Nigeria, el complicado desafío de acabar con Boko Haram
Tcol. Jesús Díez Alcalde. Analista
Pie de foto: Imagen del presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari, decidido a acabar con los terroristas de Boko Haram
Terminar con la sinrazón yihadista en Nigeria es un reto formidable, y conseguirlo exige actuar en dos frentes: erradicar a Boko Haram , y, lo que es aún más difícil, eliminar el sustrato que alimenta su capacidad de captar adeptos y radicalizarlos en el integrismo. En el ámbito de la seguridad, y a pesar de constatados éxitos parciales en la lucha contra el terrorismo, las cifras de atentados y víctimas siguen siendo alarmantes. Desde la llegada de Muhammadu Buhari a la presidencia del “gigante africano”, hace ahora tres meses, los yihadistas han asesinado a más de 600 personas dentro de Nigeria y en sus vecinos Camerún, Níger y Chad; y todo ello a pesar del esfuerzo desplegado por una coalición militar regional que, con base en la capital chadiana de Yamena, está luchando sin cuartel para erradicar el salafismo violento que masacra y aterroriza a sus poblaciones.
Tampoco se deben pasar por alto los escalofriantes datos económicos y sociales del país, el más rico del continente, con más del 43% de la población viviendo por debajo del umbral de la pobreza, una tasa de desempleo del 60% y un índice de analfabetismo que ronda el 50%; y todo ello en un contexto de corrupción generalizada. Una situación que ha generado un sentimiento de desigualdad, desarraigo y frustración que, dentro de las fronteras de la primera potencia africana y especialmente en la región noreste, ha creado el sustrato perfecto para la expansión del salafismo yihadista. De esta forma, el grupo terrorista liderado por Abubakar Shekau –ahora misteriosamente desaparecido de las campañas de propaganda extremista– ha podido incrementar de forma exponencial su poder para reclutar seguidores e inculcarles a fuego su interpretación rigorista, excluyente y violenta del Islam, que nada tiene que ver con el colectivo musulmán nigeriano.
Desde que en 2009 la milicia Boko Haram se hiciese visible de una forma extremadamente violenta, se ha convertido en el grupo más atroz y sanguinario de África. El número de víctimas mortales que ha causado ya supera los 15.000, y se cuentan también por miles los secuestrados: mujeres y niñas, que usan como esclavas sexuales o para inmolarlas forzadamente en nombre de su deleznable causa; y también de hombres y niños a los que arman y adiestran para asesinar. Además, más de 1,5 millones se han visto obligados a abandonar sus hogares. Durante el mandato del ex presidente Goodluck Jonathan, poco se hizo para revertir esta situación. Muy al contrario, la negación de una cruenta realidad y los presuntos malos oficios del ejército nigeriano –como denuncia un demoledor informe de Amnistía Internacional, ahora investigado por el actual gobierno– se convirtieron en una constante que provocó la desconfianza y el hartazgo de la población, pero también de África y del mundo.
Sin embargo, en enero de 2015, la mayor matanza perpetrada por Boko Haram, con más de 2.000 asesinados en el Lago Chad, no solo motivó el retraso de las elecciones presidenciales, sino también la reacción ofensiva de los ejércitos de Chad, Níger y Camerún. Nada volvería ya a ser lo mismo en la lucha contra los terroristas en Nigeria.
Tan solo dos meses después, la victoria democrática de Muhammad Buhari supuso un punto trascendental de inflexión frente a Boko Haram, que ha permitido que la situación en el noreste del país haya cambiado de forma drástica. En la actualidad, y tras haber perdido todo el control de sus bastiones territoriales, los yihadistas se refugian principalmente en el inexpugnable bosque de Sambisa, que ya no es impenetrable para la coalición militar regional. Allí, en los últimos meses, además de eliminar y detener a cientos de terroristas, han liberado a miles de secuestrados –muchos de los cuales se someten ahora a programas gubernamentales de desradicalización–, pero aún no hay rastro de las niñas de Chibook.
Aunque son muchos los factores que han permitido revertir la realidad en Nigeria, ha sido esencial el compromiso y la tenacidad de Buhari para enfrentarse a la amenaza yihadista que, junto con la corrupción, son y serán las dos máximas prioridades de su mandato presidencial, tal y como anunció reiteradamente durante toda la campaña electoral.
Hoy, y como señaló el presidente Barak Obama, Buhari tiene una “agenda clara” que será determinante para acabar con Boko Haram. El primer eslabón de esta hoja de ruta ha sido el reconocimiento expreso, a pesar de sus prejuicios iniciales, de que es necesario no solo el apoyo regional, sino también una mayor colaboración internacional. Para ello, en las últimas semanas, el presidente nigeriano ha viajado a los países limítrofes, con los que las relaciones nunca han sido fáciles, para consolidar una fuerza multinacional africana (8.700 militares) respaldada por Naciones Unidas, que no se ha puesto aún en marcha por falta de financiación y voluntad política.
También ha conseguido que Estados Unidos se comprometa a flexibilizar su Ley Leahy: una norma que impide adiestrar y equipar a fuerzas militares que, como las nigerianas, están bajo fundada sospecha de haber violado de forma constante los derechos humanos de la población. Además, Buhari no ha dudado en desmantelar la antigua cúpula militar, ha llevado el centro de operaciones a Maiduguri –cuna y obsesión constante de Boko Haram–, y está reforzando las capacidades operativas de sus unidades militares.
Pero su objetivo no solo se circunscribe a las medidas de seguridad, imprescindibles para proteger a la población de la barbarie terrorista, sino que ha comenzado a emprender acciones para recuperar la confianza de la población tanto en su país como en sus posibilidades de futuro, e impedir así que el terrorismo siga siendo una vía de subsistencia. Entre otros campos, se está trabajando en el interior de las cárceles, para eliminar la radicalización; comités sociales se reúnen en el noreste para encontrar una forma de reinserción de los terroristas que eluda la impunidad total; y se están analizando distintas propuestas para devolver la dignidad a las miles de víctimas del yihadismo. Además, en el ámbito energético, ha renovado la jefatura de la Corporación Petrolera Nacional para que solvente la corrupción e implante programas que atiendan a una mejor distribución de la ingente riqueza estatal.
Mientras tanto, y desgraciadamente, la reacción de Boko Haram –en una huída hacia adelante– ha sido extender su violencia dentro y fuera de Nigeria, aunque con menor virulencia que en tiempos muy cercanos. Además, intenta afianzar su alianza con el autodenominado Estado Islámico de Irak y Siria, aunque esta última acción solo puede interpretarse en términos propagandísticos, y no como una impracticable coordinación de sus respectivas campañas de terror.
Eliminar la capacidad de asesinar de un grupo terrorista no es tarea fácil y mucho menos rápida; pero al menos ahora el presidente Buhari mira de frente a esta cruenta lacra que traspasa fronteras y amenaza a la estabilidad mundial. El desafío sigue siendo descomunal pero, como señaló el propio Buhari en su reciente viaje a Camerún, «frente al yihadismo nadie puede tener éxito por sí solo. Para ganar esta guerra, necesitamos un esfuerzo colectivo, estar de pie juntos como una fuerza formidable por el bien, y para acabar con estos actos de terror contra nuestro pueblo». Sin duda, este es un llamamiento que la comunidad internacional no debería desatender.