilidad diplomática constituyó la principal herramienta empleada por los británicos para mantener su predominancia en el Mediterráneo. No cabe duda de que la naturaleza de esas alianzas es muy diferente a la de las que observamos ahora (mucho más basadas en intereses compartidos en momentos puntuales que en alineamientos a largo plazo), pero la relevancia de estos bloques sigue siendo muy alta para actores indígenas y extranjeros.
Esquema actual
Actualmente, y desde hace ya algunas décadas, Estados Unidos es el actor que más poder está siendo capaz de proyectar en el Mediterráneo, y a pesar de su decreciente influencia en Oriente Medio, es muy probable que continúe siéndolo a corto plazo. Rusia, con la creación en 2013 de la Escuadra del Mediterráneo, la anexión de Crimea un año después, y su creciente peso en los asuntos de Oriente Medio, está siendo capaz cada vez más de tener mayor voz en los eventos de la vertiente oriental del Mediterráneo. Por otro lado, la presencia de China en este mar es distinta. Mientras no es de esperar un fuerte despliegue militar chino en el Mediterráneo a corto plazo, dos cosas son ciertas: las capacidades navales chinas están aumentando rápidamente y, además, el país ha establecido presencia en el Mediterráneo con una política de inversión agresiva.
El panorama actual señala tres puntos conflictivos. Uno de ellos es la inmigración ilegal, un fenómeno extendido por todo el litoral y predominantemente de sur a norte. Inmigrantes irregulares están llegando en gran número a Turquía, España, Italia y Grecia, en un episodio que está poniendo de manifiesto la falta de capacidad de los Estados implicados y de la Unión Europea de resolver este tema mediante mecanismos de cooperación. Por otro lado, la lucha por recursos energéticos en la franja oriental está dando lugar a la formación de dos bloques con intereses bien diferenciados: uno formado por los países del EastMed (Israel, Chipre y Grecia), junto con Egipto, Italia, Francia y Estados Unidos; y el otro liderado por Turquía, junto con la no reconocida República Turca del Norte de Chipre (RTNC) y el Gobierno Libio de Acuerdo Nacional, con sede en Trípoli y reconocido por Naciones Unidas. Los conflictos armados constituyen otro problema en la región y han ido cambiando durante las últimas dos décadas. A principios de siglo, se podía identificar un «triángulo de conflicto» entre Bosnia, Argelia y Oriente Medio4. Recientemente, los conflictos en los Balcanes se han reducido, convirtiendo este triángulo en un eje de Oriente Medio al norte de África. Este eje se manifiesta actualmente con las guerras civiles de Libia y Siria pero, en la última década y media, el conflicto ha sido generalizado en toda la región MENA.
Este documento intenta exponer las estrategias recientes y las políticas adoptadas por los principales actores en el escenario mediterráneo en el contexto de los sucesos recientes. A pesar de que sería imposible separar políticas navales de grandes estrategias, se pondrá especial atención a las estrategias marítimas y sucesos en el mar. El documento analizará primero los diferentes conflictos en el Mediterráneo: estrategias y acciones marítimas de los principales actores autóctonos, así como los retos a los que estos países tendrán que enfrentarse en el presente y en el medio plazo. Para ello, las estrategias de los cuatro actores más importantes en términos de PIB se estudiarán en detalle y también se harán referencias al enfoque de otros actores indígenas importantes. El documento evaluará posteriormente hasta qué punto y cómo las potencias globales están presentes en este escenario. De similar forma, se intentarán subrayar los mecanismos empleados para ejercer esta presencia exterior y los principales obstáculos a los que estas potencias se medirán en la región.
Turquía
Turquía tiene elementos que nos podrían llevar a considerarlo un actor dominante en la geopolítica del Mediterráneo en los próximos años: sus capacidades militares, su poder demográfico, la posición geográfica y la geografía de la imaginación que tienen sobre sí mismos, constituyen argumentos de peso para una posible dominación regional. Sin embargo, su enfoque revisionista en política exterior y la existencia de cierta desconfianza de sus vecinos hacia la propia Turquía están retrasando su despegue. La existencia de disputas internas, de entre las cuales se destacan el conflicto sirio en sus fronteras, y la cuestión kurda, están a su vez impidiendo al país desarrollar su potencial militar en el exterior y dificultándole tener un mayor impacto en asuntos internacionales más amplios. Este obstáculo planteado por la existencia de conflictos internos no es compartido por muchos de sus homólogos europeos que podrían, en caso de necesidad, orientar sus ejércitos hacia el exterior con menos ataduras.
En años recientes, la administración Erdoğan ha incrementado la agresividad de Turquía en su entorno, y las políticas marítimas no escapan de esta tendencia: la inversión militar de Ankara se refleja de manera muy marcada en las capacidades aéreas y navales. Sin embargo, el Mediterráneo probablemente no constituya el objetivo último de la estrategia naval turca: están mirando más allá, al canal de Suez, el mar Rojo y el océano Índico, como demuestra la fuerza de comando conjunta establecida con Catar para supervisar el estrecho de Ormuz o el grupo operativo turco en Somalia. El programa Milgem ha dado lugar a la construcción nacional de cuatro corbetas antisubmarinas, algunas de las cuales ya se han vendido a ejércitos poderosos como el pakistaní5; han reforzado así mismo sus capacidades defensivas con la compra del sistema de misil antiaéreo S-400 ruso, una decisión que ha causado un terremoto en las relaciones bilaterales con EE. UU., la UE, y su posición dentro de la OTAN. De hecho, Turquía está dando un giro relativamente rápido alejándose en cierta medida de sus obligaciones para con las mencionadas entidades.
Además de la compra de los S-400 y a pesar de discrepar en bastantes escenarios, como las relaciones cercanas entre Ankara y Kiev, Turquía y Rusia han compartido el papel de líderes con respecto al intento de resolución del conflicto sirio, un escenario donde también persiguen objetivos bien diferenciados, y han mantenido múltiples conversaciones respecto a la situación en Libia, llegando incluso a presentar una propuesta conjunta de alto al fuego al general Haftar, que fue rechazada. Igualmente, Turquía ha recibido inversión portuaria china, como se refleja con la venta de acciones del puerto Ambarli a la compañía china Cosco6. Sin embargo, y a pesar de esta línea, Turquía permanece fuertemente integrada en instituciones occidentales: sigue siendo el segundo ejército de la OTAN en efectivos, alberga el comando de tierra en Europa de la OTAN, en Izmir, y su economía sigue siendo altamente dependiente de su estatus especial para con la Unión Europea. Sin embargo, si este giro en política exterior continúa durante algunos años, el bloque occidental puede estar perdiendo a un socio muy importante.
La potencia en equipamiento militar, aumentada en años recientes, ha permitido a Turquía entrar en el escenario libio. Lo ha hecho con un acuerdo con el Gobierno de Acuerdo Nacional, mediante el cual el Gobierno de Al-Sarraj, reconocido por Naciones Unidas, recibirá equipamiento militar aéreo y naval, junto con tropas turcas (solicitadas por el propio Al-Sarraj), a cambio de ciertos derechos económicos en aguas libias, parte de las cuales están controladas de facto por el general Haftar7. La entrada de Turquía en el escenario libio ha sido percibida como una amenaza y otro ejemplo de la agresividad turca por algunos de sus vecinos, como Israel o Egipto.
Pero aún más importante, este acuerdo incluye la distribución de zonas económicas en las aguas del Mediterráneo entre ambos Estados: la división realizada (Figura 1), ha incrementado las tensiones en la región, ya que está trazada para impedir la construcción del gasoducto EastMed e incrementar los derechos de Turquía sobre recursos naturales en la región. Además, corta sobre aguas griegas y la Unión Europea la ha calificado como incoherente con el derecho internacional marítimo.
Las disputas por recursos energéticos en el Mediterráneo oriental han ayudado a deteriorar las relaciones de Turquía con sus vecinos. El viejo reclamo turco para conseguir el reconocimiento de la RTNC ha recobrado intensidad después del descubrimiento de reservas de gas en el Mediterráneo oriental, algunas de las cuales se encuentran en aguas chipriotas. Turquía ha respaldado sus demandas con el envío de barcos de guerra, perforación y exploración a aguas que considera que pertenecen a la RTNC.
Estas acciones han llevado a una escalada de tensión con Chipre, que ha involucrado a otras potencias regionales8, las cuales, como reacción al poder turco, han seguido una clara estrategia de equilibrio externo. Turquía ha bloqueado dos expediciones a aguas chipriotas de la compañía italiana ENI, basándose en que los acuerdos firmados con Nicosia no son válidos, ya que no tienen en cuenta a la RTNC. Igualmente, la Armada turca ha expulsado recientemente a buques de investigación israelíes de aguas chipriotas. Como resultado de estas políticas hostiles, y en un intento de conseguir mayor autonomía energética, Turquía se ha aislado de la arquitectura energética regional y de mercados a los que debería intentar acceder si desea diversificar sus importaciones de gas más allá de Rusia e Irán. Incluso la Unión Europea ha sancionado a dos oficiales del sector energético turco por las perforaciones ilegales9, y ha amenazado a Turquía con sanciones económicas por la continua violación de la soberanía de Chipre. Ankara está respondiendo a estos movimientos de la Unión Europea, amenazando con permitir movimientos masivos de refugiados hacia Grecia, en una intimidación que ya se ha convertido en una fuerte arma de negociación para el país anatolio.
Francia
Por PIB, capacidad militar y legado colonial, entre muchos otros factores, Francia posee todos los elementos para incrementar, más si cabe, su poder relativo en el Mediterráneo. Estos elementos se combinan con una poderosa maquinaria diplomática capaz de presentar a Francia como líder en la Unión Europea, a la vez que de hablar con Rusia en términos relativamente buenos. Una maquinaria capaz de presentarse como un elemento clave del sistema de seguridad occidental, mientras critica abiertamente a la OTAN y busca más peso europeo en la organización. No hay que olvidar tampoco su pasado colonial en muchos países del litoral mediterráneo: la presencia de un gran número de ciudadanos con un pasado francés en estos países genera cierto grado de responsabilidad10.
Además, las relaciones diplomáticas suelen ser más cercanas con sus antiguas colonias. Para establecer su presencia en aguas del Mediterráneo, Francia ha llevado a cabo recientemente ejercicios con socios OTAN, como el PEAN 2019, y socios del EastMed como Egipto. París ambiciona la posición de líder en la nueva arquitectura de seguridad europea, una que debe buscar un mayor grado de independencia de los Estados Unidos, el principal socio transatlántico (a pesar de que los Estados europeos hayan conseguido pocos avances en esta dirección y se pueda argumentar que faltan capacidades para desarrollar esta autonomía estratégica). Lo está demostrando en el este del Mediterráneo, donde ya ha enviado dos buques de guerra en cooperación con Atenas (por cierto, a diferencia de Alemania y Estados Unidos, Francia ha sido el único país del bloque occidental que ha surtido de ayuda militar efectiva a Grecia frente a la amenaza turca), y liderando la presencia en el Sahel, donde está buscando mayor implicación de otros actores europeos al tiempo que se produce la reducción de efectivos estadounidenses.
Como actor regional fuerte, Francia ha tratado de influir en el resultado de conflictos recientes en la cuenca mediterránea con poco éxito hasta la fecha.
En Siria, lo ha hecho manteniendo una presencia naval cuasi permanente en el Mediterráneo oriental durante la totalidad del conflicto, con barcos de guerra patrullando las costas sirias desde 2011, incluyendo el poderoso portaaviones Charles de Gaulle11. Su presencia naval en el conflicto se sintió especialmente después de la operación conjunta con Reino Unido y los Estados Unidos en 2018, en la que bombardearon instalaciones químicas de Al-Assad con misiles aéreos lanzados desde buques. Para mantener esta presencia relativamente importante, Francia ha utilizado los puertos de Larnaca y Limassol en Chipre, un país con el que mantiene buenas relaciones, como muestra el acuerdo de defensa que extenderá el uso francés de estas bases hasta 202712. Este acuerdo no va a servir solamente para que Francia sea capaz de proyectarse en Siria o en Oriente Medio, también permitirá al país galo proteger los derechos de extracción de su compañía Total en aguas chipriotas.
A pesar de fracasar en la obtención de sus objetivos básicos en Siria, Francia también ha influido en el conflicto libio. Desde el principio fue uno de los países que presionaron en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas por la implementación de la responsabilidad de proteger y desempeñó un rol importante sobre el terreno en el derrocamiento de Gadafi. Actualmente, existen dudas acerca de si Francia respeta el embargo de armas impuesto por Naciones Unidas después de que se encontraran misiles franceses en bases de Haftar.
En cuanto a la inmigración ilegal, Francia no es un receptor principal de migrantes por el mar, pero esto no le ha impedido tratar de reducir el impacto de la trata y tráfico de personas en las costas del sur de Europa. Ha promovido acción a nivel europeo en las costas norteafricanas y recientemente tenía planes de enviar lanchas a la guardia costera libia, para así propiciar que no saliesen tantos inmigrantes, pero al final se canceló el pedido debido a la opinión pública13, entre otros factores. La Unión Europea, como entidad, no se ha mostrado efectiva con respecto a la gestión de las entradas de inmigrantes irregulares por mar; y Francia, como un líder del proyecto de integración europeo y un país mediterráneo, merece una parte importante de responsabilidad en este fracaso.
Italia
Italia ha sido tradicionalmente el aliado más leal en el marco OTAN para Estados Unidos en el sur de Europa. Después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos le levantaron unilateralmente las cláusulas de desarme para permitirle construir una flota más poderosa, que se desarrolló sobre todo durante el final de los cincuenta, principios de los sesenta, y jugó un papel clave, solo por detrás de Estados Unidos en el bloque occidental en el Mediterráneo durante la Guerra Fría. Esta relación cercana fue también una de las razones por las que el Comando de la Sexta Flota se situó en Nápoles; Estados Unidos percibe en Italia un socio muy fiable, incluso más que otros socios europeos. Italia es, por tanto, visto generalmente como un país más favorable a la seguridad que proporciona la OTAN, que a un posible proyecto de seguridad europeo. Sin embargo, sus esfuerzos de involucrar más a la OTAN en el Mediterráneo no han sido muy productivos durante y después de los últimos años de la Guerra Fría.
En los primeros años tras la Guerra Fría, los Balcanes constituían el principal foco de la política mediterránea de Italia, debido a la gran intensidad de conflictos y a razones geográficas obvias. Estas prioridades cambiaron con la entrada del siglo XXI y con la estabilización de las exrepúblicas yugoslavas, junto con el aumento de la inmigración en los primeros años de siglo. Actualmente, la estrategia mediterránea italiana se basa en dos pilares: la prevención y gestión de la inmigración ilegal, y la protección de sus rutas y empresas energéticas. Aunque las entradas irregulares han disminuido en los últimos cinco años, la política de Italia al respecto se ha vuelto más dura desde el ascenso de Lega Norte. Este endurecimiento de las políticas se refleja en diversas negativas del Gobierno italiano a no permitir el desembarco en sus puertos de barcos con migrantes rescatados. El Gobierno italiano incluso frenó la iniciativa, apoyada por España entre otros países, de mantener una flota permanente en las costas de Libia para reaccionar más rápido a situaciones de emergencia, argumentando que causaría un efecto llamada.
En materia energética, las cartas de Italia se juegan en Libia, pero también en la cuenca oriental del Mediterráneo donde, como ya se ha mencionado anteriormente, la empresa ENI se enfrenta a impedimentos por parte de las fuerzas turcas para ejercer sus derechos de extracción. De hecho, la Armada italiana envió a principios de diciembre de 2019 la fragata Martinengo al puerto chipriota de Larnaca, en forma de aviso a Ankara14. Italia se encuentra perfectamente en línea con los países del EastMed y podría ser uno de los beneficiarios si el gasoducto acaba construyéndose: como nos muestra la figura 2, una extensión de este, el gasoducto Poseidón, llegaría a Italia, permitiendo al país transalpino diversificar sus importaciones de hidrocarburos más allá de la inestable Libia. Precisamente en Libia, Italia está intentando actuar como mediador entre ambas facciones, como demuestra la visita del ministro de exteriores Luigi di Maio a Trípoli para mantener conversaciones con ambas partes. Italia está criticando abiertamente la implicación militar de actores como Rusia y Turquía: quiere que se respete el embargo de armas impuesto por la ONU y buscar mediación diplomática para conseguir un alto al fuego, o incluso una resolución del conflicto15. Es comprensible que un país poderoso como Italia no desee tener un conflicto armado perpetuo en su entorno más cercano, sin embargo, tal vez alguien deberá recordar al nuevo ejecutivo italiano, que este tipo de mediación internacional ya se ha intentado en la guerra de Libia. Y ha fracasado, como demuestra la falta de respeto hacia las conclusiones derivadas de la Conferencia de Berlín a principios de año. Ante esta falta de éxito, Italia se ha incluido en la misión militar de la Unión Europea en costas libias para tratar de frenar la llegada de armamento.
Por otro lado, Italia se está abriendo rápidamente a inversiones chinas en infraestructura portuaria: los puertos de Trieste, Savona, Nápoles y Génova están ya sujetos a presencia china y derechos sobre algunas de sus terminales. Sin embargo, al contrario que con otras inversiones chinas, estas no deben percibirse como un cambio de alineamiento geopolítico por parte del país que las recibe. Por el contrario, deben concebirse como acuerdos puramente económicos en un momento en el que Italia necesitaba capital extranjero: sigue siendo el miembro de la OTAN más importante en el sur de Europa y mantendrá esta posición en el corto y medio plazo. No obstante, el debate acerca de cómo combinar la implicación económica china y la alianza con Estados Unidos es una de las grandes cuestiones de la gran estrategia italiana.
España
Las políticas marítimas de España en el mar Mediterráneo se encuentran bien integradas en organizaciones occidentales. El país ibérico surte continuamente a la OTAN de diversos barcos para sus ejercicios, como el buque de aprovisionamiento en combate Patiño o la fragata española Méndez Núñez, que recientemente ha escoltado a dos portaaviones americanos que se encontraban en el Mediterráneo. España también ha estado activa en otros escenarios como la misión de entrenamiento de la UE en Bosnia EUFOR Althea, y de manera más notable, en la costa atlántica africana. Acontecimientos recientes han llevado a España a centrar el foco de su Armada en las costas del Atlántico; en particular, la aprobación por una comisión parlamentaria marroquí, de la extensión de su zona económica exclusiva invadiendo espacio canario16. A pesar de que la disputa se solucione probablemente con medios diplomáticos, estas hostilidades deben tratarse como una seria amenaza para las buenas relaciones bilaterales.
Más allá de responder a estas hostilidades, la inmigración irregular constituye el principal problema a medio plazo para España en aguas mediterráneas. España está invirtiendo grandes sumas de dinero para mejorar la situación, surtiendo de fondos a países del norte de África (entre los que irónicamente se encuentra Marruecos), para reducir el número de migrantes17, y abogando por una presencia europea permanente en las aguas del norte de África. Durante varios años, la Unión Europea desplegó la Operación Sophia, una herramienta importante para responder rápidamente a situaciones de emergencia humanitaria en el Mediterráneo. Pero a la vista de los escasos resultados, y una creciente actitud crítica italiana hacia el enfoque, la Unión Europea decidió poner fin a esta avanzadilla.
El hecho de pertenecer a la OTAN no ha impedido a España acoger barcos rusos en el puerto de Ceuta para que estos repostasen18. Lo ha estado haciendo desde 2011 con algunas excepciones puntuales, respetando el derecho marítimo internacional y el principio de libre navegación, a pesar de recibir críticas de algunos socios OTAN. En Siria, España ha cumplido el embargo de armas a Turquía impuesto por la Unión Europea por sus operaciones en el norte de Siria, pero esto no ha impedido que cumpliese con sus responsabilidades cooperativas con un socio OTAN. Al contrario que Italia, España ha mantenido el despliegue de sus misiles defensivos en Turquía, que no contradicen las restricciones de la UE, y ha extendido su despliegue en una muestra de cooperación entre socios OTAN19.
Pero a medio y largo plazo, otros problemas se plantean como primordiales. Los líderes españoles han tendido a centrar su política exterior en Europa —y las relaciones con Estados Unidos— y han prestado poca atención a mejorar y aumentar la presencia española en el Mediterráneo20. El Mediterráneo ha sido históricamente un espacio crucial para España donde sostiene una posición geográfica privilegiada y podría, en definitiva, convertirse en una potencia regional más poderosa. Este exceso de confianza en organizaciones occidentales ha llevado, según algunos académicos21, a una situación de dependencia de la seguridad provista por Estados Unidos, un socio que está progresivamente endureciendo su discurso y amenazando con aranceles más altos a productos españoles, a la vez que incrementa sus demandas para cooperar: recientemente ha solicitado, sin dar prácticamente opción al «no» español, el aumento de su presencia militar en la base de Rota. Esto es un debate que tiene que ser llevado a discusión cuanto antes mejor y las alternativas para diversificar nuestras fuentes de seguridad deben ser propuestas y estudiadas. Por otro lado, en la otra orilla del Mediterráneo, Marruecos y Argelia están aumentando sus capacidades tecnológicas militares, especialmente en el aire, pero los políticos españoles tampoco parecen preocupados por este tema.
Otros actores importantes: Argelia, Egipto, Grecia, Israel, Libia, Marruecos y Siria
La costa norte de África se encuentra fuertemente influida por el conflicto en Libia. Egipto se está destacando como un actor regional de peso, tratando de alterar el resultado del conflicto en favor del general Haftar. Grecia también se ha posicionado a favor del ENL (general Haftar), con la expulsión del embajador libio después de que su Gobierno firmase el ya mencionado acuerdo marítimo con Turquía y como un socio fuerte dentro del EastMed, con la visita de Mitsokatis a la Casa Blanca para tratar las políticas energéticas turcas. El país helénico también está recuperando gasto militar después de años de bajos niveles como consecuencia de la mala situación económica: ha enviado barcos de guerra con Francia a la zona, ha vendido sistemas de misiles defensivos a Arabia Saudí, y ha renovado un acuerdo de defensa con Estados Unidos.
En el otro lado de la frontera libia, Turquía ha mantenido conversaciones con Túnez para atraer al país al eje de Al-Sarraj pero, a pesar de la firma de un acuerdo para la venta de equipamiento militar, parece una tentativa demasiado osada, ya que Túnez depende altamente de sus exportaciones a Italia y a Francia, socios que no tolerarían tal alineamiento. En la costa más occidental, Argelia se está fortaleciendo con la compra de material militar ruso, para convertirse en un actor regional más potente: después de ser el primer país en recibir el avión de combate Su-57, ha proseguido con la compra de los aviones Beriev a-100 de alerta temprana y control aerotransportado, los misiles Kalibr, y los submarinos de clase kilo 63622, todos ellos rusos.
Marruecos, el principal rival regional de Argelia, sigue siendo un aliado fuerte de EE. UU., siendo en 2019 el mayor cliente de Estados Unidos en la región MENA, según Forbes, con la compra de los aviones de combate F16, munición, y recibiendo a Mike Pompeo en una visita oficial hace algunas semanas. Ambos países están modernizando sus capacidades militares. Seguramente aún es pronto para llamarlo carrera armamentística, pero no muy pronto para recordar que es preciso mantenerse alerta ante estas políticas.
Egipto también ha sido bastante activo más allá del conflicto libio. Tras el descubrimiento de reservas de hidrocarburos en sus aguas, el país se está convirtiendo en un centro regional exportador de gas y ha fortalecido sus lazos con Israel en años recientes. Por otro lado, las ya mencionadas políticas agresivas turcas han llevado a Egipto a mejorar sus capacidades militares. Acuerdos de defensa con Chipre, ejercicios en aguas del Mediterráneo con Italia y Reino Unido, o en el mar Rojo con un tradicional aliado (Francia), y más ejercicios con Rusia en el Mediterráneo, están mejorando la capacidad operativa de Egipto, y enviando un mensaje contra posibles amenazas. También debe señalarse la habilidad de Egipto para hablar en términos amistosos con una amplia variedad de interlocutores importantes: los Estados Unidos y Rusia, Israel y, en un grado menor, el mundo árabe también.
En las costas de Oriente Medio, Israel se ha mantenido relativamente tranquilo este último año. Más allá de sus tradicionales interferencias en aguas palestinas y violaciones de los derechos de los pescadores palestinos, Israel ha bajado su perfil político en cierta medida. Sus principales aliados continúan siendo Estados Unidos y Rusia en términos militares; y continúa exportando armamento a países más pequeños como Azerbaiyán, Myanmar o Sudán del Sur23. Sin embargo, Israel sigue siendo un actor imponente en su entorno: su participación en Siria contra las fuerzas de Al-Assad, y los bombardeos en la Franja de Gaza han continuado durante este año. La principal preocupación para la Administración Netanyahu parece ser ganar apoyos para su causa de nombrar Jerusalén la capital del Estado: países como Uganda, donde se ofreció a cambio la posibilidad de abrir una embajada o Marruecos, a quién Israel ofreció el reconocimiento del Sahara Occidental como parte del Reino, ejemplifican esta importancia.
Debido a su falta de estabilidad, Siria y Libia son actualmente puntos geoestratégicos destacados.
En Siria, a pesar de que el conflicto parecía controlado por las fuerzas de Al Assad hace apenas unos meses, en semanas recientes los bombardeos han vuelto a la parte sur de Idlib, que divide al Ejército Sirio y a las milicias rebeldes. Tras estos eventos, el Ejército sirio ha incrementado lazos de cooperación con el Ejército ruso, hasta el punto de realizar por primera vez24, ejercicios navales conjuntos en las costas de Tartus. Estas trifulcas en Idlib también han afectado negativamente a las relaciones entre Ankara y Moscú. En Libia, mientras las potencias globales siguen desacatando el embargo de armas de Naciones Unidas y persiguen sus objetivos por medios militares, la conferencia de Berlín respaldada por la ONU ha demostrado ser no excesivamente útil, y la esperanza de conseguir una solución pacífica y diplomática está disminuyendo. La Unión Europea ha tenido que enviar recientemente una misión militar para evitar la entrada de armas al país, en una misión que supone un gran reto en solitario para la Unión y que, para bien o para mal, servirá como precedente cuando se ponga sobre la mesa la recurrente cuestión de la autonomía estratégica.
Estados Unidos
Los Estados Unidos son el actor más decisivo en muchas regiones del globo y el Mediterráneo no es una excepción. Mediante antiguas alianzas con países de la ribera, representadas fundamentalmente en la OTAN, los Estados Unidos han sido capaces de mantener en el Mediterráneo occidental, al contrario que en otras regiones, un clima relativamente amigable y estable después de la Guerra Fría. Esto ha permitido al país más poderoso del mundo centrarse en otros lugares durante muchos años. Sin embargo, el este del Mediterráneo está reemergiendo como un pivote geopolítico vital, después de un periodo de relativa calma25.
Dos factores han incrementado más aún el interés estadounidense en la región, que ya había aumentado desde la anexión rusa de Crimea en 2014: la agresividad turca y la creciente influencia rusa en la región han forzado a los EE. UU. a ser más activo, y cambiar sus objetivos de compromiso y asistencia, a disuasión y defensa. Estas tendencias a largo plazo convergen con los acontecimientos recientes en suelo iraquí y las crecientes tensiones con Irán que llevarán a una reducción, o a un aumento, de contingentes norteamericanos en países mediterráneos como Siria. Para ejercer su presencia, Estados Unidos cuenta con el despliegue permanente de la Sexta Flota en Nápoles. El área de responsabilidad (AOR, por sus siglas en inglés) se extiende no solo al Mediterráneo, sino también el continente europeo entero, incluyendo Rusia (USEUCOM) y África (USAFRICOM)26. Esta amplia AOR asignada no es simplemente un hecho operacional, sino que refleja también la visión estadounidense del Mediterráneo, que no es aquella de una región por sí misma, sino la de un elemento más de un escenario Europa/África más amplio.
Como resultado de estas nuevas necesidades geopolíticas, los efectivos estadounidenses en Europa están aumentando. En los últimos años, Estados Unidos ha desplegado cuatro destructores en Rota, que ya constituye una presencia avanzada en Europa muy potente y una piedra angular de las garantías defensivas que proporciona EE. UU., pero la Administración Trump ha solicitado aumentar esta presencia a seis destructores y 600 hombres más en la base de Rota27. Estados Unidos también se está preocupando por enseñar músculo a sus homólogos: en abril de 2019, los portaaviones estadounidenses John C. Stennis y Abraham Lincoln se juntaron en el Mediterráneo oriental para realizar ejercicios conjuntos. Este es un fenómeno muy atípico que solo ha sucedido en tres ocasiones este siglo en el Mediterráneo; y dos de esas tres han sido después de 2016. Pero el aumento en la ratio de acción no se traduce solo en un despliegue militar; la diplomacia es una herramienta muy importante para los Estados Unidos y su acción exterior: Mike Pompeo visitó Chipre hace pocas semanas en un claro mensaje a Turquía. Pero seguramente, la respuesta más contundente contra la agresividad turca ha sido el levantamiento del embargo económico estadounidense a Chipre que se había mantenido desde 1987.
Sin embargo, tenemos también la otra cara de la moneda. Como ya se ha mencionado repetidamente, Oriente Medio es una región muy disputada en la que Estados Unidos ha mantenido una presencia muy fuerte durante las últimas dos décadas. Este 2019 ha marcado un año donde los EE. UU. han reducido significativamente su presencia en Siria y en Irak. Se puede decir que estas reducciones no han nacido de la voluntad propia de los Estados Unidos, sino más como una consecuencia de su ineficacia a la hora de resolver conflictos en Oriente Medio y de proteger a sus aliados regionales, como la falta de respuesta contra las agresiones iraníes a instalaciones petrolíferas saudíes demuestra. Esta falta de éxito de los Estados Unidos en la región puede ser uno de los elementos que ha llevado al éxodo de tradicionales aliados buscando nuevas redes de seguridad: Turquía, Egipto y Grecia, entre otros, se están acercando de una manera u otra a potencias extranjeras como Rusia o China y distanciándose del eje estadounidense.
Rusia
El Mediterráneo simboliza el antiguo sueño ruso de conseguir acceso al mar: disputas por los Balcanes con el Imperio otomano para controlar este acceso fueron una constante para los zares rusos. Pero el norte de Rusia también fue campo de batalla para conseguir acceso a aguas templadas: la conquista de Pedro el Grande de San Petersburgo y la consagración de esta como capital durante su reinado lo ejemplifican. Rusia posee cuatro puertos principales en territorio nacional (o territorio controlado de facto por lo menos): Kaliningrado, Múrmansk, San Petersburgo y Sebastopol. El primero, al estar separado del resto del país, es ineficiente para Rusia. El segundo se encuentra al norte en el mar Ártico y gran parte del año no está en condiciones para la navegación. Y, el tercero, se ubica en el golfo de Finlandia que tiene un acceso dificultado por su escasa profundidad. Estos impedimentos y la existencia de amenazas potentes al sur han llevado a Rusia históricamente a considerar el mar Negro, y el Mediterráneo por extensión, como la dirección principal de proyección para su ahora creciente poder naval. El deshielo de las rutas árticas, que ya ha forzado a Rusia a incrementar sus capacidades defensivas al norte, y el peligro debido a la guerra civil de la presencia avanzada rusa en Siria, han sido las principales razones por las que el país eurasiático ha decidido mejorar su potencial naval. El foco renovado en el Mediterráneo se refleja en cambios fundamentales en la marina rusa y los sistemas defensivos: la creación de la Escuadra del Mediterráneo, el avance de los misiles aéreos y las defensas antiaéreas a Crimea, y el refuerzo de sus defensas aéreas en Tartus, su base en Siria, ejemplifican esta tendencia28.
Sin embargo, estas ambiciones siguen siendo limitadas. Rusia es plenamente consciente de su inferioridad en términos de capacidades y posibilidades económicas comparado con los Estados Unidos y sus aliados OTAN. Moscú no será capaz de mantener su alto gasto naval por un periodo muy prolongado de tiempo y sufre además de estagnación económica y sanciones de Occidente. Estos déficits socioeconómicos vienen agravados por el difícil acceso ruso al Mediterráneo que debe pasar por el estrecho turco de Dardanelos. Por estas razones, Rusia encuentra más atractivo y realista mantener una presencia naval en el Mediterráneo que actúe como elemento disuasorio para socios OTAN, más que perseguir una competición en los océanos29. Es de esperar, por tanto, que el foco de su política seguirá siendo defensivo a corto plazo. Aunque estos hándicaps no permiten a Rusia competir con los Estados Unidos en maquinaria naval pesada como los portaaviones, Moscú está demostrando una habilidad importante para competir con submarinos y sistemas de misiles en operaciones anti-access area denial (A2AD)30, que se convertirá a buen seguro en el modus operandi de Rusia en los años venideros. Este incremento del gasto naval está aumentando el tamaño de las flotas del Báltico y del mar Negro, que alimentan a su vez a la Escuadra del Mediterráneo, y está mejorando la tecnología naval rusa en aguas cercanas.
Debido a la geografía, el elemento crucial para que Rusia pueda seguir ejerciendo presencia en la región son y serán alianzas y relaciones amistosas. La piedra angular de este sistema es, sin duda, Siria. En el contexto de la guerra civil donde Rusia ha jugado un papel importante proporcionando comida y equipamiento militar, Moscú adquirió derechos para seguir utilizando la base de Tartus como propia hasta 206631. Esta es la única base naval rusa en el Mediterráneo, lo que la convierte en un elemento esencial, pero las buenas relaciones con Siria se traducen también en ejercicios navales conjuntos en diciembre de 2019, y en la base aérea de Latakia. Otro país con el que Rusia mantiene políticas de cooperación es Egipto. Aparte de apoyar al mismo bando en Libia, Rusia posee numerosas bases aéreas en territorio egipcio que constituyen un elemento importante para su política. Mantiene buenas relaciones con Grecia, Chipre e Israel, y sus relaciones con Turquía se están intensificando recientemente. A pesar de mantener una presencia económica relativamente pequeña, el Kremlin ha tenido la capacidad de hablar con una cantidad importante de actores en la región MENA, probablemente más que ninguna otra potencia global.
China
Al contrario que Rusia y Estados Unidos, la proyección de poder chino en el Mediterráneo se canaliza fundamentalmente por medio de inversión económica, más que por capacidades militares. China está extendiendo su Ruta de la Seda marítima a puertos del sur de Europa y del norte de África, y las joyas de la corona de esta expansión en el Mediterráneo son los puertos del Pireo en Grecia, y de Cherchell en Argelia. Las relaciones cercanas con Grecia, probablemente el socio más importante para Pekín en la región, se reforzaron durante la crisis financiera de 2008, cuando China apareció como el principal inversor en un momento en el que Grecia necesitaba desesperadamente flujos de capital extranjero y también durante la crisis libia, donde Grecia jugó un rol primordial en la evacuación de ciudadanos chinos32. Sin embargo, Grecia y Argelia no son los únicos que han abierto los brazos a inversiones portuarias chinas. De hecho, países como Egipto, en Port-Said y Alejandría, Israel, con los puertos de Ashdod y Haifa, o Italia con los ya mencionados puertos de Trieste, Savona, Nápoles y Génova, han sido grandes receptores de esta inversión. Tampoco Turquía (Ambarli), Marruecos (Tánger), y España (Valencia) han escapado. Prácticamente la totalidad de los países ribereños están sujetos a inversiones chinas, lo que puede traducirse, en el medio plazo, en un arma de dominación muy importante para China en la región. De hecho, las compañías chinas ya tienen la posibilidad de restringir el acceso a algunos puertos del Mediterráneo si así lo desean ellas, o el Gobierno chino33. Además, muchos países africanos ven en China una alternativa más fiable y, sobre todo menos intrusiva, a las tradicionales fuentes de inversión que han sido Francia y la Unión Europea en general.
Pero infraestructura y terminales portuarias no son el único campo donde China está emergiendo como un inversor fiable: los cables de telecomunicación submarinos que conectan Túnez e Italia, y Libia con Grecia, y que transmiten prácticamente la totalidad de las comunicaciones electrónicas intercontinentales, han sido desarrollados por las empresas chinas Huawei y Alcatel34. China también está desarrollando los llamados «foros sectoriales» con socios regionales que sirven como plataformas de cooperación para distintos sectores, sobre todo en materia de agricultura y cooperación marítima, para ir incrementando su peso diplomático en la región.
Militarmente, China está aumentando su poder en mares cercanos, sobre todo en el mar del sur de China y en el océano Índico, donde una gran parte de su Marina se concentra. Tal vez, las inversiones económicas en el Mediterráneo se traduzcan a medio plazo en presencia militar de una Marina cada vez más fuerte. De hecho, esta expansión militar ya se ha notado en cierta medida en el mar Rojo y en el Mediterráneo. En el primero, China posee la única base militar más allá de sus fronteras, en Yibuti, lo que remarca la importancia estratégica de este mar como unión entre el mar Arábico, el golfo Pérsico y el mar Mediterráneo. En el Mediterráneo, China llevó a cabo, por primera vez en la historia, un ejercicio militar conjunto con Rusia en 2015, que sirvió como un primer contacto para posibles apariciones futuras de su Marina. La participación militar china en conflictos regionales ha sido bastante limitada, porque como ya hemos mencionado su implicación en la región es principalmente económica y no militar. Sin embargo, la presencia china ha de regularse con cuidado35, sobre todo desde el lado europeo, para mantener independencia estratégica del gigante asiático en las próximas décadas.
Irán
La principal huella de Irán en la región se observa con su implicación en Líbano y Siria. En cada uno de los conflictos, la República Islámica ha jugado un rol importante apoyando a sus aliados, Hezbolá y Al-Assad. Estos socios, junto con las milicias chiíes en Irak, proveen al régimen de Teherán de una situación privilegiada en el Mediterráneo que no ha sido explotada por el momento. Estos trampolines son usados más bien, al menos hasta la fecha, para extender la influencia de Irán en Oriente Medio, y para obtener posiciones más cercanas a Israel, un enemigo declarado. Necesitaremos esperar para ver el resultado de los acontecimientos recientes en Irak y los efectos que estos tienen sobre el despliegue militar iraní en el país. Irak es un elemento clave de la estrategia regional iraní, ya que su inclusión en el eje se traduce en un corredor de regímenes alineados con Teherán, que va desde el propio Irán hasta el Mediterráneo36. Sin embargo, el foco de las marinas del ejército iraní y del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) no es el Mediterráneo, sino el golfo Pérsico, el golfo de Omán, y el océano Índico, donde el país necesita proteger sus exportaciones petrolíferas, y donde va a desarrollar en los próximos meses ejercicios conjuntos con Rusia y China. De hecho, el Mediterráneo constituye un elemento residual de la estrategia naval de Irán.
La República Islámica se está planteando, así mismo, la abertura de una nueva línea naviera a puertos del este del Mediterráneo37, lo que incrementará el peso regional y la influencia económica a pesar de las sanciones estadounidenses al comercio marítimo de Irán. Sin embargo, a Irán le falta músculo económico y militar para presentarse como una potencia principal en el Mediterráneo y, por ello, su presencia en este mar dependerá de su habilidad de proyectar sus intereses en y a través de Oriente Medio; y estará muy limitada a la ribera oriental. Dos actores importantes, Rusia y Turquía, son los más interesados en limitar el poder de Irán en Oriente Medio. A pesar de que Moscú coopere con la República Islámica en diversos ámbitos, al Kremlin no le resultaría atractivo tener un vecino al sur tan fuerte, mientras que Turquía rivaliza con la República Islámica para extender sus influencias en la región.
La región mediterránea está reemergiendo como un foco de interés geopolítico. Muchos son los actores cada vez más involucrados y que buscan ganar mayor influencia. Los conflictos armados en Siria y Libia están desestabilizando la región, y se están convirtiendo en escenarios donde las potencias globales y regionales tratan de producir el resultado que ellas desean. En el caso de Siria, Rusia está defendiendo a su tradicional aliado Al-Assad, mientras que Turquía busca desestabilizar un régimen que no ha mantenido tradicionalmente buenas relaciones con Ankara. En el escenario libio, la mediación internacional ha fracasado en la consecución de una resolución pacífica al conflicto; y el resultado más factible hoy en día parece ser una toma violenta de Trípoli por parte de las tropas del general Haftar. Turquía se ha posicionado del lado del Gobierno de Al-Sarraj, reconocido por Naciones Unidas, mientras que países como Egipto, Emiratos Árabes Unidos o Rusia han apostado por el caballo ganador más probable, el general Haftar.
El alto grado de implicación en ambos conflictos (se podía esperar en Siria por proximidad geográfica, pero seguramente no tanto en Libia), no es la única señal de la creciente agresividad turca en su vecindario. Sus reclamos sobre recursos energéticos encontrados en aguas chipriotas han molestado a varios de sus socios europeos, sobre todo Italia y Francia que deben proteger los intereses de sus empresas y los acuerdos de estas con Nicosia para la explotación de estos recursos que, junto con la necesidad de crear un bloque que haga frente a Turquía, han llevado a la creación del club EastMed formado por Israel, Egipto, Grecia y el propio Chipre.
Todos estos eventos están ocurriendo en el contexto de continuos problemas de inmigración a lo largo de toda la ribera. Países como España, Italia, Grecia o Turquía encuentran la cuestión migratoria subrayada en sus agendas, en un reto que está desenmascarando la falta de efectividad de estos países y de la Unión Europea, a la hora de proporcionar soluciones efectivas. Distintas potencias extranjeras han sido atraídas también por este escenario. Estados Unidos, el actor más dominante en la región con una bien consolidada red de alianzas, está entre esos actores que han aumentado su presencia en este mar, mientras que la ha reducido en Oriente Medio.
Una causa probable para esta tendencia podría ser el incremento de peso de Rusia en la región mediterránea. Moscú se está presentando como un jugador más habilidoso en numerosos escenarios de conflicto con capacidad de hablar con una amplia gama de interlocutores y busca asentarse más sólidamente en el Mediterráneo. China no rehúye esta competición tampoco y, a pesar de no tener la suficiente experiencia naval y poder para estar presente en el Mediterráneo, lo que sí tiene es músculo inversor que es lo que ha permitido al gigante asiático establecerse en este lejano mar. Sin embargo, estas inversiones podrían, en algún momento, traducirse en una abrupta presencia militar que deber ser anticipada y limitada por las potencias europeas.
Guillermo Abio Villegas*
Alumno del Máster en Geopolítica y Estudios Estratégicos,
Universidad Carlos III de Madrid
NOTA: Las ideas contenidas en los Documentos Marco son responsabilidad de sus autores, sin que reflejen necesariamente el pensamiento del IEEE o del Ministerio de Defensa.
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