Pactos ineludibles

Carlos Angulo

Pie de foto: Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Abert Rivera.

Empieza la precampaña y todos los partidos se preparan para repetir una liturgia política que nos debe conducir a votar el 26 de junio y renovar, si así lo consideramos oportuno, nuestra confianza en quien votamos en el mes de diciembre. O por el contrario rectificar nuestra elección, tras los meses, actuaciones y acontecimientos ocurridos desde entonces.

No sé qué nos van a contar esta vez, si van a repetir sus discursos o si los van a modificar. Aunque una cosa sí parece bastante clara, muchas de las palabras e intenciones expresadas durante la campaña anterior se han quedado vacías de contenido. Las urgencias para luchar contra el paro, la reforma de la educación, las mejoras para acelerar la atención de los enfermos, el necesario apoyo a los más desfavorecidos y las medidas económicas para activar la economía, entre otras. Se han visto contradichas por unos actos fallidos. Las negociaciones, la investidura representada y la incapacidad para llegar a un acuerdo, hacen que algunos de nosotros, pensemos que toda la campaña de 2015 fue solo un ejercicio de retórica. Donde a la vista de lo acaecido han primado los intereses de los representantes elegidos y de los partidos, sobre el bien común. Sobre la necesidad común de un país urgido por unas circunstancias adversas, mejor dicho.

Pocos han renunciado a unos principios, que según parece, eran tan intocables que no podían ser pospuestos, flexibilizados o matizados, hasta resolver aquellos objetivos irrenunciables sobre los que todos parecían estar de acuerdo.

La sensación que produce este sinsentido, en unos momentos donde lo necesario y lo accesorio están tan claros, es de hastío. De cansancio y desapego hacia una clase política que no puede, no sabe o no quiere entender como están en realidad las cosas. Una realidad que hubiera requerido poner en marcha medidas inmediatas, que hubieran tardado en dar resultados, pero que ya estarían en marcha y quizá comenzando a funcionar. Una realidad que demandaba precisión, claridad, franqueza y rechazo al cálculo y la especulación política, en aras de los necesarios e inaplazables objetivos comunes. Necesitábamos unos políticos generosos, aún a costa de perder posiciones o crédito en el envite. Con criterios de Estado, con altura de miras, con conciencia de país, con egoísmo frente a Europa para defender a sus ciudadanos y en definitiva, con sentido común. Pero no se han visto por ninguna parte, solo hemos visto gestos, formas, sombras, palabras y una utilización, consentida, de los medios de comunicación para quedar lo mejor posible.

Por eso me preguntaba qué nos van a contar ahora, quien vaya a ir a sus mítines que espera que le digan, qué palabras van a utilizar sin resultar vacías, qué semblante van presentarnos, qué eslóganes quieren que escuchemos, qué nos van a ofrecer que no hayan ofrecido ya, y no han sabido darnos.

Porque lo que se prevé, es que los votantes, (posiblemente menos numerosos que la vez anterior), según van indicando las encuestas, repetirán sin muchas variaciones su voto del mes de diciembre. Lo que implicaría un escenario con los mismos personajes, un decorado parecido y la necesidad de pactos para gobernar. Lo cual implicará una nueva situación de obligado diálogo, para que de ahí salga un gobierno capaz de afrontar los retos existentes con la suficiencia necesaria.

Pero para ver el resultado final, nos queda esperar con paciencia el resultado de este nuevo proceso, y ver muy probablemente, que todos tendrán que ceder lo que no han cedido antes. Quizá de forma distinta, pero tendrán que ceder sin duda en sus pretensiones. Lo que me hace concluir  que ha sido una oportunidad perdida. Con una cantidad de tiempo, dinero, palabras, anhelos y deseos malgastados que no significan nada bueno para la salud democrática de nuestra trastabillante España. Y lo que es peor, malo para quienes más lo necesitan.