El sufismo: ¿una alternativa al fanatismo religioso?
06 de enero de 2015 (10:41 h.)
Por Smail Rahmani, profesor de Literatura
En un mundo islámico caótico y dividido por el odio, la violencia y el espíritu de venganza, el sufismo se presenta como una alternativa pacifista y conciliadora de pueblos, convicciones y corazones que han cortado el narcisismo religioso y el fuego de la intolerancia y del fanatismo. No tenemos la pretensión de ofrecer un análisis exhaustivo del sufismo pero intentaremos presentar una visión general sobre este tema tan importante y tan actual en nuestra época.
En principio, es difícil explicar de manera exacta y fiable los origines y etimología de la palabra “sufismo”. Para algunos, sufismo se refiere a “saf” (صف ), línea. Así, los sufistas son gente de “ saf”, de la primera línea ante Dios. Para otros, el sufismo es derivado de “safua”, los mejores. Sufismo refiere también a “sof” (الصوف ) porque los sufistas visten lana, un tejido áspero, sin ninguna relación con la dulzura, suavidad. En efecto, un sufista debe ser fuerte y lejano a la “dolce vita”, símbolo del desprecio de la vida efímera de este mundo. Pero para investigadores y filósofos como el famoso Abu Raihan Bayruni (973 -1048) la palabra “sufista” contiene el sufijo “sofí” (صوفي ) una palabra árabe y un componente de la palabra griega “filosofía”.
Pese a todas las tentativas para definir la palabra “sufismo”, podemos decir que ésta significa: “tasfia” (تصفية), purificación.
El sufismo no es una doctrina o una ideología religiosa, es un camino de purificación del alma, del corazón, un rechazo de todos los intereses que pueden impedir al ser humano dar el bien y vivir tranquilamente. Por eso, el sufismo es un camino, “tariqa” (طريقة ), que permite a cada uno realizar la verdadera salvación. Según este punto de vista, todos somos esclavos de la materia, de los placeres y de la tentación que no pueden jamás alcanzar la felicidad y el equilibrio del espíritu. Cada persona sigue -sin fin- objetivos de orden material (dinero, mujeres, niños, palacios, riqueza…), pero cada vez hay una decepción, un sentimiento de insatisfacción, lo que aumenta nuestro sufrimiento y nuestro dolor, ya que la satisfacción definitiva es una ilusión.
Después de los años que vivimos, un día tenemos que dejar la vida con el corazón vacío de la fe y del amor de Dios. Por lo tanto, el sufismo elige el camino de la espiritualidad porque es el único que puede conectar con Dios. Para un sufí, la mejor manera de vivir en paz y felicidad es alejarse de los problemas de la vida, de los diversos conflictos (políticos, sociales, económicos, ideológicos…) y dedicarse a la meditación y la oración. Una vida austera y simple ante Dios es la gran riqueza que cada hombre debe anhelar. Contentarse con pocas cosas de este mundo y pensar en Dios es el objetivo final del sufismo. Pero, ¿cómo puede realizarse eso?, ¿acaso cualquier persona es capaz de alcanzar la felicidad divina?
Génesis del sufismo
La respuesta a estas preguntas necesita un conocimiento de los orígenes del sufismo y su relación con el islam. Ciertamente, el sufismo ha nacido y se ha desarrollado en un área típicamente musulmana. En principio, todo musulmán conoce “hadiz Jibril” (حديث جبريل ), la conversación de Gabriel, donde el arcángel explica el mensaje de Dios a su profeta Mahoma. La ultima parte de esta conversación comprende esta frase: “El Ihsan (الإحسان) (la caridad) es adorar a Dios como si lo vieses, si no puedes verlo, Él puede verte”. Además del islam (la aceptación de Dios y la sumisión a su poder) y la fe (la creencia en la existencia de Dios, de sus ángeles, de sus libros, de sus mensajeros, del destino), la caridad constituye el súmmum que un creyente puede alcanzar. Por eso, el sufista quiere obtener el grado más alto en la religión: la caridad ( الإحسان) y focaliza sus intereses y su vida a la oración y al bien para obtener la bendición de Dios. Hay otro hadiz ( حديث) del profeta donde podemos encontrar la génesis del sufismo. El Profeta informa a los creyentes que el hombre se aproxima a Dios a través de los rezos hasta que él se transforma en su mano (de Dios).
Bajo la influencia de estas referencias y recomendaciones religiosas, los primeros musulmanes practicaron “el zuhd” (الزهد), una vida hecha de religión y de restricciones. Por ejemplo, el segundo califato, Omar Ibn el Khattab, solía decir: ”Deben ser fuertes, la civilización no dura”. Esta primera forma del sufismo se llama “el sufismo sunita” porque es una concreción del espíritu profundo del islam y una práctica en armonía con los principios islámicos. La vida del profeta y de sus compañeros ofrece también un ejemplo de la sobriedad y de la meditación religiosa que conducen a la serenidad y a la paz religiosa.
El sufismo filosófico
Progresivamente, el joven estado musulmán de La Meca y Medina se ensancha, un gran imperio islámico nace y nuevos desafíos a la religión, y sobre todo a la fe, aparecen. En esta situación, el sufismo salió de su forma individual para devenir en una práctica colectiva. Cada “grupo” de sufistas tenía su líder y su “tariqa” (طريقة), camino. En la época de los abasidas, una nueva forma del sufismo nació y causó problemas políticos y religiosos. Se trataba, por supuesto, del “sufismo filosófico”. En la ebullición religiosa, cultural y científica que conocía esta época, el sufismo constituyó una materia de investigación científica, lo que se tradujo con una importante producción de libros sobre el sufismo. Los más importantes son: La carta cucharista (القشرية الرسالة) del escritor sufista Abu Kacem Cuchari y El renacimiento de las ciencias del islam, del filósofo y gran fakih Abu Hamid Gazali. Alrededor de un faro del sufismo, Abdelkader Jilali, se formaban muchos grupos que se propagaban en diferentes partes del mundo islámico. Jilali formó una “escuela de fe » con numerosos adeptos, la lectura del Corán y su interpretación son las actividades principales.
El sufismo filosófico no se limita a la adoración de Dios con respecto a los preceptos del islam. Al contrario, representa un exceso del espíritu y las bases fundamentales del islam. Los sufistas filosóficos rechazan la legislación (الشريعة) y el texto religioso porque piensan que son incapaces de alcanzar la Verdad (الحقيقة). Por eso, proponen otras medidas: el corazón y no la razón. Según los representantes de este sufismo, el texto religioso (el Corán y los hadices (palabras del profeta)) son un obstáculo para alcanzar la Verdad. Piensan que la legislación que contiene los textos es limitada y por eso no puede alcanzar la Verdad, que es ilimitada. La razón también es incapaz de alcanzar esta Verdad desde la fe, no es una cuestión de lógica o de razonamiento: se trata de “un conocimiento gustativo”, obtenido con un gran esfuerzo y un contacto permanente con Dios a través de los rezos y las invocaciones de su nombre, dikr (ذكر).
Cada grupo sufista tiene su propio texto de invocaciones, wird (ورد). Después de un periodo más o menos duradero, el sufista puede realizar “la disolución” (الحلول).
Esta teoría significa que el ser humano (el sufista) se disuelve en el ser divino (Dios) para formar una entidad inseparable. Una vez se alcanza este grado, el sufista se sitúa fuera de la legislación y por lo tanto no tiene la obligación de rezar, ayunar (en Ramadán), someterse a los órdenes religiosos. Para ejemplificar esta situación, hablaremos del caso de Abu Abdellah Hocein Ben Mansur El Hallaj (858 -922) crucificado en la puerta de Khurasan en la época abasida.
Este sufista repitió públicamente que era Dios, lo que significa que era la encarnación de Dios. Dijo en sitios públicos: “Soy Dios y Dios es yo, si lo ves, tú me ves, si me ves, lo ves”. Progresivamente, declaraba que la peregrinación no debe ser a La Meca, sino a su casa y el zacate (la limosna anual) debe ser pagada no al tesoro del Estado sino a él. Así el Hallaj se transformaba en una amenaza para el poder político que lo ejecutó de una manera salvaje. Este trágico caso muestra que este sufismo aparentemente pacifico representaba un gran peligro para el poder político del califato porque la teoría de la disolución que niega la legislación (el texto religioso) y la razón (la lógica) destruye las bases de la legitimidad política del califato que se consideraba un representante de Dios y el jefe de los creyentes (أمير المؤمنين ). Su poder se justifica por el Corán que recomienda la obediencia y la sumisión a sus órdenes. Sin embargo, el Corán no representa una referencia para estos sufistas.
Este movimiento esotérico represento un verdadero desafío al poder político en el mundo musulmán. Acaso, eso pudo explicar el ataque de un gran representante de la salafia, Ibn Taïmia, que rechazaba enérgicamente el sufismo. ¿Se trataba de una complicidad entre el poder político del califato y de este salafista? Es difícil responder a estas cuestiones.
El sufismo en el Al-Ándalus
En Andalucía, esta forma de sufismo se desarrollaba especialmente por Mohyidine Ibn Arabi (nacido en Murcia el año 1164 y muerto en Damasco el 1240) , un gran filosofo sufista llamado “el gran jeque” (الأكبر الشيخ) . Es muy famoso gracias a su idea audaz: la unidad de la existencia (الوجود وحدة ).
Según él, el mundo es como un espejo que refleja la imagen de Dios. Todo lo que existe es de una u otra manera un reflejo del Creador. Así, no hay ninguna diferencia entre los pueblos, las religiones, las ideas… desde que representan a Dios.
Ibn Arabi anota también que la creación del mundo fue una obligación porque sin este mundo la idea de divinidad no tiene ningún significado. En una poesía, el filósofo sufista afirma que su corazón es una tierra que cruzan diferentes religiones: islam, cristianismo, judaísmo, etc. Al final, todo es derivado de Dios.
Rechazo del sufismo
El rechazo del sufismo puede ser explicado por las desviaciones al nivel de la creencia (la negación de la legislación) pero también al nivel de la práctica que se alejaba poco a poco de las primeras fuentes del sufismo. En realidad, el sufismo recibió las influencias de otras religiones y otras culturas que entraban en el imperio musulmán. Por esta razón, ideas extrañas al pensamiento islámico penetraban en el sufismo y provocaban su rechazo. Además, el sufismo se confundió con supersticiones y charlatanería.
En la época de la decadencia, tras la caída de la dinastía abasida, el sufismo se limitaba a la adoración de las tumbas de personas religiosas dignas de respeto. Poco a poco, estas personas se transformaban en medios entre Dios y los creyentes, cosa inadmisible normalmente en el islam. En las hermandades, el canto y la danza sustituyen a los rezos y a los estudios coránicos, la gente consulta “santos” para pedir salud, riqueza, niños, suerte… Todo esto contribuía a la degradación del mundo islámico y facilitaba la intervención colonialista a partir del comienzo del siglo XIX. El islam se mezclaba con ideas y prácticas falsas y supersticiosas. La salafia y especialmente el wahabismo se encargaban de combatir todas estas iniciativas purificando la religión.
En algunos casos, el sufismo fue un auxiliar del colonialismo. El ejemplo más espectacular es la complicidad de la famosa hermandad tijania en Argelia con el colonialismo francés. Muchos textos, como la novela histórica Jbel Ammor del escritor francés Frison Roche, relatan que el líder sufista Sidi Ahmed Tijani, se casaba con una francesa, Aurélie Picard, en Aïn Madhi, en el sur de Argelia. La esposa, joven, guapa e inteligente, tenía un gran poder sobre su marido. Progresivamente y con paciencia Aurélie Picard se transformaba en un ídolo que dominaba los corazones de la población local que creía que esta mujer era una sufista tijania. Así facilitaba la pacificación del sur de Argelia después años de guerras y de batallas.
Remedio contra el extremismo
Sin duda, esta fase oscura del sufismo no puede ocultar su cara radiante. La lucha contra el ocupante estaba organizada por los jefes sufistas y la propagación del islam en muchos países, especialmente en el Oeste de África (Senegal, Nigeria, Mali…) fue obra del sufismo.
Hasta ahora, la tariqa tijania atrae a millones de creyentes en estos países. Además, el sufismo permite una educación ejemplar a sus adeptos y enseña el amor y la tolerancia. Hoy en día, el sufismo propone un nuevo mensaje de paz y de fraternidad que puede ser una alternativa al mensaje de la muerte y exterminación del “otro” que preconizan organizaciones terroristas de pretensión islámica. Al sufismo no le importa lo que es político o ideológico sino lo que es espiritual. Esta es una prueba suficiente que demuestra que el sufismo puede traer respuestas importantes al estado de inquietud y de caos que vive nuestra época actual.
Países como Marruecos, conscientes de esta verdad, practican una política “pro-sufista” para contrarrestar la ola de extremismo y de fanatismo que desarrolla la salafia jihadista. Se trata de un nuevo concepto que Marruecos defiende: la paz espiritual. En los últimos años, sufistas en diferentes partes del país disfrutaban de la ayuda moral y material de las autoridades. Esta “conciliación” entre el poder político y los grupos sufistas debería frenar el empuje de la salafia que representa, según su nuevo sentido, una amenaza permanente especialmente con los nuevos medios de comunicación como Internet y las cadenas de TV por satélite que difunden ideas peligrosas que pueden enchufar las mentes de los jóvenes y de la gente de limitada cultura.
El apoyo oficial al sufismo propició un gran éxito de muchos grupos sufistas como el Boudchichia en Madagh, un pueblo cerca de Berkane, en el este de Marruecos. Miles de adeptos de esta tariqa vienen de diferentes países del mundo para celebrar cada año el nacimiento del Profeta en un ambiente espiritual extraordinario. Las pertenencias, las razas y los nacionalismos se borran, una cosa une a todo el mundo: el amor de Dios. Además del carácter religioso de este encuentro anual, hay un interés económico, social y cultural muy importante.
La voz del sufismo no es únicamente un rezo o una invocación solitaria, es sobre todo una invitación a una vida más humana, a un amor que destruya todas las fronteras, a un encuentro de corazones que permita un mundo más pacífico y en paz.