Felipe VI y la hora internacional

Por Ignacio Rupérez (*)  
Foto: El rey de España, Felipe VI. 
 
Al comenzar su Reinado  Felipe VI, España es una democracia avanzada, responsable y europeísta, que persigue la realización de un modelo para todos los ciudadanos  basado en la convivencia pacífica, la seguridad, la prosperidad sostenible, la cultura y el conocimiento; un modelo y también  un marco en el que todos los españoles se encuentren incluidos.  Desde 1975, se ha logrado  para el país una estabilidad política y social continuada, como no se conocía en su historia reciente, así como una destacada presencia en la economía, la cultura y la política de nuestro mundo; todo ello en un sistema de Monarquía Constitucional donde nunca faltaron la voluntad, la prudencia y la habilidad del Rey Juan Carlos I. Este importante capítulo de éxito político, social, económico y cultural no se interrumpe sino que se promete con la abdicación del Rey Juan Carlos I; ni se encuentra en peligro por una coyuntura fuertemente marcada por la crisis doméstica e internacional, una crisis que ha puesto de manifiesto y de manera muy cruda defectos y limitaciones que se relacionan tanto con el sistema nacional, como en el nivel y la coherencia alcanzados en el sistema de la integración europea, todavía susceptibles de muchas mejoras. Quiere esto decir que la España de Felipe VI está muy necesitada de reformas y ajustes, en una Europa unida a la que pertenece y que también las requiere, igualmente con urgencia, en un mundo que se transforma en todos los ámbitos y que en absoluto es ajeno a España. 
En esta coyuntura y en este capítulo, simbolizados ambos por la proclamación de Felipe VI como Rey de España, los españoles asistimos con nuestra debilidad y nuestra fuerza, conscientes de la conveniencia de que se vuelven a definir y plantear objetivos estratégicos claros, objetivos que con la sustancial reducción de recursos destinados para la acción exterior, unida a cierta desmoralización de los ciudadanos sobre el papel que nuestro país puede jugar en un mundo globalizado, han hecho olvidar de alguna manera que la cultura y las empresas de España están en todas partes, y que la cooperación española ha conseguido mantenerse, pese a notorias reducciones presupuestarias, en altos niveles de generosidad, dedicación y eficacia. Debilidad y fuerza, riesgos y oportunidades, por tanto se presentan en abanico para España y para Europa al comienzo del Reinado de Felipe VI. Por una parte, Europa exhibe su debilidad en la demografía, la energía y la economía en general, encontrándose fragmentada en cuestiones diplomáticas y militares. Su vulnerabilidad se manifiesta en una moneda frágil, la legitimidad institucional que desde algunos ámbitos se pone en duda, una solidaridad interna con tensiones, así como en una política exterior y de seguridad aún por consolidar. Por supuesto algunos de estos signos de debilidad se comparten con España que, sin embargo, puede enorgullecerse de su alto desarrollo económico y social, su estabilidad política, la proyección exterior de sus empresas y la universalidad de su lengua y su cultura. 
 
Como el Embajador más destacado de nuestro país, en Felipe VI se identifican muchas posibilidades y apuestas para impulsar la proyección exterior de España, su participación en un mundo donde, con mayor o menor intensidad, el interés español está presente. Cuenta para ello con una sólida red de embajadas y un destacado conjunto de funcionarios y agentes que siempre han reconocido el respaldo de la Corona, contribuyendo ésta, en función del Gobierno respectivo, a contribuir o reforzar la influencia nacional a través de relaciones siempre susceptibles de intensificarse, tanto en los niveles de la política, como en los de la economía y la cultura. Nunca ha sobrado la presencia de la Corona en la acción exterior española, ha sido enormemente beneficiosa. Para ello, España cuenta con un Rey que acumula a una sólida preparación académica una acusada sensibilidad por asuntos internacionales, con decenas de viajes oficiales y multiplicidad de contactos de muy alto nivel, todo ello como condición eficacísima para representar y mantener los valores, las ilusiones y los intereses de nuestro país en el exterior. Nuestro Rey conoce y entiende lo que está ocurriendo en el mundo y dónde se localizan los intereses de España. Ha protagonizado unos 200 viajes oficiales, 69 de ellos a Iberoamérica, el último en la toma de posesión del Presidente de la República de El Salvador. 
 
Muy simbólico resultó que su último  acto oficial como Príncipe de Asturias, en vísperas de su proclamación como Rey de España, consistiera en acudir a la reunión del Patronato del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, que preside y en cuyas actividades ha participado con mucha frecuencia.  Es justamente al Real Instituto Elcano al que corresponde el mérito por haber elaborado un documento que incluye una serie de recomendaciones de gran interés para un país con necesidad de impulsar su diplomacia en todos los ámbitos, pero que padece un indudable desgaste institucional; en una perspectiva de globalización que diluye las fronteras entre la política doméstica y la política exterior que hace preciso reforzar una acción exterior integrada, coherente y estable. Una acción desde luego dedicada al servicio del ciudadano, para conectar mejor nuestro país con el resto del mundo, haciéndolo con ambición de presencia e influencia, sobre la base de la innovación y el talento, proyectando una imagen sólida y respetada del país. En todo ello, contando con un  sistema cohesionado de instrumentos y actores, el Rey Felipe VI está llamado a desempeñar un papel primordial. 
 
(*) Diplomático y escritor español. Fue embajador de España en países como Egipto, Israel, Cuba, Ucrania,  Irak y Honduras.