La deforestación, canalizada por las políticas de Bolsonaro, ha contribuido de forma exponencial al recrudecimiento de los incendios

El Amazonas se quema ante la indiferencia internacional

photo_camera REUTERS/Nacho Doce - Una vista aérea de una zona de la selva amazónica en llamas

18 días. Ese es el tiempo que lleva ardiendo el principal pulmón del planeta. El Amazonas, que abarca una superficie igual que la del continente europeo o las dos terceras partes de Estados Unidos con una extensión de 5,5 millones de kilómetros cuadrados, está sufriendo una catástrofe ambiental sin precedentes.

De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil (INPE, por sus siglas en portugués), solo desde el pasado jueves se han detectado 9.507 nuevos incendios forestales, ubicados, en la mayor parte, en la cuenca del Amazonas.

Imagen del programa europeo Copernicus.

Así, desde el 1 de enero hasta el 15 de agosto, el INPE ha registrado 33.000 incendios forestales en el estado, esto es, un 60% más frente a la media de los últimos tres años, según los últimos datos proporcionados por el Instituto.

Según el programa de la Unión Europea para la observación de la Tierra, Copernicus, el humo derivado de los incendios activos se extiende desde la costa atlántica latinoamericana hasta la ciudad brasileña de Sao Paulo, donde este lunes ha anochecido a las tres del mediodía, a causa de un fenómeno poco habitual donde confluyen tres elementos: las grandes concentraciones de humo procedentes de los incendios, una fuerte nebulosidad y un ‘frente frío’ derivado de los vientos marítimos. 

AFP/AFP - Mapa de Sudamérica, mostrando incendios forestales, activos en las últimas 24 horas a partir del 21 de agosto, 23:30 GMT

En total, en estos ocho primeros meses de 2019, el INPE ha registrado 72.834 incendios forestales en el conjunto del territorio brasileño, lo que supone un incremento del 83% respecto al mismo periodo del año 2018 y la mayor cifra desde que comenzaran los registros en el año 2013.

De acuerdo con los datos de la Administración Nacional de la Aeronáutica estadounidense (NASA, por sus siglas en inglés), los incendios en Brasil han aumentado en 65% desde principios de este año respecto al mismo periodo del año pasado, sobre todo, el noroeste de la selva ubicada en el territorio brasileño. De hecho, según la NASA, hasta el 14 de agosto se habían registrado más de 63.000 puntos calientes en la región amazónica, una cifra que implica el mayor número de incendios en los últimos siete años. 

A esto se le suma que se han registrado incendios por encima del promedio en la mayoría de los estados del Amazonas, lo que ha derivado en la declaración del estado de emergencia en el sur del departamento y en la capital, Manaus, y en el estado de Acre.

Este 21 de agosto de 2019, una imagen de satélite obtenida por cortesía de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) muestra el humo de varios incendios en los estados brasileños de Amazonas

De acuerdo con el investigador del INPE, Alberto Setzer, esta oleada de incendios no se puede atribuir solo a que el país latinoamericano se encuentra en plena temporada de alerta por fuegos, pues esta es similar a las de los últimos años: “No hay nada anormal en el clima este año o las lluvias en la región amazónica”, señalaba el investigador en unas declaraciones a Reuters, si bien reconocía que “las lluvias están un poco por debajo del promedio”.

En este punto, entran en juego las políticas adoptadas por el Gobierno de Jair Bolsonaro en materia de deforestación. Según un experto del Instituto de Investigaciones sobre Amazonia de la ciudad de Belém, Ane Alencar, “los incendios están súper relacionados con las políticas antimedioambientales del Gobierno de Bolsonaro y los datos de incendios están estrechamente relacionados con la deforestación”. Además, esto también se podría relacionar con la “falta de inversión del Ministerio de Medio Ambiente y con las declaraciones del presidente”.

En la historia reciente de Brasil, en el periodo 2003 y 2012, bajo los Gobiernos del expresidente Lula da Silva, la deforestación en el país latinoamericano se desplomó un 80%. Con la adopción de sus políticas, este fenómeno se redujo de 2 millones de hectáreas en 1998 a menos de 0,5 millones de hectáreas en 2012, de acuerdo con datos recabados por el Ministerio de Medio Ambiente en el año 2013. A esta tendencia contribuyó una confluencia de factores: inversión social pública inclusiva para el desarrollo, una buena dirección de los incentivos económicos agrícolas, una ley mejorada en la aplicación y monitoreo de la deforestación, la creación de áreas protegidas y el reconocimiento legal de las tierras indígenas.

REUTERS/Bruno Kelly - Una extensión de la selva amazónica se quema mientras está siendo talada por madereros y agricultores en Novo Airao, estado de Amazonas, Brasil, el 21 de agosto de 2019

No obstante, tras dicha etapa, la deforestación se ha multiplicado de forma exponencial. Un ejemplo ilustrativo de esto es que el mes de julio de este año, este fenómeno se incrementó en un 278% en comparación con el mismo periodo del año 2018. El INPE ha documentado, en este sentido, que la deforestación ha alcanzado en la actualidad los 4.565 kilómetros cuadrados, un 15% más de superficie desaparecida en comparación con el año 2018.

Desde la llegada de Bolsonaro al poder, el ritmo al que se propaga la deforestación de la selva amazónica se ha incrementado en un 88%, lo que supone que cada minuto, se destruyen tres campos de fútbol de terreno forestal, según los últimos datos del INPE.

Otro dato alarmante que refleja el carácter trágico de esta situación es que, en los dos primeros meses de 2019, se acabó con más de 10 millones de árboles en una superficie de 8.500 hectáreas en la cuenca de Xingú, localizada entre los estados de Pará y Mato Grosso, como denunció la ONG brasileña Instituto Socioambiental de la Amazonía (ISA). Esto implicó que, cada día, 170.000 árboles fueron talados. Del mismo modo, en esos dos meses, la deforestación en el Amazonas se cobró una superficie equivalente a 987.500 campos de fútbol, según denunció Greenpeace.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, da una conferencia de prensa sobre la deforestación en la Amazonia en el palacio presidencial de Planalto en Brasilia, Brasil, el jueves 1 de agosto de 2019

En esta línea, la organización WWF ya alertaba en 2016, que “si no se adelantan políticas y estrategias para reducir la deforestación en el bioma amazónico, para el 2030 la Amazonía puede perder el 27%”, lo que supone cerca de 85,4 millones de hectáreas de bosque, con las con las respectivas consecuencias que podría acarrear para la salud y el bienestar de los seres vivos del planeta y la multiplicación exponencial de los efectos del calentamiento global y, por ende, del cambio climático. Ahora, con esta oleada de incendios que se ha propagado sin precedentes, el porcentaje puede dispararse. 

De acuerdo con dicha organización, “el 15 % del bioma amazónico tiene concesiones mineras y contratos para la extracción de petróleo y gas, y las áreas protegidas no son la excepción: más de 800 concesiones mineras se han otorgado en estas zonas y alrededor de 6. 800 solicitudes están pendientes para su aprobación”. Además de las concesiones mineras, otras amenazas ponen en riesgo la sostenibilidad de la selva amazónica: el aumento de las represas hidroeléctricas, la construcción de carreteras, la deforestación, los cambios en la legislación en torno a las áreas protegidas y la expansión de la agricultura intensiva.

En concreto, según advierte Greenpeace, “el cultivo de soja, gran parte sembrada ilegalmente, es, junto con los ranchos de ganado, uno de los motores que hacen que la deforestación en Brasil sea tan alarmante”. Siguiendo esta línea de investigación, se ha manifestado la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), que explica que “en la Amazonía, en particular, la producción agroindustrial para mercados internacionales como la ganadería, el cultivo de soja y las plantaciones de palma aceitera han sido identificadas como el principal impulsor de la deforestación posterior a 1990”.

n Iranduba, estado de Amazonas, Brasil, el 20 de agosto de 2019, se observa la quema de una zona de la selva amazónica mientras los madereros y agricultores la talan.

Cabe destacar que la soja se configura como la principal exportación del país latinoamericano, con un volumen de negocio que se sitúa en los 25,9 billones de dólares anuales, según The Observatory of Economic Complexity (OEC). Es importante recordar también, en este punto, que “la agricultura y la deforestación contribuyen con una cuarta parte de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, y la cría de animales es responsable del 60% de las emisiones de la agricultura”, como explica Greenpeace.

Greenpeace denunció que en la década de los 90, la selva amazónica absorbía 2.000 millones de toneladas de CO2, una cifra que se ha reducido a la mitad en la presente década. De acuerdo con la Academia Nacional de las Ciencias de Estados Unidos (PNAS, por sus siglas en inglés), el Amazonas acumulaba, a principios de 2019, entre 150.000 y 200.000 millones de toneladas de carbono. La deforestación, catalizada por los incendios, está provocando que todo ese dióxido se esté devolviendo de forma gradual a la atmósfera.

Naciones Unidas estableció el año 2030 como la fecha de no retorno en la que los efectos de la crisis climática serían irreversibles. Quedan 11 años para salvar a la Tierra tal y como se conoce. La crisis medioambiental que está padeciendo el Amazonas podría acortar, todavía más, los años de vida útil del codiciado planeta azul. La cuenta atrás ha comenzado y, en la esfera internacional, reina un silencio flagrante. 

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