Opinión

Túnez, el país frente al vacío de una transición inacabada

Pedro Canales

Pie de foto: El presidente tunecino, Beji Caid Essebsi, que ha fallecido a la edad de 92 años, será recordado como una figura fundamental en la tumultuosa historia reciente de Túnez. PHOTO/BERND von JUTRCZENKA

La muerte del presidente tunecino Beji Caid Essebsi este 25 de julio ha sumido el país en una profunda incertidumbre en cuanto al futuro político inmediato y a medio plazo. Mientras la noticia saltaba a los medios de comunicación, el Presidente del Parlamento (Asamblea de Representantes del Pueblo) Mohamed Ennaceur, se reunía con carácter de urgencia con el jefe de Gobierno, Yussef Chahed para a bordar el vacío de poder creado con la desaparición del Jefe del Estado; una muerte que no ha cogido a nadie por sorpresa, ya que el veterano estadista tunecino tenía 92 años y ya había debido ser hospitalizado en anteriores ocasiones por sus graves problemas de salud.

La única sorpresa en el tablero político de la pequeña república norteafricana, ha sido la sonada y persistente incapacidad de la clase política para encontrar un candidato serio y de consenso para remplazar en tiempo oportuno al nonagenario presidente. Porque desde un principio, durante el año 2014 en que se celebraron Elecciones presidenciales, Beji Caid Essebsi, había formado un movimiento político conglomerado, “La llamada de Túnez” (Nida Tunes) con todo tipo de orientaciones políticas en su interior, desde los antiguos defensores de la dictadura policial del general Benali, hasta liberales, moderados e izquierdistas, cuyo único punto en común era oponerse por todos los medios a que el potente partido islamista Ennahda dirigido por el otrora exiliado Rached Ghanuchi, llegase al poder. 

Nida Tunes y Caid Essebsi se presentaban como la transición entre la dictadura de Benali, derrocado por el movimiento popular en 2011, y el Estado democrático en perspectiva. El propio presidente elegido en diciembre de 2014 era consciente, aunque se resistía a admitirlo, de que su único papel era liderar una transición democrática que impidiese a los islamistas arrancar el poder a quien lo había detentado desde la independencia del país en los años 50 del siglo XX: la burguesía comerciante, empresarial y financiera. 

Durante los cuatro años y medio de su reinado en el Palacio de Cartago, el presidente Essebsi no consiguió convencer a las familias políticas del país para que dejasen a un lado sus querellas y rivalidades, y lograsen un acuerdo para el relevo presidencial, o aceptar el que él mismo propiciaba. Hoy, obligados por las circunstancias, será el presidente de la Asamblea Mohamed Ennaceur, quien asumirá la presidencia interina conforme a los Artículos 26 y 84 de la Constitución. 

En la base del fracaso de la transición pacífica y negociada en Túnez, se encuentra la profunda rivalidad entre la Presidencia de la república y el Gobierno. El presidente del Ejecutivo, Yussef Chahed, había propuesto una modificación de la Ley electoral, que permitiría convocar al electorado y conseguir un pasaje consensuado a un Estado de derecho basado en los principios y libertades democráticas, pero el Presidente Essebsi se opuso categóricamente a pesar de la aprobación de la Asamblea, terminando por generar una profunda crisis y actualmente un vació de poder de alcance incierto. 

El rechazo del Palacio de Cartago a la propuesta del Gobierno refrendada por el Parlamento, se tradujo en una guerra abierta entre ambas instituciones. El partido gubernamental Tahya Tounes (Viva Túnez), fundado por el primer ministro tras su salida del partido presidencial Nida Tunes, llegó a acusar al presidente Essebsi de “violar la Constitución”, algo inédito y síntoma de la grave crisis política en el país. El Palacio de Cartago se atiene a su Hoja de rutacon la convocación de Elecciones legislativas y presidenciales previstas para el 6 de octubre de 2019. 

En cuanto al partido islamista Ennahda, que mantiene intacta su base de apoyo militante y electoral en todo el país, hasta ahora ha adoptado una posición de compás de espera, sin duda con la certeza de que los dos partidos en el poder, gubernamental y presidencial, se agotasen mutuamente. El líder islamista Ghanuchi había decidido presentarse como cabeza de lista parea las Legislativas, probablemente con la esperanza de llegar al puesto de presidente de la Asamblea, una plataforma importante para dar el salto a la presidencia de la República. 

Todos estos cálculos políticos y personales, quedan ahora en suspenso, ante el vacío generado por la muerte del presidente. Hay quien se atreve a evocar “un escenario a la argelina”, es decir que la población decida tomar en sus manos el porvenir del país e intervenga en la ecuación; o bien un periodo de tumultos y desórdenes callejeros, avivados por los grupos radicales islamistas, nutridos desde la vecina Libia. 

Cualquiera que sea el escenario a corto plazo, hay que considerar que Túnez no dispone de unas Fuerzas Armadas y un aparato de seguridad como el de Argelia, que ha permitido soportar los embates de las movilizaciones populares que exigen el cambio de sistema. El Ejército tunecino mantuvo durante el primer periodo de la transición, entre 2011 y 2014, una estricta neutralidad, y no es previsible que ahora vaya a cambiar su postura. 

El futuro en Túnez radica más bien en la clase política, que debe enfrentarse a una juventud cada día más exigente y modernizada, y al espectro de un posible gobierno islamista, que modificaría sensiblemente el tablero de poder en la región sur del Mediterráneo central.