Al otro lado del velo: el 8-M de las mujeres del Maghreb

Noor Ammar Lamarty

 “¿Pero eres musulmana? preguntan con un tono de sorpresa. Lo que les resulta chocante no es que sea musulmana, sino que sea musulmana, y a la vez una chica como cualquier otra con diferente nacionalidad, religión o aspecto y que no lleve un velo pese a ello.”, comenta Kamelia de 21 años, estudiante de doble grado de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, nació y vivió en Marruecos hasta sus 18 años cuando decidió irse a estudiar a España. 

Miles de mujeres todos los días vivimos  la controversia de tener que justificar quiénes somos, de dónde venimos, por qué hablamos bien español, por qué nos vestimos como cualquier mujer occidental, y sobre todo cuál es nuestra cultura, nuestra religión y nuestros antecedentes sociales y familiares. Parece ser que el prototipo impuesto de mujer musulmana portadora del velo sumisa y oprimida está aún a la orden del día para describir a cualquier mujer árabe, magrebí y demás variantes. De la misma manera se queja Hala, que cursa el grado en Ingeniera de Sistemas de Telecomunicaciones en la Universidad Politécnica de Madrid, y está actualmente viviendo en República Checa de Erasmus: Se sorprenden si llevamos velo y nos vestimos más tapadas, pero también se sorprenden al vernos con minifalda, escote y el pelo suelto. Me he dado cuenta de que son incapaces de entender que cada mujer musulmana de nacimiento, al igual que la cristiana o la judía, es libre de ser más o menos practicante y más o menos liberal.” 

Parece ser que el velo es una barrera en Occidente, pero el no llevarlo y tener una identidad diferente, implica que no tenemos derecho a ser tratadas desde la distancia del respeto. El respeto que hace que no sea muy común preguntar: ¿Pero eres católica? ¿Católica practicante?, y que sin embargo sea el pan de todos los días para quienes no cumplimos el guión occidental establecido. Esto ocurre porque no son las mujeres musulmanas con velo referentes para nosotras, como tampoco lo son las mujeres occidentales; y sin embargo, estamos prohibidas para la opinión general. El resultado es que se nos invisibiliza constantemente, invalidando nuestra manera de comprender nuestra identidad y nuestra manera de vivir.  

Muchas de las mujeres que sufren este proceso de prejuicios hacia su identidad heterogénea, son mujeres españolas propiamente, no ya inmigrantes, y son ejemplos como Amal, de 22 años estudiante del doble grado en Derecho y ADE en la Universidad Rey Juan Carlos, nacida y criada en Madrid, cuyos padres son originarios de Marruecos, que se reafirma con estas palabras: “Sí, soy una víctima más de esta sociedad tan prejuiciosa y juzgadora. Soy española, musulmana y no, no tengo una figura masculina que me obligue a hacer las cosas o que me diga cómo debo vestirme, y tampoco he sufrido ningún proceso de rebeldía contra mi familia. Soy tan española, inteligente, libre y feminista como tú. Y no menos musulmana que cualquier musulmana portadora de velo”.

El feminismo occidental hoy por hoy centra el tema en el velo por libertad o el velo por coacción. Pero no lo fija en las mujeres y su poder de decisión de no llevarlo, porque asusta mucho todo aquello que visual y estadísticamente no se puede contar. El paternalismo europeo no es capaz de comprender que no nos hemos rebelado, ni hemos renegado de todo para convertirnos en las mujeres que somos. El paternalismo europeo se sorprende porque pensemos, actuemos, y vivamos sin la necesidad de un símbolo identitario. Porque para quienes no lo sepan, la mayor parte de las mujeres marroquíes que no secundan el velo son fácilmente confundibles con una mujer española cualquiera.  

Así nos explica Noor, periodista de 23 años, nacida en Sevilla, hija de padre marroquí y madre española: “Me siento hispanamarroquí. Tengo la suerte de tener dos países que adoro, dos culturas, dos idiomas, y dos raíces con una historia maravillosa. Qué suerte la mía y que pena que no muchos la entiendan.  Defiendo y sobre todo lucho por el papel de la mujer en Marruecos y en otros países árabes cuya lucha por los derechos está más retrasada que en Marruecos. Las mujeres que no llevan velo no reniegan de su cultura, ni las mujeres que llevan velo son sometidas y sumisas. Cada una lleva su identidad cultural y religiosa como quiere y esa es la cuestión, la libertad.” 

La decisión del SÍ al velo es importante para Occidente, pero el NO, es desterrado porque no genera morbo. No somos atractivas para una sociedad que quiere refugiarse en los prejuicios y hacernos sentir en deuda por comportarnos prácticamente de la misma manera que en nuestro país de origen, porque pese a la presión patriarcal del funcionamiento de Marruecos, intentamos en la medida de lo posible perpetuar nuestra vida como en Europa. 

Al otro lado del estrecho de nuestro país de origen no saben que todos los días somos muchísimas las que nos despertamos orgullosas de nuestro origen, sin un velo ni un letrero en el que se nos describa y encasille. Tenemos un papel de ejemplo a cumplir y nos estamos convirtiendo en referentes de las generaciones venideras. Que si bien pueden ser nuestras hijas o hijas de mujeres portadoras de velo, nuestra responsabilidad con ellas es que comprendan su derecho a la elección de pedir el respeto de los demás sin ningún tipo de distintivo sea cual sea su creencia, origen, o cultura. Porque un velo no hace mejores practicantes, ni reafirma el orgullo de unas raíces o procedencia, y muchísimo menos puede ser la única manera de que las mujeres árabes, musulmanas, magrebíes o demás tengan visibilidad.  

Kamelia lo explica así: Lo que a mí me resulta chocante es que esta concepción que tienen de mi identidad dista mucho de la realidad de millones de mujeres como yo, que somos independientes, autosuficientes y que luchamos como cualquier otra mujer occidental para llegar a obtener la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, y desgraciadamente, desde nuestra postura, también entre mujeres y mujeres.” 

Nuestra identidad como mujeres feministas es la de “feministas” a secas, porque nuestro origen, creencia o cultura, no es una información que estamos  obligadas a dar, y mucho menos un factor por el que debamos explicarnos constantemente. Así como no queremos ser lo “exótico” o el “wow”, ante la mirada de los demás, cuando se desvela nuestra identidad. La mayor parte del tiempo, lo único que nos importa es que se nos valore, por nuestros logros, nuestros méritos, nuestra profesionalidad. Sin importar nada más que nuestra persona y no los antecedentes que la constituyen.

La lucha para la legitimización del ejemplo de mujeres árabes, magrebíes o musulmanas en sus diferentes índoles y variantes es aún un punto que poner sobre la mesa de cualquier sociedad que crea realmente en la integración efectiva de sus ciudadanos y que sobre todo sepa apreciar, querer y creer que desde la diferencia, hay un largo abanico y espectro de posibilidades que merecen tener voz y voto. Somos el futuro, pero sobre todo, somos el presente, y el 8 de marzo también es nuestro.