África, entre el optimismo y la decepción

Alexandra Dumitrascu
Pie de foto: Los obstáculos para una eficaz administración de la situación política y económica en África son de los más elevados del mundo debido a la combinación de retos simultáneos que se dan en la región.
Conflicto, autoritarismo, pobreza, extremismo religioso. Esto es lo primero que viene en la mente al pensar en África. Salvo algunas excepciones, los países del continente africano parecen estar condenados a subsistir bajo una o varias de estas características. De los 29 estados catalogados como frágiles y/o fallidos en todo el mundo, 13 se encuentran en el África subsahariana, y seis en la región de MENA (Oriente Medio y Norte de África), lo que refleja que más de la mitad de ellos se encuentran en África.
A pesar de los avances registrados en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU -que refleja el progreso de los estándares de vida en el continente, respaldado por el fuerte crecimiento económico que han experimentado y todavía registran algunos países-, la desnutrición aún persiste, y ninguna mejoría se ha registrado en cuanto a la seguridad alimentaria se refiere. Paradójicamente, África subsahariana es la única región del mundo en donde no se han podido cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio de reducir a la mitad la población en extrema pobreza, al haber todavía un 41% que vive bajo esta condición, únicamente 16 puntos menos que en 1990.
No obstante, las peculiaridades de un continente conformado por 54 estados hay que analizarlo como tal, donde la diversidad y las riquezas social y cultural sirvan de base para no caer en generalizaciones y estereotipos erróneos. Si bien las características arriba mencionadas son ciertas, el mapa situacional de África ha cambiado considerablemente en la última década, y estados en donde no había lugar para el optimismo están mejor que nunca.
Por regiones, África Central y Occidental se puede decir que es la única de las tres áreas continentales en donde los países están progresando, especialmente en lo político. A pesar del auge del extremismo islámico y de la violencia sectaria, pasos importantes se han dado en plano político, y también se han registrado en los últimos años algunos avances en materia económica; aunque no sin grandes retos. Los obstáculos a la buena administración política y económica en esta región son de los más elevados del mundo debido a la combinación de retos simultáneos que deben afrontar sus países.
En cambio, la región de África Oriental y Meridional, y el Norte de África están experimentando retrocesos significantes en la esfera político, en donde los regímenes autoritarios y los conflictos armados lastran, asimismo, el desarrollo económico y social.
¿Hacia la democratización general?
Por primera vez desde la independencia de los estados africanos, más de la mitad de los países ubicados en el África Central y Occidental son considerados como democracias. De acuerdo con el Índice de Transformación 2016 de la fundación alemana Bertelsmann Stifung (BTI) -que mide la transformación democrática, la economía de mercado y la calidad de la gestión política de 129 países del mundo-, en la última década, grande pasos se han dado en orden a alcanzar mayor estabilidad política, y 10 de los 18 países ubicados en la región son democracias gracias a convocatorias cada vez más frecuentes de elecciones libres y justas y, sobre todo, a la transferencia pacifica de poderes.
Los mayores progresos en este sentido se han registrado en Costa de Marfil, Guinea y Mali. Clasificadas por el BTI hace apenas dos años como autocracias, Mali y Guinea gozan actualmente de un estatus democrático, aunque todavía frágil y defectuoso. En Mali, en junio de 2015 se llegó a un acuerdo de paz entre el Gobierno y los rebeldes Tuareg, aunque el país todavía sufre la amenaza del terrorismo islámico de grupos como Ansar Dine, AQMI o Al Morabitun, así como conflictos sectarios en el norte del país. De este modo, a pesar de que algo de normalidad se ha establecido desde la victoria de Boubacar Keita, el país todavía se enumera entre los considerados como frágiles. Por su parte, Guinea ha tenido la oportunidad de elegir su primer presidente democrático en septiembre de 2013, y aunque todavía existen tensiones en la esfera política, la población disfruta de acceso libre a las redes sociales y a la información independiente, lo que contribuye considerablemente a evitar el conflicto en el país.
Nigeria, también representa un ejemplo claro de transferencia pacífica del poder, tal como destaca el BTI 2016. El fracaso del expresidente Goodluck Jonathan llevó a la presidencia al ex general mayor Muhammadu Buhari que, a pesar de haber liderado la dictadura militar entre 1983 y 1985, goza del respaldo de la población por su intachable incorruptibilidad. La aceptación de los resultados electorales por parte de su contrincante hizo de ello la primera transferencia de poder pacífica de la historia del país, necesaria en un momento crítico, cuando el país enfrenta el desafío de del grupo terrorista más mortífero del mundo, Boko Haram. No obstante, el presidente Buhari ha conseguido debilitarlos y expulsarlos progresivamente de los territorios bajo control, auque el grupo sigue activo y representa todavía una seria amenaza a la estabilidad y seguridad del país.
Pese a la positiva evolución en la región, los desafíos persisten en países como Camerún, República Centroafricana, Chad, República Democrática de Congo, todos ellos fallidos o frágiles, en donde no se ha registrado ningún progreso ni en el plano político, y menos en el económico, debido a la persistencia del conflicto lo que imposibilita a los gobiernos a detener el monopolio del uso de la fuerza y a persistir con estructuras administrativas subdesarrolladas. El extremismo islámico goza de bastante potencial y capacidad para expandirse a través de la región. Su influencia en la esfera política todavía es débil aunque representa un problema latente que hay que combatir a base de crecimiento económico y empleo para evitar que los jóvenes caigan en la trampa del radicalismo.
A pesar de la mejora en el plano político en la región, seis de los 18 países aún persisten bajo regímenes autocráticos, que en algunos casos se prolonga desde hacía décadas. Especialmente llamativo es el caso de Camerún en donde Paul Biya se mantiene en el poder desde 1982, siendo uno de los líderes autoritarios que más tiempo ha persistido en el cargo de presidente de por vida.
Uno de los principales problemas de la región, en cuanto a lo económico se refiere, es la fuerte dependencia de la exportación de materias primas, tal como petróleo, diamante, cobre o cacao, lo que ha hecho que, tradicionalmente, los gobiernos se respaldaran en estos sectores y descuidaran a los demás, imposibilitando de esta manera la diversificación y la competencia. Esta dependencia está especialmente pronunciada en países como Chad, Congo, Mauritania o Nigeria, principales productores de petróleo.
Esto unido a los retos de las epidemias y a la inestabilidad de los conflictos armados, han estancado las economías de países como República Centroafricana o Congo, que no han experimentado ninguna transformación económica desde hace años, tal como refleja el BTI 2016.
No obstante, algunos progresos sustanciales se han hecho patentes en Costa de Marfil y Mali que, aunque están lejos de gozar de economías de mercado funcionales, han mejorados sustancialmente en este sentido. Costa de Marfil, aún en recuperación desde el conflicto político de 2011, es en la actualidad la tercera mayor economía de África Occidental, gracias a las reformas económicas introducidas por Alassane Ouattara que hicieron que el PIB del país creciera desde 2011 a un promedio de 9% anual, siendo el segundo país africano que más crecimiento económico haya experimentado en los últimos años, después de Etiopia.
Retrocesos visibles
La situación de África Oriental y Meridional no da lugar al optimismo. La mitad de los 20 países de la región tienen regímenes autoritarios, según el BTI, y en los demás estados restantes, poco pasos se han dado en orden a mejorar la débil calidad democrática. Botsuana y Mauricio son los únicos cuyas democracias están en proceso de consolidación, en los demás registrándose retrocesos considerables debido a la inestabilidad y el desgaste en materia de participación política y el estado de derecho.
Sudáfrica, el país que lideraba la región en todos los aspectos, y unos de los BRICS, está en un proceso de regresión significativa desde el ascenso de Jacob Zuma al poder.
La débil gobernabilidad en la región, junto a la amenaza de los grupos terroristas peligra seriamente la seguridad y estabilidad de la región. Especialmente preocupante persiste el caso de Somalia, el estado fallido por excelencia desde hace 24 años, que se enfrenta al terrorismo de Al Shabaab que amenaza por contagiar países como Kenia o Uganda.
En las autocracias de mano dura que sobreviven en Eritrea, Zimbabue y Angola bajo el liderazgo de los tres líderes más longevos de la región, no se entrevé ningún signo optimista debido a la persistencia de la represión masiva sobre la sociedad civil y la privación de los derechos, aunque la avanzada edad de los mismos abriría la esperanza de un futuro cambio dirigido por la población civil.
Especialmente preocupante es el caso de Eritrea en donde el servicio militar obligatorio para hombres y mujeres, por igual, impuesto por el régimen de Isaías Afewerki, ha empujado hacia el exilio a miles de eritreos. De acuerdo con informes de la Unión Europea, los eritreos conforman en la actualidad el grupo de refugiados más numeroso de África, al registrarse cerca de 5.000 desplazamientos por mes en la primera mitad de 2015, tal como asegura el BTI 2016.
La difícil coyuntura política de los estados de la región sumada a la falta de voluntad para aplicar reformas dificulta el desarrollo económico en la subregión africana que sufre igualmente bajo la maldición de las materias primas. A nivel subregional África Oriental registra mayor crecimiento económico que los países del Sur – 6% vs. 3.6%.
Únicamente tres países han experimentado progresos significativos, de acuerdo con el BTI 2016, Kenia, Lesoto y Tanzania, aunque los mercados más desarrollados siguen estando en Botsuana, Mauricio, Namibia y Sudáfrica.
La primavera fallida del Magreb
A cinco años del estallido de la así llamada primavera árabe, las esperanzas depositadas tras el derrocamiento de los regímenes autoritarios en Libia, Túnez y Egipto, producto de las masivas manifestaciones de la población civil a favor de la democracia y el estado de derecho, han quedado disipadas. El único desenlace positivo se ha dado en Túnez en donde las fuerzas políticas post Ben Ali han sido capaces de llegar al consenso para encaminar el país hacia la transformación política hasta el punto de que en la actualidad por primera vez se puede encuadrar a Túnez dentro de los países democráticos. Tras algunos años de transición, el Gobierno y el Parlamento tunecinos fueron elegidos finalmente en 2014, y los dos principales partidos, Nidaa Tounes y Ennahda han demostrado hasta ahora su capacidad de llegar a acuerdos comunes, lo que ha favorecido asimismo a la economía que se está encaminando hacia cada vez mayor liberalización.
En cambio, los casos de Egipto y Libia no han tendido tan afortunado desenlace. Libia, sucumbida en el caos debido a la disputa de poder de los dos gobiernos formados en el país tras la caída de Ghadafi, y por la alarmante amenaza del terrorismo yihadista, se encuadra en la actualidad dentro de los 29 estados fallidos que hay en el mundo. El Estado hace tiempo que no detenta el monopolio del uso de la fuerza, en donde distintas milicias se disputan el control de sus regiones. Por su parte, en Egipto, de vuelta hacía el antiguo régimen de la mano del mariscal Abdel Fattah al-Sisi tras el derrocamiento de Mohamed Morsi, ha encontrado en el extremismo la excusa para reprimir los derechos civiles y políticos de la sociedad civil, devolviendo al país la situación anterior al derrocamiento de Hosni Mubarak. Islamistas y activistas políticos han sido sistemáticamente encarcelados, exiliados o torturados, de acuerdo con el BTI 2016, con el pretexto de la lucha contra el terrorismo, pasajes que se repiten asimismo en Sudán o en Marruecos.
Mirando el conjunto de África es fácil caer en los estereotipos. Mirando más de cerca los matices se vuelven más pronunciados. Muchos retos acecha el continente, pero sus países están superiormente mejor que a principios de los años 90. La población tampoco es la misma. El porcentaje de los ricos ha aumentado, así como de la alfabetización que se ha elevado hasta el 70%, con una población altamente joven que cada vez ejerce más presión hacia el cambio en sus países.
El extremismo islámico supone uno de los mayores desafíos, sin embargo, la lucha no está perdida. El caso de Mali o de Nigeria son algunos ejemplos de que los grupos radicales pueden ser debilitados que ayudaría a la posterior erradicación de los mismos. Los gobiernos deben trabajar especialmente para dar respuesta a las exigencias de una población en continuo ascenso para cubrir sus necesidades para evitar mayor radicalización de los jóvenes.
La pobreza es un problema latente aún en muchos países del África subsahariana, que se va a ver empeorado por la difícil coyuntura de la caída del precio de las materias primas. Frente ello, mayor inversión en sectores alternativos y el aumento del comercio a nivel intrarregional serían parte de la solución.