Esta vez, tras la tempestad, no vendrá la calma….
F. Javier Blasco. Coronel en la Reserva.
El refranero castellano emplea la frase “Tras la tempestad, viene la Calma” para expresar, basándose en hechos probados tanto físicos como meteorológicos, que siempre, por muy grave que haya sido una tempestad y devastadores sus efectos, tras un periodo más o menos corto, desaparecen los vientos huracanados, las fuertes lluvias y las incontroladas trombas de agua y barro. Aparece lo que llamamos la calma.
Europa, tradicionalmente, ha sido refugio y el faro guía de millones de personas que estando al otro lado del Mediterráneo, han interpretado que en este continente podrán encontrar el futuro personal, el sostén familiar, la pretendida seguridad y una serie de comodidades sociales y sanitarias que, en muchos casos, son impensables o difíciles de alcanzar en sus países de procedencia.
Tras mucho divagar y poner en solfa los pros y contras de esta aventura, los más jóvenes y fuertes, se lanzan a largas y difíciles progresiones atravesando, en solitario o formado grupos unidos por la misma esperanza y objetivo, territorios llenos de peligros; dejan atrás sus seres queridos e invierten todo su dinero en lograrlo y al llegar a tener a mano las anisadas fronteras europeas deben superar, quizás la peor de todas las pruebas, el paso “legal” o ilegal de ellas.
Una vez en tierras europeas comienza una peregrinación interminable apoyándose en conocidos, parientes cercanos, compatriotas o afines en raza, etnia o religión en busca del lugar más compatible con las preferencias personales según el idioma, facilidad de trabajo, posibilidad de una rápida integración familiar, comodidades sociales y sanitarias y posibilidad de practicar su religión. Dado que las referidas exigencias personales y familiares no son pocas, muchas veces, no todas ellas se pueden cumplir al cien por cien. Pero, sus ansias de establecimiento individual o familiar, su general predisposición a la búsqueda de un trabajo honrado y su desbordante salud hacen que los obstáculos puedan ser superados. Estos movimientos migratorios no gozan de coberturas o garantías legales favorables y suelen incrementarse con el buen tiempo.
Europa necesita de la inmigración para solventar una serie problemas derivados de la necesidad de excelente mano de obra barata y poco cualificada o de nuestra forma de vivir como: la esperanza de vida, pirámide de edades y los servicios asistenciales de la tercera edad. Pero a pesar de ello, la Unión Europea (UE) ha venido legislando al respecto y aplicando medidas para evitar que los flujos incontrolados de inmigrantes aumenten en número e importancia y puedan llegar a colapsar el sistema. Velar por nuestra seguridad y evitar que facilitemos el asentamiento de perseguidos por la ley o terroristas han propiciado que dichas medidas se hayan venido endureciendo en los últimos tiempos.
En esas estábamos, en una especie de ten con ten entre necesidades, capacidades de absorción y cierto control y selección de los que llaman a nuestras puertas. No éramos ajenos a los problemas derivados de ocho años de crisis generalizad en Europa, que han provocado un endurecimiento en las posibilidades de encontrar trabajo y del incremento de las xenofobias hacia aquellos que tras llegar, alcanzaban privilegios que ellos podían haber perdido.
De repente, sin querernos enterar o, lo que es peor, sin darle mucha importancia, en 2010 comenzaron unos levantamientos populares en Túnez que rápidamente se propagaron a países vecinos dando lugar la conocida como la Primavera Árabe. Aunque Túnez fue capaz de superar este primer impulso, países como Libia, Siria, Egipto e Iraq entre otros, dieron lugar a importantes revueltas que rápidamente se convirtieron en peligrosas y fratricidas guerras civiles contra sus gobernantes, la mayoría auténticos déspotas. Algunas, permanecen inacabadas tras varios años.
Muchos de estos movimientos, a pesar de provocar el derrocamiento de sus dirigentes, han sumido sus países en el caos y el desorden, han empobrecido sus recursos naturales y culturales y, lo que es mucho peor, han provocado cientos de miles de muertos y millones de desplazados y refugiados.
Como vine siendo normal, en todo conflicto el número de descontentos con los regímenes suele crecer con el tiempo a medida que comprueban que sus aspiraciones no son cubiertas o encuentran la posibilidad para establecer el imperio de su ley y fundamentos. Es el caso de la aparición del autoproclamado Estado Islámico de Iraq y el Levante (ISIS, por sus siglas en inglés) también conocido por DAESH (por la transliteración al inglés de sus siglas en árabe). Movimiento islamista yihadista derivado y escindido de Al Qaeda que inicialmente se estableció en Siria y posteriormente en Iraq, aparentemente como resultado de la repulsa a las políticas de los respectivos dirigentes en ambos países, y que ha llevado la yihad o Guerra Santa a dichos territorios, captando cada vez más adeptos entre los occidentales y movimientos similares en Oriente Medio y África.
La aplicación del terror y la guerra sin piedad por parte de los yihadistas ha incrementado el temor entre las poblaciones de los países afectados y ha elevado exponencialmente el número de desplazados internos y refugiados en países vecinos. Tanto se han incrementado estos últimos, que los países de acogida cercanos a los conflictos como El Líbano, Jordania, Turquía y Grecia se han visto desbordados en sus capacidades nacionales para atender a este tipo de crisis inusitadas, pillando desprevenida a la UE que no fue capaz de prever el problema, y no tomó oportunamente medidas para contener estos conflictos y sobre todo, no atendió a su obligación de proporcionar los medios necesarios a dichos países de acogida.
Generalmente, un refugiado pretende volver a su casa, recuperar su puesto de trabajo, sus tierras y modus vivendi; por ello, inicialmente se convierte en un desplazado interno y solo si la situación en razón de la seguridad o posibilidad de sustento se complica, busca refugio en los países vecinos donde espera que las autoridades locales, las Organizaciones Internacionales y las No Gubernamentales se ocupen de ellos y atiendan a sus necesidades básicas, mientras finaliza el conflicto que originó su movimiento.
Si el conflicto se complica y/o alarga en el tiempo, si los campos de refugiados cercanos a su país se masifican o empeoran porque la ayuda local o internacional no llega del modo y forma que debía llegar y su presencia empieza a ser conflictiva o incómoda para el país de acogida, a poco que se les facilite su movimiento o se les empuje a ello, se lanzan en busca de nuevos refugios y en este caso, se han movido hacia Europa.
Hemos vivido tiempos muy difíciles desde el pasado verano, situaciones vergonzosas que es mejor no volver a recordar; los refugiados han llegado hasta el corazón de Europa súbitamente y sin control por cientos de miles. Se ha producido una tempestad, la UE empieza a tomar medidas mucho más costosas y precipitadas que si las hubiera tomado en su momento. Pero una cosa es clara: todo apunta a que tras tratar de absorber el mayor número posible de los refugiados ya llegados y de los que pretenden llegar, las políticas europeas con respecto a inmigración serán mucho más duras y aquella demanda económica de la que hablamos al principio, se verá totalmente afectada, si no frenada o rechazada en su totalidad. Para ellos, tras esta tempestad, la calma tardará en llegar.