El Daesh retrocede
Carmelo Rivero/Diariodeavisos.com
Pie de foto: Palmira, tras ser recuperada por el ejército sirio de manos del Estado Islámico/bbc.com
Hace mil años un visir de Oriente Medio hizo una redada de maleantes, pero no los metió en una cárcel, sino en un palacio con las mujeres más hermosas, y, al cabo de dos meses, les dijo, “no les prometo un harén de huríes en un paraíso ultraterreno, sino aquí, así que tráiganme las cabezas de los terroristas y les regalo dos meses más en la gloria de este edén”. El relato me lo hizo Alberto Vázquez-Figueroa, criado entre beduinos y tuaregs en el desierto, al hilo de ‘La barbarie’ –su actual novela- y de esta ola de terror que nos invade de París y Bruselas a Lahore, en Pakistán, donde los asesinos se explayaron en un parque infantil abarrotado un domingo. Le pregunté al coronel Cobo, analista estratégico del Ministerio de Defensa, si el ISIS, Daesh o Estado Islámico (EI) era vulnerable: “Si cae Alepo se llega aRaqqa, y si cae Raqqa, adiós al Daesh.”
Las últimas noticias sobre la ofensiva de Bachar el Asad –ese personaje morigerado con solideo papal en sus charcos de sangre, que conviene a la paz, pese a todo- y la aviación rusa hablan de bombardeos indiscriminados y de una avalancha humana hacia Turquía. En la pescadilla que se muerde la cola, a Europa le interesa el asedio del protoestado islámico, pero no sabe qué hacer con los refugiados. Estados Unidos se consuela con su última pieza: el número dos de al Bagdadi, ‘jefe de Estado’ del califato. La buena noticia de la recuperación de Palmira, la milenaria ciudad caravasar de la ruta de la seda, Patrimonio de la Humanidad, es una inyección de moral en la destrucción de vidas y monumentos que infecta Siria desde hace cinco años, hasta este alto el fuego cosmético.
Del valioso yacimiento grecorromano sobrevive ileso el imponente anfiteatro, donde los insurgentes decapitaron al octogenario arqueólogo principal de la ciudad y se dieron una orgía de ejecuciones. Por esa escabechina se ‘salvó’. Dice el historiador Paul Veyne, en su obra sobre Palmira –crisol de las culturas de Mesopotamia, la antigua Siria aramea, Fenicia, Persia, Arabia, en fin, Grecia y Roma– que quien se empecina en conocer solo su cultura se condena a vivir bajo una campana de cristal. La ONU dejó de contar hace tiempo los muertos de esta guerra civil, pero se calcula que ronda el medio millón de seres humanos. Mientras las potencias y sus chamarileros montaban y desmontaban la primavera árabe en la gran retorta, la guerra de Siria ha estado a punto de provocar una guerra mundial. Si esto ya no lo es a su manera.