La ciudadanía europea y la sociedad civil
In memoriam Aldo Olcese
Hay mucho tiempo que recuperar y mucho “jardín que regar” para estar en condiciones de afrontar un proceso profundo de metabolización de la Ciudadanía Europea como un signo de identidad y de sentimiento común por parte de los europeos.
El proceso de Unión Europea que se ha fundamentado en la unión económica y monetaria a través del mercado único y la unión monetaria de forma troncal debió ser acompañado de un gran esfuerzo de integración cultural y por la definición e implantación gradual y sensible de un modo de vida europeo.
El European Cultural Heritage que ahora estamos tratando de potenciar tuvo que ser el cemento que uniera la Europa de los mercaderes además del dinero y el interés material.
Sin sentimientos compartidos es muy difícil alcanzar fines nobles y elevados que sean estructurales y formen parte de la epidermis y del corazón de los ciudadanos europeos.
Es evidente que la dificultad del empeño ha marginado la iniciativa durante décadas por ser dudoso su éxito y muy compleja su definición y su implementación entre los europeos.
Partimos de culturas diferentes, aunque con un denominador común potente fundamentado en la civilización Romana y el humanismo del Renacimiento, dos elementos excelentes, identificables con uno de los países de la Unión, Italia, cuyos ancestros dominaron y culturizaron Europa y el mundo, mal que nos pese a otros europeos, especialmente a los europeos del centro y del sur.
Para colmo de males, resulta que el idioma que ha de unirnos es justamente aquel que no pertenece a ningún país de la Unión y que hemos adoptado, por practicidad, de un socio de la Unión que nos ha abandonado: el Reino Unido.
De ahí que afrontemos una dualidad dicotómica dramática entre la Cultura Europea y su medio de expresión que en poco o nada le pertenece. Algo realmente difícil a la hora de expresar y asimilar los sentimientos culturales y sociales más profundos.
La referencia a una memoria común se hace también difícil pues en Europa hemos vivido separados y en guerras entre nosotros durante siglos y hemos sido un mal ejemplo de convivencia y de intolerancia. Pero también nos han unido grandes gestas en múltiples campos de la Ciencia y la Educación.
Solo la puesta en común de valores y principios de vida y conducta comunes pueden ayudarnos a superar tantas dificultades culturales, idiomáticas y de pasados separadores. Y en esto está la raíz de una identidad común que lo será en torno a este modo de sentir en lo esencial de nuestro modo de vida, que habrá de complementarse también con unas pautas de conducta cívica y ciudadana comunes.
Aquí reside el enorme desafío de nuestra Sociedad Civil Europea y en lo que hemos de trabajar y perseverar. Para empezar, nuestra capacidad de hablarnos e interactuar es pobre, pues las organizaciones de la sociedad civil europeas son más bien de corte nacional con poca proyección e incidencia europea.
Además, tenemos una cierta tendencia a implicarnos en cuestiones nacionales más domésticas, del mismo modo que la mayoría de los ciudadanos europeos son provincianos y se desplazan poco fuera de Europa. Solo una minoría cosmopolita y que se mueve por el mundo es capaz de entender entusiasta la importancia de tener una Ciudadanía Europea.
Las entidades de la Sociedad Civil Europea tenemos que hacer un enorme esfuerzo de permeabilidad entre nosotras y de interacción fáctica. Organizando iniciativas en las que podamos colaborar conjuntamente y ejecutar proyectos comunes.
La promoción por parte de la Comisión Europea de varios programas de financiación para el desarrollo de Plataformas Digitales de Participación Ciudadana en este año y el siguiente va a ayudar mucho en este proceso de integración de las Sociedades Civiles Europeas.
Existe también un problema de representatividad de la sociedad civil que por lo general está dispersa y poco coordinada. De ahí que sea deseable la creación de plataformas de colaboración estratégica de entidades de la sociedad civil de cada país y de estas entre sí con las de otros países europeos. Quizás también mediante la definición de una serie de mínimos comunes denominadores (preferentemente múltiplos si es posible) que nos unan entre nosotros.
No basta sólo definir la Europa que queremos, sino también qué estamos dispuestos a hacer para conseguirlo. Y en esto tenemos un reto superlativo porque la integración de acciones y de iniciativas en territorios diferentes gestionados por personas distintas es siempre un desafío complicado.
Para empezar, hay que hacer un gran trabajo relacionado con la implantación del humanismo en nuestro modo de vida europeo, hoy tremendamente relacionado con las tecnologías y la digitalización, y subordinado al gregarismo reductivo de la inteligencia artificial y al crecimiento de las ‘fake news’, con el consiguiente desarrollo de una cierta impostura que nubla nuestros verdaderos objetivos.
La ciudadanía europea es algo grande de lo que debemos y podemos sentirnos bien orgullosos. Ahora toca también superar el concepto de nacionalidad para dar paso a una sociedad post nacional más fundamentada en la compartición de valores que en la identidad territorial y geográfica y con un esfuerzo verdadero de integración y empatía de la sociedad civil europea. La Conferencia por el Futuro de Europa es sin duda un excelente punto de apoyo para todo ello.
Aldo Olcese, presidente de la Asociación Nacional de la Sociedad Civil Ahora.