O todo, o nada

F. Javier Blasco, Coronel en la Reserva
Pie de foto: Imagen de un campo en la frontera entre Grecia y Macedonia (www.cuatro.com)
Dicen que el hombre cae en el olvido del sufrimiento con más rapidez que muchos animales. No sé si esto será cierto y si hay de verdad rigurosos estudios científicos que lo avalan. Pero la verdad es que somos muy rápidos en reaccionar ante cualquier desgracia; nuestra capacidad de sinergia con el necesitado es espectacular. Cada vez que hay un terremoto, una devastación por cualquier fuerza de la naturaleza o la mano del hombre somos nosotros los humanos los que enseguida nos enternecemos, montamos campañas de ayuda y nos ofrecemos a acudir en ayuda rápida del necesitado por muy lejano que este se encuentre de nuestros cómodos hogares.
La crisis de los refugiados, mayoritariamente sirios, hacia Europa ha sido primera página de la mayoría de los medios y sistemas de comunicación, hablados o escritos y de todas las redes sociales de cualquier tipo por muy poco sesudas o profundas que estas sean.
Hemos pasado muchos meses escuchando y viendo sus penurias y tratando de movilizar a nuestras autoridades políticas para encontrar una pronta y eficaz solución. Incluso estas, en muchos casos, han empleado este sufrimiento como arma política para tratar de arañar más votantes o convencernos de sus bondades en comparación con aquello que no se pronunciaron con la misma vehemencia al respecto.
Se han escrito millones de trabajos serios y menos serios; se han propuesto multitud de soluciones; algunos edificios emblemáticos de las principales capitales de Europa han colgado diversas pancartas anunciando en el más internacional de los idiomas ”Welcome Refugees”. Se decía que todo estaba listo para su llegada, nada importaba que llegaran a raudales porque para ello han tenido que hacerlo atravesando rutas penosas, muriendo en los trayectos, rompiendo familias enteras y cayendo en las garras de las mafias que les extorsionan hasta la última gota de su sangre o el último céntimo de sus ahorros. Los queríamos aquí y ya mismo, sin perder un minuto.
Algunos hasta recogieron, ropas, alimentos y elementos de abrigo para cuando llegaran a nuestras tierras. Otros aprovechando, como suele ocurrir, la generosidad de los bolsillos de muchos hombres y mujeres de buena fe, realizaron campañas de recogida de dinero para atender “las primeras necesidades” de aquellos que estaban al llegar.
Pasó el verano, periodo de mayor número de movimientos, los refugiados se hacinaron en las pocas rutas que aún les permitían su tránsito y todos querían llegar a Europa, aunque pronto descubrimos que no todos los rincones de la UE son por ellos considerados de la misma forma en lo referente a sus prioridades y preferencias para establecerse definitivamente.
Acechamos y perseguimos a nuestros altos dirigentes políticos para que estos, a su vez, presionaran la extremadamente desengrasada y lenta maquinaria de la Unión en busca de soluciones. Las reuniones de sus órganos legislativos y ejecutivos fueron muchas, largas y tensas. La solución no parecía fácil y algunos de los países mayormente sufridores del paso intermedio de las riadas de refugiados o los más preferidos para el asentamiento de estos, tomaron medidas unilaterales que casi siempre han coincidido con el cerramiento de sus fronteras, la mano dura contra el que trata de saltar sus recientes alambradas y vallas de espinos y la amenaza con el bloqueo sobre todo tipo de negociación común que les implique costos o la recepción de importantes números de refugiados.
Llegó el invierno y con las primeras lluvias y nevadas se volvió a repetir lo que ya vimos en Macedonia y Albania en los albores del conflicto de Kosovo; los refugiados hacinados en campamentos improvisados, los niños descalzos y harapientos y hambrientos pidiendo un trozo de pan o un vaso de leche caliente chapoteando entre los charcos. La mayoría han quedado atrapados durante la estación invernal en dichos campos sin solución alguna a cualquiera de sus aspiraciones. Algunos medios nos llegaron a conmover; todos ellos buscaban la noticia triste o la anécdota verdaderamente conmovedora. Poco a poco, se han ido retirando nuestros reporteros que como buitres han pasado varios días llevándonos a la hora de la comida y la cena las peores imágenes y tristes relatos para conmovernos, más que para informar de la ya conocida y manida situación.
Nuestros próceres, en un último intento para encontrar “la solución de fierabrás” no han dudado en tirar de chequera, hasta 6.000 millones de euros, han cerrado los ojos a los peligros que encierra para nuestra seguridad la anulación de visados para los millones de turcos que están ansiosos por venir para quedarse en la UE; y por último, se ha dado luz verde para acelerar el proceso de integración de Turquía en la propia Unión.
Durante años, los europeos nos hemos resistido a la integración de Turquía en la UE, las razones son varias y de diferente calado, pero la de mayor peso es debida a lo que representan los casi 78 millones de turcos (censo de 2014) en los procesos de toma de decisiones y en el reparto de los sillones del Parlamento Europeo que como todos sabemos, se otorgan a los países en función del número de habitantes.
Con este sistema, Turquía, en caso de que se integre en la UE sin cambio alguno en nuestra legislación, se convertirá en el país con más peso específico de la Unión en solitario y habría que aunar los votos de varios de los países importantes para contrarrestar los suyos a la hora de tomar cualquier tipo de decisión.
El último llegado al club, pasará a ser el más importante y resolutivo; la Europa de profundas raíces cristianas quedará en manos musulmanas que pronto cambiarán o borrarán los pocos vestigios de la civilización que fue cuna de gran parte del resto del mundo. Entre otras cosas, las leyes referentes a la moralidad, libertad religiosa y otro tipo de ventajas sociales o de carácter permisivo con los comportamientos morales se verán grandemente reducidas, sino anuladas por completo. Veremos cómo queda el tema del respeto a los derechos humanos
Pero nada de esto que acabo de referir nos importa. Además, hemos dejado en sus manos la solución del problema ocasionado por la presencia de los refugiados, hemos declarado a Turquía como país seguro cuando sabemos que no lo es del todo y hemos creído que ellos cumplirán perfectamente sus obligaciones con los refugiados siguiendo los cánones internacionales sin querer darnos cuenta de que, precisamente, Turquía es un país en el que el respeto a los derechos humanos está muy cuestionado desde hace muchos años, que mantiene una lucha sin cuartel con el pueblo kurdo y que cada día se le ve más implicado en el origen y el sostenimiento del conflicto sirio, porque de este obtiene muchos réditos como pueden ser: desplazar o destruir a Al Assad (su gran enemigo); combatir encubiertamente a los kurdos en Siria bajo la excusa de la lucha contra el Estado Islámico; obtener beneficios en el trapicheo y mercadeo con dichos yihadistas; graduar a su antojo el flujo de refugiados hacia Europa y facilitar o allanar el camino (pave the way) para negociar con la UE en los aspectos anteriormente señalados.
En definitiva, tras el análisis crítico de la situación; se puede afirmar con un alto grado de probabilidad de acierto que Turquía es con mucho el país más beneficiado por el conflicto en Siria y que han llegado a ello con la nunca despreciable ayuda y ceguera, o no, de los norteamericanos y la escasa altura de miras y pérdida de escrúpulos de nosotros los europeos.
Hemos demostrado que somos capaces de vender nuestra alma al diablo con tal de no tener que sufrir estragos en nuestros próximos procesos electorales, para que se atenúen o desaparezcan los movimientos en pro o en contra de la acogida de los refugiados y lo peor de todo, es que ya no hay casi nadie de nuestra prensa informando desde los campos de refugiados. Estas pobres almas han dejado de ser noticia, ya no nos duele su existencia porque gracias a las medidas adoptadas, ahora les es más difícil acceder a las costas griegas y por lo tanto europeas.
Son lo turcos los que se cuidan de ello; a nosotros “solo” nos ha costado algunas cosillas: la pérdida de muchos millones que, en gran parte se podrían haber ahorrado, si se hubiera actuado como correspondía hace más de dos años cuando se sabía que esta situación iba a llegar y el problema era menor; permitir el libre acceso a los ciudadanos turcos y como guinda sobre le gran pastel del fracaso buscar el camino más corto para su integración en la Unión Europea.
Tremenda es la factura que estamos dispuestos a pagar, pero no importa; lo verdaderamente importante es que ya no nos los meten (los refugiados) hasta en la sopa; nadie les filma en sus continuadas situaciones precarias atrapados en auténticos guetos inhumanos, porque llamarlos campos de refugiados supone una gran ofensa; pero ya no nos importa. Ahora, en vez de pan, les lanzamos gases cuando intentan salirse de ellos.
La mayoría de los países europeos han recibido exiguas cantidades de refugiados a pesar de haberse comprometido a hacerlo con varios miles de ellos. Los carteles de bienvenida siguen colgados en nuestros ayuntamientos llenándose de moho y los partidos políticos continúan discutiendo si es bueno o malo lo que se va a hacer con ellos, en un verdadero juego de estrategia para ver quien saca más réditos políticos.
Pero la verdad, es que nadie piensa en el terrible paso que ha dado Europa para sacudirse el problema y tampoco casi nadie se acuerda de aquellos refugiados que tantas veces filmamos y entrevistamos. Solo el Papa ha decido ir a visitarles un día de estos; malo cuando es su Santidad el que sólo se acuerda de ellos.