Las movedizas arenas del Golfo Pérsico

los líderes de Estados Unidos e Irán mantienen las amenazas mutuas

Entre septiembre de 1939 y mayo de 1940 las operaciones militares alemanas fueron conocidas en Francia como drôle de guerre, que traduciremos con guerra de mentirijillas. La baja intensidad bélica en el continente escondía las maniobras de posicionamiento estratégico que estaba llevando a cabo el ejercito alemán, y llevó a sus adversarios a confiarse pánfilamente, confundiendo sus deseos con la realidad que estaba avanzando a la vista de todos. Algo de esto lleva ocurriendo desde mayo de 2018 en el Golfo Pérsico, tras el anuncio de Trump de rescindir unilateralmente el pacto nuclear con Irán a instancias de Israel, obedeciendo más a un cálculo político que a uno militar; mero tacticismo sin estrategia, que ha desembocado en una nociva parálisis diplomática.

Trump ha demostrado ser un mal jugador de póquer. Como en el resto de los juegos de envite, no es prudente seguir con la apuesta una vez que el resto de jugadores han visto que ibas de farol, que es exactamente lo que ha hecho el atribulado Trump después del derribo del drone espía norteamericano y del ataque a instalaciones petrolíferas saudíes, alentando, más que disuadiendo a los iraníes. Bajo las condiciones actuales, no parece aventurado afirmar que la compleja situación que afecta al Golfo Pérsico no muestra signos claros que apunten a una conflagración inminente a gran escala, a pesar de la guerra psicológica en curso, cuyo más reciente capítulo ha sido el anuncio de la Guardia Revolucionaria de Irán del desmantelamiento de un complot árabe-israelí para atentar contra el general Qassem Soleimani durante una ceremonia religiosa, un plan sospechosamente parecido al fracasado intento israelí de asesinato de Saddam Hussein en 1992 y que, de ser cierto, podría haber representado el canto del cisne de Netanyahu.

Resulta dudoso que Riad reciba sin preocupación cualquier actividad que incite una respuesta asimétrica de Teherán, especialmente después del daño causado a la producción de petróleo saudita por misiles de crucero y drones en septiembre, que han puesto de manifiesto la capacidad técnica de Irán para obliterar la vulnerable infraestructura petrolera de los países del golfo.

Irán ha venido mejorando la eficacia de su armamento balístico desde el final de la Guerra Irán-Iraq en los años 80, cuando el importante despliegue militar norteamericano con motivo de la Guerra del Golfo en 1990 hizo ver a los estrategas iraníes la importancia de disponer de sofisticados misiles de crucero, mucho más certeros que los balísticos, que, como su nombre indica, son de trayectoria predecible y por lo tanto más vulnerables a las contramedidas, como el sistema norteamericano Patriot de misiles tierra-aire. 
Teherán ha hecho así virtud de la necesidad, tornando la imposibilidad de obtener cazabombarderos de última generación en una capacidad de ataque remoto y preciso por una fracción del coste de una fuerza aérea convencional. El resultado ha sido disponer de misiles de crucero de largo alcance como el Soumar y el Hoveyzeh, desarrollados a partir de un lote de misiles de crucero soviéticos KH-55 obtenidos ilegalmente en Ucrania en 2001, pero que también incorporan tecnología turborreactora de origen francés. 

Irán complementa estos misiles de alta gama con misiles de crucero de alcance medio Ya Ali, que en su versión yemení incorpora tecnología checa, y que fue con toda probabilidad el tipo usado en el ataque a los pozos saudíes en septiembre. Esta gama menor de misiles de crucero tiene capacidad para alcanzar objetivos estratégicos a todo lo largo de la costa, como las bases militares estadounidenses ubicadas en los estados árabes del Golfo e infraestructura como bases aéreas, puertos, refinerías, terminales gasíferos o plantas desaladoras.

Además, el ejército de Irán ha desarrollado diversas variantes de misiles autoguiados antibuque, basados en el C-802 chino, capaces de hundir un petrolero desde una distancia de 200 kms. 

Mediante esta estrategia de apuesta por los misiles inteligentes de coste asequible, Irán obliga a los aliados de EEUU en la región a una escalada armamentista desigual y terriblemente onerosa, por cuanto que el coste de los misiles interceptores es cien veces mayor que el de uno ofensivo. Esto obliga a los países árabes del golfo llevar a cabo un ejercicio de análisis de costes y beneficios, para determinar si merece la pena hostigar a los Ayatolhás cuando, a todos lo efectos, éstos tienen la llave del suministro mundial de crudo, y el precio de garantizar militarmente la seguridad de las instalaciones petrolíferas, y los sobrecostes de asegurar los riesgos marítimos, dejaría exangües las arcas públicas de las monarquías árabes de la región. Es ciertamente probable que los analistas árabes alcancen la conclusión de que tirar piedras cuando vives en una casa de cristal no acaba de ser una buena idea. 

Así las cosas, quizás la esperanza inconfesable entre los líderes de la región sea que el proceso de impeachment de Trump en ciernes tenga éxito para sus promotores, y que una nueva administración en Washington brinde a todos los países atrapados en el círculo vicioso de esta situación disfuncional la coartada y oportunidad para hacer borrón y cuenta nueva, de manera que permita rebajar la tensión mientras se salvan las apariencias; algo que las naciones que dependen del petróleo para su desarrollo económico, como China e India, verían sin duda con alivio y no poco interés.
 

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