La evolución de la economía y el rechazo a la inmigración en Europa

photo_camera Manifestación economía inmigración

Javier G. Polavieja. Universidad Carlos III de Madrid / Observatorio Social de “la Caixa”

Pie de foto: Un grupo de inmigrantes en una foto de archivo.

¿El rechazo a la inmigración tiene bases económicas objetivas? Es decir, ¿el cambio en las condiciones económicas del país puede afectar a las actitudes hacia los inmigrantes? ¿y las condiciones del puesto de trabajo a nivel individual, afectan también a esas actitudes? Para responder a estas preguntas se presentan dos tipos de análisis. En primer lugar, se analiza el impacto de la crisis económica de 2008-2012 en las actitudes de los trabajadores autóctonos en una veintena de países europeos. Se comprueba que el rechazo a la inmigración creció más en los países que sufrieron mayores caídas del PIB durante la primera fase de la recesión (2008-2010), sobre todo si dichos países habían experimentado además un crecimiento elevado de la tasa de inmigración en los años anteriores a la crisis. En segundo lugar, se analizan los condicionantes individuales de las actitudes frente a la inmigración y se comprueba que tanto la vulnerabilidad económica de los hogares como la exposición a la competencia laboral de los trabajadores aumentaron significativamente el rechazo a la inmigración en Europa. 

1. El impacto de la crisis en las actitudes frente a la inmigración en Europa 

Estudiar los efectos de la crisis económica de 2008-2012 en las actitudes ante la inmigración tiene un enorme interés porque el rechazo al inmigrante está en el corazón mismo de muchos de los discursos populistas actualmente en auge en Europa. Para los investigadores sociales, el estudio de esta crisis resulta además enormemente interesante desde un punto de vista metodológico porque ofrece una especie de experimento natural: un fuerte shock externo que afecta a la vez a todos los países de Europa, pero lo hace con diferentes intensidades. Esta variación en el impacto de la recesión facilita mucho la identificación causal de la relación entre coyuntura económica y actitudes.

En una investigación publicada en Socio-Economic Review (Polavieja, 2016) se analizó el impacto de la primera fase de la crisis en el cambio de las actitudes ante la inmigración de los trabajadores europeos utilizando datos de la segunda y la quinta oleadas de la Encuesta Social Europea, realizadas respectivamente en 2004-2005 y 2010-2011, es decir, antes y después de la primera fase de la recesión, que abarca desde 2008 a 2010 y es la fase más intensa. En el citado estudio se utiliza una muestra representativa de aproximadamente 35.000 trabajadores autóctonos de veinte países europeos.

Todos los trabajadores se encontraban empleados y tenían entre 20 y 64 años de edad. Estos datos permitieron estimar cuál había sido el cambio promedio en las actitudes frente a los inmigrantes en cada país entre las dos oleadas estudiadas, una vez descontadas las diferencias en educación y estructura de edad y género de la población trabajadora. Las estimaciones tenían en cuenta además una larga serie de indicadores subjetivos relacionados con las actitudes frente a la inmigración (ideología política, confianza social, religiosidad, valores igualitaristas y propensión a ser feliz), por lo que el cambio estimado entre las dos oleadas se puede considerar un cambio neto.

El gráfico 1 muestra las puntuaciones medias en una escala de rechazo a la inmigración que va del valor -10 (mínimo sentimiento anti-inmigración) a +10 (máximo rechazo a la inmigración internacional) para el trabajador típico en cada uno de los veinte países del estudio en el año 2004, así como el cambio neto en las actitudes frente a la inmigración producido entre 2004 y 2010. Llamamos trabajador típico a aquél con puntuaciones medias en todas las variables explicativas del modelo (educación, edad, género e indicadores subjetivos de control), es decir, el trabajador más representativo de cada país. ¿Qué encontramos? 

En primer lugar, descubrimos que existe una gran variación tanto en las actitudes promedio de partida (2004) como en la intensidad y dirección del cambio. Observamos también que ambos parámetros no están relacionados entre sí, es decir, que la intensidad del cambio durante la crisis no depende de los valores de partida. Fijándonos específicamente en la magnitud del cambio en las actitudes que se produce entre 2004 y 2010, tenemos que destacar el alto grado de variación que se observa entre los 20 países analizados. De hecho, el rechazo a la inmigración entre los trabajadores autóctonos aumentó significativamente en siete países (Irlanda, Grecia, España, República Checa, Hungría, Eslovaquia y Reino Unido), disminuyó significativamente en otros siete (Países Bajos, Polonia, Dinamarca, Alemania, Suecia, Portugal y Estonia) y no mostró variación significativa en los restantes seis. ¿Pueden responder estas diferencias observadas en el cambio de actitud a la diferente intensidad que tuvo la recesión en los distintos países analizados?

Pie de foto: Polavieja (2016), con datos de la Encuesta Social Europea (segunda y quinta oleada).

2. Determinantes macroeconómicos del cambio en las actitudes frente a la inmigración: el impacto de la crisis

Un simple análisis relacionando las actitudes frente a la inmigración y la situación económica nos permite responder a esta pregunta sobre los determinantes macroeconómicos de manera afirmativa. En efecto, encontramos una correlación estadísticamente significativa entre la intensidad de la recesión (medida como la diferencia en la tasa de crecimiento del Producto Interior Bruto entre 2004 y 2010) y el cambio en las actitudes. En general cuanto más empeoró la situación económica (es decir, más profunda fue la caída del PIB), más aumentó el rechazo a la inmigración entre los trabajadores autóctonos (gráfico 2).

Así, por ejemplo, vemos que, entre 2004 y 2010, el PIB griego cayó en 8 puntos porcentuales y el rechazo a la inmigración aumentó  en un promedio de 0.8 puntos en nuestra escala; mientras que en Alemania el PIB no cayó, sino que creció 2,5 puntos porcentuales durante el período, y el rechazo a la inmigración disminuyó en 0,44 puntos. En general, observamos una tendencia que vincula la severidad de la crisis con el aumento del rechazo. Es decir, que el rechazo a la inmigración fue mayor en los países con mayores caídas del PIB durante la crisis. Esa tendencia viene expresada por la línea roja en el gráfico 2.

Pie de foto: Polavieja (2016), con datos de la Encuesta Social Europea (2004-2005, 2010-2011), Eurostat (2015) y OCDE (2015).

La experiencia de la recesión no es, sin embargo, el único factor macroeconómico que importa a la hora de explicar la magnitud del cambio de las actitudes de los trabajadores europeos con respecto a la inmigración. Hay otro factor que parece igualmente decisivo: la evolución de la tasa de inmigración previa a la crisis (gráfico 3). Países como Grecia, Irlanda y España no solo experimentaron fuertes caídas en su PIB durante la primera fase de la recesión, sino que lo hicieron tras experimentar un rápido aumento de la tasa de inmigración en los años precedentes. De nuevo es importante destacar que no parece ser el tamaño de la población extranjera en sí (el porcentaje de inmigrantes), sino la velocidad de su crecimiento antes de la crisis lo que propicia (en combinación con la intensidad de la recesión) el aumento del rechazo a la inmigración en Europa entre 2004 y 2010 (Polavieja, 2016). En definitiva, los datos sugieren que el rechazo a la inmigración aumentó más en los países que experimentaron rápidos crecimientos en la población inmigrante antes de la crisis.

Pie de foto: Polavieja (2016), con datos de la Encuesta Social Europea (2004-2005, 2010-2011), Eurostat (2015) y OCDE (2015).

3. Determinantes microeconómicos del rechazo a la inmigración: las características del puesto de trabajo

Los análisis macroeconómicos que presentamos en este artículo coinciden con las llamadas teorías realistas del conflicto (véase, por ejemplo, Ceobanu y Escandell, 2010), según las cuales un rápido crecimiento de la población inmigrante, combinado con un fuerte deterioro de la coyuntura económica, vendrían a aumentar la presión competitiva sobre los trabajadores nativos. Sin embargo, para demostrar que el rechazo a la inmigración tiene bases económicas objetivas no basta con establecer correlaciones macroeconómicas. Necesitamos evidencia que conecte las experiencias económicas concretas de los trabajadores europeos con sus actitudes frente a la inmigración en el ámbito micro, es decir, datos microeconómicos. Esto requiere indicadores individuales de vulnerabilidad económica y exposición a la competencia en los mercados de trabajo.

Hasta la fecha la mayoría de los estudios sobre los condicionantes individuales de las actitudes frente a la inmigración habían usado la educación de los encuestados como medida de su poder de mercado (Mayda, 2006). Multitud de estudios han demostrado que cuanto mayor nivel educativo tiene el encuestado, menor es su rechazo a los inmigrantes (Hainmueller y Hopkins, 2014). Sin embargo, si se quiere probar que una mayor competencia en los mercados de trabajo, causada por la llegada de trabajadores extranjeros, genera un mayor rechazo a la inmigración, entonces fijarse en el nivel de estudios es problemático. Esto es así porque la educación puede afectar a las actitudes de manera directa y por vías que nada tienen que ver con la experiencia laboral; por ejemplo, aumentando la tolerancia, el gusto por la diversidad o la corrección política. Por ello, para conseguir evidencia directa de los condicionantes económicos del rechazo a la inmigración se necesitan indicadores objetivos que no dependan del nivel de estudios. 

En un estudio anterior (Polavieja 2016) se propone usar tres indicadores de las ocupaciones que están directamente relacionados con el grado de reemplazabilidad de los trabajadores y, por ello, con su grado de exposición a la competencia en los mercados de trabajo. Estos indicadores son: 1) la importancia de la formación adquirida a través de la experiencia en el propio puesto de trabajo (los requerimientos de formación específica en el puesto); 2) la dificultad del empleador para medir con exactitud la productividad del puesto de trabajo (costes de monitorización); y 3) la mezcla de capacidades comunicativas y destrezas manuales requeridas en cada ocupación. La formación específica en el puesto protege al trabajador de la competencia externa pues lo dota de unas capacidades que le hacen menos reemplazable. Entre las ocupaciones con más elevada formación específica se encuentran muchas con bajos requerimientos de educación formal (por ejemplo, montadores de cables, productores de tabaco, relojeros, etc.). 

Los costes de medición de la productividad (costes de monitorización) también están directamente relacionados con el grado de exposición a la competencia laboral, puesto que cuanto más difícil es para el empleador medir la productividad de sus trabajadores, menos expuestos están estos al riesgo de ser reemplazados. Así, al igual que ocurre con la formación en el puesto, los altos costes de medición favorecen el cierre de las relaciones de empleo a la competición externa (Goldthorpe 2007). Entre los trabajos con mayores costes de medición (costes de monitorización) se encuentran también muchas ocupaciones que no requieren altos niveles de educación formal, como, por ejemplo, transportistas, trabajadores del metal o empleados de oficina.

Por último, la mezcla de capacidades comunicativas y destrezas manuales requerida en cada ocupación es otro factor potencialmente clave, porque los trabajadores autóctonos tienen ventaja en el desempeño de tareas que requieran de competencias lingüísticas y conocimientos culturalmente específicos de su país. Así, a mayor contenido comunicativo, menor será la competencia con el inmigrante. De nuevo encontramos variación en la mezcla de destrezas manuales y comunicativas en ocupaciones con muy distintos requerimientos de educación formal (por ejemplo, entre psicólogos y cirujanos, o entre vendedores y operadores de maquinaria). Utilizar estas tres dimensiones objetivas de las ocupaciones nos permite identificar mejor las bases económicas del rechazo a la inmigración sin caer en los problemas de interpretación que plantea el uso del nivel de estudios.

4. Ocupaciones y actitudes anti-inmigración

Al combinar la segunda y la quinta oleadas de la Encuesta Social Europea, se puede estimar el impacto neto de cada una de estas dimensiones ocupacionales para una muestra aproximada de 35.000 trabajadores (Gráfico 4). Un valor positivo refleja que, descontando otros aspectos como el país, sexo, edad, ideología y valores sociopolíticos, esa variable o dimensión eleva el rechazo a la inmigración. Por el contrario, un valor negativo refleja una reducción en el rechazo a la inmigración. El impacto de la educación formal, representado en la primera barra con un valor negativo, es muy evidente: refleja cómo un mayor nivel educativo de los trabajadores reduce considerablemente el rechazo que muestran hacia la inmigración. 

Otros factores también relevantes para explicar el rechazo a la inmigración son los tres indicadores ocupacionales objetivos del grado de competencia laboral de los trabajadores, a saber: formación específica en el puesto, costes de medición de la productividad, y destrezas comunicativas, todos ellos con un impacto negativo sobre el rechazo a la inmigración. En efecto, los resultados de la segunda, tercera y cuarta barra muestran cómo los encuestados empleados en ocupaciones que requieren de alta formación específica, los empleados en ocupaciones en las que es costoso medir la productividad del trabajador y los empleados en ocupaciones que tienen un alto contenido en capacidades comunicativas tienden a mostrar menores niveles de rechazo a la inmigración que aquellos empleados en ocupaciones con baja formación específica, bajos costes de medición de la productividad y bajo contenido en capacidades comunicativas respectivamente. Es decir, que la exposición a la competencia laboral, medida a través de esos tres indicadores ocupacionales objetivos, aumenta el rechazo a la inmigración.

Pie de foto: Polavieja (2016), con datos de la Encuesta Social Europea (segunda y quinta oleada).

Finalmente, el gráfico 4 incluye además un indicador de vulnerabilidad económica de los hogares de los encuestados (quinta barra). El indicador distingue entre los encuestados que declaran tener dificultades para llegar a fin de mes en sus hogares y los que no. Como se observa en el gráfico, los trabajadores con dificultades económicas en sus hogares presentan puntuaciones medias significativamente más altas en la escala de rechazo a la inmigración, incluso una vez neutralizado el efecto de las demás variables estimadas. Es decir, los trabajadores europeos que declaran tener dificultades para llegar a fin de mes en sus hogares, muestran mayor rechazo a la inmigración. Entre 2004 y 2010 el número de las personas en hogares con dificultades económicas aumentó considerablemente en la mayoría de los países más castigados por la recesión (en Irlanda subió de un 13 a un 37%, en Grecia de un 38 a un 59%, en Hungría de un 33 a un 49 % y en España de un 13 a un 24 %, según estimaciones propias con datos de la Encuesta Social Europea). Ese aumento de la vulnerabilidad económica de los hogares conecta directamente la recesión con el aumento del rechazo a los inmigrantes en Europa.

5. Conclusiones e implicaciones

Los resultados presentados en este estudio sugieren que el rechazo a la inmigración tiene bases económicas objetivas. En primer lugar, hemos visto cómo el escenario macroeconómico más propicio para el aumento del rechazo a la inmigración es aquel en el que se da un aumento acelerado de la inmigración seguido de una crisis económica severa. Esta es la secuencia que vivieron Irlanda, Grecia y España, tres economías con un patrón de crecimiento muy vinculado a la burbuja de la construcción. De los veinte países analizados, estos tres países muestran los mayores aumentos en el rechazo a la inmigración en la primera fase de la recesión. 

En segundo lugar, hemos visto que la formación específica, los costes de medición de la productividad y la mezcla de capacidades comunicativas y destrezas manuales requeridas en el puesto son tres dimensiones de la ocupación muy relevantes para el estudio de las actitudes frente a la inmigración. Estas tres dimensiones están relacionadas con el grado de exposición de los trabajadores a la competencia en los mercados de trabajo. Los datos aportados indican que los trabajadores empleados en las ocupaciones más expuestas a las presiones competitivas del mercado tienden a expresar mayor rechazo a la inmigración con independencia del nivel de estudios.

Por último, hemos visto que los trabajadores que declaraban pasar dificultades económicas en sus hogares también tendían a mostrar puntuaciones significativamente más elevadas en la escala de rechazo a la inmigración, con independencia de su propia situación laboral, características sociodemográficas y actitudes y valores sociopolíticos. La crisis de 2008-2012 ha aumentado la vulnerabilidad económica de muchas familias europeas, siendo este un mecanismo que vincula directamente la coyuntura macroeconómica con el rechazo a la inmigración.

El rechazo a la inmigración está en la base de los discursos nacional-populistas en auge en nuestro continente. Está también en la base misma del apoyo a Trump en los Estados Unidos. Las consecuencias políticas de este rechazo no pueden, por tanto, ser minimizadas. Nos encontramos ante un problema político de la máxima magnitud. Los resultados presentados en este estudio cuestionan las interpretaciones más subjetivistas de este problema, según las cuales el rechazo a la inmigración tendría bases fundamentalmente ideológicas. Es cierto que los mapas ideológicos, las identidades y los valores de los ciudadanos tienen un papel fundamental en la conformación de sus actitudes frente al inmigrante, pero sería un error pensar que la educación en valores puede por sí sola revertir los actuales niveles de rechazo. Para muchos trabajadores europeos la vulnerabilidad económica y la exposición a la competencia laboral constituyen experiencias muy reales. El populismo se alimenta de estas experiencias tanto o más que de los valores de nuestros conciudadanos.

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