Opinión

África existe

photo_camera África firma su tratado de Libre Comercio

Por muy cuesta arriba que se nos antoje el camino que abre el compromiso de los líderes africanos para promover el Tratado de Libre Comercio Africano, sería miope no ver que la concepción de este bloque económico marca el comienzo de una nueva era de desarrollo en el continente, que tiene el potencial de mejorar sustancialmente las vidas de la población de los 55 estados compromisarios. 

Las premisas básicas detrás del proyecto son el impulso del comercio interregional, la mejora de las cadenas de suministro y el conocimiento compartido. Para lograr esto, será necesario mejorar las conexiones viales por carretera y ferrocarril -especialmente éste último, dado que la orografía y tamaño de África, y la inseguridad,  hacen que una red de ferrocarril continental sea la única solución de transporte viable para atajar los desafíos ambientales, sociales y económicos del continente. 

Pero también será imprescindible poner freno a la corrupción, simplificar la burocracia fronteriza y racionalizar los aranceles. Todos estos cambios son interdependientes, por lo que han de acometerse al unísono y consistentemente en todos los países involucrados. La necesidad de esta convergencia ofrece oportunidades para la creación de consorcios pan-africanos que permitan crear industrias estratégicas de tecnología ferroviaria para el desarrollo de trenes, sistemas de señalización y servicios de mantenimiento y seguridad, un elemento imprescindible en un territorio plagado por la violencia tribal y el terrorismo.

Dicha convergencia es en sí misma un reto, habida cuenta de las enormes disparidades en el peso económico entre los países compromisarios, un factor que dificultará las negociaciones. Una muestra de este desequilibrio es que tres estados, Sudáfrica, Nigeria y Egipto, representan por sí mismos más del 50% del PIB africano. Los cambios se hacen aún más difíciles dada la limitada diversificación de los modelos económicos de la mayoría de los países integrantes del Tratado de Libre Comercio Africano, en los que abunda una dependencia excesiva de la explotación de materias primas y del sector agrícola, y que carecen además de un volumen suficiente de comercio intra-africano, alcanzando sólo el 18% del volumen comercial total del continente. 

Lograr este grado de colaboración entre estados requerirá políticas de libre circulación de trabajadores para poder rentabilizar el capital humano, lo que previsiblemente encontrará resistencia entre los industriales locales y los sindicatos, habituados al proteccionismo, y cuya oposición a liberalizar los marcos laborales existentes dificultará el trabajo de los líderes políticos que abogan por el Tratado de Libre Comercio Africano, especialmente cuando se descienda al nivel de los detalles definitorios del sistema sancionador que será necesario para implementar una gobernanza eficaz que gestione la complejidad y los intereses de todos los participantes en un mercado de 1.200 millones de habitantes, 450 millones de los cuales tienen menos de 35 años, y que por lo tanto serán los protagonistas de Tratado de Libre Comercio Africano, y los beneficiarios de las oportunidades derivadas del acceso a un entorno económico liberalizado. 

Todos estos retos pueden parecer abrumadores, pero, como dijo Lao-Tse, “un viaje de mil leguas comienza por un solo paso”. Y para ponerse en marcha, hace falta financiación, y no solo voluntad política y el reajuste cultural que supone la colaboración entre el sector público y el privado, del cual debe provenir la parte del león de la inversión necesaria para arrancar el proyecto, mediante asociaciones público-privadas. En la actualidad, al carecer África de agencias calificadoras propias, y de firmas auditoras nacionales, los países africanos dilapidan verdaderas fortunas en servicios de consultoría extranjeros, que tienden a jugar seguro sobrestimando el riesgo de los proyectos africanos,  y por lo tanto encarecen y restringen el acceso a los mercados financieros.

Además, el solapamiento de intereses entre empresas y bancos de inversión extranjeros, que priman la concesión de créditos a proyectos altamente lucrativos a corto plazo,  como la minería y el petróleo, perjudica los intereses económicos -y por ende sociales- de los países afectados, que necesitan inversiones en sectores que, a diferencia de la extracción de materias primas, requieran un empleo intensivo de mano de obra, para fomentar a las compañías manufactureras africanas, así como a los minifundios locales. 

El primer paso, por lo tanto, consiste en crear la condiciones mínimas para atraer la inversión extranjera directa en aquellos sectores que ofrezcan un mayor rendimiento social mediante la creación de las necesarias dinámicas de creación de riqueza y redistribución de la misma con fines cohesivos, para lo cual es básico que el marco normativo de los países adscritos al Tratado de Libre Comercio Africano esté diseñado para blindar los intereses africanos de los palos en las ruedas que las potencias internacionales pondrán en el proyecto para primar sus propios intereses económicos.

La integración africana no es tan solo una oportunidad económica que tiene el potencial crear empleos y riqueza, y equilibrar el déficit comercial que favorece a otros continentes a expensas de África. Es también, y sobre todo, una oportunidad para superar una anomalía histórica, propiciando que los africanos adquieran por la vía de la unificación económica el músculo político necesario para hablar de tú a tú, y con una sola voz, a los agentes internacionales con intereses creados para mantener el status-quo.