Las mujeres piden paso en la revolución libanesa
Las mujeres emergen en la revuelta sin líderes del Líbano. La revolución en marcha está otorgando a las mujeres un inesperado protagonismo. En las más de tres semanas de protestas, que lograron la dimisión el pasado 29 de octubre del primer ministro Saad Hariri, las féminas han jugado un papel destacado al comandarlas y garantizar su carácter unitario y pacífico.
Dos revoluciones se libran a la vez en el pequeño país de Oriente Próximo. Una, general, que aboga en esta Primavera Árabe 2.0 por dignidad y justicia, Estado de Derecho y mejora de las condiciones materiales para los libaneses. Una cruzada contra la corrupción y la incompetencia de la clase política. Y otra la que, paralelamente, están llevando a cabo las mujeres en esta revuelta sin liderazgos con nombre y apellidos pero sin divisiones sectarias evidentes en la defensa de sus derechos.
La bandera y los colores blanco y rojo del Líbano lucen sin competencia. No hay banderas ni estandartes religiosos ni partidarios. Todo empezó como una queja en la calle contra una nueva batería de impuestos propuesta por las autoridades gubernamentales, pero hoy se trata de una revolución transversal de futuro incierto. Son las mayores protestas en más de una década en el país de los cedros.
“Alcen la voz, el machismo debe ser suprimido” o “no esperaremos a que termine la revolución para reclamar nuestros derechos, nosotras somos la revolución”, es uno de los eslóganes más coreados en las calles de la capital, Beirut, en las últimas semanas. Las mujeres reclaman que se está produciendo una “revolución feminista” y denuncian cómo redes sociales y ciertos medios de comunicación de la región las objetivizan y sexualizan en sus coberturas. Al destacar su apariencia sobre sus demandas, lamentan, desvían la atención sobre la importancia de la revuelta y del momento.
Lo cierto es que la persistente revuelta libanesa ha reunido a mujeres de distintas edades, confesiones y medios socioeconómicos. Las hay que portan velo y que no lo portan, embarazadas, adolescentes y mayores, recoge France 24. Cristianas, drusas, musulmanas, sunitas y chiitas… otras protestas que se habían registrado en el Líbano fracasaron o fueron monopolizadas por el sectarismo político. "En Líbano no puede haber ni golpe de Estado, ni revolución, ni mucho menos ningún amago de primavera árabe", escribía el corresponsal español Tomás Acoverro, decano de los corresponsales españoles en Oriente Medio, en 'La noria de Beirut', su último libro. Se equivocaba.
Según los observadores de las dinámicas que se desarrollan en las calles de las urbes libanesas, la presencia de las mujeres ha sido fundamental para que la revuelta haya sido hasta ahora predominantemente pacífica. De hecho, desde las primeras noches las mujeres se ofrecieron valientemente como escudos humanos para interponerse entre grupos violentos y fuerzas de seguridad.
“Ellas ya no se contentan de hablar entre ellas, de indignarse en su salón. La voz se oye alta ahora. No hay vuelta atrás después de esto. Pero hay que saber ahora cómo transformar todo este movimiento, revolución, cólera en un estado más digno y justo”, aseguraba la escritora y activista Joumana Haddad a la cadena francesa TV5 Monde.
Las demandas fundamentales de las mujeres libanesas son diversas. En primer lugar exigen el compromiso de la administración con la lucha contra la violencia de género, que la legislación no castiga. Además, la abolición de las leyes que rigen el estatuto personal para las distintas comunidades religiosas, las disposiciones relacionadas con el matrimonio y el divorcio, la herencia o la custodia de los hijos, recoge el diario The Independent. Por otro lado, piden la supresión de una ley que impide a las libanesas transmitir la nacionalidad a sus hijos.
El Líbano tiene cuenta solo con seis parlamentarias en una asamblea nacional con 128 escaños. Las mujeres están infrarrepresentadas en sectores claves de la economía libanesa. No en vano, el pequeño país de Oriente Próximo ocupa el puesto 140 de 149 del índice de Brecha Global de Género del Foro Económico Mundial, que mide paridad en economía, salud, educación y política.
El símbolo del poder femenino tiene nombres y apellidos. Se llama Malak Alaywe Herz. A finales del pasado mes de octubre, protagonizó un episodio que ha sacudido las redes sociales, con varias decenas de miles de visualizaciones. Lo recoge un video de apenas cinco segundos. La joven lanzó una patada en la entrepierna a un guardia ministerial que se bajó de un coche para dispersar una concentración de protesta armado con un fusil automático. Había disparado al aire. La amenaza no inquietó a Malak. Los medios la llaman desde hace días la Marianne libanesa.
Malak, de 24 años, dice luchar contra una “sociedad patriarcal”. “Fue un acto espontáneo. Sentí que tenía que hacer algo. Este acto debe dar fuerza a todo el mundo. No hay diferencias entre hombres y mujeres, ambos pueden defenderse, no hay líneas rojas”, explicaba a la citada cadena francesa la joven días después.
“Hoy gracias a las redes sociales nada queda oculto”, sentenciaba a EFE un joven estudiante universitario de nombre Sami. Ahora está por ver cómo los libaneses, con un frágil sistema político basado en cuotas comunitarias religiosas, son capaces de encauzar esta valentía, audacia y persistencia en la creación de un nuevo sistema político y en mejores situaciones materiales para la sociedad libanesa. Este domingo han vuelto a ser miles las personas las que se han manifestado en el paseo marítimo beirutí.
De momento, la cuestionada clase política sigue trabajando para la constitución de un nuevo gobierno que aplaque la cólera popular. “Un gobierno interino independiente puede afrontar muchas dificultades a la hora de navegar en un paisaje político en el que los funcionarios del Estado siguen siendo fieles a la antigua élite. Lo que está claro es que los manifestantes no aceptarán ya eslóganes con resultados tangibles (…) En el Líbano hoy parece que cada individuo que ha salido en la calle se siente personalmente responsable del éxito del movimiento de protesta, y no dará un paso atrás hasta que sus demandas sean atendidas”, asegura en el think tank Carnegie Middle East Center Issam Kayssi.