Elecciones presidenciales en Túnez. La consolidación del tránsito democrático

Túnez

Ha llovido algo desde que los hechos del 17 de diciembre de 2010 en la ciudad tunecina de Sidi Bouzi marcasen el final del principio de la Primavera Árabe, cuya pésima gestión por los tradicionales poderes occidentales llevó a poner el cambio en la región en barbecho y a crear una crisis de refugiados transfronterizos cuya dimensión nunca ha sido adecuadamente comprendida por la opinión pública europea. 

Mohamed Béji Caïd Essebsi, que falleció recientemente a los 92 años, facilitó como presidente un proceso de transición democrática guiado por sus valores seculares y con el profundo conocimiento de Túnez obtenido tras haber formado parte en los previos gobiernos de mano dura del país. Essebsi personificó un deseo latente de progreso entre los tunecinos, demostrando una remarcable capacidad para ostentar el poder mediante un consenso pragmático, caracterizado por priorizar la unidad y la estabilidad por encima de ideología y credos; al punto de que; tras no obtener una mayoría absoluta en las elecciones 2014, supo alcanzar un acuerdo  el partido islamista Ennahda, cuyos postulados políticos estaban a años luz de los de Essebsi; pese a lo cual Túnez avanzó en el proceso de modernización, y, significativamente en el terreno de los derechos de las mujeres.

La muerte de Mohamed Béji Caïd Essebsi ha provocado el adelanto de las elecciones presidenciales a septiembre de este año, en un contexto de grave crisis económica y desafección social. A pesar de esto, parece justo señalar que la reacción ordenada y reglada a la muerte de Essebsi pone de manifiesto tanto una cierta solidez de las instituciones nacidas de la revolución de 2011, como escaso apetito público por seguir la senda de inestabilidad de los países colindantes. 

Buena prueba de ello es que el mismo día del óbito de Essebsi, Mohammed Ennaceu, a la sazón presidente del parlamento, juró el cargo como presidente en funciones, de acuerdo con la constitución tunecina y puso en marcha la maquinaria del Estado  para celebrar  elecciones a los 90 días de la muerte del presidente, según marca la ley, que limita a esta duración el mandato del presidente en funciones.

Todos los datos disponibles apuntan a una victoria cómoda del actual primer ministro liberal de Túnez, Youssef Chahed, que ya es candidato formal a la presidencia del país desde la plataforma de su partido, el Tahaya Tounes, una escisión reciente de Nidaa Tounes, el  partido fundado por el fallecido presidente Essebsi, lo que ha causado algunos resquemores con sus socios de Gobierno del partido Ennahda (que aún no ha hecho público el nombre de su candidato a la presidencia de Túnez), que sospechan que Youssef Chahed (quien todavía no ha dimitido como primer ministro) hará cuanto sea posible para sacar ventaja de su cargo institucional durante la campaña electoral. 

Aparte del presumible potencial del -aún ignoto- candidato de Ennahda, el único candidato que parece tener opciones frente a Chahed es Nabil al-Qarawi, accionista principal de la televisión privada Nessma, habida cuanta de que el partido Nidaa Tounes, cuyo aparato controla el hijo del difunto Mohamed Béji Caïd Essebs, Hafedh Caid Essebsi, está situado según las encuestas en alrededor de un 6% de intención de voto. 

En cualquier caso, el nuevo presidente se enfrenta a retos de naturaleza externa sobre los que tendrá poco control directo real. Tal es el caso de la situación en Libia, cuya permeabilidad fronteriza es un testimonio póstumo de la arbitrariedad que emplearon las potencias coloniales francesa e italiana a la hora de imponer unas demarcaciones territoriales artificiales, que acabaron con la previa estabilidad regional consecuencia de los tradicionales pactos de control entre las tribus Werghemma en el oeste y El Nwayel en el este.

La política internacional de Túnez, facultad exclusiva del presidente del Estado,  se verá seriamente condicionada por todo cuanto ocurra en Libia, y específicamente de la gestión del tráfico de desplazados y milicianos que transitan la porosa frontera entre ambos países, indeleblemente unidos por lazos tribales y familiares que incitan los movimientos de refugiados procedentes de Libia, creando tensiones estructurales en Túnez, país cuyo nuevo presidente se verá obligado a establecer mecanismos regulatorios para evitar el colapso de su propio sistema asistencial,  sin repudiar a sus hermanos de la Cirenaica, pero sin exponer a riesgo de contagio del caos libio a la frágil democracia tunecina.

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