El valor de la palabra dada

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez

Tradicionalmente, durante muchos años, en la mayor parte de los casos y fundamentalmente, con respecto a las personas de bien, no hacía falta tomarles la palabra por razón de su cargo a ostentar y sólo ocurría en lugares o momentos muy especiales o de abolengo y arraigo relevante. Entonces y solo entonces a estos, se les obligaba a hacer un juramento antes de hacer una declaración importante o tomar posesión de un cargo de suma importancia.

Muchas veces, sobre todo, en sedes judiciales a los testigos se les advertía del delito en el que incurría quien osara mentir al tribunal a sabiendas y en pleno derecho de su palabra y descargo; cosa muy curiosa, porque el acto u omisión no afecta al inculpado. En otros muchos casos, y en el desempeño de la mayor parte de los trabajos, se daba por entendido que no hacía falta comunicarle la necesidad de mantener el secreto de lo ejecutado y evitar divulgar nada de todo por él mismo o su equipo había ejecutado.

Recientemente, no va para muchos años, no sé si por hacer bonito o por entender que muchos incurrían en un delito implícito, aunque difícilmente reconocible y no anunciado en el cargo público desarrollado, se procede sistemáticamente a la fórmula de toma de posesión de cargos importantes, de medias tintas y hasta no muy boyantes. 

Pedro Sánchez

En España es un acto sencillo y bastante liviano, por el que el designado al puesto o cargo, se somete a una fórmula sencilla por la que jura o promete –ante la Biblia, la Cruz o la Constitución- guardar los secretos y deliberaciones inherentes al mismo, cumplir y hacer cumplir fielmente con su obligación y, por supuesto, con lo que manda la Ley y sobre todo, la Constitución.

Acto sencillo y hasta bonito por lo anterior y lo que representa; aunque por la manía que tenemos de ensuciarlo todo, en poco tiempo, lo hemos transformado en algo chusco y generalmente bochornoso; por lo que como todo lo demasiado manido y usado, y aquello de la falta de seriedad y escasa cultura entre lo que se llama la clase política; tales momentos públicos se han convertido en auténticos bodrios y esperpénticos momentos a la hora del acto. 

Ante tan bochornoso espectáculo, deformación de la realidad y chabacanada individual, transformada muchas veces en colectiva, un rebaño de ineptos e imberbes “políticos” se acercan de uno en uno a estrado y sueltan su discurso vacío y zafio a la espera de superarse en originalidad, levantar la hilaridad y el despiporre en aquellos presentes al acto y los que lo ven retransmitido en directo o al día siguiente, en los medios y redes comentado.

La cosa no iría a más, y podríamos hasta calificarlo de sencilla estupidez, falta de formación o incluso de puerilidad porque esas personas son poco merecedoras del cargo para el que han sido nombrados o elegidos y no saben ni donde están ni a que han venido, salvo a montar el circo a cual más grande y atrevido. Todos, menos unos pocos, algo más serios y preparados, se prestan a dicha chufla y escarnio aprovechando el breve momento de su pírrica gloria que no sirve de nada y debería ser ilegal.

En este tema, como en casi todo lo de tres peras al cuarto, nuestro complaciente y bastante moldeable Tribunal Constitucional, tomó cartas y sentenció de tal modo y manera, que provocó mucho más barullo y propició un estribo para que cada uno se monte a su caballo y libremente, cumpliendo unos mínimos requisitos, los adorne y nos lea un panfleto con su panegírico alabando cosas de los más extraño y exigiendo hasta la misma luna por su idiocia, nula formación o mala intención. 

Pero, dado el revuelo por todo lo dicho y montado y la poca valía de aquella que se suponía la solemne palabra dada para ocupar un cargo de cierta relevancia y distinción, otros lo respetan, pero as u vez, se montan en su propio carro. Algunos que sí se comprometieron formalmente a ello y hasta con el Rey presente; a la vista de que el acto no es más que un simple trámite o paso sin valor, que no tiene repercusión legal, jurídica y ni siquiera algún reparo o contención por la inexistente o poca exigencia popular, han decidido hacer su propio aquelarre urdiendo y soltando montones de sacos de mentiras, falacias y promesas falsas. 
Mentiras y falacias, que siendo pronunciadas solemnemente en momentos graves o de especial relevancia y ante una importante audiencia expectante, pueden calar profundamente en el ánimo de aquellos a los que se dirige el mensaje y se le suele tomar, generalmente, como persona de palabra y de honor.

Bien es sabido que hay muchos dichos y hechos que demuestran, que la clase política es la que más e impunemente miente a la población. Son muchos los momentos en los que quedan retratados por sus exageraciones, promesas incumplidas o puras y lisas falacias o mentiras que no vienen a cuento, que se sueltan por el mero hecho de engañar o llamar la atención, por quedar bien o atraer a un público poco motivado y a punto de cambiar de opinión. 

Estos chacales, nunca tienen presente que es, realmente, a través de la palabra dada y los actos y cumplimientos posteriores por los que revelamos si son fiables o no. Que la seriedad, honestidad y corresponsabilidad entre lo que decimos y posteriormente hacemos es, quizás el acto que mejor y más claramente refleja nuestra Integridad.

Para nuestra desgracia, mentir es una costumbre y vicio que debería ser punible y criticable, al menos por el respetable público. Tanto, que todavía, de producirse en ciertos “países serios” de nuestro entorno, es motivo automático de exclusión, expulsión o dimisión. Aquí, en nuestra querida España, no ocurre lo mismo. A lo sumo, suelen ser sonadas algunas campañas en las que los partidos se atacan mutuamente y sobre todo, al gobierno del momento, echándole en cara sus mentiras más o menos exageradas o las promesas incumplidas, aunque estas, realmente, hubieran sido el fruto de una anómala situación que le obligó e su día a no cumplir su previsión.

Los hay verdaderos especialistas en esto de sacar los trapos sucios y airearlos a los cuatro vientos como las sabanas de un apestado, para que sea el aire limpio quien depure los bacilos que provocaron la infección. Allá ellos, porque si el contrario es capaz y aprende como hacerlo, pronto tendrá la oportunidad de actuar igual y hasta multiplicarlo porque este mal no solo no decrece sino se ha convertido en una plaga imposible de atajar.

Tenemos un gobierno en funciones que llegó al mismo apoyado en una moción, mentirosa, alegal y altamente reprobable de la que no voy a referir más por entender que el que no lo vea así, ya puede rezar una novena a Santa Lucia porque su vista, sin duda alguna, la va a perder.

Se ha mantenido tambaleante o en funciones, durante algo más de un año, gracias a tres cosas fundamentales: el apoyo de lo “más granado” del elenco parlamentario, los enemigos de España, comunistas y amigos o continuadores de terroristas; la ceguera de los españoles que tras un año de paparruchadas y otros dos para olvidar, siguen sin ver la realidad frente a sus ojos y aún confían en Sánchez y su gobierno aunque todos sabemos que no paran de mentirle, prometerle y sistemáticamente incumplir absolutamente todo lo prometido, aunque dichas promesas duren cosa de minutos u horas a lo sumo y, por último, gracias a la ceguera de los votantes de centro-derecha que a pesar de los muchos avisos y justificaciones de peso de las empresas demoscópicas, siguen votando disperso y no concentran sus esfuerzos para echar a un hombre amoral, falso, mentiroso y totalmente incongruente. 

“El incumplimiento de la palabra es un acto de violencia, la desconsideración, la deshonestidad, no hacer lo que se dice, la impuntualidad e incumplir los acuerdos son actos hostiles, que resultan una burla y una falta de respeto hacia los demás,  comprometen nuestra seriedad e integridad personal, y además fomentan el conflicto y la discordia”.

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