En el décimo aniversario del tratado constitutivo de la UE, el Parlamento Europeo en España debate sobre los nuevos retos de la integración

El Tratado de Lisboa a debate: 10 años de la ‘Constitución sin nombre’ de la UE

JAVIER GARCÍA/ATALAYAR - Jochen Müller, director adjunto de la Representación de la Comisión Europea en España, da el inicio a las mesas de debate

En el décimo aniversario de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, la Oficina del Parlamento Europeo en España organizó este lunes en el auditorio de Caixa Forum en Madrid una serie de conferencias donde diferentes expertos y miembros de la Eurocámara han podido repasar los diez años de unos de los textos fundamentales de la historia de la UE. Además, el encuentro, en el que ha participado la fundación Konrad Adenauer, la revista Esglobal, el Consejo Federal Español del Movimiento Europeo y la Comisión Europea, ha querido servir de espacio para abordar los retos y posibilidades que tiene por delante el proyecto europeo en estos momentos de turbulencia política y social en el plano internacional. 

La firma de Tratado de la Lisboa se produjo después de la histórica ratificación fallida del proyecto para dotar de una constitución propia a toda la Unión Europea (UE), y es ahí donde reside su importancia. Fue una solución para “conservar la tela y convertir el traje (constitucional) en una falda, trocear la Constitución en tres tratados llevándose de paso buena parte del lenguaje constitucional”, ha señalado Francisco Aldecoa Luzárraga, presidente del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo, parafraseando a José María Gil Robles, presidente del Parlamento Europeo entre 1997 y 1999 también presente en el debate. 

El Tratado de Lisboa sirvió para dar un paso hacia la unidad frente a la negativa en referéndum a la Constitución por parte de los ciudadanos de Francia y los Países Bajos, y consiguió, entre otras cosas, dotar a la Unión Europea de personalidad jurídica en el plano internacional, a la vez que reforzó el papel del Parlamento, definiendo las competencias entre Estados miembros y la propia organización; e incluso, añadir por primera vez la posibilidad de que un Estado decidiera salir de la Unión, el famoso artículo 50 que nadie imaginaba en 2009 que un Gobierno europeo llegar a invocar. Sin embargo, con la firma del Tratado se marchó también todo un lenguaje constitucional: ya no se podría llamar leyes a las normas europeas, sino reglamentos; no se reconocían explícitamente los símbolos de la UE ni se introduciría con rango constitucional la Carta de Derechos Fundamentales, sino como un anexo al Tratado. 

De izquierda a derecha María Andrés, Corinna Horst, Belén Becerril, Mario Mauro y José María Gil-Robles

El texto en el que se apoya la arquitectura institucional de la UE, que intentó mantener los aires de una Carta Magna, actualmente se enfrenta a un escenario muy diferente: las instituciones europeas tienen por delante un panorama internacional cambiante con un Estados Unidos más alejado de Bruselas, una China con planes de expandir su influencia como toda una superpotencia, las guerras comerciales entre estos gigantes o la lucha contra la crisis climática en la que los gobiernos del mundo se encuentran inmersos. Además, los Estados europeos están viviendo inestabilidades propias tras el duro golpe al Estado de bienestar con la crisis de 2008, los movimientos migratorios y de refugiados, el crecimiento de los partidos antieuropeos y populistas o que un Estado de la talla de Reino Unido haya decidido abandonar la organización. 

Acontecimientos que han puesto en posiciones nunca vistas a la Unión Europea y que han inducido dudas y generado debate sobre la legitimidad de la UE en su ciudadanía. Y son estos escenarios a los que, según afirmaron los ponentes en Madrid, las instituciones europeas deben empezar a hacer frente para renovar su legitimidad. “Para mejorar la capacidad de reacción, para recuperar la confianza ciudadana después de un Brexit y para aumentar la solidez de la economía de la eurozona, la Unión Europea necesita sacar pecho, exprimir el Tratado de Lisboa que propone muchas cosas que todavía no han sido explotadas hasta al final”, afirmaba María Andrés Marín, directora de la Oficina en España del Parlamento Europeo. En la misma línea de unidad europea frente a un espacio internacional turbulento se mostraba Mario Mauro, vicepresidente del Parlamento Europeo entre 2004 y 2007: “tenemos que considerar que el mundo está cambiando y estamos obligados a mantenernos juntos, si no estamos condenados a desaparecer”. 

De izquierda a derecha Cristina Manzano, Joaquín Almunia, María Mercedes Guinea Llorente y Miguel Morgado

Con un Parlamento Europeo más fragmentado que nunca y grandes diferencias entre los gobiernos europeos, Bruselas se ha convertido en la clave para intentar solventar los problemas de eficacia y legitimidad de la UE, incluso para los euroescépticos y nacionalistas, que han cambiado de estrategia: de querer salir del club europeo a pasar ahora a querer conquistar sus instituciones y cambiarlas.

Varias voces han apuntado a ahondar en la supranacionalidad como una de las posibles soluciones a que haya una representación y equilibrio de los intereses comunes: “El verdadero problema de fondo no es tanto que los Estados tomen un papel protagonista a expensas de la Comisión o del Parlamento Europea, sino que solo unos Estados tomen más peso que otros”, afirmaba Belén Becerril, experta del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad CEU San Pablo. “La Unión debe en los próximos años hacer más junta cuando los Estados solos no puedan ganar independencia estratégica, digital o financiera”. 

Ante estos retos, muchas son las propuestas en el aire, y este será uno de los grandes debates a los que la sociedad y los gobiernos europeos van a tener que enfrentarse, puntos recogidos ya en el Tratado de Lisboa, como son reducir el número de miembros en la Comisión Europea para que no se filtren los intereses individuales de los Estados en el actual sistema de un Estado un comisario, establecer una doble presidencia para que sea la misma persona el presidente de la Comisión y del Consejo y sea el encargado de elaborar consensos entre los dos organismos y crear listas transnacionales para el Parlamento Europeo y recuperar la figura del ‘Spitzenkandidat’ (cabeza de lista de toda la familia política europea para  presentarse a la presidencia de la Comisión) buscando acercar más a la ciudadanía los procesos electorales. 

El papel de la Unión Europea en el exterior ha sido uno de los grandes temas del debate

Retos para los que parece que la nueva Comisión de Úrsula von der Leyen está queriéndose preparar. La nueva presidenta, pese a no haber sido la ‘spitzenkandidat’ de su familia política europea, el Partido Popular Europeo, ha querido dar un paso al frente con la convocatoria de la conferencia sobre el futuro de Europa que busca reavivar el debate sobre los textos constitucionales de la Unión, buscando abrir un proceso de modificación o creación de un tratado nuevo y hacer así que la UE esté preparada para los retos actuales; lo que se conforma como un momento clave para dar un paso más en el proyecto de integración en el viejo continente. 

Ahora queda por delante ver qué se puede esperar de esta propuesta y hasta qué puntos los Estados de Europa están dispuestos a ahondar en el proceso de renovación y, sobre todo, quién va a liderarlo. Es aquí donde el eje francoalemán y el motor tradicional de la integración política en Europa toma un papel relevante, sin embargo, los ponentes mostraron preocupación sobre la situación actual de este. “Macron es un líder sin seguidores”, apuntaba José Ignacio Torreblanca, director de la Oficina en Madrid de Relaciones Exteriores, hablando de la nueva propuesta para el futuro del proyecto europeo recientemente lanzada por el presidente francés, Enmanuel Macron en la Universidad de la Sorbona; y en la misma línea se mostraban los expertos sobre la situación difusa y en encrucijada de la política Alemania que no está teniendo un liderazgo claro. 

Una política exterior para legitimar el pilar de la protección social

Otros de los grandes y profundos debates surgidos desde la firma del Tratado de Lisboa ha sido la política exterior común de la UE como uno de los grandes retos que tiene para salvaguardar su estabilidad. “La protección social en el Tratado de Lisboa está muy clara, pero en los resultados hay una inmensa brecha, para ello tenemos que ser competitivos en términos económicos y podemos serlo si somos fuertes en la política internacional”, afirmaba María Mercedes Guinea Llorente, profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid. 

La Unión Europea lleva arrastrando varios años de política exterior débil, sumergida en una gran maraña burocrática y dividida en función de los intereses de los Estados miembros, incluso teniendo un alto comisionado para las relaciones exteriores y un cuerpo diplomático repartido por todo el mundo. Los ponentes apuntaban a que la Unión Europea debe tener una política definida frente a una escena internacional cada vez más convulsa que está rechazando el multilateralismo y en la que están surgiendo nuevas potencias con las que le nuevo continente nunca ha tenido que lidiar. Este será uno de los grandes retos del nuevo alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrel, como buscar soluciones europeas al nuevo paradigma digital y sus problemas de seguridad, ahondar en el futuro de la unión militar o hacer frente a la crisis climática para que Europa siga siendo un referente mundial de la paz, estabilidad y bienestar. 

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