Mare Nostrum
Javier Fariñas Martín. Redactor-jefe Mundo Negro
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La costumbre de los apodos y los sobrenombres sigue muy viva en pueblos de todo pelaje y condición. Del norte o del sur. Apelativos que, aunque en ocasiones se tomaban (y se toman) de algún aspecto físico o episodio vital de la persona apodada, se utilizan (y se utilizan) casi siempre para identificar a Fulanito o a Menganito como miembros de una determinada familia, de una estirpe de más o menos lustre. Muchos de esos apodos también hacían (y hacen) referencia a las profesiones, a los oficios heredados de generación en generación. Pablo 'el cerrajero'; Zoilo, el de la familia de 'los carreteros'; Francisco 'espelecha'. Y así tantos.
Nombres y apodos. Para las personas. Y para los mares. Uno de ellos, el Mediterráneo, es reconocido también como el Mare Nostrum, aquella denominación con la que los romanos, en sus tiempos de Imperio, nombraban estas aguas. Era su mar.
Hoy, los de la Unión Europea también podrían aceptar como propia esa denominación. Aunque, más que nuestro mar, el Mediterráneo parece ser 'uno de los nuestros'. Día tras día, se encarga de tragarse a los que quieren venir con el miedo en los ojos: el agua consigue lo que no logran ni las vallas, ni los controles fronterizos, ni las persecuciones en Calais, ni las políticas que excluyen y no ayudan. Las olas hacen que no lleguen, que es de lo que se trata, pensarán algunos. El Mare Nostrum, también conocido como 'el gendarme de Europa'. Un mar con apodo, igual que en los pueblos.