La economía turca, viento en popa

Antonio Sánchez-Gijón/CapitalMadrid.com

Pie de foto: La dimisión de Ahmet Davutoglu deja libre el camino para las ambiciones de Erdogan

La dimisión del primer ministro turco, Ahmet Davutoglu, ha disparado un sinfín de especulaciones en torno a qué mal van a ir las cosas para Turquía y para el presidente Recep Tayyib Erdogan, ahora que se ha ido de su lado la fuerza moderadora del que fue unos años su ministro de Exteriores, cuando el actual presidente era primer ministro.

En aquellos años, Davutoglu trataba de guiarse por la con­signa de “ningún problema con los vecinos”, y Turquía despegaba como motor industrial y de negocios no sólo en el flanco sureste de Europa, sino por todo Oriente Medio y el interior de Asia. Los Estados Unidos es­pe­raban que la Turquía de Erdogan arrimase un poderoso hombro al mantenimiento de la paz en una región anárquica, y Europa preparaba los instrumentos de adhesión de Turquía a la Unión.

En estos días, si uno se atiene a las páginas de opinión y las crónicas de los corresponsales, la actual crisis de gobierno pone en evidencia las políticas de Erdogan, tanto en lo interno como en lo internacional. Sobre todo en lo internacional. Ahí están las negociaciones con la UE reducidas a una intratable crisis de refugiados; las relaciones con los Estados Unidos ensombrecidas por el apoyo que cada uno de los dos go­biernos da a facciones combatientes opuestas en la guerra civil de Siria; las relaciones con Israel apenas saliendo del hoyo después de años de ruptura diplomática; las relaciones con el Egipto del general al­Sissi en un nádir diplomático (rotas las relaciones diplomáticas), por culpa de la persecución que el egipcio hace de la Hermandad Musulmana, la corriente ideológica favorecida por Erdogan, etc. y para coronar el pastel, el reciente duelo militar y diplomático con Rusia, al derribar la artillería turca un caza ruso en las proximidades de la frontera con Siria, hace pocas semanas.

Buen mo­mento y buen pro­nós­tico

Sin embargo, hay una realidad paralela a la descrita más arriba. Bueno, eso si hemos de creer a David Lipton, director gerente adjunto del Fondo Monetario Internacional, quien acaba de pintar un brillante futuro económico para Turquía, un país rodeado de flaqueantes bloques económicos: “Turquía está en condiciones de hacer negocioscon Europa Occidental, con Europa Central, con Rusia, con el Oriente Medio, con el Cáucaso, con África del Norte”, dijo el alto funcionario. Y dado que todas esas regiones crecen menos que Turquía, “Turquía debería procurar convertirse en un centro de inversiones y negocios atractivo. Y estoy seguro de que podrá hacerlo”, añade Lipton.

Todo eso con una condición: que el déficit por cuenta corriente, así como las finanzas públicas, se mantengan bajo control, se eleve la productividad del trabajo y se abra la economía a las inversiones extranjeras, añadió.

Las divergentes posiciones de Erdogan y Davutoglu en torno a las finanzas públicas pueden estar en la trastienda de la ruptura entre presidente y primer ministro. Según informa el diario Hurriyet, “la cuestión de las garantías del Tesoro ha sido una fuente de fricciones, de una importancia crítica, aunque no declarada”.

El ex primer ministro se habría resistido a seguir extendiendo la garantía del cien por cien, por parte del Tesoro, a la financiación de megaproyectos de infraestructuras y obras sociales que han dado a Erdogan un suficiente respaldo, tales como carreteras, puentes, aeropuertos, hospitales, etc. Dada la frágil coyuntura económica, el primer ministro quería reducir las garantías al 80% de la inversión. Aunque el diario no lo especifique, contra el plan de Davutoglu se alzaron poderosas voces interesadas en el mantenimiento de la garantía del estado para proyectos empresariales y de negocios de los inversores particulares. La Turquía de Erdogan tiene cierta fama de practicar el “crony capitalism”.

Por otro lado, el primer mi­nistro cesante no logró formular un plan consistente de reformas económicas, de las que él, de todos modos, se declaraba partidario. Para Erdogan, de mo­mento, las reformas no eran una prioridad. En los últimos meses han llegado a Turquía $4.000 millones, en momentos en que el gran capital financiero no encuentra muchos réditos interesantes en otras partes.

La coyuntura turca parece favorable a los intereses del capital. Así lo acaba de confirmar Standard and Poors, al subir el índice turco de “negativo” a “estable”, lo que refleja “el balance entre la fortaleza de la economía turca y unos déficits fiscales moderados, frente a unos riesgos regionales y domésticos persistentes, y necesidades elevadas de financiación externa”. S&P, sin embargo, advierte contra las incertidumbres del medio ambiente económico internacional, y el peligro de elevación de las tasas de interés en los Estados Unidos.

Turquía, a pesar de la coyuntura internacional poco favorable, seguirá creciendo, aunque a tasas muy por debajo de los altos índices registrados en gran parte de los años de Erdogan al frente del gobierno. Según S&P, lo hará al 3,4% en 2016, seis décimas menos que en 2015, posiblemente debido a un aumento del 30% en el salario mínimo. Las previsiones del FMI son aún mejores: 3,8% de crecimiento en 2016, una mejora de seis puntos decimales con respecto a un pronóstico anterior del Fondo para este año.

Difíciles relaciones con amigos y aliados

El presidente se las ha arreglado para tensar las relaciones con una larga lista de amigos y aliados. Respecto de Europa, Erdogan no pa­rece dis­puesto a modificar sus modales y tendencias autoritarias respecto de la oposición interna. A las muestras de desaprobación de algunos líderes de la Unión respecto de su política represiva hacia la prensa y la disidencia, respondió el pasado fin de semana de forma un tanto brusca: “Los que piden que Turquía cambie sus leyes antiterroristas, de­be­rían antes retirar las tiendas que esos terroristas levantaron delante del parlamento europeo”. En efecto, grupos kurdos las habían levantado, con ocasión de una ‘cumbre’ europea en marzo. Se refería Erdogan a partidarios del ilegalizado Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).

Los 72 requisitos exigidos por la UE a Turquía para concederle el derecho de que sus ciudadanos entren en el ‘espacio Schengen’ sin visado, son tomados por Erdogan casi como la exigencia de cambiar las leyes antiterroristas turcas, algo a lo que parece no estar dispuesto: “Lo siento. Ustedes vayan por su camino que nosotros iremos por el nuestro”, acaba de decir el presidente. Si esta advertencia significa que el gobierno turco se propone romper las negociaciones con Europa, favorecidas por Davutoglu, en torno al levantamiento de los visados a cambio de la colaboración turca en el plan de retención de los refugiados, entonces Europa se enfrenta a un recrudecimiento de esta crisis en sus fronteras.

No están mucho mejor las relaciones con los Estados Unidos. Erdogan visitó Washington en abril, y parece que no se superó la desconfianza mutua sobre cómo abordar la lucha contra el llamado Estado Islámico (EI). Los EE.UU. apoyan las milicias kurdas que luchan tanto contra el EI como contra el régimen de alAs­sad, mientras que Ankara las hostiga en cuanto se apoyan en la minoría de kurdos de nacionalidad turca. Los Estados Unidos critican a Erdogan haber reavivado el conflicto con sus kurdos, cancelando una fase de negociación con esas fuerzas, que duró hasta que el Partido Democrático kurdo logró unos buenos resultados electorales en las previas elecciones al parlamento.

La caída de Davutoglu se debe, entre otras cosas, a la necesidad de Erdogan de afianzar su hegemonía en el partido Justicia y Desarrollo, con la vista puesta en una enmienda constitucional que le permitirá convertir el gobierno parlamentario en otro presidencialista. El choque previsible entre los dos dirigentes se puso en evidencia el pasado 29 de abril, cuando el presidente despojó al primer ministro de la facultad de designar los jefes provinciales y locales del partido, acción que se interpretó como destinada a asegurar la aquiescencia del partido a la reforma constitucional.

Erdogan libra luchas paralelas o confluyentes en varios frentes. Su liderazgo político tiene por fin la restauración de la grandeza de Turquía, a la que presenta como una fase intermedia para la restauración de la grandeza del Islam. Del Islam que considera mejor para el S. XXI: con ‘cero problemas con los vecinos’’…, mientras no obstaculicen la misión histórica que ha echado sobre sus hombros.