Un mundo grande y sobrecogedor
Decía el monje tibetano a su “chela”, Kim, en la novela de R. Kipling del mismo nombre, “que el mundo era grande y sobrecogedor”. Y no era exagerado en su afirmación, porque la había confirmado durante su viaje en busca del Río de la Flecha a través de la India de principios del siglo XX.
Y hoy, en un planeta globalizado e interconectado, este mundo, sigue siendo grande y sobrecogedor. Más, si cabe. Seguramente por la enorme cantidad de nuevas variables en juego, mucho mayores en el ámbito global que entonces. Lo que nos hace, al común de los mortales, muy difícil alcanzar un lugar o una posición crítica y con perspectiva, que nos permita ver con cierta claridad lo que sucede en el entramado de las Relaciones Internacionales. Y eso, si nos guiamos por lo que nos cuentan los medios de comunicación, cuando menos, atemoriza. Los analistas y expertos en la materia, coinciden en una cierta corriente o “mainstream” muy general. Y esta parece ser, que aun existiendo en el fondo un cierto Idealismo Wilsoniano, es en realidad el Realismo el que preside las actuaciones de las naciones en el panorama internacional. Probablemente como siempre fue, y que pasadas las tentativas idealistas vislumbradas después de las dos grandes guerras, el Realismo se ha ido acentuando. Y sobre todo, en estos últimos tiempos post-crisis y post-pandemia, que han exacerbado las pulsiones nacionales, la defensa del propio Estado y el sálvese quien pueda.
Realismo que describía Morgenthau con algunas de las siguientes características; el Estado como único protagonista en la sociedad internacional, primacía de los intereses nacionales como motores y objetivos de la política internacional, el pesimismo Hobbesiano respecto a la naturaleza del hombre, la inexistencia de criterios morales en esas relaciones internacionales, la centralidad y el equilibrio de poder, el interés definido en términos de poder y de incremento del mismo, etc… lo cual me parece que no está muy lejos de lo que estamos viendo actualmente.
Así que cuando acabas de leer a los expertos y te pones a tratar de sacar ideas de sus escritos, empiezas a preguntarte como todavía no nos hemos extinguido, o cuánto tardaremos en conseguirlo. Meteoritos aparte.
La supervivencia y preeminencia de los Estados como bien superior en la política Internacional, por encima del de la humanidad en su conjunto, es una percepción limitada en los tiempos en que vivimos. El paradigma del Estado Nacional quedó superado hace años, quizás desde la segunda guerra mundial donde comenzó su declive, porque el desarrollo posterior de las nuevas tecnologías, el comercio, él transporte y la transversalidad de los problemas que nos afectan, entre otras cosas. Hizo, que todo lo que ocurre nos afecte globalmente sin que podamos evitarlo. Y aunque todavía grande, el planeta está totalmente interconectado y es mayor su fragilidad, por lo fácil que puede ser convertirlo en un lugar sin vida y plagado de conflictos. Hemos hecho un ejercicio de reducción al absurdo. Cuanto más y mayor es la influencia de la especie humana y sus avances, mayor es el egoísmo y el regreso al “estado de naturaleza”, ahora entre Estados, otra vez.
Es decir, mi tribu luchando por los recursos y en permanente conflicto. Todo ello amparándonos en la idea de que los Estados siguen completamente vigentes. Siendo en realidad estos, un refugio al que volvemos en tiempos de crisis y zozobras. Y en el cual y a través de los Estados como instrumentos, volvemos a incidir en defender lo pequeño, lo cerrado, a nuestro ciudadano, frente a la supervivencia de la especie y de las sociedades democráticas libres, diversas, abiertas y agrupadas en estructuras supranacionales fuertes y decisorias. Entre tanto, las sociedades democráticas son cada vez más frágiles, por la pujanza de sus detractores, interesados en llevarnos no se sabe porque turbios caminos, para construir no se sabe qué mundo. Es una contradicción enorme, que puede ser fatal para nuestro siempre incierto futuro. Pero ahí parece que volvemos a estar. Haciendo un camino de regreso a lugares que llegaron a ser muy oscuros, donde ideologías cargadas de utopías, ahora con un fuerte olor a naftalina y violencia destilada, reverdecen junto a formas de gobierno que no son más que máscaras del totalitarismo.
Recuerdo a los alemanes de la RDA huyendo del paraíso socialista, siendo masacrados por los “Vopos” cuando trataban de cruzar la frontera o el muro, a los ciudadanos de la URSS encerrados y muriendo en campos de concentración por delitos ni siquiera cometidos, españoles exiliados durante 40 años por un dictador inmisericorde, chilenos asesinados por Pinochet por ser supuestos terroristas y así regímenes y países que sufrieron el delirio de unos dirigentes que cargados de razones, hicieron lo que quisieron con generaciones de hombres y mujeres. Cuyo único delito era pensar diferente en algunos casos, y en otros, ni eso, solo por el hecho de existir, como los judíos y los armenios por ejemplo.
Hay cientos de ejemplos, muchos de ellos recientes. El Siglo XX fue desde este punto de vista, un auténtico muestrario de desatinos y barbaridades. Pero parece que hemos olvidado lo acaecido, lo lejano y lo cercano, como si ni siquiera hubieran existido esos desafortunados ejemplos de mal gobierno en los asuntos del ser humano. Y como si el cine, la literatura, la falta de memoria, la ignorancia y el tiempo, hubieran convertido el pasado en algo imaginario, no en unas realidades atosigantes y crueles, bien contadas por la historia, pero que todos tratan de olvidar para avanzar sin recordar.
Y ahora, para enturbiar más el panorama, la demagogia rampante que acosa a los Estados democráticos, debilita aún más los valores éticos y morales que tanto costaron conseguir. Nuestras instituciones sufren para poder adaptarse a tiempos tan cambiantes, y los aprendices de brujo que siempre surgen en estas circunstancias, operando desde dentro del sistema, actúan con descaro ante poblaciones atemorizadas por los vertiginosos y continuos cambios, donde encuentran un caldo de cultivo propicio para difundir sus disparatadas ideas. Muchas de ellas con grandes similitudes con pasados que afortunadamente fueron vencidos, imposibles o ahogados en su propia inoperancia. Como los Nacionalistas pro Estados cerrados y pequeños, refugiados en patrias racistas, antiguas y desvencijadas, populistas cargados de una superioridad moral a prueba de fuego, diletantes que sueñan con recuperar imperios perdidos, caudillos de opereta con valores de guardarropía, que nos ponen a los pies de los caballos frente a esos grupos de Estados organizados “cuasi” militarmente. Como los capitalistas de Estado, los medio dictadores disfrazados con trajes electorales llenos de costuras y remiendos, los Estados fanático-religiosos, vestidos de santidad medieval y costumbres ancestrales, los reyezuelos de opereta y algunos otros corruptos, que darían las vidas de sus poblaciones enteras, a cambio de conseguir los fines que se han propuesto, enriquecerse, en la mayoría de los casos. Y esos otros, que en muchos casos consideran las libertades como debilidades, y eliminarlas así como la diversidad, el pensamiento abierto y todos los valores que encarnan Europa y las democracias liberales. Lo que significaría para ellos, eliminar las contradicciones, la incertidumbre y el relativismo moral. Porque se consideran poseedores de la verdad, y en ese lugar, no hay más que certezas que las que ellos dictan.
Me resulta sobrecogedor el panorama, teniendo a su vez la sensación de que vamos navegando con una deriva oscura, que no parece que pueda conducir a nada bueno. Y sí, hay pasos hacia el idealismo y la búsqueda de la “paz perpetua”, pero me parecen menos, más frágiles, que los que se dan hacia el conflicto perpetuo. Eterno me atrevería a decir, porque así será nuestro silencio, si la situación de precario equilibrio se rompe por alguna de las muchas grietas que se han abierto en el interior de las sociedades y de estas con las demás.
Es difícil combatir la necedad, la mentira y el miedo con una mano atada a la espalda. Pero es ahora cuando hay que dar un paso al frente, y que el que quiera, que oiga el mensaje, lo siga y lo aproveche para su bien. A los que no, habrá que enseñarles que tenemos también, cuando nos tratan de apabullar, los mismos recursos que ellos y podemos utilizarlos. Pero que no lo hacemos porque ese no es el camino hacia un mundo grande y acogedor.