El momento de África
10 de octubre de 2014 (22:07 h.)
Por Eduardo Serra Rexach
Foto: Eduardo Serra Rexach, exministro de Defensa, expresidente del Real Instituto Elcano y presidente de la Fundación Everis.
Como se sabe, uno de los acontecimientos recientes de mayor éxito en España ha sido la internacionalización de su economía y, en concreto, de sus empresas. Hasta hace unos pocos años era impensable que alguna empresa española figurara en los rankings de las mayores empresas europeas e, incluso, del mundo. Sin embargo, hoy vemos que muchas de nuestras empresas figuran en ellos y a veces los encabezan. Este proceso de internacionalización de la empresa española comenzó, por impulso gubernamental, hacia la segunda mitad de los años 80 del pasado siglo. En efecto, el gobierno de Felipe González propició y alentó la salida de empresas públicas (Telefónica, Endesa, Iberia, etc.) al exterior, y el exterior como era lógico, comenzaba por Hispanoamérica (Argentina, Chile, etc.). Se trataba fundamentalmente de empresas de sectores regulados que comenzaron a invertir en Hispanoamérica debido a la facilidad que les daba el compartir cultura y lengua. Esa primera oleada de empresas públicas fue secundada enseguida por bancos y empresas privadas que también decidieron hacer grandes inversiones en aquella región. Se calcula que en una década España invirtió en la zona unos ochenta mil millones de euros, convirtiéndose en el segundo país inversor de la región, solo por detrás de Estados Unidos;. por tanto, nos situábamos por delante de potencias económicas como Japón, Alemania, Reino Unido, o Francia.
Con algunos altibajos, lo cierto es que la operación se culminó con gran éxito y este éxito propició que nuestras empresas pudieran adentrarse en otros mercados menos asequibles, como Europa o Estados Unidos. Así, entre los años 2004 y 2006, España se convierte en el primer país inversor en el Reino Unido, cuna del capitalismo, invirtiendo en tan solo cuatro operaciones (banca, utilidades, telecomunicaciones y aeropuertos) unos ochenta y cinco mil millones de euros, por tanto más de lo que habíamos invertido en América Latina en diez años. Como consecuencia de ello, el stock de inversión directa española en el exterior pasó de 1,9 millardos de dólares en 1975 a más de 600 en el año 2012. Capítulo aparte merecería la prodigiosa aventura protagonizada por Inditex.
En conclusión, España es hoy uno de los grandes países inversores del mundo, operación protagonizada por nuestras grandes empresas que encontraron en América Latina un verdadero “banco de pruebas”.
Posteriormente se ha producido la mayor crisis económica desde el Crack del 29 y, necesidad obliga, tenemos que seguir en el proceso de internacionalización. Precisamente uno de los pilares, quizás el más importante, en los que nos estamos apoyando para salir de la crisis, es el sector de la exportación, que en los últimos años ha experimentado un crecimiento sin precedentes, crecimiento que nos sitúa en el tercer lugar mundial, sólo por detrás de China y el Reino Unido, y eso que estos dos países han tenido sendas devaluaciones que han estimulado ese crecimiento; nosotros lo hemos hecho sin devaluación monetaria alguna. Sin embargo, esta vez las exportaciones están siendo protagonizadas en su gran mayoría por empresas no tan grandes como las que protagonizaron nuestra inversión exterior. Pertenecen en su inmensa mayoría a sectores no regulados y no gozan de las facilidades de aquellas, por lo que su labor es doblemente meritoria. Hemos triplicado el número de nuestras empresas exportadoras que se han dirigido a los más diversos mercados y este impulso, como decimos, debe continuar.
A mi juicio se presenta aquí una gran oportunidad: el Norte de África. El Magreb se ofrece como destino preferente de nuestras exportaciones y habría que apostar por él de forma prioritaria por muy diversas razones. La primera es geográfica: la cercanía hace que la región sea más asequible a estas empresas más pequeñas que no tienen muchas veces ni la infraestructura ni los medios apropiados para llegar a regiones más alejadas del globo. Aunque hoy los nuevos medios de comunicación (básicamente, Internet) están facilitando el acceso a mercados lejanos, la proximidad geográfica sigue siendo una ventaja primordial. Otra razón es histórica: pues, desde el punto de vista cultural - aunque es innegable que los países del Norte de África no tienen ni nuestro idioma ni nuestra cultura, - no se puede negar que compartimos muchas veces la forma de entender las cosas y que las entendemos mejor que otros europeos. No en balde los árabes estuvieron en nuestro suelo durante ocho siglos. Quizás el que mejor lo haya expresado sea el poeta Manuel Machado cuando dice:
“Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron
soy de la raza mora, vieja amiga del Sol,
que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español”
Por otro lado, la situación económica actual del Norte de África es comparable a la de España hace cincuenta o sesenta años y, por lo tanto, por un lado nos es más fácil entenderlos que a los países tradicionalmente ricos y, por otro lado, podemos ayudarlos con nuestra experiencia reciente. Una tercera razón es política: en efecto, es primordial desde el punto de vista político alejar la frontera desde el Mediterráneo hasta el Sáhara, lo que implica fomentar el desarrollo
económico del Norte de África. Queremos pensar que algo parecido se propuso como objetivo el denominado Proceso de Barcelona, propuesto por el Gobierno español a la Unión Europea en la Cumbre de Barcelona de 1995 y que más tarde quedó subsumido en el proyecto llamado “Unión para el Mediterráneo” desarrollado bajo la presidencia francesa en la Unión Europea en el 2008. Un Norte de África desarrollado es más susceptible de ser gobernado democráticamente y ello será la mejor garantía para evitar que fructifiquen movimientos políticos radicales.
Desde el punto de vista político, el Magreb tiene una importancia similar a la que tiene Turquía en Oriente Medio; de la misma forma que en Turquía se realizó una labor de internacionalización y secularización por parte del gobierno de Ataturk, estimulado por Occidente que invirtió y desarrolló la zona, deberíamos hacer algo análogo con los países del Magreb. Es necesario ayudar a estos países para que puedan hacer frente a la Yihad. El modelo de Marruecos, su islamismo moderado, podría ser extendido a otros países de la región. Por último y desde el aspecto político, no debe olvidarse la impagable función y las importantísimas repercusiones económicas que ha tenido la actividad del Rey Juan Carlos I y que, a buen seguro, continuará Felipe VI (así lo ha demostrado al realizar a Marruecos su primer viaje oficial al extranjero). En efecto, la actividad real ha abierto infinidad de puertas y propiciado una multitud de oportunidades para nuestras empresas. El prestigio del Rey de España en los países de la zona (y en otros países árabes) no tiene parangón. Por último, podríamos encontrar una razón sociológica derivada de la anterior y que se refiere a la política migratoria: un mayor crecimiento económico en el Norte de África conllevará una menor presión migratoria pues dicho desarrollo implica, a buen seguro, la creación de gran número de puestos de trabajo.
Para finalizar, quiero hacer una referencia al caso de Canarias y su privilegiada posición de cara al continente africano. Deberíamos hacer todo lo posible para convertir a las islas Canarias en una plataforma (con nivel y modos de vida occidentales) de acceso a África de modo que los que por razones profesionales tuvieran que desarrollar su trabajo en ese continente pudieran vivir, de modo permanente, ellos y sus familiares, en territorio occidental. No debería ser una operación muy costosa y desde todos los puntos de vista, podría ser muy beneficiosa. En conclusión, África, de la que todo el mundo habla como el continente del futuro, ofrece a a España y sus empresas una oportunidad que no deberíamos desperdiciar.