Puente sobre el Mar Rojo

José María Bartol Espinosa

Pie de foto: Imagen de un encuentro reciente entre el rey Salman de Arabaia Saudí y el presidente de Egipto, Al Sisi.

Los emperadores de la antigüedad y los dictadores de épocas modernas han sentido debilidad  por las construcciones monumentales, El mariscal Al Sisi nacido en 1954 dos años después que la Republica de Egipto que preside y el rey Salman de Arabia Saudí, octogenario que nació en 1935 tres años después que el reino Saudita que rige, gobiernan  dos países que se han disputado la hegemonía ideológica del mundo árabe desde la Segunda Guerra Mundial.   Tras el interregno naserista que mostraba un Egipto corajudo dispuesto a liderar la independencia del mundo árabe  dentro del tercermundismo  en los tiempos de la Guerra Fría de los 50 y 60, el país de los faraones se rindió al poder saudita a partir de la crisis del 74 donde los petrodólares de la OPEP vencieron a las proclamas político-religiosas de los Hermanos Musulmanes.

    Aquella época de sueños panarabistas  tan potente en el imaginario de las generaciones de ambos protagonistas murió cuando la cadena de TV Catarí Aljazeera mostró  al mundo entero que los egipcios eran tan pobres como los yemeníes o marroquíes por mucho que consideren a su país “la madre del mundo” (um-al-dunia), mientras los saudíes se enriquecían a costa del petróleo.

    Un puente sobre el Mar Rojo es una antigua obsesión saudita a la que los anteriores presidentes egipcios se han opuesto por razones de estrategia geopolítica más que por motivos económico sociales. Ahora, tras la visita del rey Salman a Egipto, el Presidente Al Sisi no solo se muestra conforme con la construcción del puente sino que le ha prometido la devolución a Arabia Saudí de dos islotes en el Mar Rojo, Tiran y Safir, cosa que venían reclamando los sauditas desde hace décadas.

    El Mar Rojo, tiene 30 millones de años de existencia, fue cuando el continente africano se separó del asiático, es una de las últimas grietas del supercontinente Pangea cuando empezó a disgregarse hace 280 millones de años. Los sabios geólogos nos dicen que cada dos años se ensancha un centímetro. El Mar Rojo se extiende a lo largo de 2.200 km como una sima que rebasa los 2 km de profundidad con una anchura media que supera los 300 km. Nadie puede construir un puente en éste mar.

    Son muchas las teorías de donde proviene el nombre de Mar Rojo, la más creíble  deriva de un error de traducción de los textos bíblicos del Éxodo al pasar del hebreo al griego, así su significado correcto sería “Mar de Juncos”. Más romántica y artística es la creencia de que su nombre proviene del color que toman las aguas cada atardecer cuando reflejan sobre la superficie el rojo de las montañas desérticas  de sus márgenes.

    Sin duda lo que quieren decir los dirigentes de Egipto y Arabia saudí es que, para unir sus países por carretera deben construir dos puentes que salven los respectivos golfos de Áqaba y Suez más un peliagudo tramo central que traviesa la montañosa península del Sinai en no menos de 50 km de recorrido. El golfo de Áqaba continua siendo una sima que rebasa los 1800 m de profundidad con una anchura media de 20 km  y deberá tener un tramo que permita la navegación de todo lo que entra y sale de Eliat (Israel), Teba (Egipto) y Áqaba (Jordania). En la margen occidental, afortunadamente la profundidad media es de 12 metros, menos incluso que los 22,5 del propio Canal de Suez, mientras la anchura del golfo rebasa los 30 km. Y por supuesto deberá tener un tramo que permita el paso del mayor tráfico marítimo del mundo.

    Sea un sueño de “dictadores” o se convierta en próxima realidad, estamos hablando de una gigantesca y espectacular obra de ingeniería comandada por dos países que quieren mantener la hegemonía en el mundo arábigo aún con un componente simbólico.

    Cierto es que, desde el velado “golpe de Estado” del 2013, Egipto ha recibido ayuda saudita por valor de 30 billones de euros en metálico a pesar de lo cual, solo el anuncio de devolución de los dos islotes en la salida del golfo de Áqaba, ha dado lugar a manifestaciones de protestas de corte nacionalista. Una población que camina inexorablemente hacia los 100 millones de habitantes donde se integran 10 millones de coptos acogotados por las leyes islámicas y la intolerancia de una mayoría de militantes de la Hermandad Musulmana en continuo estado de rebeldía mientras el mariscal Al Sisi mantiene preso a su democrático expresidente Mursi, precisamente por gobernar de forma antidemocrática. Un país donde últimamente las élites acomodadas también se están sumando a la insatisfacción general mientras la población carcelaria por ideas políticas del Gobierno militar ya rebasa las 40.000 almas.

    Egipto actual es lo más parecido a una bomba de relojería con el mecanismo semiatascado por oxidación. Las masas de la plaza de Taharir que pedían libertad, se han dado un baño de religión, ellos creen que son más libres pero por las comisuras de los textos coránicos al arrullo de los tanques del Ejercito y el jarabe de palo de la Policía se van dando cuenta –un poco tarde- que han perdido las libertades prácticas, precisamente las que te permiten no solo sobrevivir, sino buscar la felicidad.

    En la otra orilla del puente, unos reyes que gobiernan con puño de hierro forrado en petrodólares a una población donde el 70% tienen menos de 30 años y donde -desde la entrada del 2016- tarifas testimoniales hasta entonces como el agua y la luz han sufrido un aumento del 200%. Una nación que soporta un creciente déficit fiscal del 15% ; unos dirigentes retrógrados empeñados en mantener el papel de la mujer sin futuro alguno, con unas leyes religiosas que permiten, a pesar de su población de apenas 30 millones de habitantes, ejecutar porcentualmente más reos que ningún país del mundo excepto sus vecinos chiitas de Irán y que junto con Pakistán, otro país musulmán, constituyen la deshonrosa terna de gobiernos más asesinos del planeta.

    Arabia Saudí, es el celoso guardián de los lugares sagrados del Islam, debería ser una sociedad espejo donde se mirasen  cada año los 3 millones de peregrinos que visitan La Meca, pero no parece muy dispuesta a ensamblar modernidad y progreso con las rígidas ordenanzas del wahabismo sunita.

    El mariscal Al Sisi y el rey Salman, seguro que tienen demasiados problemas en el gobierno de sus países como para pensar en puente alguno. Ambos países separados por el Mar Rojo contienen enormes desiertos. He repasado la definición de espejismo : “ilusión óptica debido a la reflexión de la luz al cruzar capas de aire denso provocando la deformación e inversión de las figuras que se ven…..  suele ocurrir en los desiertos y en la superficie del mar”. ¡Pues eso, dos puentes!.