El desafío de la propaganda yihadista en redes sociales

Redes Sociales - PHOTO/ ATALAYAR
En los últimos tiempos, España se ha enfrentado a una amenaza silenciosa pero persistente: la difusión de mensajes radicales islamistas y yihadistas en redes sociales, con Telegram como epicentro

Como alguien que observa con preocupación la evolución de estas dinámicas, me parece alarmante cómo estas plataformas, diseñadas para conectar personas, se han convertido en herramientas de radicalización. 

Sin caer en alarmismos, creo que es crucial reflexionar sobre este fenómeno, especialmente tras los recientes acontecimientos en nuestro país, y entender por qué el ciberespacio se ha transformado en un campo de batalla ideológico.

Telegram, con su promesa de anonimato y cifrado, se ha erigido como el refugio predilecto de quienes promueven el extremismo. No es casualidad. La plataforma permite crear canales donde miles de usuarios reciben propaganda sin apenas filtros, desde vídeos que glorifican la violencia hasta mensajes que incitan al odio contra Occidente. 

Me impresiona la velocidad con la que estos grupos se adaptan: cuando las autoridades cierran un canal, otro aparece casi de inmediato, como si jugaran al gato y al ratón. Recuerdo haber leído que, en 2023, las autoridades españolas emitieron más de 130 órdenes para retirar contenido terrorista en Telegram, la mayoría relacionado con el yihadismo. 

Esto me lleva a pensar que, aunque las fuerzas de seguridad están dando pasos firmes, la naturaleza descentralizada de estas plataformas les da una ventaja a los extremistas. Lo que más me inquieta es cómo estos mensajes llegan a públicos vulnerables, especialmente a los jóvenes. 

En España, hemos visto casos recientes que estremecen: menores en Elche planeando un ataque contra una basílica, influenciados por contenido radical en redes; o “influencers” yihadistas detenidos en Toledo y Madrid, que camuflaban su propaganda en vídeos de entrenamiento físico. 

Esto me hace preguntarme: ¿cómo es posible que un adolescente, desde su habitación, termine abrazando ideas tan destructivas? Creo que la respuesta está en la sofisticación de la propaganda. En TikTok, por ejemplo, los yihadistas han aprendido a empaquetar sus mensajes en formatos atractivos, como si fueran videojuegos, para captar la atención de una generación que creció con pantallas. 

Es un recordatorio de que la tecnología, aunque neutral en esencia, amplifica tanto lo mejor como lo peor de la humanidad. Los recientes acontecimientos en España refuerzan esta preocupación. Las detenciones de 2025, la alerta de Europol sobre el aumento del riesgo yihadista, y los rumores en redes sobre supuestas infiltraciones del Estado Islámico en nuestras fronteras me generan una mezcla de inquietud y escepticismo. 

No todo lo que circula en plataformas como X es fiable; muchas veces, el miedo se propaga más rápido que la verdad. Sin embargo, no puedo evitar pensar que la amenaza es real, aunque difusa. La radicalización no siempre se traduce en atentados inmediatos, pero cada mensaje que incita al odio siembra una semilla que puede germinar en el momento menos esperado.

Como ciudadano, me frustra la aparente impotencia frente a este problema. Las autoridades, con la Guardia Civil y la Policía Nacional a la cabeza, hacen un esfuerzo titánico, colaborando con Europol y agencias internacionales. Pero el anonimato de Telegram y la rapidez con la que los extremistas migran a nuevas plataformas dificultan su labor. 

Me pregunto si no deberíamos apostar más por la prevención: educar a los jóvenes sobre el pensamiento crítico, enseñarles a cuestionar lo que ven en sus pantallas, y no solo depender de la vigilancia policial. Porque, al final, la radicalización no es solo un problema de seguridad, sino también de ideas.

En mi opinión, España está en una encrucijada. Por un lado, debemos seguir fortaleciendo la cooperación internacional para desmantelar estas redes virtuales; por otro, necesitamos una estrategia cultural que contrarreste el atractivo de la propaganda yihadista.

No es una tarea fácil, pero ignorarla sería un error. Cada mensaje extremista que circula sin control es una pequeña grieta en nuestra convivencia. Y, como alguien que valora la libertad y la diversidad de este país, siento que no podemos permitir que esas grietas se conviertan en abismos.